lunes, 17 de abril de 2017

La colectivización de Granja Animal



     Y entonces, justo en el punto álgido de la noche, cuando a los habitantes de Granja Animal se les cayó a los pies toda la esperanza que sus corazones se habían empeñado en resguardar vendando los ojos a la más pura de las razones, solo por el sueño -ahora podrido- de la revolución; aparecimos nosotras

Nosotras, las ratas que creíais extintas, o muertas quizás.
Nosotras, aquellas ratas que no conseguisteis domar para vuestra ideal y burocrática revolución que ya vemos que tan buen resultado os dio. Ahí tenéis a Napoleón, amado líder, sobre dos patas bailando al son de las disputas humanas. Y es que, en ocasiones, todos los animales somos iguales, ¿no? Pero, por lo visto, unos son más iguales que otros.
Nosotras, os contaremos un secreto: las ratas no fuimos las primeras en abandonar el barco. Simplemente el barco nunca zarpó.

Nosotras nos fuimos, nos reunimos y observamos, furiosas, como el autoritarismo que tanto sufrimos por parte del señor Jones se traspasó, como una enfermedad asociada al propio nombre de la granja, a los mismos cerdos. Cerdos elitistas y traidores a nuestra raza, la raza animal. Elitistas, quisieron una manada ingenua a la que poder someter a su voluntad; incluido Bola de Nieve, al que algunos añoráis. Él es culpable de que nunca fuésemos todos iguales, por mucho que nos hiciera creer que él sí nos quería a su lado.

Hoy es el día de la venganza, y es que cada una de nosotras no vale nada por sí misma, pisoteada por cualquier otro animal. Pero la conciencia es algo que vive más allá de nuestros pobres cuerpos, y que se extiende como un virus cuando convives de igual a igual. Entonemos una última vez el Bestias de Inglaterra para recordar que no necesitamos de nadie para ser libres. Destruyamos la Granja Animal para ser verdaderamente libres y construyamos de sus ruinas lo que todos nosotros queramos ser.

Ni Cerdos.
Ni Amos.
Ni Granjas

“Aquella noche, el fuego iluminó toda la comarca, la verdadera rebelión se llevó a cabo por los animales. Miles de ratas aparecieron salidas de todas las cloacas de alrededor. Estas, a mordiscos, acabaron con los cerdos; mientras los humanos, volvieron a salir huyendo otra vez junto algunos de los cerdos que sobrevivieron. Los perros siguieron a sus amos, ambos dos, incapaces de entender que ellos también eran animales. Se quemó el guardanés de los cerdos, se quemaron los antiguos mandamientos. Y entre las cenizas hubo, tras mucho tiempo, una nueva reunión de todos los animales. No sabemos si vivieron mejor que hasta entonces, lo que sí sabemos es que ninguno de ellos fue más que los demás aquel día, ni tan siquiera para hablar.”

Drizzt Beleren

martes, 11 de abril de 2017

Páginas en blanco



Todos escribimos nuestro propio libro. Cuando nacemos las hojas están en blanco, y tiene ese olor que tanto nos gusta a los amantes de los libros de papel, ese olor a tinta y papel nuevo. Conforme la vida avanza también lo hacen las páginas escritas, el papel deja de ser blanco impoluto y va adquiriendo un color amarillento y ese olor a recuerdos y experiencia.
Recuerdo el día en el que empecé a escribir mi primera historia de amor, recuerdo como todo era mágico, como las palabras salían directamente del corazón para plasmarse en mi libro y en el suyo. Recuerdo como escribíamos en ambos libros, nuestra historia era común.
Recuerdo mejor el día que todo acabó. Recuerdo como arranco las hojas que hablaban de nosotros en su libro, hizo una bola con ellas y la tiro al suelo. Yo, amante de las historias trágicas, me quede ahí, releyendo una y otra vez las mismas palabras, atesorando la que fue nuestra historia. Me quede sentada junto a aquella maraña de papel que el tiro al suelo, confiaba en que volviera a buscar las palabras que juntos habíamos escrito y pos pedazos que quedaban de mi. No me moví por miedo a que no me encontrara.
La vida pasaba y seguía allí, me había decidido a no vivir hasta que el volviera. Las hojas empezaron a ponerse negras y algunas se caían, el libro moría y yo con él. Este fue el mayor error que cometí en mi vida. Un día mientras releía las palabras que conocía de memoria, descubrí que ya no reconocía a los protagonistas, que yo no era esa chica y el chico que yo recordaba solo existía en la memoria. Supe entonces que debía ponerme en marcha. Dejar aquel lugar. Volví a vivir. Sin embargo me lleve las hojas de papel que él había arrancado.
Y de repente apareciste. Nuestros ojos se conocían de antes, en mi libro ya aparecías, no se la pagina exacta en la que te escribí la primera vez, pero ahí estabas desde hace tiempo. Viste en mi algo que nadie había visto antes. También viste la bola de papel que llevaba a cuestas, viste el peso y el dolor que había soportado demasiado tiempo. Arrancaste la bola y me concediste la libertada cuando, sin yo esperarlo peor en el fondo desearlo, me besaste. Llevándote en tus labios hasta la última gota de dolor.

Halley