jueves, 30 de abril de 2015

Bajo la máscara

Los personajes más extraños poblaban en aquella noche la ciudad de Venecia, eran representados con máscaras y majestuosos trajes que sobrepasaban la imaginación. Caminar entre los venecianos era como pasear por un sueño. Fuegos artificiales decoraban la noche del carnaval y las góndolas, todas llenas, cruzaban a esos transeúntes disfrazados de un punto a otro. Todo el mundo estaba como loco, podía escuchar esas carcajadas saliendo de las máscaras más cerradas. Demasiados antifaces, pelucas y plumas en el mismo sitio para mí ¿Quién se escondería bajo aquellos fantasmas de la opera? Cada uno de nosotros podíamos ser lo que quisiéramos solo por una vez, podíamos ser cualquier cosa menos nosotros. Era divertido salir de la rutina por una noche. Hacíamos realidad nuestra locura más secreta. De todos modos, no era real. No iba en serio. No eras tú.

Alguien pasó por mi lado empujándome y el perfume de su portador me resultó familiar. De su portadora. La música emanaba de todas partes y ella siguió haciéndose camino sin importar quien se llevara por delante. Tiró su capa y su plumoso sombrero al agua y se quitó los tacones abriendo la falda de su vestido de modo que dejaba ver sus piernas. Empezó a saltar y a dar vueltas y vueltas como si fuera una niña de cinco años, sin importar lo que los demás pensaran o dijeran de ella.

Se dirigió hacia aquella gran casa abierta de la que salía y entraba gente todo el tiempo. Y yo la seguí. Seguí a esa loca que iba sola desafiando al mundo. O borracha, muy probablemente. Pero si estaba borracha o colocada yo quería que me diera un poco de lo que había probado. Siguió subiendo peldaños ¿Es que ninguno de los pisos le parecía lo suficientemente espectacular o es que buscaba a alguien? Me quité mi antifaz porque había dejado de ser ese otro al que no conozco y había vuelto a ser mi yo curioso. Yo, el que vino a Venecia desde Tenerife solo para ir a la despedida de soltero de su mejor amigo, Carlos, en los carnavales de Venecia y a la boda que se celebraría posteriormente. La joven paró en el último piso, tampoco había más allá a donde ir, y salió al balcón extendiendo sus brazos y saludando a los de abajo como si fuera la reina de la fiesta, la reina de Venecia, la reina del mundo. Me puse a su lado sin decir nada.
-¡Por fin has llegado!-exclamó. No sé si me sorprendió más que hablara español o que me hablara como si me conociera de toda la vida. Pero no tuve mucho tiempo para pensar en ello porque justo después se lanzó a mis brazos y me besó como nunca me han vuelto a besar.
No sé si fue el misterio de no saber quien era, el perfume o su locura, pero me dejé llevar por un momento sujetándola y tocándola como si fuera mía. Al darme cuenta paré y me disculpé. A lo que ella respondió con ese acento italiano que me volvía loco:
-No te avergüences de tus instintos, son la parte más sincera del ser humano.

Después se giró y se marchó, pero antes de que se mezclara entre la gente, vi el tatuaje de la clave de sol en su muñeca y entonces lo supe. Era, Livia, la prometida de mi amigo. Ella misma me lo dijo cuando la conocí y me habló de la fiesta. En los carnavales ella desaparecía al ponerserse la máscara para ser la versión más libre de sí misma y, aunque fuera una idea que desorbitaba los límites de la razón, lo cumplía como si fuera un vacío legal en su relación con Carlos, como una cláusula que se permitía en el contrato de su vida para poder seguir siendo ella misma el resto del año.

Alicia Salazar

martes, 28 de abril de 2015

Paranoid.

Las noches encadenadas entre muchas,
visiones.
De algo sobre lo que no sabes si sí o si no. Si en algún momento ha sido cierto o si los demás son los que saben y tú eres una estúpida malnacida.

Drogarte y acallar esas ideas, aunque solo sea por unas pocas horas.
Alivio.

Correr. Huir de esto y no saber en qué cama acabas, pero saber que acabas
corriéndote. 

Y no saber frenar, que la vida te frene a base de golpes, de ingresos, de encerronas contra tu propia mente, 
sin avisar,
sin permitir que esto sea un alivio. Solo generando más dudas y más confrontaciones contra esas personas que te ponen etiquetas pero no se preguntan quién eras tú y quién querrías ser. 

Personas que solo se enfrentan a tus voces,
que tú crees que existen, 
pero que igual no.

Mientras, tu existencia pasa desapercibida e incluso ignorada entre otras personas que no son como tú, pero sí. Esas personas que crees que forman parte de un complot con sentido para ti, aunque a veces no te salgan las palabras, aunque las drogas te acallen durante horas. 

Y acabas dudando de tus convicciones, esas que forman parte de ti, que son tú. 
Y acabas dudando de tu vida, 
y de todo lo que has soñado, 
sentido,
visto,
oído,
o incluso comprendido. 

Y así, luchas contra tu mente. 
Y luego te ves dándote la vuelta y confrontando con toda esa gente de blanco, de verde o de azul pero, 
sin saber lo más importante en esta cuestión,

¿Quién eres tú? 

¿Una loca paranoide o una persona más en este mundo?

Cualquier persona en su sano juicio sabría que son compatibles, que no hay incongruencia.
Pero en este mundo, todos sabemos que los cuerdos no abundan. 

Neko

lunes, 27 de abril de 2015

Bendita Locura

Se rompía la noche en mil fragmentos cargados de sueños e ilusiones, que iban marchitándose y cobrando fuerza en un intercambio de energías, guiados por las estrellas. El caótico universo se ordenaba en patrones ajenos, para dibujar su destino sobre el firmamento. Como la tinta corre sobre las venas de un pergamino, su alma volaba entre los extremos más alejados de su cuerpo, desprendiéndose de toda consciencia de él mismo. Una huida sin billete de regreso, tratando de escapar y al fin huir de las cadenas mortales. Una bendita locura.

Subió alto, empujado por la ingravidez, sobre un suave manto acolchado; sin nada en que pensar, sin intención de despertar. El frío que ascendía hacia su nuca era agradable, como agua cayendo por su garganta bajo la mayor de las sequías. Un trago suave y liviano, que calmaba las ansias de su incansable alma.

Eran horas sin la sombra tras la esquina del tic tac del reloj, quizás días sobrevolando la arena de la que escapó. Finalmente libre, consiguió sonreír. No necesitaba mover los brazos ni las piernas, allí el pensamiento era más poderoso que el poder físico. Era un sueño eterno sin barreras, una luz tenue que ilumina toda la oscuridad de su habitación. Una estancia marchita, salpicada de los peores horrores que ningún hombre soportó.

Cuentan que su viaje no tuvo final, mientras su cuerpo quedaba con nosotros, en la cama de un hospital acompañado de un continuo pitido a causa de una droga en su suero. La felicidad en su rostro fue su mensaje de partida, informando que todo iba bien. Yo continúo en la cárcel sabiendo que, aunque tarde, fui un buen padre.



Drizzt Beleren

jueves, 23 de abril de 2015

En el laberinto a las doce

Este parque es demasiado inmenso y este laberinto demasiado retorcido. Pero tú querías hacer el reencuentro interesante, en el mismo sitio en el que nos vimos por primera vez, donde me perdí y tú me encontraste por casualidad en el lugar perdido donde sueles venir para leer los libros de poesía de tu padre. Las doce menos diez. Solo diez minutos para cambiar de año y quizás de vida. Claro, pensaste que ir a la fiesta de fin de año de esos pijos sería divertido. Niño consentido. No puedo negarte nada. Y es que te echo tanto de menos... Empiezo a pensar que lo único que me va a acompañar esta noche es esta botella de vino y la foto de carné que me diste al principio de todo. Nuestro principio. Un pedacito de ti que me guarda y que presiono contra el pecho en esas noches en las que tu ausencia se me hace demasiado dura y el dolor es tan intenso que casi no puedo respirar. Te llevaste mi aliento contigo. Contigo. Contigo siempre con idas y venidas. Idas y venidas que siempre acaban del mismo modo.

Acepté tu reto. Vine al laberinto para hacerte ver que sigo luchando por esto, que sigo creyendo en nosotros aunque tú no lo tengas tan claro. Mis pasos me llevan hasta la fuente, por fin he llegado aunque realmente no sé cómo. Estoy en medio del laberinto pero aquí no hay nadie. Ya se oyen los gritos de la cuenta atrás y me doy por vencida, por engañada y de nuevo abandonada. Al menos esta vez tengo una botella para ahogar las penas, así que pego un buen sorbo y agarro con más fuerza tu foto en el bolsillo interior del vestido dorado. Me siento en la fuente durante las últimas campanadas. Me quito los tacones y me meto dentro. Dejando que el agua revitalice mis piernas para salir corriendo cuando sea necesario. Levanto la vista y ahí estás. Parado en frente de mí con las manos metidas dentro de los bolsillos y tu cara de niño bueno. Con el dedo te digo sin palabras que te unas a mí y vienes, porque eres ese tipo de locos que te dicen que te metas en una fuente a beber vino y  tú lo haces. Y tú lo haces. Una vez dentro se agota el tiempo. Tiran los fuegos artificiales y se ilumina la noche de chispas de colores que parecen caer hacia nosotros pero que se evaporan con la oscuridad mucho antes. Nos miramos y nos felicitamos el año nuevo con un beso y doce tragos de una botella robada del catering de la sofisticada fiesta del parque en la que nos hemos colado. Porque nosotros somos ese tipo de locos. Y yo soy esa borracha que acaba en los brazos de su ex en una fiesta como la de hoy.
-¿Cuantas veces me has olvidado desde que nos conocimos?-te pregunto con una valentía que no tendría de no ser por el vino.
-Menos de las que piensas ¿y tú a mí?
-Ni una sola-y repito muy lentamente-ni una sola.
Salgo de la fuente con los restos de mi botella y te dejo ahí solo.
-¿A dónde vas? ¿Cuándo volveremos a vernos? Pensaba que esto lo arreglaba todo-dices ingenuamente.
-Tan lejos y tanto tiempo como consigas darte cuenta de que me necesitas más de lo que piensas si no logras verme o hablarme cuando tú quieres. Échame de menos. Yo lo hago todos los días y todas las noches.


Desaparezco entre las callejuelas del laberinto sabiendo que tú no vendrás detrás de mi. Al menos no hoy. Pero segura de que la siguiente vez que vuelvas, si vuelves, será la definitiva. Es una prueba que tengo que hacerte aunque me duela más que a mí que a ti.



Alicia Salazar

miércoles, 22 de abril de 2015

Sin gravedad

DIEZ. En lo que a relaciones se refiere, todos tenemos miedo de que el siguiente paso que demos acabe en la baldosa equivocada. Miedo a que entonces nos salpiquen todas las dudas que escondemos debajo de la piel cuando todavía solo estamos en periodo de prueba.
NUEVE ¿Pero qué sucede cuando descubrimos lo que hay en la cabeza del otro? ¿Qué pasa cuando se revela lo que hay en la tuya? Y aún peor... ¿A qué nos enfrentamos cuando ambos nos encontramos con la verdad a la mitad porque solo nos atrevemos a decir las cosas a medias? Siempre con ese miedo en el cuerpo cuando nos controlan los sentimientos y no la razón.
OCHO. Supongo que echarnos las culpas el uno al otro por no haber sido más valientes no sirve de nada. Sí, deberíamos haber tenido el coraje de mirarnos a los ojos y dejar mostrar lo que hay en nuestro corazón a pesar del riesgo de ser dañados ¿Pero qué más da? Iba a doler de todos modos.
SIETE. Odiaba cuanto utilizabas la palabra amor no solo porque no soportara las pasteladas, sino porque me irritaba escucharla salir de tu boca con tanta facilidad cuando ni siquiera tenías claro lo que sentías.
SEIS. Las demás siempre me decían que era frío, que era difícil de entender, que tenían que tener cuidado con lo que decían porque nunca acertaban conmigo. Pero contigo fue tan sencillo, me no tenía que esforzarme demasiado, juntos éramos nosotros mismos... Y eso me asustaba pero creo que a ti te aterró.
CINCO. Me costó reunir todos los pedazos cuando rompiste mi corazón y ahora que mantenemos una relación de cordialidad, tengo la sensación de que esto empieza a ser un “ni contigo ni sin ti”.
CUATRO ¿Sabes esa sensación de vacío? No sé si lo sabes pero eso es lo que dejaste dentro de mí.
TRES. Fuiste tan correcta, tan considerada... y te fuiste tan dolida, tan insegura de ti misma. Lo que más me duele es no poder enfadarme contigo y al mismo tiempo no poder ni oír tu nombre.
DOS. Me escapo a donde las estrellas te observan cada noche. El tiempo lo dirá todo.
UNO. No me busques en una temporada, tengo demasiadas cosas que achacarte por ahora.
CERO. Despegamos. Adiós, querida.

Veo como el mundo nos despide conforme vamos ascendiendo y las personas se hacen hormigas bajo nuestros pies. Traspasamos el muro de nubes y atravesamos el cielo. Nada mejor que una misión de la NASA para aferrarme a mi propia protección, para estar conmigo mismo y reunir la tranquilidad y la claridad que ahora no tengo. Como decía el abuelo Parker: “Si eres un chico mayor demuéstralo, los grandes no lloran”. Demasiado rudo a veces, pero nunca, en ninguna de mis duras pruebas hasta aquí, me dejó rendirme.


Se estabiliza la nave y, ya sin gravedad dentro de ella, nos desabrochamos y flotamos por todo el interior de lo que será nuestra casa en los próximos meses ¿Qué hubiera pasado si hubiera sido totalmente sincero? ¿Habría cambiado algo o sus palabras habrían sido las mismas? ¿Volveré a sentir alguna vez algo así? ¿Habrá otra persona que me llegue a entender en este u otro planeta? ¿Se acordará de mí? ¿Habrá visto el despegue por televisión? ¿Me olvidará rápido? ¿Estará ya con otro? Preguntas y más preguntas.... Quizá sea el momento para dejar flotar todo el resentimiento que le guardo para afrontar tres cosas. En primer lugar que, aunque no me suela pasar a menudo, estoy enamorado. La segunda es que tengo que seguir adelante sin ella, no importa el motivo si se ha marchado. Y la tercera, la reparación de mi alma puesto que es la única que va a estar conmigo siempre sin ninguna duda. El universo esconde ases debajo de la manga aun cuando todo va bien. Puede que porque sea demasiado inmenso y alcance a dejar sorpresas para cada uno de nosotros. Pero si somos capaces de superar todos los obstáculos, sea un meteorito o un corazón roto, estoy convencido de que cada vez será más fácil superarlos.

Alicia Salazar

martes, 21 de abril de 2015

Redefinición de la palabra, del sentimiento.

Re- sentimiento.

"Volver a, volver a, volver a" decía un gran poeta, de la Madalena. 

Podría sonar a melancólico, a repetitivo o a cansino. Pero no.  Quiero darle un giro a nuestra concepción de las cosas y decirte que, esto, el re-sentimiento, sí que mola. 

Volver a sentir las mariposas, pero en otras manos y de otra forma. Por otros encuentros, por otras filosofías de vida. 

Volver a reír, pero de otra forma, y entre otras bromas que nunca pensaste que llegarías, siquiera, a entender. Tan loco como la Teoría de la Relatividad. Tan inútil como una serie absurda a una hora, 
absurda también. 

Volver a comprometerte, con otra persona, con otra figura, con nuevas amistades. 

Volver a encontrar un resquicio en beneficio de la duda pero no dudar en lanzarte a la piscina. Ese verano,
ese olor a cerveza, 
esos labios enfrascados en emociones y miradas,
en complicidades que luego serían manías,
y manías que luego serían estudiadas.

Hoy quiero hacer ver que no todo es malo, ni siquiera lo era tu mirada, esa que no sabía por dónde salir para no encontrarte conmigo. Por donde no salir para volver a verme una noche más.

No es un porsiacaso, es un por ahora. 
No es un cansancio, es una energía renovada.

Y tú y yo, pequeño corazón, somos expertos en redefiniciones de los sentimientos. En buscar en lo negativo, el humor y en el humor, lo negro. 


Neko 

Hurtful.

Hoy me he vuelto a levantar con tus palabras entre mis sábanas y los sudores fríos recorriendo mi espalda, que aun tiembla por tus arañazos, los que hiciste en esas noches en las que te alejabas de mí y me dejabas aquí, en nuestra querida ciudad.
En nuestra ciudad querida.

Y no, no entiendo cómo hoy, aun, me dueles. Cómo hoy, aun, no he sido capaz de conocer a nadie como tú. A nadie que me hiciera sentir un deseo tan irrefrenable. Salvo por mis miedos. Esos que siempre reflejé en ti.

El daño que me hiciste no se lo voy a perdonar a este Dios en el que tú creías. Este daño que he ido esparciendo en otras discusiones y del que tú, mi querida amiga, nunca sabrás. O sí, pero no del todo. Porque creíste saber mucho de mí pero yo nunca te mostré esta cara B que solo te devolvía en forma de reproches, de venganzas, DE SILENCIOS.

No, amiga. Este dolor lo llevo por dentro como una procesión fúnebre, o como mi mirada, que a veces eran lo mismo cuando yo no sabía cómo escapar de todo lo que me provocabas.

Claro que la cagaste, y mucho. Pero también te amé tanto que aún no he podido odiarte bien del todo, bien a mi estilo, ese tan rencoroso y huidizo entre 3 o 4 canciones mal sonadas y muchas telebasuras prominentes.

Sí, claro que habrá más mujeres u hombres que pasen por mi lecho, que se quieran quedar a vivir en mi pecho pero no, nadie me conocerá tanto como tú. Nadie sabrá que mis reproches eran el reflejo de mis miedos y de mis incertidumbres.

Porque no, nadie se parará a pensar tanto en mí como yo mismo o tú. Que a veces solíamos ser lo mismo.

No te había escrito hasta hoy porque no era tú y, en cambio, amiga mía, nunca voy a poder ser yo.




Atentamente,

tu oscuridad latente.


Neko 

lunes, 20 de abril de 2015

Rosas

Julia se levantó temprano, cuando las manecillas de su reloj todavía no alcanzaban las siete de la mañana. Tras ducharse, empleó un largo tiempo en maquillarse y, como todos los inicios de septiembre, se puso su mejor vestido. Era un vestido negro y ajustado, llevaba toda la espalda abierta y tan apenas dejaba entrever sus rodillas; cada año menos tersas, a pesar de las innumerables cremas que vestían el mostrador de granito.
Una vez más, casi como una autómata, se recogió el pelo en un moño perfecto en el que intervenían siempre las mismas horquillas. Su semblante era serio, pero no triste. Sus ojos eran mudos ante el espejo que reflejaba la expresión más sincera de su alma, un alma que había vivido alimentada del resentimiento.

Como hizo por primera vez, hace ya once años, recogió las flores del jarrón, colocadas el día anterior, y calzada en unos sobrios tacones salió recibiendo las primeras notas del sol. El camino que guiaba sus pasos no lo frecuentaba  habitualmente y, sin embargo, la duda no podía ni siquiera intuirse en su figura. Fría, ella reflexionaba sobre ello. Era el orgullo y su fuerza lo que día a día la levantaba de la cama, lo que le hacía salir de la cama, lo que le hacía salir a la calle, lo que le hacía tener una vida en la que no apareciese su nombre. Pero era el resentimiento y la rabia lo que, cada vez que las hojas del calendario volaban hasta dejar aquel día coronado el presente, le hacía volver.

El ruido de los tacones anunciaba su llegada, y el crujir de la hierba fresca por el rocío hacían mudos sus sentimientos. Su nombre, sobre la áspera piedra, rezaba la fecha de aquel día pero once años atrás. Hombre de mil caras, el mejor de los amantes, su primer amor. Ella, a quien nadie le había hecho sonreír, que esperaba que el príncipe de su propio cuento la rescatase del castillo; cayó en sus maduros brazos. No importaba que doblase su edad, solo importaba el color de sus besos. Y, como si de una venganza del universo se tratase, un infarto apareció tras decirle que iba a salvar su matrimonio y debía alejarse de ella.
Y entonces fue él quien cayó en sus brazos terminando su cuento de hadas, pero sabiendo que nunca la amó. Julia se fue, sabiendo que su vida seguía girando pero también  que allí estaría el año que viene.


Drizzt Beleren

domingo, 19 de abril de 2015

Humo en la lluvia

Abrió la puerta con la intención de salir, pero estaba diluviando. Indiferente, se acercó al primer escalón y se sentó. La cornisa acababa apenas un metro delante de él y casi podía notar las salpicaduras de agua. Buscó en su chaleco su cajetilla de tabaco y la abrió. Casi llena, tuvo que elegir aleatoriamente un cigarro de entre todos ellos. El mechero estaba en su bolsillo de atrás, un Zippo que le regalaron hace ya tiempo y que encajaba perfectamente con él.

No es que le gustara fumar en sí, en realidad le daba igual. Para él lo importante era la situación, había momentos en los que tenía que fumar. Esos instantes pedían a gritos encenderse un cigarro y quedarse mirando al infinito. Entonces le gustaba fumar. Esta vez no había infinito que mirar, sólo lluvia. A veces alargaba el momento de darle fuego y sentencia al pitillo. Jugaba con el Zippo abriéndolo y cerrándolo, disfrutando del particular sonido que tanto le gustaba. Otras veces se pasaba el cigarrillo entre los dedos con mucha habilidad, algo que había aprendido hace tiempo a base de doblar y romper muchos otros. Esa imagen era él.

Las gotas caían rítmicamente alrededor, aumentando la sensación de tranquilidad. El rumor continuo del agua impactando le recordaba otros tiempos. Trozos aquí y allá de su vida, que coincidieron con una bonita tormenta. Le gustaba la lluvia. Era como un descanso obligado en su vida. Cuando llovía, le gustaba gastar su tiempo mirando las grises y vacías calles a través de la variable cortina de agua. A veces una imagen no importa, pero otras veces puede cambiar perfectamente nuestra perspectiva. Un estilo puede crear una impresión y una escena puede definir toda una vida. Un cuadro puede hacer brotar miles de sensaciones y sentimientos si se pinta bien. En el lienzo de su vida estaría lloviendo.

Observó su cigarro agonizando. Esta vez no le había dado tiempo a observar como el humo desaparecía en el aire. Estaba ocupado con la lluvia. Se percató de cómo sus pensamientos derivaban de lo que le mostraba la vida. Y entonces se dio cuenta de por qué le gustaba fumar, y de por qué le gustaba la lluvia.

Decidió acabar con su tortura y tiró la colilla hacia delante. Cayó en un charco que la fue empapando hasta hundirse. Esta vez no hacía falta ser cruel con ella y hacerla retorcer con el pie contra el suelo. Hoy se sentía menos despiadado, ya había tenido suficiente. Ahora ya sólo lloviznaba, casi imperceptiblemente.

Pensó que ya no tenía excusa para quedarse más tiempo ahí, por más que quisiera. Seguramente no vería ese paisaje nunca más, así que decidió darle un último vistazo antes de marchar. Las calles seguían grises y mojadas, como si esperaran decirle al sol que había llovido.

Se alejó lentamente y sin prisa, mezclando el sonido del chapoteo de sus pasos con el de su tos.



M E L O

sábado, 18 de abril de 2015

...Bajo la lluvia

Llueve tras mi ventana, como casi todas las noches. Todavía no me acostumbro a esta ciudad oscura y triste. Mi vida ha dado un giro de 180 grados y como siempre, a peor.

Aborrezco esta incansable sensación. Me siento incompleta desde que llegué a este maldito lugar plagado de maldad. Me siento acomplejada, nostálgica, perdida entre las sombras…

Ojala solo fuera simple nostalgia. Querer es poder decía mi madre cuando le hablé de esta fantástica oportunidad que me iba a llevar a lo más alto. Pero ella no sabía la verdad. No era consciente de que me habían despedido de mi trabajo, que no podía pagar las facturas y que mi vida se derrumbaba por momentos. Había confiado siempre en mi, sin pensárselo dos veces y siempre había dicho orgullosa que yo llegaría a lo más alto. Por eso me fui y te dije, mamá que lo que encontraría aquí sería lo mejor para mi futuro.

Me odio por esto y por muchas cosas más. Odio esta oscura ciudad que me impide sonreír. Oigo llover, un sonido que antes me gustaba pero ahora me atormenta.

Las noches son eternas y hoy no va a ser diferente. Suena el teléfono, es mamá. Como cada semana una gran mentira saldrá de mi boca. Solo que esta vez decido no responder.

La lluvia no cesa, quiero llorar. Por un momento me doy cuenta de que todo debe cambiar. Puedo ser feliz. De repente me veo saliendo por la puerta, en pijama y zapatillas y sin pensármelo dos veces corro bajo la lluvia. Hacía meses que no me sentía tan feliz. Todo en la vida se puede elegir y yo he decidido que desde hoy, voy a ser feliz. 

Sarasvati

miércoles, 15 de abril de 2015

Tormenta de emociones

Empieza a llovisnear pero entramos ya al restaurante.
-Su mesa está lista-dice el camarero-acompáñenme, por favor.
Nos sentamos y pedimos lo que vamos a tomar.
Otra cita, otros ojos saltones, otra peligrosa sonrisa encantadora... Pero esta vez no tengo miedo de salir herida. Es una de esas veces en las que mi corazón aún está en reparación y esto es solo un pasatiempo para desviar mi mente de mis paranoias y de los recuerdos. No hay ilusión ni curiosidad en como podría salir, ya sé que mal. Tengo ese don que he desarrollado con el tiempo y las caídas por el que sé como es una persona en menos de diez minutos (que no digo conocer) y saber si es o no un posible “para mí”, y este no lo es. Demasiado presuntuoso, pero es divertido e inteligente y me entretiene. Miro el reloj y veo que queda poco para que llegue la hora. Vuelvo a pensar y a sentirme culpable porque te lo prometí aunque ya no tiene sentido ir a verte tocar.

Miro al cristal y veo que ahora llueve lo suficiente como para ponerse la capucha. Nos echan el vino en las copas, él pide por los dos y mientras me sigue contando la fascinante historia sobre su viaje de negocios a Tokio, sin quererlo, vuelvo a perder mi mente en el día en que te conocí, en los largos primeros paseos llenos de todas esas preguntas curiosas que no esperaba que me hicieras, en el primer beso y en el último, en esas veces en las que decía algo pensando que te indignarías y me entendías, en las últimas conversaciones llenas de indecisiones, en el momento en el que te marchaste y yo decidí seguir mi camino sin mirar atrás, en el intenso dolor de después y las lágrimas que nunca verás caer por mis mejillas... Pero, sobre todo, en cómo seguí adelante aun extrañándote a cada segundo, porque soy más fuerte de lo que muchos creen. Yo sonrío y asiento haciéndome la impresionada. Es guapo y ha traído coche, hoy no pido mucho más. Como le río todas las gracias igual piensa que hoy va a tener premio, pero ni mucho menos, me prometí que esta vez no me demacraría con gilipollas. Miro de nuevo el reloj, casi no queda nada. Odio esas ocasiones en las que se promete hacer algo y luego nunca se hace. Siento que tengo que ir, tengo una promesa que cumplir aunque la hiciera cuando el mar todavía estaba en calma.

Ha empezado a llover a mares. Me disculpo con mi bufón y me marcho. Llueve tanto o más que la tormenta de emociones que hay dentro de mí día sí y día también, pero no me importa. Me quito los tacones y salgo corriendo hacia ti. El local donde tocas no está muy lejos aunque cuando llego ha pasado el tiempo suficiente para quedarme empapada. Para un día que me pongo elegante... Entro mezclándome con la gente. Ya ha empezado. Te veo brillar sobre el escenario sintiendo cada nota y sé que hoy no hay ni una sola gota de inseguridad en ti. Me encuentras entre tu amado público. Te guiño un ojo y sonríes. Todo está bien, sea como sea. Acabas tu actuación y me buscas pero es tarde. Yo ya me he ido.

Prácticamente ya casi no llueve. No he vuelto para arrastrarme, he ido para cumplir mi promesa, para demostrarte que me importas (aunque tú no me lo mostraras a mí) y que te rendiste demasiado pronto ante el primer obstáculo. Y tú lo sabes.


Incluso mi tormenta interior ha dejado de azotar mis sentimientos. La lluvia ha parado.

Alicia Salazar

martes, 14 de abril de 2015

Oh rainy day!

Las lluvias mojaban la tormenta de pensamientos que anoche agolpaban mi mar de indecisiones y lamentos. Y en todas esas miradas no encontraba la tuya y el "Cola-Cao" caliente no hacía más que ponerme melancólica. Y las bocas húmedas solo me ponían cachonda, pero nada más... Nada más. 

Ya han pasado unos cuantos meses desde anoche pero aun la recuerdo como si fuera hace dos, 
veranos.

Claro que la lluvia me sigue recordando a tus ojos tristes, a la melancolía y al tono gris que embadurnaba un amor que fue solo eso, oscuridad tras oscuridad. Preocupaciones entre dos niños que jugaron demasiado pronto a amarse duro. Con inmensidad. Aunque fuera una inmensidad triste.  

Claro que no espero que esto te haga bien, pero tampoco mal. Claro que no paro de olvidarme de todas las frases que entonaste con acierto a cada paso de cada trueno que fue resquebrajando la felicidad tejida entre tristezas y lloros, entre relámpagos y lluvia.

Realmente es una metáfora muy bonita.

Nos enamoraba una tormenta con lluvia de fondo pero, cuando llegaba el buen tiempo, nos poníamos mustios y ya no sabíamos cómo seguir gozando del sol y de la vitamina D, no era para nosotros, pálidos mortales del frío y de la oscuridad latente.

Y sí, mi corazón se sigue intentando calentar a cada invierno, como queriendo revivir todo eso, pero no, pero le cuesta arrancar con la misma intensidad que con la que me miraban tus sonrisas. 

Pero basta de engrisecer cada color bonito que ha pasado por mi vida desde entonces. Yo,
yo he querido cambiar. 


He querido amar la risa, la sonrisa y la ilusión. Y, aunque tiene sus tintes más marroncillos poco intensos a veces, también tiene unos verdes muy bonitos, que van a juego con mis pequeños rizos cobrizos al borde de los rayos de un sol que aun me refleja demasiado. Que aun me da migraña a veces... Pero que me está empezando a sacar algún que otro sonrojo, que no es muy normal en mí.

Neko

lunes, 13 de abril de 2015

El suave rocío de la mañana

Las gotas van cayendo una a una sobre mi rostro. Luego se deslizan suaves por mis mejillas hasta acabar saltando al infinito. Llevadas por la monotonía de su trayecto, viendo el pozo sin fondo que espera al final, deciden actuar frías y faltas de sentimiento. Sin embargo, su semblante permanece calmado pero lleno de sentimiento. No puedo verlo, pero sí puedo sentirlo.

Aquí, bajo la tormenta, es todo oscuridad. Los ruidos suenan lejos, camuflados entre los gemidos de una soledad extraña. ¿Dónde estoy? La libertad se perdió en este laberinto de derrotas y mi alma se cansó de pelear contra el olvido. Ahora, tumbada, acepto el golpear del suave rocío de esta mañana en la que el sol no se atrevió a salir. A pesar de que sé que tú estás ahí.

A lo lejos, un breve fulgor se abre paso en este mar de negras ilusiones. Es una cálida ola de esperanza que va borrando la decoración de este maldito lugar. La lluvia, en vez de amainar, arrecia. Y poco a poco, voy siendo engullida por la supernova que explota ante mi mirada.

Estás ahí. Tú y tus ojos vidriosos que me rompen el alma en los suficientes pedazos como para estallar en un solo abrazo. Sobre mi cara están las lágrimas que llovieron, y sobre mi corazón está tu pecho latiendo fuerte, diciéndome que ya pasó todo. Hoy el amanecer será contigo, tras tres años dormida sin poder verte. Tres años sufriendo la lluvia de tu soledad.


Drizzt Beleren

domingo, 12 de abril de 2015

El largo camino de la aceptación

Mírame. Con la cara mojada por algo más que la lluvia. A mí. Que en los malos momentos conseguí secar tus lágrimas con fría calma. Que aguanté en pie por los dos cuando te fallaban las fuerzas. Mírame en qué me he convertido. Mírame con pena y compasión cómo me arrastro. Mírame a los ojos si tienes algo de valor.

Vergüenza. Vergüenza de mí mismo y mi orgullo por los suelos, pisoteado. Intento andar en el barro y trastabillo cada vez que se me incrusta el clavo de tu recuerdo. Y me ahogo en el fango, más aún. Quizá si me hundo hasta el fondo esté mejor. Solo quizá. Quizá sumergiendo mi cuerpo hasta el fondo llegue a encontrar lo nuestro que acabó muerto.

Me repetiste tantas veces que era único que me lo creí. Creo que no son celos, nunca lo fueron. Es el abatimiento por la evidencia de no serlo. El dolor de ver destruido nuestro mundo juntos, ése que me pediste construir hace tiempo. Ése que cuidábamos con mimos y sonrisas y ahora es triste y gris ruina. Aquel cuyos cimientos las dudas empezaron a resquebrajar. Aquel que decidiste que se podía dejar caer al suelo. ¿A quién le toca recoger los trozos?

Suelto mis penas con ira, destrozando hasta mi propio aliento. No quiero tenerte cerca, no te vaya a hacer daño. Tampoco quiero que me recuerdes como el loco que ahora me sale ser. Me levantaré o aprenderé a arrastrarme mejor. Quizá la penitencia me pueda calmar. Quizá así me olvide de mis errores y del tormento de haberlo podido evitar.

Yo sólo quería seguir siendo feliz contigo. Y tú me prometías que también, mientras te asegurabas poco a poco de que nunca más. Pesan y duelen tus palabras, más que nada, porque se rompieron sin maldad, como si fueran de fino fieltro. Más duele y pesa, y más adentro, el tenerte tan lejos. Sin arreglo.

Yo... no sé.

sábado, 11 de abril de 2015

Confesión

Ahora que respiro sobre tu piel, puedo confesarte que siento celos del viento. Él, que siempre ha portado tu fragancia expandiéndola injustamente entre el resto de mortales, poco a poco va erizando mi piel.
Ahora que soy capaz de rozar con mis dedos tu cuerpo, sin despertar con nada más que la angustia entre mis manos, quisiera detener el tiempo y ahorcar a los dioses que nos ahogan en su vorágine eterna.
Ahora que consigo que mis palabras alcancen tus oídos, permaneces aquí callada, sin nada que poder decir, sin nada que poder sentir.

Ahora que al fin mis lágrimas brotaron sobre tu piel te despides del mundo. Siento celos de la muerte, que se te lleva entre sus garras para alejarte de mis llantos. Te vas sin saber que te amé en la distancia, lejos del horror de tu vida, ajeno a la violencia que el amor te hizo sufrir.
Ahora, déjame tener, al menos una última vez, celos de tu corazón; pues dejó de latir a la par que marchaste, como tanto desea mi alma en estos instantes.

Hasta siempre.


Drizzt Beleren

jueves, 9 de abril de 2015

Thinking Out Loud

Al fin terminé de contar las estrellas que cubren hoy el cielo, pese a perder la cuenta innumerables veces por culpa de las líneas de tu cuerpo, y llegué a la conclusión de que no hay suficientes como para superar las vidas que daría por poder seguir amándote mañana al despertar. Mis latidos bailan al son de tu respiración que, calmada, te mantiene en el viaje de tus sueños. Tus párpados sumergen varias de las razones por las que te convertiste en la locura que guía mi camino, atrapándome en una infinita espiral.

Y es que mi joven corazón se esconde entre tus piernas, no quiere salir de ahí. Así es como pasan las horas, pero confiésame: ¿cómo acabamos cayendo nosotros también en esta trampa llamada amor? Somos el amanecer de la luna y la lluvia de arena, dos nómadas enredados por la mejor de las historias de amor. Ni los cuentos ni las películas podrían tan siquiera asemejarse. Tan real que lo hace único.

Vuelve abrazarme, antes de que nuestras vidas se acaben. Pues lo más cruel de la muerte será no volverte a encontrar.




Drizzt Beleren

miércoles, 8 de abril de 2015

Agallas

Escupo el humo a la ventana y me muerdo los dedos porque ya no me queda ni una sola uña más que me pueda comer. Esperar a ese hombre me pone de los nervios, ya que le he contratado podría darse más prisa en conseguir resultados.

Hace tiempo que me siento como una bombilla fundida, parpadeando pequeñas chispas de luz pero sin llegar a encenderme. También llevo tiempo diciendo que la culpa es tuya, pero empiezo a admitir que realmente es mía por consentirte que me sigas tomando el pelo. El verdadero problema es que si tu me pides que me arrastre hasta a ti yo lo hago ¿Por qué me hago esto mientras tú regalas besos a cualquier niñata barata que se te pase por delante en un bar? ¿Piensas que no lo sé? Me crees más tonta de lo que soy, porque tú tampoco es que te esfuerces demasiado en ocultarlo.

Me miro al espejo para insistirme en que acabe con esto. Este matrimonio hace tiempo que flota a la deriva, pero eres una droga, mi droga. Ni quiero dejarla ni compartirla. Siempre me califiqué como alguien que no era celosa, pero supongo que eso depende de la persona a la que esperes en casa.

Por fin, suena el timbre y sé que es él, porque a estas horas tú nunca estás en casa. Le abro y el detective privado pasa al salón. Con las veces que habrá tenido que hacer esto y ni se atreve a mirarme a la cara. Extiende las fotos en la mesa del salón y lo veo todo, por fin, abro los ojos. Todas mis dudas y temores se confirmaron con la prueba final. El hombre me cuenta todo lo que ha visto e investigado en estas dos semanas que lleva siguiendo a mi marido, pero las imágenes hablan solas. La secretaria, además de muchos otros encuentros de la ciudad, como no... Doy gracias a Dios por no haber dejado de mi puesto de profesora de inglés en el colegio como me pedías para ser una mujer florero como tú, el señor ejecutivo, querías. Era el trofeo que necesitabas enseñar para sentirte seguro.

Le pago, le doy las gracias y se va. Después recojo tu ropa en una maleta y me pongo a pensar en todo lo que creí aprendido en mi vida antes de ti. Se sabe cuanto le importas a un hombre según cómo te mire en el último segundo antes de marcharte. Sí, incluso aunque lleve toda la noche haciéndose el chico duro. Si te mira hasta que desapareces con cara de corderito degollado como suplicando que te quedes, entonces sabes que le interesas de verdad. Pero si lleva coqueteando contigo toda la noche y al final le pone ojitos a tu amiga antes de que os vayáis puedes dar por seguro que solo te usaba para dar celos a la que realmente quería esa noche y que probablemente trate de conseguir en otra ocasión. Así son los chicos, fáciles y previsibles. Esta es una de las teorías que una va elaborando. Y tú llevabas tanto tiempo sin mirarme así antes de partir...


Nosotras somos más listas y perceptivas en estos aspectos, pero solo es así hasta que nos enamoramos, entonces se nos nubla la mente y vemos lo que queremos. Así estaba yo. Uno es capaz de perdonar todo una y otra vez mientras quiere ciegamente a una persona, pero cuando por fin abrimos los ojos y vemos la realidad, hay que reaccionar y pensar en sí mismo, porque en estos casos la otra persona no lo va a hacer por ti. Mira que me lo dijo mi madre: “Hija no te juntes con un italiano que por muy guapo y bueno que esté y por muchas milongas que te diga, son muy machistas de toda la vida”. Le respondí que no se basara en estereotipos, no creo que haya que generalizar estas cosas y lo sigo pensando. Sin embargo, acertó de lleno con este. El problema está en que yo no le permito a nadie que me trate como un felpudo, llámame rara. Hay que tener agallas para desaparecer y dejarle de patitas en la calle, para ponerle las maletas en la puerta, cambiar la cerradura y coger un vuelo a Dublín hacia una oferta de trabajo y una posible nueva vida. La que se quedó con lo que era mío sabiéndolo o no, que se lo quede. Porque puede que me aferrara demasiado a él, sí... pero a mí me tengo más aprecio.
Alicia Salazar

martes, 7 de abril de 2015

Monstruito de ojos verdes.

Mis preguntas con reproches, tu mirada perpleja, las mil explicaciones y un sinfín de discusiones. Nunca acababa bien peor yo seguía insistiendo en mi inseguridad, en mi no saber si sería a la siguiente noche en la que pasaría y así seguía todo. Aun no sé si me molestaba más que tuvieras demasiadas amigas o que ellas dijeran mentiras de mí. Aun no sé si mi inseguridad era fruto de la tuya o de las noches en las que acabábamos buscándonos las cosquillas entre miradas desconocidas y preguntas indecentes. Era nuestro particular juego pero sé que nos acabó destruyendo por dentro y por fuera.

Esa cuerda de la que tanto nos gustaba tirar acabó deshilachándose y tú, intentando ocultar todos tus miedos tras los reproches hacia mis amistades más que normales, acabaste jugando a lo mismo. Y yo, bien conocedora de tus compañías, acababa fantaseando con tres o cuatro furcias que acababan rodeándote.

Se podría decir que fue la imaginación, la no realidad lo que acabó consumiendo los sentimientos que existían de manera verdadera. Fue lo irreal lo que acabó desencadenando una serie de catastróficas desdichas en nuestros corazones, en nuestras complicidades, bromas, sonrisas y caricias…

Fue el monstruo de ojos verdes que acecha a cada relación que va de la mano, la que la acabó separando de por vida.


Y me alegro. Me alegro mucho. 

Neko

domingo, 5 de abril de 2015

7 pecados - Parte V: El séptimo pecado

¿Sabéis? No fue fácil comenzar de cero con tantas cargas a mi espalda. Había abierto los ojos y al haber visto por primera vez la verdad gracias a Sor Catalina, el dolor no era tan intenso. Necesitaba los consejos de la madre que nunca había tenido, necesitaba que me cuidaran y me explicaran que a partir de ahora todo iba a ir bien y que el pasado quedaba atrás.

Había decidido escuchar única y exclusivamente a mi corazón. Puede que Él fuera el señor todo poderoso, pero yo era un ser humano racional que podía tomar las riendas de su vida por sí mismo. Un ser humano. No un robot. Y por lo tanto con emociones incontrolables. Ella y mis terribles acciones pasadas se habían ido para no volver y yo había empezado a pensar en mí mismo. Me di cuenta de que me había quedado con unos sentimientos que no había pedido tener y sin una sola razón para enterrar el recuerdo de la persona que amé y que dejó una huella imborrable en mi alma.

Sor Catalina me consiguió un trabajo en el orfanato de la ciudad. Allí pasé varias semanas limpiando las habitaciones de los pobres huérfanos e, incluso, los cuidé. Puede que no ganara mucho pero por primera vez en mi vida me sentí completo, sentí que aunque nunca pudiera compensar todas las vidas que quité quizás podía hacer algo bueno que me dejara buen sabor de boca y la conciencia tranquila antes de que llegara el día de rendir cuentas con el Señor, el Padre al que había dado la espalda para prestarme la atención que me había arrebatado desde mi nacimiento para ser algo que yo no había escogido. El recuerdo de Carmen me mantenía en el este camino que yo había decidido seguir, este que me hacía sentir vivo y en paz.

Volví a escuchar Su voz en mis sueños y tras varios días ignorándolo, llegué a verlo. Se me presentó una noche lluviosa de invierno en el espejo de los baños. Entonces lo vi. Me había equivocado. No era Dios. La voz a la que había obedecido estos últimos cinco años pertenecía al demonio. Su imagen era escalofriante. Me había embaucado y le había vendido mi alma con cada muerte que yo producía. Había firmado mi sentencia de muerte sin ni siquiera saberlo y ahora mi nombre estaba escrito con la sangre de mis víctimas en la lista negra que dicta quienes pasarán la eternidad en el infierno cuando la terrenal vida mortal termine. Me pedía un último pecado: Matar al hijo huérfano de Carmen que estaba en mi orfanato. Ni siquiera sabía que tenía un hijo, nunca me lo dijo. Le había arrebatado a la única persona que tenía en el mundo, su madre. Había cometido varios pecados: Matar a pecadores como yo inclusive mi madre, asesinar a la única persona que he amado, hundirme en el culo de las botellas de whisky, colocarme hasta quedar atrapado en el mundo irreal de las drogas, jugar con prostitutas como si fueran objetos hasta saciar mis deseos y cuando ya no me quedó ni un céntimo permitir mis desvaríos hasta perderme a mí mismo. Seis pecados. Ahora el diablo me prometía dejarme en paz si cometía un último encargo, matar a un niño inocente. Su alma a cambio de la mía.


Como he dicho, había decidido ser yo el que marcara el ritmo de mi vida así que hice lo que tenía que hacer. Di la espalda a la propuesta de Lucifer sabiendo que me torturaría en la oscuridad de mis pesadillas cada noche. Obtuve otro puesto de trabajo, adopté a Carlitos, el niño de Carmen, lo mantuve y traté de ser el mejor padre que pudiera tener. Él me seguía visitando cada noche y yo sentía su presencia vigilándome en la luz del día. Sin embargo, a pesar de los sufrimientos que me causaba recordándome mis pecados, no podía tenerme entre sus garras hasta que no completara el último de los pecados, el séptimo, el que había renegado de cometer por mí y por el pequeño. Ahora ya no estoy a su alcance, al menos hasta que llegue mi final. Ese día me estará esperando en la puerta del infierno con la más amplia de las sonrisas para que cumpla mi condena.

Alicia Salazar

sábado, 4 de abril de 2015

7 pecados - Parte IV: Opiácea gula.

Por supuesto que NO me arrepentía de haber arrebatado la vida a la única persona que yo pude amar casi tanto como a mi Señor y que me supo amar tal y como yo era, sin tapujos, sin menudeces, sin idealismos…

¿Por supuesto que no me arrepentía? Eso me decía cada vez que notaba ese malestar, ese dolor que sale de dentro, no sé muy bien de dónde pero que me hacía encontrar alivio inmediato en esas adormideras que me daban el jugo del opio y me dejaban la mente en paz, los sentimientos sin salir, la mente en blanco solo con la sensación de quien se sabe gozo y alucinación, sin saber distinguir la realidad de la ficción, de mi imaginación.

Me encantaría haceros un análisis detallado de lo que fueron esos días, pero ni yo los recuerdo. Sé que hubo más sangre, pero ahora de las putas que no me querían dar un poco más de su veneno. Sé que hubo vómitos, náuseas, un malestar que iba precedido de una relajación máxima al seguir inhalando. Sé que perdí mucho dinero, pues ahora no tengo ni para cobijarme una mísera noche. Y sé que hubo pánico, sudores, taquicardia y temblores.

Me acabé convirtiendo en una especie de vagabundo mental, que solo buscaba un poco más de aquello que le hacía evadirse de aquello sobre lo que no sabía por qué huía. Que intentaba pasar los días sin aquella sustancia de la mejor forma que podía, pues el vacío era horrible y la mente activándose aún peor…

Así, el siervo del Señor se acabó convirtiendo en uno más del rebaño, que solo sabe guiarse por las emociones, que no es capaz de entender lo que le pasa y que prefiere no buscar en sí mismo para hallar la clave de su malestar. Siempre degollando personas por ser míseras, sin ni siquiera saber cómo era yo. Siempre juzgando a los demás, pensando que sus vidas eran así porque ellos mismos la habían elegido…

Pero no, no me di cuenta de todo esto por mí solo…

Aún recuerdo el fin de mi agujero coronado por una pequeña monja, servicial, que me acogió en su convento dándome un poco de su caldo caliente y de su paciencia inmensa. Hizo conmigo lo que nadie hasta entonces, preguntarme quién era yo, negándome cada afirmación de que servía a un Señor. Ella, irónicamente, no buscaba eso, sino que me buscaba a mí. Quería saber por qué había llegado a ser cómo era y no dudó ni un segundo en pasar conmigo esas semanas agonizantes, aguantando el mono por un poco más de opio, un poco más de relajación.

Me enseñó algo muchísimo más difícil que cómo arrebatar o devolver la vida a otros. Me enseñó a mirarme por dentro, a saber qué me faltaba, que me hacía falta para ser feliz, sin doctrinas morales de por medio, sin juicios sobre la vida de los demás, que era, a fin de cuentas, igual de miserable que la mía. Me enseñó que todos podemos huir por la vía fácil, la de las drogas, los conjuros o las maldiciones pero que, lo realmente difícil, es superar todo eso y conquistar la vida con unos rayos de felicidad. Me enseñó que no hay Señores, sino valores; que podemos servir a quien queramos, dándole el nombre que queramos, siempre que nuestro corazón sea el que nos dice si está bien o no.


Me enseñó tantas cosas… 

Neko

viernes, 3 de abril de 2015

7 pecados - Parte III: Remordimiento

Todavía pienso en ti de vez en cuando. En tus lascivos pechos, en tus intensos ojos y en tu bonita sonrisa. No debería, y me castigo como el bendito señor me dice que lo haga. La penitencia es dura, pero tengo que volver a la rectitud que me salvó hace tiempo. Eres un pecado que me cuesta purgar. Un pecado que me hace dudar y querer dejarlo. Pero no puede haber duda en la mano que obra con divina justicia.

Siempre supe que había algo realmente mal dentro de mí. Algo que no debería estar ahí, que ensuciaba mi ser desde lo más profundo. Algo que no tenía que alimentar y que olía a podrido. Durante tiempo traté de ahogarlo como te ahogué a ti. Pero sin sentir placer. Continuamente busqué refugio y ayuda, pero nada servía. La borracha y puta de mi madre nunca fue un gran apoyo, ni siquiera cuando estaba en casa sobria. Lo único que hacía entonces era quejarse y maldecir por no poder irse a por droga al callejón más cercano. Intenté ser lo más recto posible entonces, y acabé intentando nadar en un lodo de inmundicia. Siempre que me acercaba a la orilla me acababa hundiendo en el fango. Hasta que supe de Él.

Como azar del destino, o quizá fue su siempre inapelable voluntad, llegué a escuchar como me salvó de la muerte. Y no sólo eso, también que esos segundos sin aire en mis pulmones pudieron afectarme a la cabeza. Y sin embargo ahí estaba, el hijo perfecto de la más imperfecta madre, así era por fuera. Dijeron que fue un MILAGRO. Desde entonces, me dediqué a Él, y aunque le siga sirviendo toda la vida, nunca podré agradecer todo lo que hizo por mí. Poco a poco todo empezó a tener sentido. Y fue entonces cuando empecé a oírle, hace cinco años. Me pidió que fuese el que cuidase su jardín de las malas hierbas. Me pidió que arrancase los brotes marchitos y las flores podridas para crear nuevos capullos y brotes. Me pidió que le cuidara las petunias.

Me dediqué a cortar los tallos pecadores que Él me señalaba. La primera fue mi madre, como acto de fe. No fue difícil. Sólo tuve que pincharle un par de veces de más mientras dormía, ya bastante drogada. Se dejó ir con facilidad. Fue hasta bonito. Me gustó. Salvé a mi madre de su propia vida. Empecé, al principio poco a poco y luego ya de manera vertiginosa, a caer en una cascada de purgas en las que yo era a la vez juez y verdugo, guiado siempre por su inmensa sabiduría. Disfrutaba cada ritual como un acercamiento a mi salvador. Enfoqué la parte turbia de mi ser en hacer el trabajo sucio que un Dios no debe hacer, pues le mancharía. Y Él es blanco y puro. Muchas veces me pregunté por qué me hizo así, con hambre por dentro. Los caminos del señor son inescrutables, y yo nací para ser su mano dura.

Hasta que te conocí. Un alma errante y perdida que buscaba su camino. Sentí lástima, e intenté mostrarte el mío. Intenté que fueras como yo y que caminaras conmigo. Quise que cuidáramos el jardín juntos. Me salí de la sagrada calzada por estar contigo. Desafié su furiosa voz que me decía que estaba mal y que lo pagaría. El precio ha sido muy alto. Cometí más de mil pecados contigo.

Descargué mi parte oscura en el resto del mundo, pero no era suficiente. Cada vez necesitaba más para saciarme y empecé a oírle cada vez menos. Por primera vez, empecé a descarriar y a desatar esa parte de mí que antes había estado reprimida o guiada. No quise culparte y compartí mi secreto contigo. Pero tú no lo entendiste. Te llevé al precioso jardín que había preparado para nuestro señor y tú le pisaste las petunias. Sus bonitas petunias.

Tuve que hacerlo. Por mi señor y para hacerte pura y libre. Y nunca disfruté tanto de aquello. Él me volvió a guiar y desde entonces está mucho más vivo en mí. De vez en cuando siento culpa, y me fustigo. La sangre es el único camino. Ahora que los demonios son fuertes y me atormentan, noto que él está conmigo.

M E L O

miércoles, 1 de abril de 2015

7 pecados - Parte II: El elegido

No era la primera oveja descarriada que acercaba a mi pastor, mi Dios. Habían sido cinco años en los que matar, o como él lo llamaba, “salvar a un pecador” había sido mi único trabajo. Empezaba a creer que esto iba a acabar con todo lo bueno que había construido a lo largo de los años. Obligado a sentir placer por lo que hacía crecía en mi un sentimiento de dolor. Furioso y atormentado, las noches se me hacían eternas y el miedo se agolpaba dentro de mi cada vez que él me pedía volver a repetirlo. Era insaciable. El olor a sangre me provocaba náuseas y los gritos de mis víctimas se hundían en las entrañas de mi cerebro.

Este había sido mi destino. Siempre. Él lo quiso así. Cuando nací del vientre mi madre, todos lo supieron: yo era el elegido. Nos lo demostró matándome por un momento, enseñándole a mi madre que solo él podía ser quien decidiese sobre mi futuro. Sin respiración y a punto de desvanecerme entre las almas pecadoras e impuras él me devolvió a la vida no sin antes dejar claro que este iba a ser mi destino, estaba escrito con sangre, con la que mi madre me hizo nacer.

Había llevado muchas almas con mi pastor durante estos cinco años. Almas perdidas, suicidas, olvidadas... Algunas incluso me suplicaban que lo hiciese, que acabase cuanto antes con el sufrimiento que la vida les había provocado. Era un deber agotador. Deseaba librarme de esta presión que invadía mi alma y me hacía sentir fracasado, golpeado por la vida. Pero no podía huir, él me había dado la vida y tenía todo el poder sobre mi. 

Sarasvati