domingo, 21 de diciembre de 2014

A cara o cruz

Miro el reloj y descubro que el tiempo ha pasado, qué novedad. Cojo mis cosas, que no son muchas, y me dirijo a donde he quedado con el grupo para llevar el material del concierto. Ya me estarán esperando, pero no será la primera vez que vamos con prisas a un concierto. Vale, sí, las otras veces también fueron por mi culpa, pero no creo que se vayan sin el cantante, sería un concierto muy raro, ¿no?
Después de llegar y atender con indiferencia las reprimendas de mis compañeros nos dirigimos hacia allá. A mí me toca ir fuera de la furgo, así que cojo el coche. Mucho mejor, la verdad, así no tengo que aguantar a nadie mientras conduzco. Mirando por la ventanilla de mi coche veo como empieza a llover muy fuerte de repente, así se lavarán bien las calles, supongo. Todo tiene su lado menos malo, sólo hay que tratar de encontrar el punto de vista. Yo aún estoy entrenándome y todavía no soy muy bueno. A ver si así consigo que me dejen de tratar como un majara por estar de mal humor.
Cuando llego les llamo a ver por dónde andan. Han parado por la fuerte lluvia y no saben qué hacer. Oigo de fondo a Rufio intentando calmar las cosas. Él sí que sabe darle la vuelta a las cosas, debería aprender un poco de él, pero él debería aprender mucho de mí, es un muermo. Me acerco al local y me pido una rubia. Últimamente me gusta demasiado el sabor de la cerveza, pero me ayuda con mi enfermedad. ¿Qué enfermedad? pues el amor, joder. La maldita peor enfermedad del mundo, se propaga como ninguna y no tiene cura. Pero se puede usar para pasar un buen rato sin pensar en el mañana. Después de un rato me llama Rufio para decirme que ya están de camino, que ha parado de llover. Cuando no pueden ir peor las cosas, siempre toca mejorar. Apuro los últimos tragos mientras llegan y me empiezo a preparar, vaya pintas llevaba con las prisas y el agua.
Empezamos el concierto tarde y muy apurados, pero ¿qué más da? Con la rubia dentro me fijo en una morena de primera fila y le dedico un par de miradas. El concierto dura un poco más de lo normal pero no me canso. El escenario es mi sitio, la tarima debe de temblar conmigo encima. La morena de la primera fila se vuelve loca con cada canción. Creo que hoy ella será mi fruta prohibida, no creo que me salga mal la jugada. Una vez acabamos le digo que se venga con nosotros, y nos acaba acompañando por el mal camino a cada bar, hasta el último.
Paso un poco de ella y me lo paso bien, ya llegará el momento. Nos quedamos hasta el cierre y salimos dando tumbos. Bastante perjudicados nos damos cuenta de que vuelve a llover, menudo fin de semana de tormentas. Le digo a la chica que me acompañe al coche y que así no se moja. Parece dudar, pero me acaba diciendo que sí. Ya en el coche consigo morder la fruta prohibida, que sabe a uva. Me dejo llevar por el instinto pero ella me frena y me pregunta si la voy a llevar a casa. Le digo que podemos echarlo a suertes, o hacerlo ahí sin más. Cuando vives en el caos todo es válido, y terminamos por follar en el asiento de atrás.
Después del polvo me empiezo a vestir y le digo que se marche, que quiero estar solo. Ella se lo toma a broma y no se quiere ir. Siempre me pasa lo mismo, ya no sé como quedarme a solas, ni siendo borde. Me excuso con que me voy a echar a dormir un rato en el coche y que ya no llueve, que lo mejor sería que se cogiese un taxi. Se va, molesta, y al rato enciendo el motor.
Cuando llego a casa el cielo ya parece más azul y las calles tienen algo de luz. El cielo está aclarado y parece que se ha acabado el mal tiempo, aunque nada es eterno. No sé si también hará bueno mañana, sólo sé que será lunes otra vez. Y que tengo cita con el psiquiatra, como cada semana, y a ésta pretendo ir. No duran para siempre las penas ni las alegrías en el cielo, y por lo visto en el infierno tampoco. Antes de dormirme pienso que quizá algún día podría escribir una canción que valiese la pena con esto. Se lo comentaré mañana a los del grupo a ver qué tal.

                                                                MELO

sábado, 20 de diciembre de 2014

Locura - Parte 5: La historia de Anæ

Sabíamos que realmente no teníamos tiempo ni para pensar en las consecuencias de nuestras acciones, en aquella ciudad los susurros que gritan en los oscuros rincones se alimentan de tu espíritu y hacen germinar los miedos más espinosos. El sol de su mano conectaba nuestros cuerpos, y nuestras piernas huían de aquellos callejones sin que el aire pudiese apenas penetrar en nuestras mentes. Al llegar a aquellos desproporcionados muros que alcanzaban el cielo para engullir a Dios, seguimos cada una de las instrucciones que indicaba la leyenda que le contó Aba hace mucho en busca de una salvación. Por alguna extraña razón ella tampoco reiniciaba su mente cada cierto tiempo. Ella recordaba despertar en esta ciudad, al igual que lo recordaba yo; sin embargo, todos sus allegados perdían la memoria sucesivamente. Si su clan se había mantenido unido fue gracias a ella, tan solo rezaba para que nunca olvidase quién era…

Parecía que a aquellas horas, cuando la niebla es menos espesa, nadie vigilaba las inmediaciones de los límites de Anæ. Nos sumergimos en una de las galerías que permanecían ocultas a los ojos del resto de seres. Recorrimos sus enredados pasillos, nadamos sobre el lodo que bañaba los intestinos de aquella civilización, tan solo con la esperanza de volver. Y de pronto, la luz.
Una intensa luz que emitía al completo el espectro del arcoíris y que brillaba más que cualquier material esculpido por los enanos, nos mostraba el camino de regreso a nuestro hogar. Sin embargo, cuando ya alcanzábamos nuestro objetivo, el suelo tembló, y de sus profundidades salió un cuerpo cubierto de escamas que se erigió frente a nosotros, alcanzando los tres metros de altura. Su cabeza alargada mostraba una desafiante mirada de dorados ojos y unos afilados pero finos colmillos que dejaban vislumbrar una bífida lengua que vibraba constantemente. A su espalda, dos grandes alas se desplegaban creando la demencia más absoluta. Asustados y, a su vez, hipnotizados ante tan atroz imagen, caímos sobre nuestras rodillas, sin posibilidad de mover ninguno de nuestros, ahora, atrofiados músculos.

―¿Quién os creéis vosotros para querer escapar de Anæ? ¿Os pensáis superiores a las reglas que rigen el ayer y el mañana? ¿O es que osáis retar al mismo Glodnar, Dios de las profundidades, del tiempo y de la carne? ―dijo aquel monstruo―.
―¿Cómo es que hablas nuestra lengua? ¿Y quién o qué demonios eres tú? ¿Otro de esos estúpidos lunáticos que planea dominar estas tierras? ―Daramis, mucho más valiente que yo, sentenció nuestro destino con aquellas palabras―.
―¡Calla bastarda! ―a continuación, un rayo salió disparado de una de sus extremidades, que terminaban en unas aceradas garras, para impactar contra su rostro y desfigurarlo hasta convertir su boca y nariz en una membrana porosa por la que no podía emitir ningún sonido claro―.
―Soy una beogar ―prosiguió ante la desesperación en el rostro de Daramis―, una de las sacerdotisas de Glodnar, uno de los únicos y verdaderos siete dioses; y  fundador de Anæ. Esta es la tierra de los muertos, de los errantes espíritus que vagan en busca de un destino, de una esperanza a la que aferrarse. En la ciudad de Anæ despiertan las almas de los que en vida cometieron algún pecado, para castigarlos con la existencia más allá de la frontera prohibida. Aquellos que asesinaron nacen como mercancía de la que otros se alimentarán. Los que ansiaron todo, mendigan por las oscuras esquinas de nuestras calles. Y los que gozaron de sus cuerpos poseen una masa tan etérea, que ni un suspiro acabaría con ellos. Sin embargo, tan sólo un número limitado de cuerpos habita esta caprichosa locura de nuestro Dios. Por todo ello, las nuevas almas renacen en viejos cuerpos, igual que vosotros. Y cuando un cuerpo se consume por vejez o enfermedad, se funde con las paredes de nuestro callejero, naciendo uno ser en su interior; pues aquellos que acabaron con su propia vida, son castigados con la eternidad, conscientes eternamente de sí mismos, gritando constantemente. Y nuevos cuerpos de todas las razas son engendrados por nuestras matronas. Así se mantiene este esquizofrénico equilibrio entre la muerte y la nada, mostrando las peores pesadillas de cada uno. Además, la droga que crece en las montañas, no es más que la única forma voluntaria de escapar de aquí, cediendo tu cuerpo a una nueva alma; y entregando la tuya a Glodnar, aceptando su voluntad. Muchos desean escapar, muchos tratan de agruparse para hacerse más fuertes, como los hombres de negro; pero poco a poco, unos tras otros, van dejando sus cuerpos a nuevas generaciones de pecadores que despiertan desconcertados, para nunca avanzar.
―¿¡Y qué es de nosotros!? ¿¡Estamos muertos!? ¿¡Y por qué seguimos cuerdos!? ―grité con la desesperación con la que nunca había gritado―.
―Sois juguetes en manos de los demiurgos que viajan entre nuestros mundos, la sangre que alimenta las venas de nuestra civilización y la furia que posee a Glodnar; os debatís entre la vida y la muerte, por lo que vuestras mentes no han muerto al completo, y no podéis abandonar esta ciudad si no residís de forma íntegra en este mundo. Ahora que habéis desafiado a la mayor de las deidades, que habéis jugado a ser dioses, que os creéis dueños de vuestro propio destino, seréis sometidos a la peor de las locuras.

Aquí acaba y continúa mi historia, de cómo fui sentenciado a la peor de las pesadillas por cuestionar aquello que me rodeaba. Ansiar la libertad más allá de estas paredes me hizo ser preso por toda la eternidad y, los grilletes que ahora marcan mis pasos, son espinas clavadas en mi corazón. Ahora visto la máscara del miedo, soy el terror de las horas, la sombra que nace cuando perece el sol.
Soy la muerte que reclama las mentes corruptas al morir, y las guía hasta los demiurgos que los llevarán hasta la Ciudad de Anæ, aquella en la que deseé no haber despertado jamás.


Drizzt Beleren

viernes, 19 de diciembre de 2014

Locura - Parte 4: El plan de huida

Fue como volver a nacer. Como volver a caer en el frío y sucio suelo de esta ciudad desconcertado y sin saber de nuevo que iba a ser de mi suerte. Sin embargo, la oportunidad de vivir que se me había brindado no iba a dejarla escapar. El gran hombre de esos casi imperceptibles ojos verdes y de tez africana con una cicatriz que le atravesaba su mejilla derecha, se dio la vuelta y marchó hacia delante tal y como hicieron los otros aturdidos. Como si hubieran olvidado lo que tenían pensado hacer. Yo ya no era nadie para ellos, ni amenaza ni autoridad. El ambiente neblino y oscuro de la Ciudad de Anæ debía tener un componente clave que de tanto en tanto borraba cada uno de los pensamientos y emociones de sus habitantes para mantener esa locura en un modo estable que apaciguara cualquier intento de modificar el ritmo que marcaba los acontecimientos que sucedían en sus calles. Así, ladrones, asesinos, ratas callejeras, pordioseros, monstruos y criaturas amorfas volvían al punto de retorno por el cual estaban atrapados allí. Pero yo realmente era distinto. La Ciudad de Anæ no había podido surtir sus efectos en mí y eso me daba una esperanza, la de poder salir de aquella pesadilla que antes solo existía en mis libros y que ahora se había convertido en mi realidad.

Decidí no volver con los hombres de negro de los cuales sabía que me estaban buscando para volver al lugar al que según ellos pertenecía para guiarlos, y que nunca me dejarían salir. Me decanté por aquel grupo de gente y criaturas que habían optado dejarme vivir al desaparecer de su cabeza la idea de eliminarme. Abandoné el poder de la Ciudad de Anæ para unirme a la más baje clase de los escombros de su vertedero. Caminé deprisa y me coloqué al lado del hombre negro y ojos verdes que parecía ser el cabecilla de la banda. Uno de ellos me dijo que al hombre negro lo llamaban Aba, que significa Padre. Él cuidaba de ellos y, cuando sus locas cabezas cedían, los organizaba. Llegamos a esos edificios más bajos y en peor estado de la periferia donde residían cuando no estaban robando o asesinando. Los mercaderes corruptos que estaban haciendo negocios de dinero negro en aquella calle me miraron extraño, solo esperaba que no fueran los ojos y oídos de los hombres de negro. Aba me dejó entrar en su casa al verme perdido. Me acogió a cambio de convertirme en uno de aquellos malhechores que como yo, cuando llegaban aquí no sabían qué hacer, y yo acepté.

Entonces llegó a la casa una joven con un tatuaje de un sol en la palma de su mano, de piel, ojos y pelo oscuro. Parecía de raza gitana. Alguien que realmente imponía respeto con solo pasar a su lado. Su nombre era Damaris, la ahijada de Aba. Durante la cena a la luz de unas velas que ahuyentaban por unos minutos la penetrante oscuridad de la Ciudad de Anæ estuvimos hablando sobre los muchos pasadizos que aquel grupo de maleantes usaba para hacer de las suyas desplazándose por la ciudad con mayor facilidad. Aba estuvo hablando de las hazañas de Damaris para mantenerse vivos y con comida cada día, a cualquier precio y sin remordimientos, pero preservando a la que ahora era su familia con vida en las peligrosas calles de esta ciudad llena de distintas bandas sedientas de sangre. Era un mujer realmente valiente. Al acabar de cenar, Damaris y yo nos quedamos hablando solos. Le comenté mi curiosidad a cerca de su tatuaje y me confesó que lo que más echaba de menos desde que estaba allí era la luz, que haría cualquier cosa por volver a verla, por volver a sentir el calor de los rayos de sol en su piel morena. Le pregunté por los pasadizos, de si sabía de algún modo de huir de este infierno real sacado de libros y leyendas. Sin saber por qué y sin acordarse de lo que yo había significado para este lugar hacía no tanto, confió en mi y me contó que había una de esas galerías subterráneas llenas de trampas y, a veces con matones al servicio de los hombres de negro que controlaban la ciudad, que parecía dar al exterior de los muros. Pero no solo era la más custodiada, sino también las más peligrosa. Entonces, le cogí la mano y le dije: “¿Estás preparada para salir de aquí? Huye conmigo y deja la Cuidad de Anæ atrás".

Alicia Salazar

jueves, 18 de diciembre de 2014

Locura - Parte 3: La caída

En la ciudad de los pensamientos y las ideas fugitivas que apenas te rozan con dedos helados, las ocasiones de pasar a la acción eran raras. Acomodado en mi nueva posición, dejaba que mi yo anterior se fundiese con la niebla, alzándose entre las copas de los edificios que plagaban aquel lugar.

No hace falta decir que en la ciudad de Anæ,  se nace con la droga fluyendo en sangre. Bueno, no se nace. Nadie nace allí. La gente aparece un día y solo unos pocos consiguen abandonar el lugar. Cierta flor que crece en la cordillera de Kerna garantiza un mínimo de 56 horas de abstracción absoluta, de amnesia posterior y, por supuesto, de ausencia total de responsabilidad.

Así vivíamos, en una nube de caras borrosas y peleas sin sangre. Sin embargo, una especie de revuelta contra la nada cortó la entrada de la pócima mágica en la ciudad.  Si la sobriedad significa calma, no es así en la ciudad de Anæ.

Una especie de locura general se extendió como la pólvora en cuestión de ¿horas? En algún punto había perdido mi reloj. Unidos en un nuevo delirio común, rechazaban mi autoridad, hasta entonces tan valorada.  Los hombres de negro me buscaban entre las calles resbaladizas y yo lo sabía. Mi única opción era correr entre la multitud e intentar  salir de allí o esconderme.

Mientras recorría una de las pocas calles que podían albergar a más de dos personas a la vez, vi cómo uno de ellos se acercaba hacia mí. En un intento desesperado de salvarme, me cubrí la cabeza con los brazos y esperé. Sin embargo, pocos segundos después, sentí  unas manos de acero descubriendo mi rostro. Me encontré ante unas pupilas que inundaban lo que había sido alguna vez un iris verde y  una voz que me preguntó: ¿quién eres?


Caí de rodillas. Todo volvía a estar en calma en la ciudad de Anæ. A mi alrededor, todo era silencio. ¿Quién era y cómo había llegado hasta allí?
Djalí

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Locura - Parte 2: "Delirios de grandeza"

¿Yo iba a ser alguien realmente? No me costó muchas horas averiguar la magnitud de trastornos que el pobre círculo de "hombres negros" padecía. Lo verdaderamente sorprendente era que yo encajaba en ellos como una pieza perfecta, parecía que era lo que les faltaba para completar su delirio, que esta vez era mucho más que compartido. Era dividido y transmitido entre todos ellos, padecían una especie de enfermedad infecciosa que se transmitía por medio de las palabras y que afectaba a todos y cada uno de ellos.

Y, aunque al principio me divertía y me hacía creer que estaba en una especie de experimento social virtual a gran escala… Con el paso de los días me fui introduciendo yo mismo en su forma de ser. Y, sin darme cuenta, caí en la misma trampa que ellos. Y mis pensamientos empezaban a fluir por sus calles estrechas y desiguales que eran un intrincado conjunto de ideas poco estructuradas pero que generaban mucha violencia entre ellos. A mí me respetaban todos y las avenidas principales se llenaban de delincuentes de emociones que, ante mi paso, no eran capaces más que de expresar miedo, dejando de lado el resto de sentimientos. Porque no tenían fuerza. Y yo… Yo era el que dominaba todo.

La diversión dio paso a la responsabilidad y empecé a encontrar a los causantes de la locura que la ciudad de Anæ padecía. Acabé aprendiéndome el mapa al dedillo y con facilidad sabía descubrir esas ideas fugitivas que se intentaban esconder en los recovecos más extraños de la ciudad para no ser descubiertos.

Esas ideas fugitivas, como las que pasan fugazmente por tu mente pareciendo inofensivas, eran las más peligrosas. Sabían cómo adherirse a alguna de las calles más estrechas e ir cavando un estrecho túnel con el fin de llegar al abismo de la ciudad de Anæ, al corazón del mismo. Eran ideas parásitas que querían acabar con la racionalidad de las avenidas principales y llegar al poder de la manera más banal posible, a través de mentiras y promesas incumplidas. Y yo acabé siendo una especie de guardia de pensamientos, intentando evitar que la ciudad de Anæ se viera dominada por esas ideas parásitas.

Mi trabajo era intenso pero reconfortante...

Neko

Locura- Parte 1: “Dios"

No sabía cómo había llegado allí. Supe dónde estaba en el momento en el que desperté, era la ciudad de Anæ. Había leído muchas historias sobre ese inhóspito lugar. Algunas decían que era mejor morir quemado que entrar allí y otras que podías entrar pero nadie había conseguido volver a la civilización. Cuando recordé esas historias comprendí que mi futuro era incierto. No sabía cómo había llegado hasta allí, solo que donde estaba podía ver esos enormes edificios de los que tanto había leído.

Estaba seguro, era la ciudad de Anæ. En ese momento me di cuenta de que no podía quedarme mucho tiempo en ese callejón oscuro, era peligroso. Salí a lo que me pareció una calle principal pero estaba tan oscura como el frío callejón. Miré al cielo y era de noche aunque en mi reloj eran las 10 de la mañana. Esto era peor de lo que contaban los libros.

De repente sentí un escalofrío, algo iba mal. Respire por un momento pero casi sin darme cuenta estaba entre dos hombres que me golpeaban. El dolor era mil veces más fuerte que lo que había sentido antes. Sabía lo que iba a pasar, me iban a raptar, este era mi final y jamás podría contarlo, ni tampoco mi historia. Había leído que les gustaban los forasteros, que alimentaban a sus hijos con nuestras entrañas. Solo de imaginármelo sentí nauseas. Quería morir ahí mismo, dejar de sentir dolor.

En la ciudad de Anæ iba a morir, solo, sin saber cómo había llegado hasta ahí, sin contar mi historia, sin haber hecho nada. Pensando en lo que me iba a pasar, me dormí, creo que me habían drogado, quizá para poder matarme sin resistencia. Eso fue lo último que pensé antes de caer sobre el suelo frío y húmedo de un edificio enorme en la ciudad de Anæ.

No sé cuánto tiempo dormí pero cuando desperté ya no llevaba mi ropa. Un traje negro cubría mi cuerpo. Se me hacía raro que aún no me hubieran matado. Fue en ese momento cuando llegaron, eran esos dos hombres que me habían raptado pero ahora parecían otros, vestían el mismo traje que yo y se habían aseado.

Me cogieron y me llevaron a una sala. Estaba llena de gente, todos iguales, vestidos de negro. Me sentaron y fue entonces cuando escuché su voz: “Dad la bienvenida al salvador, a nuestro Dios, el que nos ayudará a convertir esta ciudad en lo que fue antes, un lugar mejor”. Todos se arrodillaron ante mi estupefacción. ¿Qué estaba pasando?


En la ciudad de Anæ, aquella de la que había leído tantas horribles historias, yo era alguien. Esta iba a ser mi historia.

Sarasvati

lunes, 15 de diciembre de 2014

Locura - Prólogo: "En la ciudad de Anæ"

En la ciudad de Anæ, capilal de Nәnor, apenas brilla el sol. Oscura y soberbia, reina la vasta meseta central de la rocosa cordillera de Kerna. Escondida entre la niebla para la eternidad, es un rompecabezas para los viajeros, que no la pueden ver hasta que no se encuentran a una distancia ridícula de sus altos y agresivos muros. Quien la visita por primera vez palidece de la impresión, y muchos de estos visitantes imprudentes dan media vuelta, sobrecogidos, antes de confirmar lo que su desafiante exterior sugiere.

En la ciudad de Anæ, grandes edificios dominan el cielo. Intentan escapar de la niebla en busca de aire limpio, pero se pierden en el intento de ver el horizonte. Sus formas, variadas y anormales, apenas pueden imaginarse desde las calles, alimentando las peores ilusiones. Locos de todo tipo han avivado rumores acerca de maldiciones, rituales, presencias, seres extraños y etéreos y todo tipo de extrañezas dentro de cada extravagante muro. Gracias a ello su nombre causa inquietud en gran parte del Territorio Civilizado, e incluso en la parte externa del inhóspito Territorio Salvaje. En cambio, a los habitantes de Anæ no les sorprendería que la mitad de los rumores fueran ciertos, y tantos otros que se niegan a decir en voz alta.

En la ciudad de Anæ, seres de todo tipo buscan cobijo entre la incertidumbre de sus calles. La noche es casi constante, sólo intercalada por periodos de niebla más clara que duran lo que tarda el sol en recorrer la distancia entre las montañas que la encierran en la lejanía. Bajo la protección de esta oscuridad, los mercados negros prosperan en cada callejuela de la irregular ciudad. Las avenidas amplias apenas son frecuentadas, y son sin duda las más peligrosas. Una multitud de formas extrañas deambula por sus estrechas calles de manera constante. Seres grotescos bicéfalos, anfibios, reptiles, alados, escamados, gelatinosos, titánicos o enanos discuten en raras lenguas y regatean con total normalidad sobre las más horribles mercancías, vivas o muertas, que llevan a sus extraños hogares con diversas intenciones.

En la ciudad de Anæ, las desapariciones, los robos y los asesinatos son el pan de cada día. Las peleas son frecuentes, incluso normales, y no sólo en los abundantes tugurios de mala muerte que proliferan en los callejones. Éstas, al menos, suelen acabar rápido, generalmente para mal. Nadie hace preguntas. Diferentes gremios de diferentes razas abarcan diferentes negocios turbios de la ciudad, que nadie se atreve a poner en duda, ¿quién pondría en riesgo el tenso equilibrio que mantiene las cosas en una extraña paz? Yo no, sin duda.

En la ciudad de Anæ, donde entran muchas más personas de las que salen, no hay orden ni legalidad. Capital de un reino olvidado y en decadencia, la podredumbre se ha acumulado en sus órganos que, vacíos de todo poder real, sólo sirven para aparentar y enriquecer a base de sobornos a unos y a otros, los que mueven los hilos en realidad.

En la ciudad de Anæ, donde ocurren todas estas cosas, desperté. Y deseé no haberlo hecho jamás.

MELO

domingo, 14 de diciembre de 2014

A medias.

Miro mis manos, como si ellas tuvieran toda la culpa. Ahí están, vacías, sin ofrecerme nada. Malditas manos inútiles, ¿por qué no pueden escribir solas?. Detrás de ellas, una hoja de papel me desafía. "¿Vas a dejarme así?" parece decir, y yo... no tengo respuesta. Pintarrajeo pensativo la hoja. Escribo un par de cosas y las tacho, y empiezo otra vez. Cada intento se torna insípido y anodino. Nada tiene calidad y lo sé. Hace ya tiempo que no escribo nada bueno y ya no sé cómo intentarlo. Levanto la hoja y observo el resultado de mis intentos, la hoja garabateada y tachada. Le pregunto si así está mejor, pero ahora está silenciosa, como mis ideas. La inspiración se me acabó cuando superé aquella depresión. Y no es una queja.

Suena mi teléfono. Me levanto y lo cojo. Minutos más tarde estoy riendo en buena compañía. La vida me ha dado un giro brutal y me ha cambiado la perspectiva. Todo parece diferente y las metáforas para describirlo también han mutado. No soy escritor para estos momentos, me fallan las palabras. Soy diestro en lo duro y frío que arranca el alma. Quizá algún día sepa adaptarme, pero de momento no encuentro musa que me saque lo de dentro a través de mi vieja pluma. No puedo escribir sobre la calma. Quizá haya llegado el momento de dejar de escribir, quizá deba dejar este relato a medias.

MELO

sábado, 13 de diciembre de 2014

Resistir


Una vez más cruzo la puerta de tus entrañas. Deseo conocerte mejor pero no me estás dejando, eres insaciable, pura. Tus labios nunca quieren rozar los míos y tus manos solo te sirven para señalarme con desprecio.

Reproches, eso es todo lo que hay para mi. Te odio y te quiero a la vez. Deseo empotrarte contra la pared pero también matarte lentamente. Eres tú, mi droga y mi antídoto, mi razón de ser. Me matas y me das vida, tú, la reina de mi alma, el demonio de mi corazón.

Te quiero mucho pero te odio más. No entiendo nada, deseo formar parte de tu alma, unirme a ti como si fuésemos un cuerpo inerte, frío, perfecto. No me dejas, eres mala, la más mala y me encanta. Deseo verte cada noche antes de dormir pero imaginarte en la cama me produce pánico, miedo, desolación.

Deseo quererte u odiarte, una de las dos. Quiero aclararme pero cuanto más te veo más te quiero y te odio. Eres una musa con veneno que me mata poco a poco, desde dentro.

Me hierve la sangre cuando pienso en ti. Quiero decidirme: ¿quererte u odiarte? Esa es la decisión más difícil de toda mi vida pero no soy capaz de hacerlo. Me odio a mi mismo por esto. Eres toda mi vida pero también eres la que más daño me hace. No puedo elegir…

Te odio y lo haré siempre.

Te quiero y lo haré siempre.

Sarasvati


jueves, 11 de diciembre de 2014

Jesucristo García

Cuatro paredes blancas enjaulan el palpitar mis palabras, ecos que resuenan en el corazón de mis apóstoles. Un elegido, quizás el destino de mi propia vida y, si hay suerte, un hombre más. Mi pasado se escapa de las arenas del conocimiento y el tiempo es la más absurda de las creaciones. El ayer y el hoy son dos cuerpos que se atraen, procrean rompiendo los límites de vuestra moralidad, y el futuro nace alimentándose con una dieta rica en pastillas y polvos de nunca jamás.

Y en verdad os digo, hermanos, que el amor es libre y se escapa a la posesión de los seres inhumanos. ¿Quiénes somos para tener derecho a enamorarnos? Pues en la muerte, vosotros, encontraréis el fin de vuestras banales pasiones. Yo me quedaré a guardar los secretos que se esconden bajo vuestras tumbas, pues resucitaré a los tres días, puesto hasta las cejas. La vida es un vicio tan adictivo que, aunque la estoy dejando, no creo que lo consiga. Sangre y carne a partes iguales forman el festín de los dioses que creáis en vuestras ignorantes pesadillas.

¿Qué me hace ser menos que vuestro inútil señor? ¡Que me lleven detenido por gritar a los gusanos que seguirán arrastrándose hasta pudrirse como lo hacen nuestras almas por estos yermos horizontes! ¿Dónde quedaron vuestras ganas de respirar? ¡Que arda tres veces en el infierno aquel que durmió pudiendo vivir!

¡Soy mi propio pastor y nada me falta!

Evaristo García acabó siendo sedado por el alboroto que provocó en el interior de su celda acolchada, aislado del resto de pacientes del manicomio, en la soledad más absoluta. Su camisa de fuerza fue la única compañera que le acompañó hasta el fin de sus días.



Drizzt Beleren

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Prefiero correr

Salida. Hace frío, pero eso no me importa demasiado porque lo que llevo dentro quema demasiado y soy incapaz de sacarlo. Tampoco le dedico ni un momento. Prefiero correr. Así que sigo acelerando. Lo cierto es que en el recorrido de hoy no me importaría mucho si me llevara a alguien por delante o si tirara a cualquiera a la fuente del parque. Soy como un vendaval. Pero los esquivo a todos porque no quiero más voces en mi cabeza.

Quinientos metros. Duele cuando la gente nos hace daño pero a mí me duele más cuando el mal lo he causado yo. Esto arde, sigue sin querer salir de mí, por lo que corriendo como si no hubiera un mañana, esperando que al final del trayecto encuentre lo que estoy buscando, una solución, un perdón.

Primer kilómetro. Con cada paso siento el peso de la culpa ¿Sabes lo que es la impotencia? Esa bola de fuego que nace en el estómago y cuyo calor se extiende por resto del cuerpo quemándote por dentro. Intenta escapar por la garganta mientras sabes que no puede salir de ahí porque no debe o porque aunque salga no va a servir de nada o solo va a empeorar las cosas. Esa tensión sobre la sienes de la frente, esa rabia contenida en tus manos temblorosas e inquietas con intención de hacer algo pero finalmente sin hacer nada. En realidad, entiendes que no es el mejor momento para tratar de llevar a cabo ninguna estrategia, porque más que pensar con la cabeza piensas con los puños.

Segundo kilómetro. Demasiada presión. Pienso que estoy buscando más que su perdón, también busco el mío, pero disculparme a mí mismo va a ser más complicado aún. Solo hay eso. Impotencia. Rabia. Luego viene esa tristeza derramándose por los ojos y esa baba tan espesa generada a causa de querer decir tantas cosas mientras te vas dando cuenta de que no vas a poder decir nada. Solo son un montón de palabras encerradas en tu boca y que al intentar tragarlas se colapsan en un enorme tráfico en la garganta.

Tercer kilómetro. Si paro de correr no sé lo que puede pasar, lo que puedo pensar o hacer. O si me voy a derrumbar. Esto funciona, pero tengo miedo del resultado de esa impotencia contenida que he amansado gracias a las fuerzas que aún le quedaban a mis piernas.

Meta. Reduzco poco a poco la velocidad cuando veo a lo lejos las escaleras de su casa. No tenía intención de llegar aquí pero mis pies me están conducido hasta su puerta para saldar mis cuentas, para recuperar a mi hermano. Aún quedan rastros del dolor pero siento que puedo con ello. Voy llegando con el aliento entrecortado. Cuando me detenga, ya sin miedo a lo que pueda venir después, sé que estaré bien y que la impotencia se habrá esfumado como el humo. Finalmente paro ante su puerta. Respiro profundamente y miro al horizonte, a ese cielo azul que no me había dado cuenta de que estaba porque en mi vida solo había nubes. Ahora con la mente fría, a pesar de que temo lo que pueda pasar, sé que es momento de hacer lo correcto. Toda mi vida he preferido correr, huir y escapar los problemas. Pero hoy, por primera vez, me voy a enfrentar a todo sin miedo.

martes, 9 de diciembre de 2014

Come as you are.

Las preguntas se agolpaban en mi mente. Y mis momentos con ellos se disipaban. No quería reconocerlos míos ni me quería encariñar de ellos. Prefería huir por la tangente. No seguir en ese hogar que me ha hecho las veces de choque y de parachoque. A la vez. Muy a la vez. 

Podría hablar en pasado. Pero hoy me siento presente y futuro. Y no. No tengo ni idea de qué hacer. Cómo actuar o de dónde sacar las fuerzas para combatir, combatir contra quienes me han enseñado todo lo que sé.
 Cómo cambiar el mundo de personas que lo han creado todo en base a una serie de sucias ideas o composturas filosóficas a las que se aferran a cada golpe de dificultad intragrupal. 

Y no. No tengo fuerzas. Y siento rabia, incompetencia, intolerancia, asco, miedo y evitación. Y sé que con esto último no se llega a nada pero… Qué le voy a hacer si hoy no tengo ganas de luchar. Si pienso que algún día descubriré la fórmula secreta o, por lo menos, estaré lo suficientemente lejos.

Me siento triste, una persona que no debería ni existir por pensar esto. Pero es que cuando te ves con algo tan grande que no sabes ni por dónde cogerlo… es imposible empezar. Imposible planificar.


Hoy dejemos a la improvisación y a las ganas la capacidad de cambiar el rumbo. Poco a poco. Sin prisas. Aunque sabiendo que es la raíz de todo y que… Profundizar en el fondo sería lo mejor. 

Pero… Hoy sin presiones. Poco a poco…

Neko 

lunes, 8 de diciembre de 2014

Pesadilla constante

Oscuridad, sombras y la adrenalina corriendo a través de mi sudor. Mis venas se hinchan entre carreras que no alcanzan su objetivo. Sigo moviéndome, no puedo dejar que te pierdas más allá del horizonte, y tu sombra, por mucho que me esfuerce, está cada vez más lejos. Mi respiración se ahoga ante la falta de fuerzas, pero te diluyes entre la línea que separa el cielo de la tierra.

Despertar.

Nada es real, ni tu sombra ilumina ya mi camino, ni podré alcanzarte, solo el sudor permanece. En la penumbra no puedo ya sino evocarte, impotente ante tu muerte. Nada puedo hacer más que dar un bocado al aire fresco que golpea mi ventana, ni el gélido invierno enfría el infierno en el que habito desde que te fuiste. Y como los copos de nieve que comienzan a regar la noche, no veo mi futuro más allá del cemento que levanta esta maldita realidad. Así que siguiendo los trazos de tinta que mi destino fabricó caigo hacia la nada, esperando que tras mi oscuro reflejo que no cesa de aumentar, se encuentre tu sonrisa.

Despertar.

Los sentimientos vuelven a embriagarme, mi consciencia me traiciona, mis pulsaciones me maltratan; y ya no sé a dónde ir. Deseo esconderme de mí mismo, para que no se vuelva a aparecer tu silueta en cada esquina, tras cada pequeña sonrisa que se asoma a mi vida; pues la impotencia vuelve a mí. Me invade y me estrangula, haciéndome máximo culpable. Estallo y ya no hay vuelta atrás. Un cuchillo decora la solitaria estancia. Me mira a los ojos, y yo no hago más que preguntarle si esta vez será la definitiva o volveré a despertar.


Drizzt Beleren

domingo, 7 de diciembre de 2014

En la roca

Todo empezó con aquel amigo, que me comentó que iba de vez en cuando a explorar cuevas. Siempre me habían gustado la exploración y las aventuras, por lo que me pareció interesante y le pedí que me llevara algún día. A él le pareció bien compartir su afición y dijo que me avisaría en una semana o dos.
El día llegó y apenas pude esconder mis ganas. Me llevó a hacer una ruta conocida y me facilitó todo el material que era necesario, explicándome todo lo básico. No pudo ir mejor. Nos metíamos por agujeros oscuros por los que pasábamos a duras penas alumbrados únicamente por un par de linternas. Dijo que parecía estar hecho para esto y nos atrevimos a explorar un poco en la gruta. Pasamos por sitios de seguridad bastante dudable y cuando ya creímos que empezábamos a alejarnos demasiado nos dimos media vuelta y subimos por el camino principal. Cuando conseguimos salir, algo cansados, yo ya sabía que no tardaría mucho en querer hacer esto por mi cuenta.
Un par de semanas después ya me dirigía a una cueva cercana. Buscando información encontré una que no distaba mucho de mi ciudad. Me dijeron que estaba algo olvidada y que no solía ir mucha gente, además de que no era peligrosa si no te adentrabas demasiado. Me pareció una buena oportunidad para ponerme a prueba.
Me costó encontrar la cueva, el agujero de entrada se encontraba bien escondido en la ladera de una pequeña pero larga meseta de roca caliza. Tuve que apartar unas pocas rocas que la ocultaban para poder entrar. Tenía pinta de no haber sido frecuentada en un largo tiempo, lo cual no sabía cómo tomármelo. En cuanto entré, la emoción se apoderó de mí. Ahí, bajo la insuficiente luz de una linterna frontal, tenía que estar alerta. Empecé a avanzar, primero agachado y luego ya arrastrándome por la piedra. No vi restos de latas y botellas que vi en las entrada de la otra cueva y lo agradecí. Conforme avanzaba vi como pequeños conductos me dirigían a amplias aberturas y éstas a otros estrechos conductos, escondidos entre la densa oscuridad que parecía tragarse la luz de mi linterna. Esa inmensa negrura me dejaba sin aliento.
Avancé, movido por una frenética pasión, a través de galerías y galerías de diferente tamaño. Me sorprendí, después de lo que me pareció una eternidad, mirando atrás, con la terrible sensación de que quizá había avanzado demasiado sin pensar. Me giré, con la mala suerte de resbalarme con la piedra húmeda. Caí sin remedio y acabé golpeando mi cabeza contra el duro suelo.
Me desperté con un profundo dolor de cabeza y completamente desorientado en la oscuridad total. Poco a poco empecé a recordar lo ocurrido y entré en pánico. Palpé la piedra de alrededor intentando ubicarme y me corté con unos cristales, presumiblemente de mi linterna. Me limpié como pude en el pantalón y decidí avanzar fuera como fuera. Con miedo de volver a caer fui a cuatro patas, intentando mantener cerca del suelo la mayor parte de mi cuerpo. Estuve reptando en la intemporal oscuridad tiempo y tiempo, agarrándome a piedras invisibles para mí y confiando demasiado en mi dirección, que sólo buscaba subir. El cansancio me fue ganando terreno y noté la debilidad. Creo que el hambre acrecentó el dolor de cabeza que todavía arrastraba y que se mezclaba con el escozor de las heridas de mis manos, sucias ya de toda la tierra y humedad de la cueva. Me ovillé para minimizar la pérdida de calor y me entró sueño. Estaba aterrado, el frío y la humedad ya me llegaba hasta los huesos, pero el temor desapareció lentamente conforme me fui rindiendo y empecé a cerrar los ojos.
Cuando desperté, una pequeña luz me dio esperanzas. En un estado miserable me arrastré hasta lo que parecía su origen. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para levantarme y alcanzar el saliente del que provenía. Desde allí vi la salida. Subí, manteniéndome erguido todo lo que pude, y me dirigí a paso lento hacia la abertura, que quedaba a la altura de mi cadera.
Tambaleante, salí afuera. La luz me cegaba, devolviéndome a la realidad. Me tiré sobre la hierba y sonreí, estaba vivo.
MELO

Mediocre

Una vez más me despierto en medio de la noche, he vuelto a tener el mismo sueño. Ya sabía que iba a pasarme, ocurre todas las noches así que tengo preparado el vaso de Whisky sobre la mesita de noche. Así podré descansar un poco más.

Son las tres y siete de la mañana. Disfruto de este Whisky barato que me quema la garganta y vuelvo a la cama. Todas las noches el mismo sueño, la misma pesadilla, el mismo pensamiento de fracaso.

Toda la vida esforzándome, dando lo mejor de mi mismo para no tener una pizca de buena suerte. Estudiante brillante, siempre el primero de mi clase, el más trabajador… ¿para qué? Ahora soy un desgraciado, con un trabajo que no me gusta y una vida sin sentido.

Resoplo una noche más. Tengo veintiséis años y soy un fracasado, no soy nadie. Pero nunca he perdido la esperanza, sé que un día cambiará mi suerte y conseguiré mis objetivos.

Unas horas más tarde vuelvo a coger el sueño, mañana será un nuevo día y seguro que será mejor que hoy, lo presiento.

Toda mi vida ha sido una maratón, nunca bajé la intensidad, siempre seguía hacia delante marcándome objetivos y metas. Empecé de lo más bajo; de familia humilde y trabajadora, fui a la Universidad gracias a mis buenas notas y tuve decenas de trabajos, todo para pagar mis estudios.

Todos alababan mi esfuerzo, decían que llegaría muy lejos en la vida y acabé por creérmelo. Pero hoy, con 26 años, nada de eso se ha cumplido. Tengo 3 carreras y dos máster, una gran experiencia laboral en mi campo y hablo 4 idiomas pero un trabajo mediocre.

No me siento realizado y cada día es un infierno para mi…


…Tengo 26 años, soy un desgraciado pero nunca perderé la esperanza. Me lo merezco  y sé que llegaré a lo más alto.

Sarasvati 

viernes, 5 de diciembre de 2014

Caliente

Una noche más vuelvo a sentir ese irrefrenable estímulo. Deseo sentir el sudor de un cuerpo mojado sobre el mío. Busco una mujer en la discoteca, como cada noche. Hoy me apetece una rubia con dos buenas tetas.

Sé que acabaré consiguiendo ese polvo que tanto necesito, desde hace años ya no me consuelo solo, ya no soy un crío. No tardo en conocer a una chica que para mi gusto, está de muy buen ver. Le invito a una copa y sin rodeos le invito a follar. Casi siempre funciona, creo que es porque huelen mis feromonas y eso las pone cachondas.

Ella se intenta hacer la dura pero veo en sus ojos sus deseos de que la empotre contra la pared. Hoy compartiremos algo más que una copa. La cojo de la mano y se la pongo en mi miembro, quiero que note que estoy cachondo. No se inmuta y me encanta. Con su mano todavía en mi miembro me acerco a su oído y le digo que tendrá la mejor noche de sexo de toda su vida; ¡qué le voy a hacer, se me da genial y me encanta!

Se hace la tímida pero en realidad quiere formar parte de esta fantasía. Pongo mi mano sobre su vestido, está cachonda, lo noto. Es el momento. Bebo un sorbo de mi copa, agarro su mano y la saco de la pista. Hoy follaré en el baño. Solo de pensarlo ya deseo correrme.

Allí ni me molesto en desvestirla. Solo quiero follármela y disfrutar. La agarro del culo y la monto sobre mi, va a ser rápido. El tiempo se detiene mientras gimo de placer y de pronto llega el clímax, lo mejor de cada noche.


Sarasvati
























miércoles, 3 de diciembre de 2014

Quédate

La botella ya está vacía y aún le quedan muchas horas a la noche. Tú todavía no me conoces lo suficiente pero ya sospechas que en mí hay algo raro... diferente. Lo cierto es que yo estoy hecha al revés. En mí no hay un ápice de coherencia. Pero eso no te importa porque pone la velada más interesante. Pasa el tiempo y tú sigues sin apagar esa chispa en tus ojos. Sé muy bien que estamos hechos de un material explosivo, demasiado peligroso para estar juntos por mucho tiempo en el mismo sitio. Tengo la sensación de que si te toco saldremos volando por los aires. Creo que es porque estamos acostumbrados a esperar el tortazo pero no la caricia, y cuando esta llega no estamos seguros de si es real o no.


Miro al reloj, mi peor enemigo. Ojalá que por arte de magia se parara en este mismo momento. Este en el que estoy desconcertada e intrigada a la vez de lo que estoy conociendo. Supongo que el corazón es como un chiquillo avaricioso que quiere lo que quiere sin atender a lógicas de adultos. Él mío está demasiado a gusto en este nuevo juego y no tiene intención de echarse pronto a dormir. Pero ya se está haciendo la hora y aunque no nos habíamos dado cuenta es muy tarde. Así que te lo digo, sin pensar ni un solo segundo en las consecuencias: “Quédate”. Ni te estoy pidiendo matrimonio ni te voy a atar a la pata de la cama. Solo quiero seguir disfrutando de ti, por lo que mantengo la esperanza de que, finalmente, te quedes. Una sonrisa se asoma por tu rostro y, a pesar de que intentas contenerla, sale sin que puedas controlarlo. Entonces sé que no importa tu respuesta, porque decidas lo que decidas no quieres irte. De todos modos, un beso es la mejor respuesta de todas.

Alicia Salazar

martes, 2 de diciembre de 2014

Out on a dance to the moon. Too soon?

Cuando las expectativas fallaban, las miradas no se encontraban y los recuerdos no eran más que un cúmulo de insostenidas insensibilidades y catastrofías que solo unas pocas locas podían llegar a entender, aunque no preferir… Apareció un rayo de luz.

Sí. Era la lucecita esa verde que ponen en los bares, sí. Pero también influyó tu sonrisa, supongo. Y tu forma de cogerme o de hablarme. Aunque tú pensaras que no y yo tampoco supiera qué (qué estaba ocurriendo entre nosotros). Pero, de repente, me veía creyendo en la humanidad. O, mejor dicho, en los hombres. Bueno, no exageremos, en los hombres a los que no les importa hablar 8 horas seguidas. 

Pero sí. Tu sonrisa, tu forma de tontear conmigo y de demostrarme que te daba igual ser como eras... Me hizo creer que aun había alguien en la faz de la tierra capaz de interesarse por mí con la misma curiosidad científica con la que yo quiero entender a los demás. Y no solo me hizo sentir necesidades de saber quién era y quién se escondía tras su mirada de niño ensimismado en sus pensamiento. Sino también empecé a sentir la necesidad de invertir tiempo en él. El tiempo de verdad, no el que se genera por aburrimiento o necesidad fisiológica. 


Y así, así fue como tu mirada, tu forma de tenerme en cuenta en tu vida, me dio un atisbo de esperanza en mi mundo de imbéciles, de poetas de bragueta, de conquistadores en noches azules o grises. Así fue como me hiciste recuperar la fe en algo de lo que aun dudo. Sobre lo que no sé si existe, es una invención o algo pasajero. Pero, por lo menos, ahora sé que tú has provocado ciertos latidos de más en mi día a día. Y eso, te guste o no, es bonito. 

Neko

lunes, 1 de diciembre de 2014

Ensayo y Error

El aire que expulsaban sus fosas nasales hacía vibrar los pelos de un descuidado bigote, que el paso del tiempo hizo cada vez más rebelde. Sus arrugadas manos realizaban movimientos seguros, atrás quedaron ya los años de ensayo y error, pues pocas curvas le quedaban ya a su viaje. La llama iba consumiendo los últimos centímetros de la mecha que un día prendió entre la mirada de un joven apasionado y amante de los libros. Ahora trataba de provocar el ardor que el sintió en las pupilas de su nieto, antes de que fuese tarde.

Aquella tarde, manteniendo la costumbre de los jueves, él enrocaba su rey aprovechando la salida de los alfiles; enfrente, el pupilo por el que corría su sangre, que ya estaba acostumbrado a aquella jugada, respondió sin titubear. Poco a poco germinaba una sonrisa en sus frescos y jóvenes labios.

¿Quedaba esperanza para este mundo? ¿Se podía albergar en esta generación que ansía por vivir deprisa? No era capaz de adivinar si podrían transformar la realidad aquellos que quieren saber el final del libro sin haberlo leído, los que preguntan a qué sabe antes de haberlo probado, los que desean que salga la luna nada más nacer el día.

Sus ochenta primaveras le habían enseñado a caer, a llorar, a gritarle al mundo que era estúpido. Nunca se detuvo en su afán de crear y de hacer de su alrededor un sitio mejor. En su adolescencia soñó ser el capitán de la revolución; a los veinte, el poeta que crea nuevas formas de pensar; a los treinta, el huracán que hizo caer al patrón; a los cincuenta, los eslabones que tejiesen una red de solidaridad vecinal; y ahora… Ahora se conformaba con explicarle a la nueva esperanza en qué falló.

Pero la sonrisa que sus labios iban dibujando tuvo que abandonar el campo de batalla, para dar lugar a la sorpresa. El enroque simplemente había sido una maniobra de distracción y, ahora, ya nada podía hacer contra aquel peón que, en solitario, iría hasta el mismo infierno con tal de recuperar a su reina.

¿De qué habría servido avisarle? Pues volvería a repetirlo si todavía daba tiempo a jugar una vez más. La esperanza para saltar la verja se encuentra en el último tropiezo que dimos.



Drizzt Beleren