jueves, 14 de enero de 2016

Espiral ascendente, no consecuente.

Sigo dando vueltas sobre una misma maraña emocional y no consigo salir, ni predecir, ni entender. Lo que quiero ya no es lo que quiera, ni lo que fue va a ser el cúmulo del no ser,
ni estar,
solo parecer.

La vida se ve más simple, si se pudiera parar. Pero no dan esa opción en el bucle del interrogante. Que no es, sino, una afirmación encubierta.

¿Afirmación?
O…
¿Negación?

La búsqueda insaciable del por qué,
en qué momento,
de qué forma tan estúpida,
para qué.

Si yo antes era feliz.

Y supongo que si la respuesta es una evasiva,
solo viene a decir lo que tu mirada llora,
o lo que tus brazos echan en falta,
o lo que tu racionalidad ganó hace mucho.

Quizá esto fue un pulso que no perdiste,
por el simple miedo a perecer.

O quizá sí lo disfrutaste,
pero él no te cogió la mano con la suficiente fuerza como para amarrar a las mariposas que tu cabeza ha sido siempre experta en depurar,
igual que los pájaros,
no como los nudos (en el corazón).

Hoy, igual… NO
Antes te diría que quizá, lo mejor, fuera que esperaras. Hoy te digo que no, que lo mejor es que camines. No te pares. Anda. Siempre que sea hacia lo que a ti te importe. Ese camino es donde tú mismo irás encontrando las respuestas. Por muy duras que sean sus puntos,
y finales.
  
Sin interrogantes. 


lunes, 11 de enero de 2016

Érase una vez


¿Dónde está ese cuento que se perdió entre los años, que hablaba de héroes enamorados de villanos, de princesas que salvaban reinos de la autodestrucción y de leyendas de dragones que alimentaban el alma de los caballeros que jamás llegaron a derrotarlos?



Estoy buscando el nudo que atragantó al lobo y nunca pudo soplar, soplar y soplar, hasta convertir en delirio la pesadilla de los cerditos que, hartos de esperar, acabaron con un tiro de escopeta en sus gargantas.

Ando detrás de las lágrimas de aquel padre que nunca vio despertar a su bella hija, pues nació muerta, como muertos se quedaron los sueños de su infancia.

Sigo tras la pista del gusano que habitaba la manzana y que mató a la joven Blancanieves. Invisible, del que nadie cuenta historias, pues se alimenta de los hombres que ven en ellas una simple sirvienta para complacer sus caprichos

Persigo la tumba de ese zapatero, cuyo cadáver apareció flotando en el mar con un clavo en la garganta para regocijo de los duendes, que colectivizaron la fábrica sin ladrones que forjaran sus cadenas.



Tal vez jamás lo encuentre, pero seguiré buscando las perdices que dieron de comer a los finales felices de las historias que decidieron albergar en su propio final, una sonrisa.



Drizzt Beleren