domingo, 30 de noviembre de 2014

A ti

Acaricio suavemente el reverso de tu mano y te sonrío.
—¿Qué opinas? —Veo como empiezas a sonreír al hacerte a la idea.
—Qué bien. —Intentas aparentar indiferencia, pero se te escapa una sonrisilla de medio lado—. ¿Cuándo empezamos?
—Mañana mismo si te atreves. —Te reto con la mirada—. ¿O es demasiado pronto para ti?
—Para nada. —Me apretas fuertemente la mano—. Yo me atrevo a todo. 
Cerramos el trato con un beso, mucho mejor que con un apretón de manos. Empezamos a cuadrar los horarios y decidimos que a partir de las seis de la tarde sería buena hora. Todo va sobre ruedas. Me dices que sabes de un lugar cercano que sueles ver al ir hacia tu casa y que tienen buenas ofertas. Al final acabas haciendo la reserva por teléfono. Nos comemos la cena antes de que se enfríe, pensando que hay cosas que pierden todo el valor si las dejas enfriar. Bebo un poco de vino hasta notarme en el punto. Nos reímos mucho y se nos acaba yendo de las manos, como siempre. Follamos como locos durante un par de horas hasta cansarnos, luego nos dormimos abrazados. Tu pelo huele bastante bien. Es lo último que pienso antes de caer.
Me despierto por la mañana, pegado a la sábana y a tu piel, con el sonido de mi móvil. Te doy un beso y me levanto. Desayuno, me ducho y me preparo. Ya con el tiempo algo justo vuelvo al cuarto, donde me esperas sentada en la cama, haciéndote a la idea de que ahora te toca a ti la rutina de cada día. Te digo que te quiero y que nos vemos luego, y le doy otro breve beso antes de salir de la habitación y de la casa.
Llego a mi trabajo. Todo el mundo sabe que es mi último día. La gente se despide y se pone emotiva. Se me escapa una lagrimilla al pensar que no volveré a compartir el rato con ellos. Me dejan salir antes como favor, y yo se lo agradezco. Son las cuatro ya y así me preparo con más tranquilidad.
Al llegar a mi casa abro una mochila y meto lo básico. Me quedo pensando un rato que más podría necesitar. No se me ocurre nada y me voy. Paso por una tienda de telefonía al llegar a la estación. Elijo un móvil muy básico, que me asegura mucha autonomía. Antes de apagar definitivamente el otro teléfono te escribo un WhatsApp a ti: "No llegues muy tarde, eh, que nos conocemos! :P". Ya con mi nuevo móvil me dirijo al tren, haciendo memoria continuamente con la maldita sensación de olvidarme algo. Mientras estoy en el andén me acuerdo de ello. El paraguas. "Ya me cogeré uno allá" pienso, intentando zanjar la discusión conmigo mismo. Ya sentado en el tren se sienta enfrente mío una señora con un enorme bolso. Señala el asiento a mi lado y su bolso y me pregunta si está vacío. Le respondo que viajo solo e intento no pensar en ti, esperándome. Son las seis y cuarto cuando el tren empieza a moverse.

MELO

sábado, 29 de noviembre de 2014

Enamorados

Óscar y Mario se conocían desde bebés y siempre habían sido inseparables. Compartieron juguetes en la guardería, lápices de colores en el colegio y partidos de fútbol en el instituto.

Siempre estaban juntos, eran como hermanos hasta que llegó ella, la mujer que les haría felices y desdichados al mismo tiempo. Marta llegó por casualidad a sus vidas. Era nueva en su clase y se acercó a ellos. De normal, Óscar y Mario nunca se interesaban por las mujeres pero ella llamó su atención. No era como las demás, era una chica especial, de las que no quedaban.

Desde ese día dos se convirtió en tres. Todo lo que habían compartido Mario  Óscar ahora también lo hacían con Marta. En pocos meses se hicieron inseparables.

Lo que ellos no sabían era que su amistad por Marta no era real. Los meses fueron pasando y un verano hizo falta para que empezasen a sentir cosas por ella. Ninguno decía nada pero los dos querían compartir su vida con Marta. Ella lo sabía y se sentía rara. Sentía cosas por los dos pero no podía elegir a uno. Eran sus amigos y la habían aceptado desde que llegó a la ciudad.

La amistad entre los dos amigos empezó a resentirse cuando acabó el verano. Ambos se dieron cuenta de que habían estado quedando por separado con Marta aunque ninguno intentó nada con ella hasta la primera semana de su último curso en el instituto.

Fue Mario quien dio el primer paso en una fiesta a la que Óscar no pudo ir. Entre cubata y cubata besó tímidamente a Marta. El beso duró toda la noche entre caricias y abrazos. En ese momento Marta se dio cuenta de que estaba enamorada de Mario.

Decidieron llevar su relación en secreto para que Óscar no se sintiese mal pero no se dieron cuenta que empezaron a distanciarse del que había sido su mejor amigo. Óscar no entendía nada, solo sabía que cada vez se veían menos.

Una tarde Óscar se presentó en casa de Mario, como en los viejos tiempos. Pero cuando llegó allí él no estaba solo. Vio a Marta y entonces lo entendió todo. Habían estado engañándole durante meses. Óscar se sintió humillado, estaba enamorado de Marta pero eso no era lo que más le dolía. Saber que su amistad se había apagado porque ellos no habían tenido la valentía de decirle que estaban juntos fue lo que más le molestó.

Había pasado mucho tiempo desde que ya no era lo mismo por eso Óscar decidió que no merecía la pena cabrearse con ellos. Miro a la cara al que había sido su mejor amigo y sin elevar la voz le dijo: “Gracias Marcos, tarde pero he entendido que nuestra amistad era una mentira. Marta y tú os queréis y yo no me hubiera interpuesto entre vosotros pero me lo habéis ocultado durante meses y no quiero seguir siendo vuestro amigo.” A continuación cerró la puerta y se fue. Su amistad se había acabado para siempre.


Sarasvati

jueves, 27 de noviembre de 2014

Mentiras mojadas

Los trozos de papel vuelan sobre la brisa marina de Málaga desde mi balcón hasta el mar. Lo cierto es que me siento mejor habiendo hecho pedazos todas y cada una de tus mentiras. Mentiras rotas e incompletas que ahora, gracias a Dios, se las lleva el viento lejos de mí: “Siento lo que pasó Lucí-”;“-ambién fue complicado para mí”; “-ensé que ella me entendía mejor que nad-”; “no hagas caso de los rumor-”; “-pre estuviste a mi lado y no lo he olvi-”, “me equivoqué”; “tú eres la única, no debí marcharme nunc-”... y algún trocito más de papel y engaños que ya no tienen efecto en mí y, como tú, ya no tienen ningún sentido en mi vida. No solo no tendrás respuesta mía sino que dudo que vuelvas a verme. Solo espero que cojas la indirecta y desaparezcas para siempre.

Por fin, me decido. Cojo esa caja infernal que me tortura y me la llevo a la playa. Un guitarrista toca unas notas flamencas en el paseo marítimo y le echo unas monedas. Él me lo agradece con unos piropos, una sonrisa desdentada y una bonita canción. Si hubiera sabido antes que con diez céntimos se obtiene más atención que en cuatro meses de relación y sin daños colaterales, hubiera pasado antes por aquí y más que diez céntimos le hubiera echado veinte euros; a saber lo que me diría ya con veinte euros el pobre señor de la guitarra. Solo hubieran habido piropos, nada de infidelidades con niñatas ni llantos sobre la almohada de los que te aseguro que nunca sabrás nada.

Llego descalza hasta la orilla y disfruto del agua refrescante en mis pies. Es como si al venir la ola recogiera todos mis males y se los llevara al irse. Nada como volver a tu tierra para volver a empezar de cero. Abro la caja de mis pesadillas y vuelvo a revivir todos nuestros momentos con cada imagen. Supongo que una vez puesto el punto y final no es muy recomendable tener cerca ninguna foto en la que tú salgas guapo y yo esté riendo de felicidad. Ocasión en la que creía que era afortunada a tu lado mientras vivía en un mundo irreal. Las tiro todas al agua y en ese momento no me importa la contaminación del agua, ni el hábitat de los animales marinos ni que un policía me vea y me ponga una multa. Aquellos recuerdos sin un ápice de sinceridad ya están mojados, borrados, desterrados y alejados por el vaivén de las olas. Respiro profundamente mientras observo la luna y juro que me siento más fuerte, más viva, inmune a al dolor y a ti.


Al día siguiente vuelvo con ellas a la playa por la noche: Tres chicas echadas en la arena. Una noche estrellada. Una estrella fugaz. Tres deseos. Una urgencia. Las tres cerramos rápidamente los ojos para pedirlo en un efímero segundo y luego los vamos abriendo poco a poco. Se abren para añadir al firmamento seis luceros más. Dos azules, dos verdes y dos marrones. Las tres amigas nos miramos y solo con eso ya sabemos que hemos pedido lo mismo. Un nuevo día, un nuevo comienzo. A veces, a falta de un alma gemela, la vida nos envía dos para que nos guíen en el camino y nos recojan cuando tropecemos. Quizás la noche se había cernido sobre Málaga y sobre mi vida, pero lo bueno que tiene es que sabemos que tarde o temprano se hará de día.

Alicia Salazar



miércoles, 26 de noviembre de 2014

El juego de ganar

Jack lanzó la bola con su palo de golf tan alto que, por un momento, tapó el sol justo antes de caer. Pero no importaba, en nuestro mundo no solía brillar demasiado el sol. Supongo que los cínicos que me rodeaban no necesitaban explicaciones de lo que pasaba en ese momento, lo que pasó o lo que podía pasar. Era mejor mantenerlo así, en secreto. Sshhhh. Había miradas que decían más que las palabras y palabras que no decían todo lo que debían decir. Ese era el juego, un juego con demasiadas reglas, y si alguien se saltaba una por pequeña que fuera... perdía.
-Tu turno, Tracy-me dijo mi jefe satisfecho por su impresionante lanzamiento.
Sus ojos me retaban a superarle pero, por supuesto, no solo en el golf. Riqueza. Eso era lo único que veía él y el resto de los escogidos para asistir a la reunión de aquel fin de semana. Sabía que en esos dos días de negocios, el futuro de todos estaba en juego sobre la mesa de aquella casa de campo de la empresa, y junto a él mucho, mucho, mucho dinero. La avaricia no tiene límites. Por supuesto que deseaba un gajo del tesoro pero yo quería más que eso. Reconocimiento. Se me había negado ir más allá en proyectos tecnológicos que se suponía que yo dirigía y que finalmente nunca era así. Estaba harta de ser un títere. Todos teníamos mucho que ganar y demasiado que perder.

De repente llegó un helicóptero cerca de donde nos hallábamos. Harry Berwster, el hermano pequeño de Jack, socio mayoritario y director administrativo principal. Atractivo, rico, educado, correcto e impresioantemente inteligente. Puede que el mundo de la tecnología aeroespacial no fuera lo suyo y se lo dejara a su hermano, pero él era el mejor estratega empresarial. Siempre lo admiré. En una ocasión, incluso, llegó a escuchar mi propuesta y a apoyarla, sin embargo, no estaba solo en su mano que se llevara a cabo y mi proyecto quedó en el olvido. Alguien saldría herido al acabar el domingo y si había una guerra entre los dos hermanos, yo estaría en su bando.

Tras su perfecta entrada, todos fuimos a prepararnos para la elegante cena. Al llegar al gran salón, cada uno de los invitados, nos sentamos en nuestro sitio indicado por una nota con nuestro nombre sobre los platos. Finalmente ambos hermanos aparecieron a tiempo para el primer plato. Durante la cena todos hablamos de los beneficios hasta ahora alcanzados y de los que podríamos conseguir. Jack quería firmar un acuerdo para adquirir los mismos materiales con los que estábamos trabajando pero por la mitad del precio por el que pagábamos. Harry y yo cruzamos una mirada y supe que él también dudaba de la calidad de dichos recursos, los que su hermano aseguraba que eran exactamente igual. Harry propuso comprar el nuevo material que se estaba probando y obteniendo resultados increíblemente buenos y que nos permitiría mejorar nuestros producto, el cual yo le había mencionado meses atrás. Él y yo proponíamos lo mismo. Innovación. Entonces supe por qué y por quién estaba allí. Jack no estaba dispuesto a pagar un poco más por un material del que no se aseguraba que diera sus frutos. Después del debate entre todos y la fuerte discusión de los dos jefes, nos retiramos a nuestras habitaciones.

Antes de llegar a la mía escuché a Jason, el perrito faldero de Jack, hablando por teléfono sobre unos nuevos movimientos de su amo que acabarían con su hermano. No alcancé a escuchar de qué se trataban. Intenté hablar con Harry pero no lo encontré en su cuarto así que le pasé por debajo de su puerta la nota con mi nombre de la cena en la que le escribí el aviso. Al día siguiente, domingo, me dormí. Cuando llegué ya había pasado todo. Jack no solo trataba de hacer negocios por materiales defectuosos más baratos sino que intentó arrebatarle su parte de la empresa a Harry, pero este, enterado de la traición y los planes de su hermano, sacó a la luz sus trapicheos y le obligó a darle toda la empresa si no quería rendir cuentas con la justicia por acciones similares del pasado que no contaron con su consentimiento y de las que no tuvo conocimiento hasta entonces.


Al llegar al avión privado, Harry Brewster me dio la mano para ayudarme a subir la escalera, me guiñó un ojo y pasó mi misma nota doblada a mi mano. Me senté en mi asiento y leí el otro lado del papel: “La verdad siempre sale a la luz. Gracias por mostrármela”.

Alicia Salazar

martes, 25 de noviembre de 2014

Incongruencias.

Nunca entendí tu comportamiento, ni tu mirada. Solo sentí punzadas en el corazón cuando sosteníamos nuestras miradas intentando descifrar qué era lo correcto y qué no. Ahora entiendo que tu forma de ver las cosas se caracterizaba por cierta fantasía e imaginación pero entonces, entonces no podía entender por qué me estabas causando este dolor, estas incongruencias, estas críticas. No entendí ni tu mirada ni tu recelo ni tu forma de inventarte datos de mi vida que no sucederían ni en una película de ciencia ficción.

Si hoy me volviera a encontrar con tu sonrisa, tu risa o tus bromas probablemente no me harían ni pizca de gracia. Deposité en ti una confianza y un apoyo que me hizo perder a otras personas, porque yo apostaba por ti pero tú nunca entendiste el término de la palabra amistad. De hecho, te daban igual los sujetos que danzasen a tu alrededor con tal de que lo hicieran. Que dieran vueltas  alrededor de tus ingeniosidades y tus bromas, robadas a otras poetas.


Nunca sentí mayor traición que cuando me enteré que ibas criticando de mí lo que tu alababas sobre ti. Lo que nunca supiste controlar y yo supe imitar a la perfección…

Neko

lunes, 24 de noviembre de 2014

Lágrimas II

El sabor seco del aire empapaba el sudor que desbordaba su piel a medida que los pasos iban sumándose, uno a uno. En su mano derecha portaba con la brecha de su destino, una sola acción. Era necesario limpiar la zona, no se podían permitir que un pequeño fallo tirase por tierra el entramado engranaje que movía los hilos de sus vidas. Todos luchaban por elevar a la luz al lugar correspondiente. Habían sido traicionados.

Por cada metro avanzado, su cabeza recomponía los segundos muertos, los minutos desechados, los días perdidos, las semanas abandonadas. Hacía trece años aquella mirada angelical se apareció ante ellos, era el elegido. La luz, omnipotente e implacable, había elegido caprichosamente albergar en el alma de aquel infante toda su pureza. La personificación había sido adjudicada. Sin embargo, en los ojos claros no se veía más que el miedo entre el cristalino azul que los enjuagaba.

Aprendió paso a paso a interiorizar su poder, a caminar entre el brillo de las estrellas, a mutar su físico; todo aquello con el objetivo de hacer habitable su cuerpo. Seis meses después marchó. Su intensivo entrenamiento fue fructífero. Un par de llamadas, tres sobres y cuatro regalos; suficiente para que nadie investigase sobre el vacío que existía en derredor a su desaparición. Todas las altas esferas estaban podridas. Pero algo falló. Años después en su interior se despertó una bestia, un monstruo imposible de controlar algo que ni la misma luz creía posible, algo a lo que nadie se atrevía a hacer frente.

¿Qué activó la maldad de su ser? ¿Qué provocó el fracaso tras meses de trabajo? ¿No era el elegido? Traicionó la bondad de la luz, y ahora era prácticamente imparable. Pero nada que ellos no pudiesen eliminar. Nadie podía escapar de sus invisibles rejas, y pronto los grilletes bloquearon su libertad. Era un cuerpo totalmente innecesario, debían deshacerse de él; sin embargo, aún quedaba un cable sin hilar, una herida sin coser.

Dos pasos más, giro a la izquierda y atravesar la puerta que lo separaba de su cometido. Apuntó, la vio llorando junto al cadáver del experimento fallido y, tal y como se habían temido, observando la marca de la luz… Se volvió, no hubo tiempo para reflexiones. Y el gatillo finalmente colocó la pieza perdida del puzle, dejando un charco de vergüenza que un posible suicidio explicaba a la perfección. Dejó el arma en su inerte mano y se marchó mirando al cielo, preguntándole si había hecho lo correcto.


Drizzt Beleren

domingo, 23 de noviembre de 2014

Decepción

Soy un observador. Condenado en un mundo de roña a mantenerme lo más limpio posible. Por eso observo, porque no quiero mancharme demasiado. ¿Y qué observo? En estos instantes observo desde mi disimulada esquina a una pareja. Parecen felices en su mediocre vida. Sus vidas estarán llenas de las mismas rutinas estereotipadas que crecen como hiedra venenosa plantada con mala saña, que te atrapan desde la infancia y ya no te sueltan hasta que no es demasiado tarde. Ahora veo como la chica marcha hacia los servicios, quien sabe si atada por las necesidades físicas que nos ensucian a todos. Él mientras ella se va la mira fijamente, y, apenas ha desaparecido por el pasillo que lleva a los baños, vuelve la cabeza hacia derecha e izquierda y se inclina hacia delante para coger el teléfono móvil que reposa en en la parte de la mesa que ha ocupado ella. Movido por deshonestos pensamientos que asedian nuestra pureza, ojea frenéticamente el móvil, mirando frecuentemente el hueco por el que sabe que aparecerá ella en un tiempo incierto. El husmeo le deja absorto el tiempo suficiente para que la chica que ha salido del excusado con prisas vea su torpe intento de ocultarlo. Gritos y más gritos. Una escena desagradable de la que huyo saliendo por la puerta de la cafetería. Un ejemplo en bandeja de plata (oxidada) de mi opinión sobre el resto de la humanidad.
Conforme ando pensativo por las ruinosas calles, veo el cielo emborronado de un sucio gris, como cada esquina de la ciudad. Como cada resquicio de mundo tocado por el hombre. Con sus vicios, su egoísmo y su ignorancia. Acabará pudriéndose todo, y yo estaré para verlo. Mi mirada se cruza con la de un hombre, uno de los míos. Recubierto de ropas rotas y sucias, está limpio por dentro. Sobrevive entre la suciedad sin que ella entre en su alma. Una mujer con ropas caras y tacones de escándalo se acerca mientras habla por un teléfono enorme. Cuando llega a su lado deja caer unas monedas con un gesto que podría interpretarse de ligero desprecio. Instantes más tarde sigue su alegre y vacía cháchara, sin contenido. Está corrompida hasta la médula. Me da pena. Algo en mí se rompe cuando veo al señor agacharse a coger las monedas. Qué decepción. Ya no hay nada que esté a la altura.
Cada vez veo menos indicios de que el mundo merece la pena. A veces pienso que debería dejar de ser un observador pasivo y que debería tratar de arreglarlo, pero... ¿alguien me lo agradecería? Me tacharían de loco y de extremista. Tardarían demasiado en darse cuenta de la verdad. Son demasiado imbéciles para reconocerla cuando la tienen enfrente de la cara. Tampoco creo que merezcan ser salvados. Cuando se mueran de hambre y de asco, ahogados por su propia inmundicia, pedirán ayuda. Y no les ayudaré. No purgaré sus almas. Pues no tardarán ni medio segundo en volver a ensuciarla con grotescas insignificancias. Sólo observaré desde mi esquina. Limpio y puro. Con una sonrisa de suficiencia. Y quizás entonces lo entiendas.

MELO

sábado, 22 de noviembre de 2014

Asesino

Nacho había sufrido mucho en su infancia pero eso era algo que solo él sabía. Su padre, alcohólico y drogadicto, le había maltratado desde pequeño. Al principio creía que se lo merecía pues según su padre él había matado a su madre al nacer. Sin embargo, cuando Nacho cumplió los 17 años su regalo no fue otro que una paliza que le llevó al hospital. Su padre le golpeó la cabeza con una llave inglesa repetidamente, como si se hubiera vuelto loco.

Nacho estuvo ingresado durante semanas, entre la vida y la muerte pero sobrevivió. Cuando despertó de su coma sintió que su vida debía cambiar. El origen de su dolor debía pagar por lo que había hecho. Así fue como empezaron las voces. Nacho nunca dijo nada pero empezó a oír voces, unas voces que le pedían cosas y a partir de ese instante, él siempre les hizo caso. Ahora ellas iban a marcar su camino.

Primero mató a su padre como las voces le habían pedido, del mismo modo que él casi lo había matado hacía solo unos meses. Nacho estuvo en un reformatorio hasta que cumplió la mayoría de edad momento en el que fue puesto en libertad. Hasta aquel momento, nadie, ni siquiera el joven era consciente de lo que iba a pasar. 

Las voces nunca se callaban y Nacho empezaba a pensar que podían tener razón. Él no era uno más, él era grande y debía demostrárselo al Mundo. Nacho sentía la necesidad de que todos conocieran su historia y a las voces se les ocurrió la mejor forma para conseguirlo. Debía matar, así se haría famoso.

Eran ellas las que elegían a las víctimas y decidían la forma de asesinar. Siempre mujeres altas y morenas que eran golpeadas con una llave inglesa y apuñaladas hasta la muerte. En pocos días el Mundo entero conocía los trágicos asesinatos de Madrid. Un asesino en serie andaba suelto por ahí y nadie sabía su identidad. Poco a poco Nacho iba viendo como su sueño se estaba haciendo realidad, era el personaje más conocido.

Lo que él no sabía era que la policía cada vez estaba más cerca de su pista. Habían conseguido saber quién era, solo tenían que encontrarlo.  

Dos jóvenes muertas más hubo hasta que la policía consiguió acorralar a Nacho. Fue en un parque de Madrid mientras retenía a su última víctima. Dos policías de servicio oyeron algo raro, se acercaron y lo acorralaron. Gritaron a Nacho para que dejase la joven pero este no iba a dejar que su imagen de héroe quedase por los suelos.

Fue entonces cuando las voces pidieron a Nacho que acabase su historia con heroísmo. Él asintió, sacó una pistola del bolsillo de su chaqueta y antes de dispararse en la cabeza solo dijo unas breves frases: “Ahora seré más famoso que Dios. Todos me conocerán y en las Universidades estudiarán mi vida”. Ahora, puedo morir feliz.

Sarasvati

viernes, 21 de noviembre de 2014

Del Ego.

Joaquín llegó acompañado por un funcionario a la puerta de su celda. Corría el año 1964.

Las palabras “vago y maleante” resonaban en su cabeza. “Otro eufemismo, como todo en este régimen…país de malnacidos”. La tercera galería de la cárcel de Carabanchel, reservada para presos políticos y homosexuales, era un pasillo de unos 700 metros de largo, con cuatro pisos de celdas a cada lado.
Su celda, un espacio minúsculo, desprendía un fuerte aroma a humedad. Las paredes de hormigón parecían burlarse de cualquier aspiración a una estancia digna. El techo estaba plagado de humedades. Con cada intento de respirar, un batallón de motas de polvo se precipitaba a entrar por sus fosas nasales y desaparecía con un regusto ácido. Todo en esa estancia rezumaba decadencia, apestaba a nostalgia.

La perspectiva de pasar allí más de cinco minutos le resultó insoportable.

Un único ventanuco dejaba entrar la tenue luz del crepúsculo. Las rejas proyectaban sombras alargadas sobre el suelo sucio.

Joaquín se sentó en el catre situado junto a la pared izquierda y escuchó las instrucciones del funcionario. Dudó de la capacidad de esos cuatro hierros oxidados para aguantar su peso. La puerta se cerró con un golpe seco.

 Una vez a solas, una impotencia casi palpable sobrevoló la habitación. Cada exhalación chocaba contra los muros, cada movimiento hacía rechinar los muelles bajo el raquítico colchón.

La única pertenencia que le habían permitido quedarse descansaba apoyada sobre la mesa en el extremo opuesto de la celda. Dos mujeres sonrientes le observaban desde una de sus fotografías, congeladas y ajenas a su desgracia. Ni rastro de objetos punzantes, ni siquiera un bolígrafo.  Al lado de la mesa, solo un bloque de hormigón agujereado, parodia de retrete. Ni ducha ni lavabo.

Alguien había pintado, Dios sabe con qué, unas iniciales en la pared. Se preguntó de quién podrían ser, qué habría hecho ese pobre desgraciado para acabar allí.

La soledad se apoderó de él. Sin posibilidad de escapar, todo pensamiento era amargo. De repente, el techo le parecía demasiado bajo; las sábanas, demasiado ásperas y el silencio, demasiado espeso.

En un esfuerzo por mantenerse cuerdo, intentó ponerse cómodo pero los muelles del colchón se le clavaban en la espalda. Quiso entretenerse pero no supo cómo. Trató de dormir pero fue incapaz de relajarse.

Con la boca seca y las manos temblorosas, se dedicó a contar las motas de polvo que bailaban con los últimos rayos de sol.

jueves, 20 de noviembre de 2014

En nada se quedó.


Tú, “siempre”, adorabas soñar, crear mundos de papel entre noches inventadas donde el calor del chocolate humeaba tus ideas y te hacía desear nuevas vidas, nuevas metas y formas de ser feliz sin tu realidad. Buscabas algo paralelo pero solo entre pensamientos y más ideas, nada productivo ni realista. Nunca luchabas por ellas, solo imaginabas.

Yo, "nunca", siempre con los pies en la tierra y con una racionalidad innata, contigo cambié. Aprendí a sentir, a dejarme llevar e, incluso, hasta a enamorarme. Pero siempre pensando en el presente, entendiendo que las cosas no se demuestran con pensamientos, sino con acciones. Mostrando a través de momentos, caricias, besos o sonrisas los sentimientos. Odiando lo material, el intento de conseguir cariño a través de regalos físicos que no son más que un cúmulo de salidas por la tangente impersonales, solo por quedar bien…

Y no, las promesas nunca fueron conmigo pero, como buena humana que soy, un día acabé dejándome llevar por tu palabras. Esas que entonabas con tanta delicadeza, midiendo al micrómetro cada uno de los detalles… Pero, como siempre he pensado, acabaron rompiéndose. Ni por ti, ni por mí, sino por los dos. Promesas que se resquebrajaron en noches frías, con granizo de por medio, humedeciendo nuestras lágrimas y nuestros corazones.

Cuando aprendí a soñar y a fantasear, fue cuando descubrí que la idealización es la peor de las medicinas. Irrealismo en vena y con sobredosis de decepción. No podíamos seguir así pues la incompatibilidad estaba ganando el pulso al sentimiento.

Y, así, confirmé todas mis teorías. Que lo que vale es vivir el presente, luchar aquí y ahora por construir un mundo al lado de quien quieras, pero en este momento. No pensando a largo plazo y quedándote parado por lo que ha ocurrido en tus anteriores vidas.


Por eso, ahora, quizá busque otro "nunca" que no me prometa nada, que no quiera casarse conmigo sino que yo sea su amante, su resquicio de la vida en el que disfrutar de lo que la monotonía nos impide. Que me diga que lo importante no es el futuro sino esta noche, entre mis sábanas, entre mis pensamientos y mis sonrisas, entre mis miedos y mis lágrimas, entre mis teorías y conjeturas. Entre mí. Pero aquí y no allí en una hipótesis sostenida.



Neko

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Una vieja gloria

Las primeras notas de la guitarra son gloria para mis oídos. Sus descoordinadas voces gritando nombre son más estimulantes que cualquiera de mis vicios. El escenario y el micrófono que me permiten mantener todavía vivo al viejo rock son la única razón por la que yo también sigo aquí.

Las personas que de verdad me conocen me suelen llamar por otros nombres: Idiota, cabrón, creído, irresponsable, loco... Dicen que soy demasiado mayor para seguir comportándome como si tuviera dieciocho años, que es hora de hacerme responsable de mi actos, que deje de gastar más de lo que gano, que abra de una vez los ojos... Pero no quiero. El mundo real es para aquellos que no tienen la oportunidad de soñar despiertos más de un segundo para volver a concentrarse en su duro trabajo. Yo puedo hacer el mío con los ojos cerrados, así soy capaz de tocar la música con la yema de mis dedos, transmitirla fuera de mí aun mejor y volver a cerrarlos cuando acabe mi bourbon.

Yo nací para perseguir a esas musas que me ayudan a componer nuevas canciones, para emborracharme con un solo de batería, para fumarme lentamente cada una de sus sonrisas, para perder el control con cada uno de mis clásicos, para tirarme sobre una multitud y... Sentirme libre.

Sé que soy un privilegiado por escapar de esa pesadilla a la que el resto suele llamar la vida real, pero es que la mía me gusta más, aunque digan que solo existe en mi cabeza. Solo tienen envidia de mi éxito, por eso me denominan como “una vieja gloria”. Sin embargo, ellos nunca visitarán todos esos lugares donde he compartido una parte de mí, ni verán tantos ojos brillantes por una melodía como yo.


Nunca lo reconoceré ni se lo diré a nadie, pero debajo de esta arrugada expresión de satisfacción, hay un alma cansada que carga con los restos de la porquería que me ha dejado de regalo toda la degeneración que me provoqué durante tantos años. A veces envidio a esos ancianitos que disfrutan de un momento de paz al rededor de una gran familia. Quizás mis delirios de grandeza acabaron haciendo que me arrastrara en la miseria. Soy algo peor que la imagen de triunfo que captan los flashes, pero este es el secreto que me llevaré a la tumba. Mientras a mi cuerpo le queden fuerzas para dar guerra y mi garganta me lo permita, continuaré de pie en los escenarios. No conozco la palabra retiro. Y seguiré ahí porque cuando me pregunten en mi lecho de muerte de qué me enorgullezco diré: “De haber vivido”.

Alicia Salazar

martes, 18 de noviembre de 2014

Rizos tejidos a mano.

Tu mirada se pierde entre las dudas y los encuentros con las soluciones se te escapan. La cara se te nota tensa y tus pensamientos son un conjunto de hipótesis y más vueltas a tema. La curiosidad no deja de estar ahí, y la persistencia es constante…

Sutilmente, llegas a esa conclusión. Algo que nadie había conseguido hasta entonces pero tú, con la sencillez de un niño lo dices sin ningún atisbo de duda, entendiendo que esa es la verdad. Y que no hay más.

El día que encontraste esa solución se partió tu mente en dos al no entender cómo había gente que ponía en duda algo tan evidente, no pudiste sino quedarte perplejo ante las miradas de desprecio de los demás. Tú nunca lo entendiste, pero lo que yo veía en ellos no era más que miedo y envidia. Nunca habrían alcanzado esa conclusión y tú, por pura intuición y unión de vagos conocimientos llegaste a ello.

Los que te desconocían te temían y preferían ignorarte tachándote de pretencioso y ególatra sin ninguna base científica. Pero los que de verdad te conocían se sentían orgullosos y algunos hasta se preocupaban por entender tu mente, tu forma de entender las cosas. Y yo, bueno. Yo te envidiaba y a la vez admiraba. En esas tardes en las que la cerveza acababa inundando nuestras cabezas y disipando las dudas en otros temas, tus manos estaban llenas de teorías. Hiciste que una corta "científica" social comprendiera por qué una cuerda es infinita o por qué el tiempo pasa más lento a tu lado.

Pero, aunque entre todas esas tardes a la corta le intentas dar una apariencia de grandilocuencia y de basto amor propio… Te debo informar de que a veces los psicólogos sabemos leer las mentes… y las pretensiones. Y entendemos que en las bromas se reflejan las debilidades. Pero es que tú, pequeño gran fotógrafo de tus memorias, no te das cuenta de que tu miedo es tu mayor virtud.


Neko

lunes, 17 de noviembre de 2014

Lágrimas

¿A dónde fuiste, pequeño? ¿Dónde podré buscar ahora tus pasos lentos, tu suave mirar? ¿Por qué ha de ver una madre como su propio hijo se marcha entre sus brazos? ¡Dame una señal en este instante de desesperación que ilumine mi amargo mirar! Pues en esta noche todas las estrellas huyeron buscando una compañía mejor. Nadie te busca ya, ninguna persona te dañará, ahora estás entre mis brazos; como antes. Tu respiración es invisible a nuestros corazones, tus pulsaciones guardan silencio, pero en ti tienes la mecha que nunca más brillará en mi mirada.

»Para el resto de la humanidad eras un monstruo, una bestia de sangre gélida y cortante aliento; la pesadilla que se alimenta de los sueños. Pero para mí siempre serás mi niño. En tu difunto rostro veo tu feliz infancia, tus ensoñaciones que convertías en realidad. Te vas callado, como volviste aquel día, con la mirada perdida que mi llanto no consiguió ver.

»Desde entonces fuiste alguien diferente, alguien que nunca más reconocí. Me creí cada una de tus excusas, dije que sí a tus alocados planes; tan solo quería recuperar al chico que había dentro de ti. Pero la luna menguó y jamás volvió a crecer. Duerme, que nadie más te va a despertar en esta pesadilla.

»“La justicia actuó prudentemente”. “La sociedad no podía convivir con un individuo así”. “La reinserción estaba completamente descartada.” ¡Pero cuantos titulares tuve que soportar! ¿Por qué tienen el hombre que jugar a ser Dios? Yace ahora todo el peso de la ley en tu sangre, los portavoces de la justicia divina dictaminaron tu destino y te otorgaron a los brazos del ángel caído. ¿Pero qué fue lo que provocó tus delirios de grandeza que hoy provocan tu muerte?

Fue entonces cuando, entre los golpes que el amor robado provocó, pudo ver en su piel, oculto por su cabello, un tatuaje que nunca antes observó en él. Sus iniciales eran claras, y desvelaba todo el misterio que había creado las locuras en la mente de su hijo. Las piezas del rompecabezas encajaron, de pronto, como por arte de magia. Y preguntándose cuan ciega había estado durante todos estos años salió corriendo para gritar al mundo la atrocidad que había cometido arrebatándole la vida a su primogénito.

Sin embargo, el sonido de una bala silbó todo su trayecto para introducirse sin dificultades en el cráneo de aquella mujer. Su última visión fue la figura del coronel con el olor a pólvora en la mirada y el instinto de asesino en la mano derecha. Pese a todo, su último pensamiento no le fue dedicado, sino que consiguió percatarse que moriría junto a su hijo.


Drizzt Beleren

domingo, 16 de noviembre de 2014

Lloro

Lloro y no sé muy bien el motivo. Mis labios tiemblan mientras las manos intentan limpiar las lágrimas y taparme la cara. Intentan ocultar mi debilidad.
Esta noche era perfecta, como nunca antes había sido. Sabes que la felicidad está cerca cuando te comienza a gustar tu rutina. Cuando la comodidad empieza a invadir tu vida, lo normal es sonreír de oreja a oreja.
Si lo pienso, no había cambiado tanto mi vida. Seguía quedándome hasta tarde para estudiar después de clases y el piano me quitaba el mismo tiempo que siempre. Pero disfrutaba más de cada momento. Y aunque en casa seguía teniendo los mismos problemas de siempre, no podía evitar mirarlos con otra perspectiva.
Y en parte esto era gracias a ti. Te conocí una tarde cualquiera y me caíste bien al instante. A los pocos días ya me habías llevado a escalar y yo te había enseñado mi colección de música. No es fácil encontrar amistades así, y menos para mí. Las personas solitarias solemos buscar otros tipos de compañía.
Empezamos a pasar parte del tiempo libre juntos en vez de a solas. Empezamos a cambiar rutinas. Hablaba mucho más contigo que con nadie y eso pocos lo entendían. Mi padre me dio la charla, me sugirió que eras mala compañía. No me gustó cómo me miraba y no me gusto lo que sugería. Le dije que eras un buen amigo y negué su estúpida palabrería. Me gané una buena bronca y unos días de malas caras de toda mi familia.
Quizás por despecho o quizás por querer demostrar mis palabras empecé a buscar ratos contigo con mayor frecuencia. Empezamos a quedarnos hablando largos ratos tirados en el césped de un parque cercano a mi casa. Se nos hacía de noche y divagábamos mirando a las estrellas. La sensación de calma era tan grande en esos momentos que podría abstraerme de cualquier cosa.
Hoy era una de esas noches, ya casi madrugada. Hoy hemos hablado de muchas cosas y te he contado algunas que no he dicho a nadie. Y puede que nunca más diga. Hoy la luna nos sonreía y yo lo hacía por dentro. En un momento nos hemos olvidado de todo y... entonces lo has arruinado. Tener que echarte no ha sido agradable. He notado como algo dentro de mí se rompía. Ya no sé si podré volver a quedar contigo ni qué pensará mi padre si se entera. Creo que eso me ha hecho estallar aunque tampoco entiendo mucho qué me pasa. Supongo que me había acostumbrado demasiado a tu compañía.
¿Por qué me has besado? Ser dos amigos no era suficiente para ti, querías otra cosa. Me siento hecho un lío, yo no quería darte una impresión equivocada. Yo no soy gay ni nada. Mi padre tenía razón y debí alejarme antes. No quería hacerte daño y ahora noto la espina clavada. Supongo que me malentendiste, te di la mano como amigo y me acerqué porque tenía curiosidad de si las estrellas se reflejaban en el negro de tus ojos. Tardé en reaccionar por sorpresa.
Ojalá un día pudieramos olvidarlo y quedar como si nada. Ojalá porque yo no quería perderte por nada. Sé que es difícil y que lo más probable es que ya nunca te vea. Quiero que me perdones si evito enfrentar las cosas. Pero así será mucho más fácil. Supongo que para los dos. Yo también trataré de perdonarme. Espero que lo entiendas, Miguel.

MELO

sábado, 15 de noviembre de 2014

La noche

Como cada día me preparo, ya ha caído el sol. Por fin es la hora. Salgo de casa vestida para la ocasión, como todas las noches. Haré lo de siempre, lo que más me gusta. Sin agobios ni preocupaciones. En mi salsa, como siempre. Hoy toca el vestido de lentejuelas negro con los tacones dorados. ¡Cómo me gustan!

Voy al bar de siempre, con los de siempre. Pido un ron cola y saludo al camarero, como cada noche. No me canso. Lo doy todo durante horas. La tarima es mi mejor compañera, el ron cola mi mejor aliado, mi compañero de juergas, mi mejor amigo. Esta soy yo y mi vida es así.

Sigue la noche y suenan las mismas canciones, las de todas las noches. Pero no me canso de escucharlas, las grito. Siempre aparece alguien nuevo por el bar y me mira como si estuviera loca, todas las noches. Me encantan.

La noche avanza y yo con ella. Los tacones se quedaron en la barra pero mis callos ya no sienten nada. Como cada noche consigo ligarme a ese camarero que tan cachonda me pone. El baño se vuelve nuestra mejor cama y como cada día cuando hemos terminado está a punto de salir el sol. Salgo corriendo del bar casi sin despedirme con los tacones en una mano y el último cubata en la otra.

Como cada día cuando el sol se dispone a salir entro por la puerta de casa. Mi vida empieza a decaer cada mañana. Me quito el maquillaje, me desnudo y me meto en la cama. Cuando anochezca será un nuevo día. De momento y hasta que mi vestido de lentejuelas vuelva a transformarme, todo es decepción.


Sarasvati

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Sola en el altar

La novia estaba sentada en el frío suelo del altar sin él, sin nadie. Había pedido a todos que salieran y la dejaran unos minutos a solas. Tras varios meses preparando el día que había soñado desde niña, se había quedado allí apoyando sus brazos y la cabeza en el sillín donde hacía unos minutos se sentaba a su lado y escuchaba las palabras sobre el amor del sacerdote. Poco después él se puso nervioso sudando y dijo titubeando que no podía hacerlo, que tenía dudas desde hacía unos días y que a pesar de que la quería no veía un futuro juntos, que no estaba preparado. Tras ello, se dio a la fuga mientras a ella se le partía el corazón entre las miradas furtivas de los invitados ¿Qué pasó por su cabeza? ¿Sería algo que ella dijo? ¿Algo que hizo? ¿Serían sus amigos, esos que solían decir que ella era muy difícil? Lo cierto es que ellos también lo eran. Además, no la conocían, pero lo que realmente se preguntó es si de verdad le conocían a él y todo lo que esconde.

La novia se sentó recolocando su carísimo vestido blanco. Era una flor en medio aquella inmensa soledad que miraba hacia la luz de las vidrieras de colores esperando un milagro de ese Dios que se había burlado de ella. Lo cierto es que él era un chico tan simpático, tan atento, tan perfecto. El príncipe azul de sus sueños. Lo curioso fue que a pesar de su gran seguridad necesitaba pasearla como un trofeo allí a donde iba. Ella, tan inconsciente y tan risueña, pensó que con su larga lista de decepciones con los hombres no volverían a tomarle el pelo. Pero bajó la guardia con un romance imaginario y cayó. Debería haberse dado cuenta.

Al rato escuchó voces al otro lado de la gran puerta de madera. Habiendo sido humillada delante de todos, no estaba dispuesta a que nadie volviera a verla así. Salió a la calle por la puerta de atrás y en la parte trasera de la Iglesia encontró a una chica pelirroja fumando apoyada sobre un coche que la miraba confundida. La novia se le acercó y le preguntó si era su coche, ante su afirmativa dijo-¿puedes sacarme de aquí, por favor?-la joven asintió y arrancaron.
-¿Le has plantado?-preguntó la pelirroja.
-Peor, he sido plantada-ambas resoplaron.
Se puso el semáforo en rojo y la novia observó en la cabina de la calle al que ahora podría ser su marido hablando por teléfono. Este la vio. Ella, con su maquillaje corrido por las lágrimas, sonrió, mostró su puño por la ventanilla y estiró el dedo corazón. Era todo lo que le tenía que decir. Dio gracias a que se pusiera en verde y salieran de allí. La chica que la llevaba se rió y la llevó a su casa. Allí la buena samaritana le dejó ducharse y le dio ropa cómoda, un bocata y un cigarrillo.


No, no tuvo su cuento de hadas ni encontró a su príncipe azul. Sin embargo, tras escuchar las muchas otras historias decepcionantes de su nueva amiga pelirroja amenizadas entre risas y cervezas, se dio cuenta de algunas cosas: Que ser fuerte no es cosa de un rato, es el pan de cada día. Que si alguien te hace caer tú te levantas, le sonríes como si no te doliera y le mandas a la mierda. Que el final feliz nunca será como te lo esperas pero tendrá el color con el que tú lo quieras ver. Al fin y al cabo, puedes llorar sola en la Iglesia donde te han plantado o puedes reírte de lo que ha pasado tomando unas cervezas con una desconocida que te ha recogido de la calle. Porque ante el dolor o te quejas o lo curas. Tú eliges.

Alicia Salazar

martes, 11 de noviembre de 2014

Sonrisa de ojos tristes.

Tu mirada flotó en el aire, se cruzó con mi corazón y me inyectó una mezcla de melancolía de sobras conocida y de desprecio que hasta ese día solo había visto proyectada en otros. Nunca me habías mirado así. Ni tratado así. ¿Nunca? Quizá sí pero no con tanta intensidad... Y yo ya no sabía dónde meterme para esquivar tus puñaladas entonadas entre sonrisas cómplices y caricias cálidas, demasiado cálidas para lo fría que era tu mente.

Me decías que era sinceridad pero yo veía mas bien rabia contenida... Y así, así, tras demasiados viajes con desesperanzas y promesas rotas... Llegó el día en el que vislumbré la decepción en tu sonrisa. Y ahí, ahí me rompí por dentro.

Tú entendiste que todo esto era falso, paredes de papel en un universo de aire (elemental mi querido Watson...) y tu reproche. No había mas que menosprecios, desprecios y pocos aprecios. Volaron los manteles y el domingo se hizo una tortura, atada a unas manías que me impedían decirte que no, que no era así, que yo antes era otra persona, antes de ti y contigo. Pero no, no podía encontrar entre mis herramientas mentales algo que me sacara de ese ciírculo. Y tú... Tú desencantado con mi forma de sentirte y hacerte sentir, seguiste allí, pero dándome la mano mas flojito. Intentando sacarme de allí a tu manera, tan destructiva que acabó ayudándome a soltarme en vez de agarrarte mas fuerte.


Y así, cuando se descubrió mi verdadero ser... Tú entendiste que yo no podía existir a tu lado, que el barco se estaba hundiendo y como dos buenos náufragos no íbamos a ir nadando juntos, sino muy separados, para no volver a rozarnos, para que las heridas se curasen con el tiempo y con la sal del agua... Sin el otro. Con únicamente la decepción de meses perdidos y besos mal correspondidos.

Neko

lunes, 10 de noviembre de 2014

Suspiros en el viento

¿No lo oyes? Es el susurro de las estrellas que, en esta noche sin luna, nos alertan de la miseria que porta el aire. Los ángeles duermen ajenos a nuestros pasos, la lluvia golpea las horas sin lamento alguno y tu mirada es mi única guía en este caos. La tormenta de los sueños arrecia, convirtiendo la brisa de la mañana en huracanes sin vida. Sin embargo, esta psicótica calma abunda en nuestros corazones. ¿Somos los hijos malditos de un destino errante?

El sol no buscaba alumbrarnos sino agrandar nuestras sombras, el tiempo quiso arrugar nuestras almas entre la arena que cubre nuestros pies y la noche tan solo trataba de alimentar nuestras más profundas pesadillas. No fuimos más que espinas de la rosa que nunca vimos germinar, fotos perdidas en el desván de las lágrimas, te quieros olvidados en un saco de rutina.

¿Se olvidó nuestro lucero de iluminarnos el camino? ¿Abandonó la suerte sus fuerzas para continuar? ¿Se perdió entre la maleza la felicidad que nos era debida? Despojados del significado de nuestros días hemos vagado juntos rebuscando las huellas de su aroma. Viajamos siguiendo el trayecto equivocado. ¡Y cuántas fueron las ocasiones que nos abrazamos ante el miedo a la soledad!

No albergamos abrigo bajo el firmamento, no hallamos calidez entre el mar que inunda nuestro cielo. La vida nos decepcionó, pero conseguimos obtener aquello que nunca nos pudieron arrebatar: El amor.



Drizzt Beleren

domingo, 9 de noviembre de 2014

Calor de hogar

Cansado, levantó la vista hacia el cielo estrellado. El manto oscuro y profundo no le reconfortaba, le sobrecogía y le hacía sentir pequeño y perdido en un inerte mar. Se encogió un poco más en sí mismo y trató de aprovechar todo lo que le permitía aquella vieja manta. Sabía que no podría durar mucho más así. Estaba empezando el invierno.

Trató de desviar sus pensamientos hacia momentos mejores. Momentos en los que tenía un lugar al que poder volver sin preocuparse por nada, sabiendo que le esperaría caliente la cena al llegar. Recordó el fuego de leña crepitando en el salón, mientras él lo observaba como si de un baile hipnótico se tratase. Eso sí que le reconfortaba.

La vida había sido sencilla por aquellos días. Sin muchas más preocupaciones que las de ayudar a cortar leña y en otras tareas que su madre no podía realizar con la misma facilidad. Eran buenos tiempos.

Luego vinieron los malos momentos. A las dificultades de mantenerse en un pequeño pueblo le siguieron cambios drásticos. La mudanza fue horrible. Irse a vivir a un pequeño piso rodeado de sucio asfalto y grandes edificios llenos de gente y escasos en humanidad fue demasiado para él. Cambiar las rutinas y acostumbrarse fue peor todavía que el hecho de mudarse. Odiaba la sensación de comer y dormir en un sitio que no sentía su hogar, que le causaba esa incomodidad. A veces se despertaba y no reconocía lo que tenía alrededor. A veces por un instante pensaba que volvía a estar en su casa en el pueblo y eso le hacía sonreír. Al menos por un instante.

Lo peor de todo es que la cosa no mejoró. Su madre empeoró bastante con el aire de la ciudad. Y si ya les era difícil aprender a moverse en su nueva vida, rodeados de gente pero no de amigos ni de ayuda, esto lo terminó de estropear. Necesitaba de respirador cada vez más tiempo, y al final él se vio superado por todo. Tuvo que llevar a su madre a la casa de unos parientes lejanos, que aceptaron con recelo esa ayuda obligada por consanguinidad. Él buscó la manera de ayudar y mejorar la situación, pero sus esfuerzos se estrellaban contra los fríos muros de la ciudad.

Cuando ingresaron a su madre en el hospital no lo pudo aguantar. Él, fuerte como su madre le había enseñado a ser, se rompió. La vida empezó a tener un color gris, que lo volvió todo igual de insípido e insignificante. Los médicos le decían que estaba empeorando muy rápido, que no pintaba bien. ¿Quién en su sano juicio pintaría algo de color gris?

Sus ojos se volvían vidriosos mientras recordaba esto. Así había empezado todo. Al principio como una idea loca que nunca llegaría a pasar. Un acto que sólo la desesperación podría encadenar a la realidad. Trato aferrarse a su madre como lo único que le mantenía unido a aquella vida de felicidad. Cuando ella se fue, se quedó abrazado a la nada y dejó de pensar. Esa idea fue haciéndose cierta conforme empezó a caminar.

Se secó las lágrimas intentando no perder mucho calor con el movimiento. Tampoco le debía quedar mucho para llegar. Cuando llegara allí ya vería lo que haría. No sabía si su casa estaría ocupada u oscura y olvidada. No sabía realmente ni si estaba bien encaminado. Él sólo había echado a andar movido por un único motivo. Quería volver al sitio en el que fue feliz. Quería volver a su hogar.

Empezó a temblar. Estaba siendo la noche más fría hasta el momento y no conseguía dormir ni dejar de recordar. Se había refugiado como había podido cerca del camino, pero no parecía suficiente, pues una brisa fría se colaba por los agujeros de la vieja manta y le robaba la calidez. Se obligó a pensar que estaba en el viejo sillón de su casa. Y que aquel fuego crepitante le dejaba la piel tan caliente que parecía que le iba a quemar. Cómo echaba de menos esa sensación...

...

Esa noche hubo heladas. Entre escalofríos él se fue adormeciendo, recordando el calor de
su hogar. Fue así como lo encontraron días después, encogido en un árbol con su manta y con una leve mueca de felicidad. Murió soñando que volvía a casa, y allí se quedará.

MELO

sábado, 8 de noviembre de 2014

Cenizas



Sé que me esperas en casa, y eso es precisamente lo que me guía en dirección contraria. Borracha, tropiezo. Me cuesta levantarme y me da por reír. El puente se me hace largo cuando decido enfocar mis pasos. Veo una pareja, él lleva un abrigo negro. Ella, ni idea. Están buceando en un beso de madrugada. Son ellos, pero os veo a vosotros y estoy a punto de dar media vuelta una vez más.

Quisiera huir, correr y no volver nunca más, pero los niños están en la cama y alguien tendrá que explicárselo. Desde luego, ese no vas a ser tú. Por eso sigo cruzando el puente. Las luces son las mismas que cuando nos conocimos; las sombras, distintas.

Busco en el bolso, encuentro unas llaves. Ya no sé ni qué abren. Ah, sí. Abren el portal.

Subo en el ascensor pero, cuando llego, nuestro hogar son cenizas y tú tienes las manos negras.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Abandonado


Hace seis meses que sé que me buscan. Pero por lo que he sabido son bastantes más los que han estado intentando encontrarme. Tengo 18 años y soy un chico feliz. Nunca me he sentido incomprendido o poco querido pero desde que ellos intentaron entrar en mi vida me pregunto qué hubiera sido de mi si no me hubieran dado en adopción.

He vivido 18 años con unas personas que han dado su vida por mi. Me han querido y respetado. Me han hecho feliz. Y ahora mis padres biológicos quieren conocerme, volver a mi vida. No entiendo nada. Me abandonaron, me dejaron en un hospital y no volvieron. ¿Por qué ahora quieren entrar en mi vida?

Mis verdaderos padres me aconsejan que les dé una oportunidad, que son buenas personas y que me quieren. No entiendo nada. La cabeza me da vueltas. ¿Cómo van a ser buenas personas si me abandonaron? Estoy confuso.

Sin embargo, decido hacerle caso a mi madre. Ella es una mujer sabia y la idolatro. Voy a quedar con ellos, a regañadientes pero lo haré. Será el próximo sábado, vendrán a cenar a casa. 


Ya es el día y casi es la hora. Llaman al timbre, sé que son ellos. Los saludo como lo que son para mi, dos desconocidos. La cena es tranquila, un grupo de gente hablando de cosas banales, de los que a mi no me importa.

A la hora del café mis padres desaparecen, creo que quieren que hable con esos desconocidos que quieren recuperar el tiempo perdido. Es entonces cuando él empieza la conversación:

-“Hijo, tu madre y yo queremos que nos des una oportunidad. Ven a casa”.

Creo que en ese momento mi cara es un poema, siento rabia y confusión. Deseo poder salir de ahí. Sin embargo, en ese momento solo una frase sale de mi boca. Un conjunto de palabras que sé que ambos recordaremos el resto de nuestras vidas.

-“Vosotros dos no son mis padres. Sois mi pasado, sois parte de mi genética pero nunca seréis mi futuro. Ellos, los que están en la otra habitación son mis padres y mi hogar. Este es mi hogar, el que me ha visto crecer y madurar y lo será siempre.

Sarasvati



jueves, 6 de noviembre de 2014

Destrozos




Tu búsqueda de equilibrio fue el boicot del mío y llevo meses en caída libre. Hago balance de estos tres años, pero por más que lo intento las cuentas no cuadran. Será que te llevaba grabada a hielo en la piel y al final me quemaste.

Mientras camino, intento posicionarte en alguna parte. No sé si lo que queda de ti en mi es veneno o pomada. Quizá eras tú la que equilibraba la balanza. Giro una esquina y subo el volumen, pero la música no ayuda: sigo andando a contratiempo. Sigo intentando afinar, evitar desentonar, pero me dueles igual.

Subo al autobús. Veo pasar de largo muros llenos de grafitis y casi puedo ver las siluetas de tiza allí donde fuimos a morir. Estoy llegando. Una simple transacción, vuelta a casa.

Ahora sí, todo está en mis venas. Se nubla, se desvanece. Descubro que la única manera de equilibrar la balanza es vaciarla y, por un momento, deseo encontrar otra manera de lograrlo.

Djalí