domingo, 18 de mayo de 2014

¿Existe el azar?

Sacó un doble 6. Estaba en racha. Recogió los dados y se preparó para volver a tirar.
Alicia caminaba en la oscuridad. Su paso era nervioso y lleno de dudas. Desconfiaba.
Daniel, en un descuido, dejó caer la rebanada de pan que acababa de untar. La diferencia de peso hizo el resto y ahora tendría que limpiar el suelo. Dio un golpe a la mesa.
Nicolás no sabía si hacerlo. Era un gran amigo y la situación sería difícil de mantener. Sin embargo le apetecía, así que seguramente se dejaría llevar.
María estaba frente al ordenador cuando un anuncio invadió su pantalla de manera repentina. "ERES EL VISITANTE UN MILLÓN" rezaba, pero no llegó a leerlo bien, ya que le había hecho click sin querer.
Un pequeño gato estaba en mitad de la carretera, asustado y encorvado. Mientras, el cuerpo sin vida de Alberto se desangraba en el asfalto.
Valentina llevaba la mitad de las bolsas. La otra mitad las llevaba su esposo. Hacían todo juntos y eran uno parte del otro. Costaba recordar que hubo un tiempo que no era así.
Le enseñó los resultados del médico a su hija, alegre. No era más que un quiste benigno. Había llorado una tontería.
Juan y Carlos se habían conocido hace una semana, pero ya estaban seguros de que eran almas gemelas, pues es lo que sentían. Se miraban con amor.
Con la vibración se cayó también el tarro al suelo y se hizo añicos. Ahora tendría que limpiar mucho más.
Se acercó un extraño y le preguntó la hora. Alicia le miró con asco y se alejó. Eran las tres de la tarde.
María pensó que no había nadie en casa y se acercó al baño sólo con una toalla en la mano. Su padrastro se tapó los ojos y ella se murió de vergüenza. No literalmente.
Alberto estaba contento, había conseguido aparcar y en buen sitio. Siempre tenía que estar luchando con los demás para poder aparcar. "Que se jodan hoy" pensó.
Esperó a que su hija se fuera y llamó a Nicolás. Hoy no podía quedar, mañana sí. Pero mañana su marido libraba.
Carlos ya no sentía lo mismo, Juan sí. Se alargó un tiempo la relación e hizo daño a los dos. Ahora Juan sufre mientras Carlos lo olvida, a veces sin intención.
Valentina no estaba segura, con su anterior novio había ido mal y el chico que ahora le rondaba no le atraía mucho.  Sin embargo era bastante majo. Pero... ¿qué pensaría su familia?
Nicolás preguntó a otra persona y esta le contestó. Había quedado hace una hora con Alberto y no aparecía, ¿no se habría enterado?
Los dados miraban al infinito fijamente. Había perdido lo ganado, y quizá un poco más.


miércoles, 14 de mayo de 2014

Póquer

La suerte es como el póquer, nunca sabes qué cartas te van a tocar ni cuáles son las de tus contrincantes, pero de ti depende arriesgarlo todo o retirarte antes de quedarte en quiebra. Además, puede ser tu mejor arma o un navajazo. Llega sin avisar y se desconoce de donde viene o a donde va, pero nunca se queda. Yo podría haber nacido en China o en el Congo, ser dotada en las letras o arte y llamarme Samira, Colette o Alma... Sin embargo, mi nombre es Diana Nunez, nací en Lugo, España, y soy un as de los números. En mi vida solo tengo una norma: Ser la más lista de la sala.
  • ¡Muy buenas noches a todos! Ha llegado el momento que todos estaban esperando. Es el final de esta temporada del programa y, por supuesto, no iba a ser un final cualquiera. Siéntense en sus asientos y pónganse cómodos. Quizás sea el día en el que cambien sus vidas para siempre, porque hoy puede que la suerte juegue...
  • ¡A nuestro favor!-corea el público emocionado.

El show televisivo “La suerte a nuestro favor” de las Vegas es un timo. El juego estrella del programa son las partidas de póquer que se emiten en directo. El vencedor puede quedarse con lo que ha ganado o apostarlo contra el jugador experto y desconocido del programa, ante el que, en cinco años, solo le han vencido ocho personas. Todo o nada. Muchos se arriesgan seguros de su destreza y pierden mucho más que el dinero. Es un juego de fanfarrones.

Esta noche, el programa va a hacer el juego más tentador. El jugador sin rostro se juega su puesto en el programa. Quien cobraba cantidades desproporcionales de dinero por desplumar a cientos de personas arruinando sus vidas sin remordimientos, se juega la suya propia. En el caso de perder, debería revelar su identidad. Interesante ya que muchos querrían ajustar cuentas con “él”. En las emisiones anteriores se hicieron competiciones para protagonizar la partida contra el jugador sin nombre y los resultados ya habían puesto en la silla al jugador definitivo. Me dirijo a mi sitio entusiasmada, orgullosa de mis logros hasta aquí y esperando ganar la partida.

No puedo verle, solo oigo su voz pero es suficiente para reconocerle. Es Karen, mi hermana. Llevamos un tiempo sin hablarnos por una tontería del pasado pero sé que ella necesita esto. Es madre soltera y perdió el trabajo el mes pasado. Debería haber visto estos días las partidas y comprobar con quién me enfrentaba, pero no. Yo, el llamado “jugador fantasma”, era demasiado buena y no lo necesitaba. Ya es tarde. Solo me queda jugar mi vida y la de mi hermana en el tablero.

Empieza la partida. Es dura de roer, parece que lo llevamos en la sangre. Desde mi ordenador dudo de mis movimientos, aunque finalmente juego como en cualquier programa. Tras un rato, acabo con una escalera real, la mano más valiosa del póquer: Una combinación de las cinco cartas de mayor valor consecutivas, un AS, una Q, una J y un 10 del mismo palo, en mi caso, de tréboles ¿Qué debo hacer? ¿Destruyo la vida mi hermana o la mía? Llevo tanto tiempo dando golpes en la sombra que ha llegado el momento de cobrar la penitencia. Me retiro. Karen gana. El público se levanta enloquecido. El presentador felicita a mi hermana y le entrega su fortuna. Calma al público y, por fin, pide un redoble de tambores para que salga el jugador fantasma... No sale nadie. Me ha sido difícil pero he despistado a los guardias y he salido del edificio. Desde fuera, veo en una pantalla que desvelan mi identidad y enfocan la partida desde mi ordenador. Mi hermana se echa las manos a la cara, no se lo esperaba. Siento que por una vez en mi vida he hecho lo correcto y aunque deba huir, esconderme y comenzar una nueva vida, es lo que merezco. He decido dejar de jugar con el azar y crear mi propia suerte. He tenido que aprender que el que juega con fuego se quema, pero estoy dispuesta a indemnizar, en lo posible, el daño causado.


El póquer hizo creerme más lista de lo que era en un show de fanfarrones demasiado tentador para un jugador fantasma como yo. Solo espero que mi siguiente escalera real mejore mi suerte.

Alicia Salazar

martes, 13 de mayo de 2014

Jugar al azar.

“Dejarse llevar suena demasiado bien, jugar al azar, nunca saber dónde puedes terminar o empezar…”. Claro que sí. Con esta frase rompiste mis esquemas y mis ideas, mis pretensiones y mis deseos. Rompiste más de lo que esperaba que tú pudieras llegar a ansiar de mí.
Cuando comencé a conocer tu nombre solo pensé que serías una tontería más, pero cuando te presentaste en mi casa me acojoné de verdad. Conforme te describían, mi corazón comenzaba a ilusionarse e incluso dejé de lado determinadas características que en otro momento habrían sido fundamentales en mi diagnóstico, en mi decisión.
Pasaron los días y lo poco que hice contigo me hizo reír más que lo que me había reído en el último año. Y tu sonrisa, tu jodida sonrisa…
No sabía cómo pero, de repente, me ilusionaba que me hicieras preguntas estúpidas o me gastaras bromas por las que, con otros, ya habría desistido y habría echado a correr.
Pasaron las semanas y entonces el destino, que llevaba demasiado tiempo esperando para golpearme, me hizo caer de bruces contra la realidad. Tu realidad, mi fantasía y tu vida que estaba en manos de otra. De una estúpida que nunca sabrá hacer contigo todo lo que yo podría haberte enseñado sobre ti mismo.
Fue así cómo, sin querer, me vi batallando contra mis propios ideales. Yo, que antes alardeaba de fría y calculadora, había acabado encaprichándome de alguien que no tenía en mis deseos. Que no era mi tipo. Y que solo tarareaba de vez en cuando la canción que yo tengo como filosofía de vida.
Nunca creí que el destino estuviera tan en mi contra. Nunca… hasta que llegaste tú. Hasta que desestabilizaste mis esquemas y me hiciste desesperarme como nadie lo ha vuelto a conseguir.
Es llamativo que lo que nunca empezó comenzara en el mismo mes en el que caí rendida a los pies de otro poeta. Es llamativo que el mes más frío del año sea el que me hace calentarme las intenciones entre palabras y sueños en manos ajenas.
Y, lo que más me jode es que, aun ahora, estoy esperando que lo que nos separó nos vuelva a unir. Que un golpe de suerte nos haga reunirnos de nuevo y que, tú, por fin, te dejes llevar y quieras jugar al azar conmigo.

Neko

lunes, 12 de mayo de 2014

Devorando el corazón

Sobre sus ojos estaban todas sus ilusiones materializadas. Poco a poco, él había ido tejiendo sus sueños con la receta exacta, ahora comenzaba a vivir el puzle que día a día había ido montando. Caminaba, pero no sabía dónde ponía sus pasos; creía ser lógico y racional, pero en su corazón imperaba el desorden de la distancia del amor y algún retal de su propia locura. Intentaba, antes de llegar, quitarse el caparazón que tantos años lo protegió contra el exterior, dibujar su sonrisa más sincera y guardarse en los bolsillos cada una de sus respiraciones, disfrutando del presente. Abrió la puerta, comenzaba en aquel caluroso septiembre su nueva vida.

El sol reinaba en lo alto mientras ella seguía los pasos de su sombra al compás de las notas que su cabeza no dejaba de cantar, la seguridad se escondía entre el calor que el fresco octubre se había llevado en un ráfaga de nerviosismo, sin embargo, no temblaba. Conforme ascendía las escaleras era consciente de que su vida empezaba a bailar sobre las palabras de un nuevo capítulo, un nuevo libro cuya portada era la menos mala del escaparate; sabía que la lectura nunca había sido lo suyo. Abrió la puerta sabiendo que el reloj volvió a traicionarla y sobre su cabeza voló la idea de correr lejos, pero las manecillas del presente volvieron a golpear y abrió la puerta ante las miradas de acusación. –No tiene por qué ir tan mal− pensó.

Meses después, y con el gélido febrero abrazando sus mundos completamente diferentes, él rozaba con sus miedos la respiración que ella creía inexistente, él pensó que su maltratado corazón merecía una cura rápida e indolora. Y ella, ella no creía nada.

Su deteriorada alma, esa que tantas veces había llorado bajo la luna llena, se desangraba cada vez más rápido en versos de tinta sin rimar, y él sintió miedo, otra vez. Comenzaba una partida de ajedrez, ese intento por completar la fórmula que tanto tiempo llevaba buscando. Volvían a sonar en su interior las canciones que le hacían ver la renacida primavera con el olor del mañana y con el miedo del ahora.

Ella sonreía cuando la mañana le regalaba un azul brillante y lloraba si el cielo se ennegrecía. Seguía a sus latidos, allí donde fuesen, siempre tenían razón. Mientras, todo se le escapaba un poco de las manos, jugaba a tirar la moneda al aire e improvisaba ante las sonrisas que él planeaba. No creía en las casualidades, pero como si de un embarazo se tratase, algo iba creciendo y alimentándose entre ellos. Lo que no sabía era si lo deseaba.

Un recién nacido junio asistió a la batalla final. Él se disponía a dar el jaque mate, y con él todas sus ilusiones, todos sus sueños otra vez sobre el filo del cuchillo. Mucho que perder, pero todo por ganar.
Ella tembló, esta vez sí. Su vida, que al igual que su armario, nunca decidió ordenar, le había hecho tropezar y caer. Necesitaba tomar una decisión urgente, sin tiempo para respirar una vez más, sin excusas para aplazarlo otro día; sus labios se estaban acercando a ella. Paró el tiempo y tan solo pidió un deseo: lanzar una moneda al aire.

Hubo SUERTE y salió cara.


Drizzt Beleren

domingo, 11 de mayo de 2014

El viejo columpio

Sólo el viento mecía aquel columpio olvidado.
Se acercó al banco y se sentó en la parte en la que la madera parecía más estable. Observó alrededor, y todo parecía diferente. El tobogán, oxidado, parecía una broma macabra más que un juego para niños, y el balancín no tenía mejor pinta. El columpio, sin embargo, aún parecía que podía soportar un uso más en su ya larga existencia.
Miró sus pies y los zapatos de piel que los cubrían. Le habían costado un dinero que mucha gente no se podía permitir, y menos para unos zapatos. Tampoco le importaba mucho, no había nadie para verle y tenía más zapatos elegantes en casa.
Se levantó y andó torpemente sobre la arena, mirando al viejo columpio. Se sentía extrañamente nervioso, pero ya no le esperaban niños mayores que él, dispuestos a impedírselo. Lentamente se sentó en el columpio. Notaba que no estaba hecho a su medida y eso le hizo sentir algo ridículo. No obstante, cuando sacó los pies de la arena y se dejó llevar por el inerte vaivén, desapareció la incomodidad. 
Volvía a ser un niño, un niño crecido y hasta envejecido, que disfrutaba los momentos de inocente alegría de su niñez, limpios de maldad y preocupaciones. Pasados unos minutos no pudo evitar cavilar sobre su infancia. Recordó con extraña nostalgia aquella más agria que dulce etapa, llena de recuerdos dolorosos que tuvo que superar y dejar a un lado para seguir hacia delante.
Ahora, él había logrado éxito en la vida, y no pensaba abandonarlo. Sus frustrados intentos anteriores de olvidar el pasado se convirtieron en intentos de borrarlo. Y si encima podía hacerlo ganando dinero, ¿por qué no? Dentro de unos días las excavadoras y otras máquinas harían escombros ese hueco del mundo que le vio crecer. Ya no habría nada que le hiciera recordar, ya no habría nada que le hiciera sentir de aquella manera, tan raro.
Decidió que era hora de bajarse y fue frenándose en la arena, llenando de granos su ropa y zapatos,. Los ojos vidriosos le impedían hacerlo de una manera elegante y estilizada, propia de su apariencia. Cuando se alejaba, vio un niño con las zapatillas rotas y la camiseta manchada que se acercaba al parque. Aceleró el paso y volvió la mirada hacia el infinito. El infinito no devuelve la mirada.



sábado, 10 de mayo de 2014

Heroína

Hacía ya mucho tiempo que habías dejado de importarme. Tantos meses intentando recordar tu aroma en vano y ahora, cuando por fin vuelvo a sentirte muy cerca de mí, ya no es posible.

Antes te recordaba en mi cama durante horas. Como me sonreías y me hacías ver que el Mundo era un lugar complicado pero lleno de magia. Deseé mucho tiempo que volvieses a tocarme, a sentirme. Quería olerte y recordar las horas que pasamos juntos sentados en ese coche al atardecer. ¿Lo ves? Todavía me acuerdo de lo que te gustaba hacer conmigo. De lo caprichoso que eras. Tenías mis labios cuando los deseabas, mi cuerpo era tuyo cuando querías. Pasé tiempo pidiéndole a Dios que alguien volviese a desearme como lo hiciste tú.

Sin embargo, tus abrazos acabé por olvidarlos. Dejé de acordarme de tu risa y tu forma de hacerme enfadar. Me costó, pero conseguí que mi corazón dejase de salirse de mi pecho cuando pensaba en ti. Entonces me di cuenta de que no habías sido la mejor influencia para mí. Drogas, alcohol, sexo, era lo único que te importaba. Entendí que, en el fondo, yo no formaba parte de tus vicios. Mi problema fue que lo hice tarde. Fue cuando las drogas ya formaban parte de mi vida, como lo eras tú. Ellas eran junto a ti mis mayores deseos así que, cuando decidiste irte, durante meses la heroína fue mi única compañera.

Fui destrozando mi vida poco a poco dándome cuenta de que no habían sido las drogas sino tú, mi arma mortal. Deseé morir varias veces pero nunca se cumplieron mis deseos.

Cuando mi vida ya estaba en las últimas, cuando tuve que pedir ayuda para salir de la droga, apareció él. Me entendió y escuchó. Pronto me di cuenta de que sus abrazos, sus caricias y su sonrisa volvían a hacer sentir que mi corazón se quisiese salir de mi pecho.

No tardé mucho en enamorarme de él pero nunca le dije que estaba loca por besarle. Yo era una simple exdrogata y él era un chico inteligente, sano y muy muy dulce. ¿Quién iba a querer a una chica como yo?


Lo que yo no sabía era que él era una gran persona que me aceptó desde el principio y que, un día, en el banco de un parque al atardecer, sin saber si quiera que yo estaba enamorada de él, me besó hasta que nuestros corazones se unieron en uno solo, dando lugar a Nosotros

Sarasvati

viernes, 9 de mayo de 2014

La guerra



Todos se han hartado de mí, contando una y otra vez las mismas historias, evitando los mismos lugares. 

Y yo, que tengo el cariño esperando como una llave de repuesto bajo el felpudo de tu puerta, veo la nevera llena de tuppers para dos. Se me hacen un lío las caricias en los bolsillos y me siento más fuera de lugar que los hilos que guardo en la caja de galletas. Se me amontonan los besos al lado de la ropa sucia y saco más veces tus cartas que al perro.

Pero pongo minas en mis labios. Terrorismo contra tu nombre. Desando mis pasos, desdigo las palabras. Deshago todo lo que fue y, por qué no, todo lo que pudo ser. En silencio, pongo el volumen de tu voz a cero, te tiro con desdén a una fosa común en mi mente y, como la papelera se me queda pequeña, condeno tus poemas a la hoguera.

Casi veinticuatro horas al día, pero me paraliza no imaginarte otra vez, con todos los detalles. Y vuelta a empezar. Guerrilla contra el olvido. ¿Qué pasa si olvido cómo pronunciabas mi nombre por las mañanas? Así que hago una emboscada contra mí misma y pronuncio el tuyo ante el espejo antes de dormir.
Djalí

miércoles, 7 de mayo de 2014

Lo que dejé en el Pacífico

Dicen que deliro, que digo cosas sin sentido, que miento, que invento o que sueño demasiado, que lo que hay en mi cabeza son solo alucinaciones... Dicen que estoy loca, pero no es cierto. Yo sé lo que viví. Dicen que no es culpa mía, que es normal después de un naufragio donde tuve que subsistir sola mucho tiempo, pero Tommy estaba conmigo, mi compañero de trabajo. Era más que un amigo. Investigábamos una nueva cura con propiedades que solo podíamos encontrar en un terreno natural de Oceanía. Por supuesto, mi padre, un hombre importante, se oponía. Se suponía que íbamos a una expedición en un islote algo alejado de una isla de la Polinesia, solo haríamos un reconocimiento de la zona y recogeríamos muestras del agua, de la tierra y de la vegetación. Sin embargo, nos abandonaron. Ellos afirman que en una tormenta el barco se fue a la deriva en algún punto del Pacífico mientras yo (en realidad nosotros) estaba en tierra. Mentira. Se marcharon.

Estábamos solos, sin nada más que algunos libros y los instrumentos de estudio. Nos ayudamos con los que nos podían servir y nos organizamos de la mejor forma que supimos para sobrevivir. Puedo asegurar que el Pacífico da mucho más miedo de noche que de día. En la oscuridad el océano parecía acechar contra nosotros. No era el único. La noche era peligrosa, los días pasaban lentos y nosotros seguíamos encarcelados en aquel reloj de arena. Tras dos meses sin noticias, regresaron. Nunca podré olvidar el momento que se ha convertido en mi pesadilla. Tres hombres bajaron de una lancha motora y cuando Tommy intentó pedirles ayuda, uno sacó su pistola y le pego un tiro en la cabeza. Grité porque me desgarraba el dolor. Me cogieron y me llevaron de vuelta a casa. Para el mundo mi vuelta fue un milagro. Todo había cambiado. Ahora nuestros apuntes con los avances de la cura se han esfumado, nunca la he estudiado, mi viaje solo fue una petición de la universidad y Tommy nunca ha existido. Les vino de perlas que su única familia fuera un padre viejo y enfermo en un asilo ¿Qué hago? ¿acudo a la policía? ¿busco pruebas y testigos? No hay nada ¿Río? ¿lloro? ¿chillo? Aquí estoy más sola que en la isla.

Me han puesto medicación y tengo la “suerte” de seguir en casa por el médico privado de mi padre. Él tiene que haber tenido algo que ver, lo sé, ha debido vender la cura al mejor postor pero no tengo recursos ni medios para demostrarlo. Mientras tomo la pastilla azul de las cinco reposo mi cabeza pensando en la fórmula de la cura, en la isla, en Tommy, en esa bala... Me siento cansada y me duermo. Mi mente está inquieta. Cuando despierto me siento confusa ¿ha sido un sueño? No, intentan engañarme... ¿o no? ¿estoy loca? no... ¿o sí? Ya no distingo la fantasía de la verdad. Ya no sé qué es sueño y qué es real. Tommy no es un personaje de mi imaginación ¿verdad? Siento el dolor de su muerte en mi estómago, pero el psicólogo me contó que a veces las ilusiones de nuestro cerebro son tan fuertes que parecen ciertas de modo que, incluso, sentimos las emociones de la propia ficción. Nada de esto tiene sentido ¿Lo estoy olvidando o estoy despertando?


Toca la pastilla rosa de las nueve. La trago y dejo que me engañe o me tranquilice o me enseñe otro mundo en el que, según ellos, es realmente donde vivo... Estoy agotada. El dolor es muy intenso para seguir viviendo con él. Decido dejarlo ir, decir adiós a Tommy, olvidarle aun sabiendo que una vez que lo elimine de mi memoria su paso por el mundo quedará perdido para la eternidad. Lo olvidaré a él y a ese sueño que no sé bien si viví pero que me hace daño. Finalmente, dejo caer mis párpados suponiendo que cuando abra los ojos él ya se habrá ido para no volver. Para quedar en el olvido. Antes de perder la parte consciente de mi mente y extraviarme en el siguiente sueño, murmuro-"Hasta siempre, Tommy".
Alicia Salazar

martes, 6 de mayo de 2014

...of lemon trees on mercury.

Lento recorría las líneas de tu cuerpo con una sensación de temida melancolía. Tu cara, rígida por el sueño, aun me miraba con recelo. Esperaba y desesperaba. "No sé cómo voy a despedirme de ti, de todo, de lo que es nuestra vida."
Pasaron las semanas y conseguí deshabituarme de ti con bastante facilidad. Solo recordaba todas y cada una de las razones que me resquebrajaron por dentro y me hicieron huir. De ti y de mí misma. Por tu culpa...
La rabia hizo muy bien su función de correr por dentro de mí todos estos meses. Conseguí evadir todas las buenas razones que me habían hecho aferrarme a ti y a tu mirada, a la esperanza de tus días y tus noches, a tu vida…
Lo hizo muy bien hasta hace escasas semanas... Hasta que alguien me abrazó con un fingido cariño que me hizo recordar de golpe todas las veces que tú, sin saber que yo te amaba también, me abrazabas cálidamente. Solo para transmitirme un poco del calor de tus brazos. Ese calor... Cálido. Ese calor tan tuyo, tan silencioso y seguro. Tan firme.
Entonces recordé por qué me había enamorado de tu risa, de tus bromas entre cosquillas, de tu mirada de niño bueno mientras me sonreías directamente al corazón... Recordé TODO. Cuando me regalaste el mejor día de cumpleaños que nadie me ha dado jamás. Cuando jugábamos a enfadarnos entre risas. Cuando te picabas porque yo era mejor que tú en el Tekken. Cuando tuviste la paciencia y la inconsciencia de enseñarme a ir en bici. Cuando me enseñaste tus rincones favoritos de Zaragoza. Cuando me envidiabas porque tu perra me quería más que a ti. Cuando nos emocionábamos porque llovía y tronaba a la vez...
Cuando tuviste la maldita esperanza de que todo se solucionaría... Cuando solo pensabas que era un bache mientras todo se estaba rompiendo poco a poco. Cuando seguiste luchando con los fantasmas, con mis fantasmas .Y contra mis sombras mentales.
Sigo teniéndote rabia aunque jamás podré odiarte. Me alegro de que hoy, por lo menos, haya podido desempolvar la caja de lo que me hizo sonreír hace años sin acabar estornudando por mi alergia a lo bonito, a lo que emociona y te hace querer hundirte un poco más en la montaña de sentimientos. Por lo menos sé que un día me hiciste feliz. Pero feliz de verdad, sin una sonrisa fingida y unas pretensiones banales.
Por lo menos no he olvidado las líneas de tu cuerpo, que aun ahora me atrevería a volver a dibujar. Porque aun recuerdo tus puntos débiles y aquellos que te hacían enamorarte un poco mas de mí si es que eso era posible.
Por lo menos ahora sé que no podré olvidar lo importante que fuiste para mí. Y, aunque dé pena la fase en la que nos encontramos ahora, por lo menos me hago creer que es lo normal.
Nunca me olvidaré de ti… y solo espero que tu odio no me haya dejado en la esquina más fea de tu memoria. Porque, bueno, soy demasiado bonita como para no estar en exposición. Aunque solo sea en la parte de los fracasos.

Neko

lunes, 5 de mayo de 2014

Tortura Mental

Ahí estabas tú sobre mi cama, clavando tus ojos sobre mi corazón, rogándome que no me levantase. Tu aroma era tan intenso que podía agarrarlo, besarlo, incluso guardármelo para saborearlo más tarde. Siempre lo hacía.
Tus brazos me atrapaban por detrás despejando mis dudas y ahuyentando a mis miedos. Mi alma guardaba un trocito de ti para después, para cuando te echase en falta. Te devoraba por capítulos, como al mejor de los libros, para luego releer mis párrafos favoritos. Bajo mis dedos se quedaban las líneas de nuestra historia que con tinta tatuabas sobre mi piel, tan fuerte que salpicó a mi corazón.
Como el oleaje te alejabas de mí cuando te buscaba, y estallabas en mi espalda al darte por perdida. Pero siempre vuelves a mí para refrescar mi mente y cerrar las puertas de mi mundo solo para ti. Dejando en mí un regusto a sal, una salada reminiscencia que bastaba para navegar a mar abierto con los ojos cerrados, para crear un océano en el desierto bajo mis pies, formabas parte de mi vida.

Sigo masticando tus pensamientos, tus palabras, tu voz; sigo marcando las huellas de tu camino, que un día fue nuestro; sigo tocando las notas que el eco trae del aire de tus llantos, que aún resuenan en mi cabeza; pero tú, tú no estás.

Te marchaste hace más de 3 años para no volver, decidiste que no era digno de tus labios, que no era merecedor de tu presencia. Te fuiste sin que te suplicara que volvieses, sin que las lágrimas te hiciesen un camino de vuelta, sin que mis rodillas se manchasen de vergüenza ante tu imponente silueta. No creía en tu despedida pues vivías en mi memoria, me sustentaba de las migajas que dejabas al andar, y vivo adorando tu recuerdo. Ahora eres efímera como el dolor y etérea como el humo de mis pesadillas.

Enfermo padezco de la locura que me regaló tu amor y mis costillas hambrientas se nutren con tu imagen reflejada en la poca luz que dejan pasar las rejillas de mi cárcel personal. ¿Dónde estás pequeña? ¿A dónde fueron nuestras promesas de futuro? Yo aquí sigo esperando, alimentando el fuego para que no se extinga, esperando que atravieses la puerta de mi guarida para que por fin sean tus besos los que sequen las noches que pasé abrazado a tu recuerdo.

Ahí estás tú sobre mi cama, sin poder tocarte, acunando mi eterna soledad, viviendo en mis recuerdos sin poder olvidar.


Drizzt Beleren

domingo, 4 de mayo de 2014

Pizza de ayer

Después de unas horas de cháchara aparentemente improvisada, pero bien seleccionada para destacarse, el alcohol había hecho su efecto. Le guiñó el ojo mientras la sonrisa ladeada hacía el resto. Las señales de ella eran tan claras que decidió atajar y saltarse unos cuantos pasos. Se acercó lentamente sin dejar de mirarla fijamente, poniendo su mejor cara de chico bueno. Puso su mano en su brazo y una leve caricia hizo el resto. Ya había ganado cercanía y confianza. Estaba en el momento clave.
Le dijo cuatro chorradas. Dichas con su mejor voz y eligiendo palabras biensonantes. Sabía que ella sólo hacía caso a medias, pues su mirada bailaba entre sus ojos, sus labios y la mano que le acariciaba. Terminaba las frases dejándolas en el aire, suspendiéndolas en una nube de tensión medida con precisión. Piropos sutiles aquí y allá, que la hacían sentir bien y contribuían al embelesamiento.
Cuando la cercanía entre sus miradas era tal que uno podía oír la respiración del otro contó hasta tres, contuvo la respiración y la besó. Un beso sencillo, apenas un par de segundos de labios acariciándose con ternura. Luego exhaló fuertemente, la respiración es clave. Ella lo sintió y ya estaba todo hecho. El juego más viejo del mundo.
Poco le costó continuar con sus jugadas. Había hecho eso un montón de oportunidades, con mejor y peor resultado. Los errores no le habían hecho aprender más que los aciertos, y, sinceramente, prefería los aciertos. Vacío de sentimientos y hambriento de sensaciones, sabía que era fácil tomar una por otra y dar la vuelta a situaciones de complejidad.
Una noche sin amor, fingiendo sentir aquello que le hacía avanzar en cada situación. Una noche entre otras, en la que pasarlo bien era el objetivo, y todo lo demás circunstancial.

Por la mañana, todo volvía a la normalidad. Palabras anodinas que enfriaban cualquier retazo del frenesí. Despedidas raras que saben a pizza de ayer.
Esa mañana al abrir la puerta e irse le sorprendió su expareja llorando. Ella le quiso todo lo que pudo, mientras que a él le resultó agradable y cómodo estar con ella hasta que decidió que le interesaba más lo que veía por la ventana que lo que le ofrecía su hogar. El amor le cegaba todavía a ella, y las locuras que había hecho no habían sido más que una consecuencia de no saber controlar aquello que sientes que está mal.
Cansado de ella y de ver como cada vez se ponía en peor posición debido a sus frustrados intentos sin intención, quiso pasar de ella. Cerró la puerta y se dispuso a pasar a su lado, con aires de superioridad. Ella no pudo controlarse y le agarró del brazo para hacerle girar. Le dijo que le quería, que no lo podía evitar, le reprochó a gritos que él nunca lo hizo de verdad, mientras él avanzaba intentándose soltar.  El odio se mezcló con el amor, mientras él seguía su pasividad.

Esa misma noche, ella estaba muerta. Y él en el hospital. Años después sería una sucia anécdota en la vida de él. La loca que quiso matarlo y al final se suicidó.
La vida no da reglas ni explicaciones, unos viven de una manera y otros de otra. Unos sienten mucho y otros menos, ¿y cuál es la mejor realidad?

sábado, 3 de mayo de 2014

Resurrección

Han pasado 15 años desde aquella horrible despedida. Largos meses intentando entender por qué tuvo que ser él. Mi media naranja, el que iba a ser el padre de mis hijos se fue y prometió volver. Nunca lo hizo.

Pedro era militar y lo llamaron para la guerra. Una guerra que no tenía nada que ver con nuestro país pero en la que debíamos luchar. Él estaba asustado, yo lo sentía, pero siempre intentaba parecer frío, supongo que para no asustarme.

Cinco años iban a estar fuera nuestras tropas. La verdad, el tiempo no me importaba, yo solo deseaba que Pedro volviese para poder continuar nuestras vidas, juntos.

Llorar y esperar eran mis únicas armas en esta guerra. Esperar su vuelta y llorar su partida. Pasé meses frente a la puerta esperando que el timbre sonara. Pero nunca lo hizo. Sin embargo, recuerdo como si fuese ayer el día más triste de mi vida. Fue un 15 de julio, años después de que Pedro partiese. Recibí una carta del ejército en la que se me invitaba a una gala. Sin saber qué pintaba yo allí, decidí llamar primero e informarme.

Por el teléfono una chica joven, de unos 25 años de edad me preguntó cuál era mi duda. Le explique todo el asunto de la carta. Se quedó callada durante unos instantes y dijo: “Ah, que no le han dicho nada”. “No” respondí yo. “Pues nada, que su marido murió en la guerra junto a muchos otros y hacemos esta gala para conmemorarles”.

En ese momento sentí que un cuchillo entraba en mi pecho y cortaba mi corazón en dos partes iguales. Pedro había muerto hacía años y nadie me había dicho nada.

Durante horas lloré, rompí cosas y grité hasta quedarme dormida. Nunca antes había tenido tanta rabia dentro. El amor de mi vida se había ido para siempre, mi vida estaba perdiendo todo el sentido.

Cuando pude dejar de odiar a todos los seres del mundo hice la maleta y desaparecí. No quería hablar con nadie, deseaba estar sola. Diez años estuve vagando por el Mundo. De país en país, de ciudad en ciudad. Al principio era fría pero con el paso del tiempo me fui abriendo y conocí gente que me ayudó mucho a superar la pérdida de Pedro.

En Haití fui voluntaria en varios colegios. Allí conocí a Carlos, un madrileño que, como yo, había perdido a su esposa por una enfermedad y había decidido ser voluntario para encontrarse como persona.

Carlos y yo nos hicimos buenos amigos. Pasábamos el día juntos y juntos decidimos que era hora de volver a España. Ambos lo habíamos dejado todo por lo que tuvimos que empezar de cero. Compartimos un piso, gastos y sueños.

Una noche estuvimos hasta tarde hablando y nos dimos cuenta de que, después de haber perdido a nuestras parejas, lo que más sentíamos era no poder tener nunca un hijo. Carlos deseaba ser padre y yo siempre había querido tener un hijo con Pedro.

Muy seriamente decidimos tener un hijo juntos. Nosotros no nos amábamos, éramos solo amigos pero queríamos ser padres.

A los 20 meses de decidirlo, entre médicos y especialistas nació Álvaro, nuestro primer y único hijo. Fue en ese momento cuando sentí exactamente la misma sensación que había tenido con mi difunto esposo: Amaba a mi hijo.

Hoy hace 15 años que Pedro murió y 10 horas desde que Álvaro, mi hijo, nació.

Sarasvati

viernes, 2 de mayo de 2014

Ventanas abiertas



Comí la última patata frita a la vez que pasaba la primera página. Al oír el ruido de tacones por el pasillo supe con certeza tres cosas: que era ella, que no iba a llamar a la puerta antes de entrar y que no se iría de esa habitación sin sacarme de ella.
A mis 35, mi madre seguía siendo capaz de hacerme sentir como si tuviese 16. Domesticada por la fuerza de la costumbre, mi columna retorcida trató de alinearse justo a tiempo. Giró el pomo de la puerta y entró, por supuesto, sin preguntar si me apetecía verle la cara mientras mi chándal, mi remoño y yo intentábamos con todas nuestras fuerzas componer una máscara de normalidad.
Mi treintena y yo seguíamos sin quedar exentas, por supuesto, del instinto de mi madre (y por lo que tengo entendido, de todas). Avanzó hacia mí, se sentó en mi cama  y me dijo:
     Mira cariño, a mí me parece muy bien que hayas venido a pasar unos días aquí para aclararte. Sé que las relaciones no son fáciles, ya eres mayorcita y no pretendo decirte lo que tienes que hacer. Menos ducharte, eso sí que ya es hora. Bueno, eso, que te he preparado algo de comer, tu padre se ha ido a dar una vuelta y no te va a preguntar nada. Sal de aquí un rato y hablamos.
Me sorprendió que no me tirase de las orejas directamente y me sacase de ahí, no estaba acostumbrada a que mi madre se anduviese con semejantes rodeos, cuando todos sabíamos lo que pretendía pero, llevada por una extraña curiosidad (que agradeceré en esta y en mil vidas), me puse una sudadera y fui con ella a la cocina. Allí, mientras comía con desgana, ella no paraba de observarme. Literalmente. Como un búho, fijamente. Al final, no tuve más remedio que soltar uno de mis célebres «¿qué
Lo que vino detrás de mi impertinencia fue el mejor consejo de mi vida.
Mira cariño, te lo tengo que decir. Las relaciones no son fáciles. Ninguna. Lo que ocurre es que hay gente que lo sabe esconder mejor y otros, por desgracia, peor. A lo mejor la culpa de que estés pasando por esto es mía, que siempre te he ocultado cuando tu padre y yo hemos pasado malas rachas. Entiende que no era mi intención. Pero bueno, que más vale tarde que nunca así que te voy a decir una cosita que a mí me ha funcionado toda la vida. Y que conste que con esto no te quiero decir que sigas con él para siempre, o que tengas que aceptar todo. No te equivoques para nada, tú te tienes que hacer valer siempre, cariño. Lo que pasa es que me parece a mí que a veces la gente enfoca el amor de manera equivocada. Siempre me dicen que el amor se rompe, de repente, y que es como un animalillo herido con el que hay que tener piedad, que lo mejor al acabar una relación es dinamitarla. Pum. Agresivo, como si nunca hubiese existido, con todo el odio del que seas capaz de proyectar. Que no es manera de superarlo, ya lo sabemos todos, pero qué te voy a contar yo… En fin, lo que te quería decir es que para mí, el amor es como una casa.
El amor es una casa que construís juntos. Ladrillo a ladrillo. Es un lugar al que llegas, después de todo el día, y te sientes acogida, mimada, abrigada, cómoda, feliz. Pero también te da trabajo. ¡No sabes tú bien el trabajo que da una casa! Y, aun así, después del trabajo, tienes ganas de cuidar tu casa, de limpiarla y de tenerla toda ordenadita porque te da el norte. Tu hogar te mantiene cuerda. Es tu punto de partida y tu punto de llegada, es el sitio al que siempre volverás. Y te gusta tu casa, te gusta esa y ninguna otra, porque la habéis construido juntos, y no se parece a ninguna otra: ni los muebles, ni la distribución… y muchas mañanas te atreverías a jurar que incluso la luz que se filtra por las persianas es solo vuestra.
Lo que no tienes que olvidar, cariño, es que un día sale una gotera. Y tú te alarmas,  pones el grito en el cielo, te indignas y pones solución. Pero, en el momento en el que has visto esa gotera, empiezas a ver otras muchas imperfecciones en tu casa. Lo que tienes que saber en esos momentos es que esa grieta en la pared que tan poco te gusta no se tapa con un cuadro, porque va a seguir estando allí y porque, sin esa grieta, no es tu casa. Es como esa cicatriz que te hiciste de pequeña, cariño: forma parte de vosotros.
Así que piensa si él te hace sentir como en casa. Sí es que sí, no olvides que, cuando todo está desordenado, sucio y roto, la mejor opción no es dinamitar vuestra casa. Mejor empezad por abrir las ventanas de par en par, dejad que se ventile y poneos a limpiar.


Djalí