lunes, 31 de marzo de 2014

El viaje del olvido

Cierra la puerta con cuidado, deja que tus pies vaguen por tu memoria y aparta el polvo de mis recuerdos. Siéntate conmigo. El sol, que despierta el horizonte, roza tu morena piel.

Dame la mano una vez más, como siempre hiciste. Enséñame a caminar a tu lado, y así, aprenderé a amar. Despacio, no hay prisa. Para el tiempo con la mirada, por favor, no dejes que avance. Quiero acunarme en tus ojos, otro día más. Permite que te acaricie el pelo, siempre lo odiaste; pero nunca te quejabas. A cambio, bajaré mis dedos por tu espalda, contándote todas y cada una de mis locuras. Te confesaré mis tormentos. Te soñaré junto a mí. Te diré como es el vacío, antes de que vuelvas a arroparme en las frías noches, donde tan solo la oscuridad me rodea.

Pero ahora no. Espera a que me enamore de ti otra vez, otro día más. Yo esperaré a que tú me abraces. Aprieta tu mejilla contra mis lágrimas. Despacio, no hay prisa. Susúrrame nuestro camino. Llévame de viaje a través del tiempo. Guíame por cada uno de mis latidos. Hoy mi corazón vuelve a golpear tu rostro, una terrible cuenta atrás.

Bésame, por favor. Presiona tus labios contra mis miedos. Y permite que mi arrugada piel viva cada momento, una segunda vez. Hazlo despacio, no hay prisa. Recuérdame nuestra primera mirada. Explícame nuestro primer beso. Inmortaliza nuestras noches bajo la luna. Personifica mis fantasmas, hazlos realidad.

¿Dónde fueron las marcas del ayer? ¿Dónde están las caricias que te hacían reír? ¿A dónde marcharon nuestras mudas conversaciones? ¿Todavía están en tus ojos los eternos paseos bajo el sol? ¿Crees que nuestros sueños se hicieron realidad?

Llévame lejos, muy lejos. Cuéntame cómo fue nuestro viaje, si de verdad fuimos felices. Sonríeme, antes que el olvido vuelva a devorarme. Bésame, antes que la oscuridad me consuma. Abrázame, mientras la cordura se mantenga firme. Antes que mi mente se nuble y mi memoria pierda otra vez nuestro amor entre los años, que poco a poco me matan. Por favor, una vez más.

 Pero quiéreme despacio, no hay prisa.


Drizzt Beleren

domingo, 30 de marzo de 2014

Víctimas

Miró dos veces a cada lado antes de cruzar. La oscuridad competía con el silencio. Se fió de este último y no erró. Al llegar al otro lado se puso los cascos, encendió la música y empezó a andar a lo largo del oscuro camino. Le gusta andar por las noches. Los paseos nocturnos le son reconfortantes, la tranquilidad en su estado puro. Y esas escapadas ilusionantes y prohibidas al parque de Marta eran más reconfortantes todavía.
Llevaban saliendo un par de semanas, esa temporada en la que todavía no te conoces y la ilusión por conocer es mayor que cualquier sentimiento. La comodidad y el bienestar del amor se hacen más fuertes luego, y la necesidad de hacer esas locuras, menos notoria.
En su cabeza sonaban las canciones tranquilas que reproducían unos bonitos cascos, mezcladas con ese aire de optimismo que la vida le brindaba.
Sus visitas normalmente se alargaban un par de horas, y tras unas eternas despedidas él volvía con una sonrisa un poco más pronunciada que en la ida. Cuando llegaba a casa, tenía cuidado de no despertar a sus padres y hermano, que madrugaban para trabajar y coger el bus escolar.
Iba pensando en su vida cuando un hombre se le acercó. El ímpetu nervioso con el que lo hizo le hizo sobresaltarse. Atropelladamente le dirigió palabras en tono imperativo que él no consiguió descifrar. En lenguaje extranjero, implorando, él le pedía que le diera aquello que tuviese de valor, mezclado con torpes intentos de justificación.
Para el hombre era la primera vez que hacía esto. Había estado viendo como cada noche, sin poder dormir, pasaba un chico delante de su puerta con un aire de felicidad, mientras él no tenía qué hacer para dar una vida digna a sus hijos. Poco a poco fue urdiendo la idea de esperarle más adelante, lejos de su casa y poder robar un bocado de esperanza.
Y allí estaba, ante la atónita mirada del chico que no llegaba a entenderle. Acercó el cuchillo que había traído de casa y el chico se asustó sólo un poco más de lo que lo estaba él. El niño retrocedió con torpeza y trastabilló. Cayendo hacia atrás, su cabeza, que no estaba preparada ante esa situación, fue movida por la inercia libremente, describiendo un arco que acabó hundido en el bordillo de la acera.
Paralizado, no sabía que hacer. Se acercó al chico, que inerte y clavado al suelo tenía una cara desfigurada de sorpresa. Se acercaba temblando, mientras oía una simple canción de fondo, la cual absorbía los matices de la escena para convertirse en una canción realmente triste.
Empezó a llorar desconsoladamente. Él no quería esto, era lo último que hubiera deseado ver. Se acercó lentamente y, mientras buscaba entre sus ropas, se sentía miserable y se preguntaba cómo podría ahora mirar a sus hijos.
Cuando llegó al iPhone y paró la música, el silencio de muerte era tan fuerte que tuvo que huir lo más deprisa que pudo, no fuera a hacerle víctima a él también. La vida de los suyos ya era lo suficientemente ruinosa, y sus hijos, lo necesitaban.

sábado, 29 de marzo de 2014

A. C.

¿Por qué las personas tienen miedo a la muerte? Esta es una pregunta que desde niña me he hecho. Morir es natural decía mi cabeza cuando pensaba en este tema. Muchos al leerme dirán que soy una persona frívola. Ahora, con 20 años puedo decir que es verdad, lo era. Sin embargo, creo que durante estos años había pensando así porque quería parecer fuerte. Pero, no lo soy, ahora veréis por qué.

Nunca había perdido a nadie en 19 años. Jamás había experimentado lo que se siente estando cerca de alguien que sabes que va a morir, viendo como lo vas a perder y no puedes hacer nada para evitarlo. Solo estar ahí, haciéndote el fuerte para que tus otros seres queridos también se sientan fuertes. Por esto sé que siempre he pensando que la muerte no era más que un acontecimiento más en la vida. Pero no solo es eso…

La muerte es injusta. La vida es injusta. Los humanos somos injustos. ¿Por qué esperamos a que alguien falte para echarlo de menos? En vida no nos damos cuenta de que a nuestro alrededor hay personas muy importantes, que nos quieren y nos valoran y que, seguramente, por razones naturales, se irán.

A mí me costó mucho darme cuenta de esto. Nunca creí que perder a alguien dolería tanto. Saber que quien ha estado siempre ahí, para darte ánimos o simplemente para abrazarte ya nunca más estará. Darte cuenta de que por más que lo intentes no volverás a escuchar su voz.

En estos momentos, siete meses después parece que todo pasó, que ya se ha olvidado. Aunque no nos engañemos, nadie lo he olvidado. Mi cabeza sabe que ya no estás pero mi corazón siente que sigues a mi lado. Siempre estarás aquí conmigo, lo sé. Todas las noches antes de acostarme pienso en ti y estoy segura de que tú también lo haces.

Sé que hoy, mañana y siempre estarás junto a mí y que, aunque ya no estés sentada en tu mecedora, donde quiera que estés, me apoyarás en los momentos más difíciles y celebrarás mis triunfos.

Por eso, hoy quiero dedicarte estas simples palabras y recordarte una vez más que no te olvidamos.


Te quiero. 

Sarasvati

viernes, 28 de marzo de 2014

Antes de cruzar



Con el miedo pegado a los talones, corro mirando fijamente al frente. Un paso detrás de otro. Cada vez más rápido, aprovechando la tregua que me deja mi entrecortada respiración. Corazón de colibrí, piernas que apenas tocan el suelo. Sobrevuelo las piedras, levantando el polvo del camino con las puntas de los pies. Saco partido de los reflejos que me regala la adrenalina y acepto al pánico como compañero de viaje. Procuro esquivar las ramas que me impiden el paso. Hurgo en la noche e intento esconderme. Corriendo sin parar porque los escucho. Los siento cada vez más cerca, escalofríos besándome la nuca. Ya están aquí.

Un giro inesperado, un desnivel en el terreno y caigo de bruces. Hinco las uñas en la tierra. Huele a humedad. Sabe a callejón sin salida. El tiempo ha dejado de existir, no hay luz que me guíe. Presa de la desesperación, trato de arrastrarme. Creo que estoy haciendo más ruido del que debería, pero mis sentidos no me devuelven una imagen fiel de la realidad. Todo aparece distorsionado, no encuentro fuerzas para seguir moviéndome.

Oigo pasos cerca de mí. Me buscan y sé que me van a encontrar. Siento los ojos secos a pesar de las lágrimas que bajan quemándome la cara. Lloro sin control. Creo que estoy gritando, creo que pido piedad. Piedad y perdón, aunque no sé por qué. ¿Por si hay alguien esperándome al otro lado que me deba perdonar?

Ya están aquí. Tengo miedo y frío. Todavía no me han tocado y ya soy un amasijo de carne. No existe nada dentro de mí. Tampoco hay nada que me vaya a salvar. No quiero morir. Me agarran y dejo de preguntarme por qué. Me abandono a la incertidumbre. Veo un destello. Después, solo oscuridad. Ni rastro del miedo.
Djalí

miércoles, 26 de marzo de 2014

El día de los muertos

Uno, dos, tres... veo caer los copos de nieve sobre Canfranc en esta noche de luna llena. Los niños disfrazados de terribles criaturas ya van de casa en casa chillando-¿Truco o trato?¡Es Halloween!-una invasión americana más.

Me alejo de la ventana. Veo a mi abuela con su poncho y la cara pintada de blanco colocando el altar con la foto de mi abuelo, sus objetos personales, pan de muerto, calaveras, velas y collares de cempasúchil, la flor naranja del día de los muertos. Mi abuela es mexicana y se niega perder sus tradiciones. De pequeña me contaba viejas leyendas de su tierra como la Catrina, una diosa a la que llaman la Dama de la muerte. En Mexico el día de los muertos es un día de celebración, de reencuentro con los seres queridos, mientras que en Halloween los niños se visten de monstruos para ahuyentar a los malos espíritus. Llaman al timbre y mi abuela va a atenderlos. Yo, ya adaptada, cojo el sombrero de bruja para seguirla pero, entonces, escucho unos pasos que vienen del ático. Cada vez que se oye una pisada arriba, aparece una huella en la nieve de la calle-es broma- pienso.

Bajo rápido por las escaleras y al irse los niños, veo que mi abuela también se ha dado cuenta. Las pisadas se han mezclado pero diferencio unas de hombre. Ahora las huellas corren cuesta abajo, pasan cerca de la vieja estación y me llevan entre las calles. Inevitablemente, las pierdo entre la gente. Una niebla recorre el suelo y se extiende. De repente, sombras. De repente, sangre. De repente, huesos. Los huesos se reconstruyen con carne y a la carne le acompañan ropajes raídos. Poco a poco recuperan un rostro al que poder mirar. Mi reloj apunta la medianoche: La hora de las brujas. Algunos corren, otros se paran al ver a algún conocido. Los vivos se mezclan con los muertos. Pero ellos no hacen daño a nadie, solo vagan en la oscuridad. Yo sigo paralizada cuando...

Pum pum. Pum pum. Pum pum. Mi corazón se dispara. ¿Eres tú? Me acerco a él mientras la figura hace lo mismo. Acaricio su cara y él me observa tranquilo. Su mirada inerte me calma-hemos hecho un trato con la Muerte-dice Samuel-tenemos una noche en la tierra de los mortales y he pensado venir a verte. Aún se reflejan las heridas del accidente de coche que mató a mi novio hace dos años-¿y a dónde vamos?-pregunto sin más-hoy lo material y lo espiritual se funde, quiero enseñarte tu querido Mexico. Con solo pensarlo viajamos a Michoacán, del que había oído hablar a mi abuela. Un lugar lleno de música, de cempasúchils, de calaveras de azúcar, de altares con frutos, de velas en los panteones... Se han preparado para reunirse con sus familiares y lo celebran alegremente como un milagro. Es el día de los muertos. Nosotros bailamos un buen rato y, finalmente, nos sentamos.
-Antes solo podíamos salir como espíritus-explica Samuel-la última vez vine aquí después de visitarte. Me hablaste tanto de esto... me encanta cómo lo viven.
-¿Cómo es la muerte? ¿Sufriste?
-Sí, pero no duró mucho ¿Sabes? allí abajo es todo tan oscuro... pero ya no hay miedo, ni dolor.
Le abrazo y le beso sin importarme el hecho de que esté muerto. Entonces lo pienso.
-Pero... ¿Qué le disteis a cambio a la Muerte por regresar una noche?
El sol estaba saliendo y la noche llegaba a su fin.
-Le prometimos la vida de un ser querido. Le vendí tu alma.

Alicia Salazar

martes, 25 de marzo de 2014

¿Preparados? Muy listos.

Supongo que, para variar, en esto también voy al contrario del mundo. No considero que los seres humanos luchemos contra la muerte. Considero que nos preparamos para morir desde el primer momento en que nacemos.
Todos los logros, las metas, los objetivos… Los intentamos conseguir con el propósito de que, cuando llegue el fin, uno se pueda sentir noble de recibir en brazos a la muerte.
Todas las experiencias de la que aprendemos, todos los sufrimientos sobre los que ganamos formas de sobrevivir y adaptarnos, todos los llantos y las dudas… Se generan con el propósito de que, cuando llegue el fin, podamos aceptarlo tal y como viene. Porque en la vida hemos sufrido cosas peores y nos sentimos en paz..
En el fondo, la vida es una preparación para la muerte. Todo lo que hacemos tiene el objetivo de conseguir llegar al final de la vida con más o menos certeza de haber hecho todo lo posible para mirar de frente a la muerte y decirle: “sufrí mucho, pero también fui muy feliz en vida. Tú, muerte, nunca sabrás lo que es notar el frío en los huesos, los pulmones a punto de salirse del pecho cuando sientes cómo tu hijo está naciendo, el corazón a punto de explotar de alegría cuando tu actual marido te miró por primera vez. No sabrás nunca lo que es un orgasmo, una discusión, un baile, un rayo de sol sobre la piel… La brisa del mar o el viento de los bosques. No lo sabrás y yo sí.” 
No podemos pensar que no estamos preparados para nuestra propia muerte porque es cierto que nos estamos entrenando a cada paso que damos hacia ella.
Lo que no podemos decir es que estemos preparados para aceptar la muerte de otros. Ahí es donde estamos mal hechos.
El sufrimiento, el vacío, la necesidad de abrazar de nuevo al otro, de verlo sonreír, de compartir momentos con esa persona, de volver a preguntarle unas mil veces más por sus inquietudes, sus vivencias, sus felicidades y sus tristezas…
Para eso sí que no estamos preparados.
Nadie nos enseña a cómo no arrepentirnos por lo no vivido con él, por lo no sentido, compartido o no apoyado… Nadie nos enseña a sufrir sin silencio cuando perdemos a alguien.
Es injusto y un tanto egoísta que llevemos toda una vida preparándonos para nuestra propia muerte pero que necesitemos esta y otras dos más para digerir las pérdidas de otros.
Esto me hace pensar en el egoísmo humano. Y quizá, solo quizá, esto me dé cierto atisbo de esperanza sobre la naturaleza humana. Quizá, cuando la sombra negra acecha, se descubren nuestros verdaderos afectos hacia los demás. El orgullo se desvanece y aparece el amor y la necesidad de los demás. No somos tan individualistas como nos hacemos creer y esto es gracias al señor de capucha y guillotina.
Es triste. Muy triste. Pero cierto, muy cierto. 

 Neko

lunes, 24 de marzo de 2014

Divino Castigo

Frío. Una vez más la gélida bocanada de aire proveniente del más allá acaricia mi rostro para luego huir, llevándose consigo las sonrisas del ayer. Mi espada, llena de súplicas, acaricia los labios de la oscuridad, siendo relámpago en la tormenta, aullido en la luna llena. Los ojos que sufrirán mañana el latir de otro amanecer se abren ante un campo de cadáveres, cuerpos que hallaron la paz, almas que ya no vagarán en el vacío carnal.

Miedo. Avanzo entre la sangre, pisadas entre el silencio y el quebranto del tiempo, mientras el tintineo provocado por el temblor de mi mano sujetando el arma recuerda mi desgracia y agita mi maldita respiración. Busco un atisbo de esperanza, una última oportunidad, una nueva batalla perdida desde el comienzo, otro vago intento de felicidad.

Rabia. El peso del castigo me empuja contra la vergüenza. Caigo de rodillas. Apenas puedo alzar la mirada más alto de lo que hoy se hundió la niebla en este infierno. El olor del acero se perderá en los últimos suspiros de aquellos que se arrodillarán ante mí. Siempre será así.

Ira. Alzo mi cólera contra el cielo. Desafía mi garganta a un Dios vengativo y cruel, a un Señor de sumisos esclavos. Mi cuerpo recordaría cada segundo de la batalla; mi sombra, la eternidad.  Las heridas cicatrizarían, no así el corazón. Pero regresaré entre cantos de victoria, envuelto en la felicidad más amarga, sabiendo que nunca dormiré, dando la pelea más valiosa por perdida. Solo.

Desolación. Soy el juguete del sol. Soy la condena del tiempo. Soy el dolor de la vida. Soy el peor de los pecados. Soy el mayor de los errores. Soy la cabeza de una justicia decapitada. Soy invisible a la muerte. Soy la mayor pena que un Dios puso al ángel caído.

Soy la eternidad.

Drizzt Beleren

domingo, 23 de marzo de 2014

Sin nada

Ayer soñé que moría. No era una muerte lenta y dolorosa, sólo acababa muerto. Dormí con la ventana abierta, pero no sentía frío.
En el sueño, como excepción, podía pensar después de muerto. Reflexioné, solo y en completa oscuridad, durante lo que parecieron eternos siglos, mientras la ventana seguía abierta. "¿Esto es la muerte?" pensaba y me dejaba ir a la deriva en un mar de ideas que acababan en la misma: no existir. Ni hacer ni pensar, vacío. Me desperté sobresaltado, atorado en un callejón sin salida: no podía pensar estando muerto.
Hoy no he podido dormir. La misma cara seria me ha acompañado en las horas, los minutos y los segundos. Rodeado de risas, de gente, de lo que fuese, estaba solo. Solo con mis pensamientos. La ventana, abierta de par en par, parecía tan impasible como yo. Di vueltas en la cama, sudando y dejando mi lecho como un recalentado nido de vida rezumada. Me levanté y me dirigí a la ventana. Noté como me quitaba poco a poco el calor.
Allí, de pie, mirando las estrellas brillar, tuve una revelación. Nada importa. Nos esforzamos en sentirnos vivos en un mar inerte de nada hecha algo. Todo cambiaba y, al final, era la misma nada tan desagradable como agradable. Somos una pequeña fluctuación en la cómoda tranquilidad de un descomunal y sobrecogedor universo.
Me senté en el borde de la ventana y ni así conseguía sentirme vivo. Notaba la impasibilidad del aire que pasaba a mi lado indiferente, siguiendo las leyes que rigen el mundo. Respiré hondo ese aire y cerré los ojos. Sentí la abrumadora soledad en cada nervio de mi cuerpo.
El amanecer me sorprendió cuando más frío sentía. Lentamente, me bajé y cerré la ventana. Pasaron largos minutos hasta que me decidí a moverme, y a continuar mi exánime vida.

Melo

sábado, 22 de marzo de 2014

Clara

Clara es una chica que nunca ha tenido amigos. Desde niña se le hizo difícil relacionarse con la gente de su edad porque nada le hacía feliz. Con el paso de los años empezó a cerrarse más en sí misma y ni siquiera se preocupaba por tener a alguien cerca.

Cuando los primeros signos de su pubertad empezaron a verse se dio cuenta de que la soledad, aquella que le había encantado durante toda su vida, empezaba a hacérsele grande. Pero, para entonces, ya era demasiado tarde.

Quienes la conocían, aunque solo fuera de vista, coincidían en que Clara era un bicho raro, una persona que no quería molestar ni ser molestada. Aunque lo intentó varias veces, nunca recibió nada más que simples respuestas a sus saludos. Para aquellos que Clara ignoró durante años ya no era momento para iniciar una amistad.

Poco a poco Clara entendió que, gracias al comportamiento que tuvo durante años, ya no sería aceptada por sus compañeros. Como si se tratase de una sombra que persigue al atormentado, Clara empezó a sentir que no relacionarse con nadie le quedaba grande. Quería, deseaba,  salir y hablar con alguien que no fuese ella misma.

Los meses pasaron y Clara seguía igual hasta que, un día, pensó que quizás podría empezar de cero con alguien. ¿Dónde? Se preguntó mil veces hasta que por fin se le ocurrió la que para ella fue la mejor idea: Internet.


Creó un perfil en un chat y en cuestión de minutos ya le habían saludado varias personas. De todos aquellos con los que habló el primer día dos siguieron hablando durante meses  y años con Clara. Dos personas que, en el momento de conocerlas, Clara no imaginó que acabarían por ser imprescindibles en su vida. 

Sarasvati

viernes, 21 de marzo de 2014

La cremallera



¿Y cómo haces con las cremalleras?

Empiezo a estar harta de esa pregunta. Sí, vivo sola y muchas veces no consigo subirme hasta la tercera o cuarta vez la cremallera del vestido. Sí, soy bajita y tengo que ponerme banquetas para alcanzar los estantes más altos. Sí, es una elección personal. No soy alguien asocial o desagradable. Me gusta pasar tiempo con mis amigos y, de vez en cuando, no faltan hombres en mi cama.
La soledad, al menos a tiempo parcial, es una elección en mi caso. Llego a casa y no hay nadie esperando. Para muchos, eso es triste; para mí, una oportunidad para estar sola. Los recuerdos del día intactos. No los intoxico al contárselos a un compañero de piso, a una amiga o a un novio. Tampoco los intoxican sus opiniones, sus juicios o su compasión. Tengo la oportunidad de analizar lo que he hecho, lo que he dicho, lo que me ha ocurrido… por mí misma.
La soledad, en cierto modo, es una puerta hacia el conocimiento interior. ¿Acaso hay algo más importante que conocerse a uno mismo? Estar en paz. Esa es la llave hacia la felicidad, la manera de ser amable con los demás y de alegrarse verdaderamente por sus éxitos. Perdónenme por no pagar la bronca de mi jefe con la gente que me quiere cuando llego a casa. Socializar, sí, pero a tiempo parcial. Ese es mi secreto. Con tiempo para poner nuestras decisiones en firme y ser quienes somos, sin necesidad de ser constantemente alguien acompañado.
Sin embargo, para el mundo soy una solterona solitaria. En parte tienen razón.
Debería encontrar un sistema para subir las cremalleras.
                                                                                                                                      Djalí

miércoles, 19 de marzo de 2014

Entre las dunas de África

El silencio viaja volando con el quibli, rozando la arena y tocando el cielo. El quibli es este viento del norte africano que que me arropa todas las frías noches y me despierta cada calurosa mañana. Paso día tras día con este ambiente seco en algún rincón perdido del Sáhara perteneciente a Marruecos, pero yo estoy muy lejos de la civilización. Soy un ermitaño, un nómada árabe que tantea los cambios de estación, absorto del ajetreo de la vida moderna. Permanezco en un retiro espiritual con fecha de caducidad abierta. Yo solo con mi desaliñada barba, unos harapos y los pocos cacharros que poseo enrollados por las viejas telas recias que utilizo para montar mi tienda y que conforman mi hogar allí donde voy. No descarto volver a una comunidad algún día, quizás cuando ya no pueda mantenerme por mí mismo. A pesar de que la vejez me está atrapando a mis 52 años, todavía sobrevivo cazando conejos, usando calotropis de sodema como planta medicinal, viendo correr a los adax o descifrando a la luna cuando sale en los rojos atardeceres africanos mientras camino entre las dunas. Y así dejo las huellas que el viento borra.

Por supuesto, mi vida no ha sido siempre así. Lo curioso es que con el paso del tiempo aquí y allá siempre solo, voy olvidando mi pasado entre otros tantos como yo que nada tenían que ver conmigo. Lo único que es imborrable en mi memoria es la fisonomía de esa mujer. Samira era la incompatible mujer que me hacía estremecer con una sola mirada. Tan diferente a las chicas en las que me solía fijar en aquella época llena de juventud. Pertenecíamos a mundos distintos. Ella era de una familia adinerada, una mujer árabe distinguida, estudiante y la soltera que todos los empresarios esperaban conquistar. Pero yo, el pobre verdulero del mercado, la enamoré. Ella estaba asustada de lo que sentía por mí. Yo temblaba con cada encuentro. El día que la casaron con él, el ejecutivo vencedor, la perdí para siempre y me negué a volverme a enamorar. El dolor me quemaba por dentro. Escogí este modo de vida y no me arrepiento. Mi alma necesitaba calma y calma es lo que la soledad me dio.

Al principio no fue fácil. No sabía cómo utilizar todo lo que el Sáhara me ofrecía. Cada mañana la recordaba imaginándola con otro hombre, cada noche soñaba con ella. Me perdía en el desierto sin saber orientarme en mis nuevos destinos... Pero pronto aprendí cómo cazar, a identificar las plantas buenas que podía utilizar y las malas que debía evitar observando a los animales, el norte o el sur o el este o el oeste de este inmenso desierto, a saber la hora según la posición del sol y, sobre todo, a dejar de tenerla siempre en mente. Entendí que ella se había marchado para no volver. Aprendí a estar solo.

Ahora la vida pasa delante de mis ojos majestuosamente, como esas águilas imperiales que sobrevuelan el cielo del Magreb. Así me voy conociendo un poco más, aprendiendo de la sabiduría de la naturaleza, sin preocupaciones, admirando la magia que surge con las chispas de mi hoguera y que topan con las estrellas-las únicas que saben quien soy-descubriendo los secretos del desierto... ¿Cómo habría sido mi vida con Samira? ¿Más feliz? Puede ser. A veces pienso en ella cariñosamente y me gustaría volver solo para pedirle a él que me la cuide, pero luego vuelvo a la realidad con la arena bajo mis pies. Existo con la única conversación que la del universo conmigo, en paz, adquiriendo un conocimiento que no habría llegado a mí de ningún otro modo. Esta es solo una percepción distinta a la de los demás ciudadanos del mundo. Alá me destinó a la solitaria vida entre las dunas y yo accedí.

Alicia Salazar

martes, 18 de marzo de 2014

Fin.

Acaba la conversación, las miradas se apagan, te toca regresar a casa con las manos llenas de frases hirientes y un corazón vacío por lo que acaba de perder. Acaba de perder a la persona con la que llevaba años paseando de la mano, tratando de generar proyectos futuros con más o menos acierto, pero haciéndose ilusiones.
Todo eso no está, ya no será así. TODO. Siempre pueden quedar resquicios de esperanza, de que en un futuro se pueda revolver al mundo de emociones generado entre sus sonrisas, puntos fuertes y débiles, entre sus palabras… Pero no. Tu racionalidad te lo llevaba meses diciendo y tú aun ni siquiera lo has podido asimilar.
Vuelves a casa como puedes, aguantándote las lágrimas solo porque no quieres que te pare nadie por la calle, porque te avergüenza decir que, lo que parecía perfecto, era un cúmulo de imperfecciones malsonadas.
Llegas al fin. Te recoges. Suspiras. Consigues dormir algo. Al día siguiente no hay ningún “¡Buenos días amor! ¿Qué tal has dormido hoy?”…
¿Te podrás acostumbrar? No lo sabes. Prefieres llevar la vida como buenamente puedas hasta que otros temas consigan distraerte un poco.
Los meses van pasando, y la sensación de necesitar que alguien te abrace por la espalda todas las mañanas puede persistir pero entonces… Empiezas a apreciar las ventajas de esta nueva situación para ti.
Comienzas a descubrir lo que es vivir sin ataduras. Quien dijo que el amor es libertad, no conoció a mi ex.
Aprendes a que, las películas sin nadie estorbándote a tu alrededor se disfrutan más, que puedes ir al cine con amigos sin oír comentarios de recelo a tus espaldas. Aprendes a encontrar nuevos significados a las canciones en tu cama de 90 sin que nadie te ocupe manta. Aprendes a buscar nuevos planes con amigos antiguos, que incluso dejaste abandonados. Puedes dosificar más tu tiempo y tu economía te lo agradece. Hay más caprichos propios. Aprendes a descubrirte a ti mismo, tus gustos propios. Puedes ir a ver la película que tú quieres y no tienes que soportar moñadas que el otro quería ver. No tienes que rendir cuentas a nadie sobre qué hiciste la noche anterior, sobre quién es el que está esta mañana en tu cama, sobre por qué ayer no pudiste llamar a nadie solo porque no estabas para nadie, sino solo para ti.
Habrá quien diga que de estas cosas ya disfruta estando en compañía. Y me alegro por ellos. Pero cuando, tras 4 años, te encuentras solo de la noche a la mañana tienes que redescurbrir estas cosas, o estarás perdido en un montón de autotorturas pensando en lo perdido, lo no vivido, lo no recorrido en manos de otro poeta…
Un buen día descubres que te has levantado y lo primero que has mirado ha sido el móvil. Pero esta vez no es para mirar si alguien se ha acordado de ti, sino porque estás deseosa por ver las nuevas confirmaciones de un festival. O porque quieres saber qué ocurrió con el chico al que se ligó tu amiga. O porque estás deseosa de saber cómo va el caso Noos...
¿Por qué tenemos que hacer depender nuestra felicidad de unos cuantos caracteres colados entre mensajes subliminales? Aprendes a convivir con las tonterías que otros chicos buscan en ti pero sabiendo a la perfección que no van a conseguir ni un pedazo de tu corazón.
Sigue frio. Sin ganas de conocer a nadie. Sigue en periodo de reposo.
Y tú mientras, aprendes a regañadientes que tener más tiempo para una misma es algo tan valioso que, en el momento en el que llegue alguien, va a tener que hacerlo excesivamente bien como para que tú quieras compartir esos segundos de libertad…

 Neko

lunes, 17 de marzo de 2014

La Teoría de Cuerdas

Vacío. La eternidad me ahoga en las mareas de la vasta noche. La luna, más lejos que los límites de toda visión, agita el silencio de las estrellas, que lloran al no poder amar. El tictac del reloj ya ardió consumiendo las arrugas de mis sueños, la luz disipó las lágrimas que portaban decrépitos recuerdos, y un sinfín de enredos prendió la mecha del ayer.

Las telarañas de nuestros pasos tejen cordones de sueños entre las almas que se encuentran, por azar, en el camino. Pendiendo nada más que de un hilo caemos en esta absurda realidad que secuestra nuestros corazones, en este plano que retuerce nuestra mente, en este universo donde el amor forja el calor de nuestras almas. Las sonrisas, finas tiras de mimbre que se entrelazan, nos atan al efímero humo de la verdad. Tan solo existe una oportunidad. No hay vuelta atrás.
Pues con el tiempo, el aire desgasta las trenzas del destino, el agua degrada las cadenas que forjamos, la arena rompe toda unión. Si algún nudo de la maraña de cuerdas sobrevive al dolor de la soledad, si el reflejo del firmamento escupe un nuevo amanecer en compañía, al soltar el último lazo te hallarás siempre ahí.

Ahora acuesto cada noche sus miradas, protejo su sonrisa del crepúsculo, y robo las plegarias del viento; ahora espero su eternidad para poder volar con ella. Libré la más épica de las batallas, vencí a la más terrible de las pesadillas, y aunque mi cuerpo pereció y mis ojos se cerraron, derroté a la soledad.

Nuestro camino debe proseguir más allá de las luces del infinito, más lejos que el brillo de tus pupilas; pero lo haremos cogidos de la mano.




Drizzt Beleren

domingo, 16 de marzo de 2014

Tu vida, Marco

"Hola, Marco. Estas palabras ya casi serán tan viejas como yo lo soy ahora, pero tenía que hacértelas llegar y esta es la única manera que se me ha llegado a ocurrir.

Yo... no sé hacer estas cosas. Las veces que he cogido una pluma o un bolígrafo en mi vida han sido para rellenar papeles y dejarlos igual de vacíos, tomar simples notas o firmar.

No he tenido una vida sofisticada ni compleja, ni se me dio esa oportunidad. Hoy me maravillo ante las oportunidades que se abren ante vosotros, jóvenes, mientras, indecisos, no las sabéis aprovechar.

Ante todo te diré una cosa: tienes una vida por delante, Marco, no te impacientes. No pretendas vivir antes de aprender, ni aprender antes de observar. Existe el dicho que dice que sólo se aprende de los errores. No es del todo cierto. La verdad es que se aprende más de pensar, antes y después de errar.

No te obsesiones con tus metas, pues así muchas cosas importantes se te escaparán. Recuerda que la frustración no es buena y que muchas veces es mejor respirar tantas veces como necesites para no estallar, y que si estallas normalmente te harás más daño a ti y tus cercanos. Puede ser que alguna vez te caigas, pero no te desanimes y vuélvete a levantar, nunca te juzgaremos por ello más que lo que tú lo harás. Aprende a admitir tus caídas, y así sabrás cuando te estás levantando.

Intenta tener cerca a la gente que aprecias, y lejos a aquellos que te pueden dañar. Todos somos personas, recuérdalo, y es mejor si nos podemos ayudar.

Es posible que cuando leas esto sólo me recuerdes como el viejo abuelo con el que solías jugar, o ni eso, pero quiero que sepas que si pudiera alargar mi vida un poco más lo haría para verte y hacerte crecer. Lo hagas como lo hagas, tu vida será tuya, y en eso has de pensar. Ojalá logres todo lo que te propongas, o, al menos, puedas sonreír, como yo, al mirar atrás.

Un abrazo, pequeño. Ve y vive todo aquello que tengas que vivir, más allá de lo que yo haya podido imaginar verte vivir."

Marco relee estas líneas, ya tantas veces leídas, esta vez en alto. Sus ojos apenas pueden contener los años vividos y los sentimientos acumulados en ese momento y, por ello, lee con dificultad. Su nieto escucha atento, tal y como Marco no pudo. Ha tenido el abuelo que todo niño merece, aunque él sólo sabe que estando con su abuelo se siente bien.

A pesar de lo que pueda parecer, Marco no estuvo solo nunca. Su abuelo y sus consejos siempre estuvieron a su lado. Las palabras resonaron tantas veces en su cabeza que las podría recitar de memoria, aunque ni recordara su ronca voz. Él recordaba algo mucho más importante: su forma de ser, la esencia de lo que le haría ver la vida con unos ojos diferentes, más caritativos. Y aún ahora en silencio lo abrazaba, mentalmente, con la misma fuerza que de pequeño abrazara a su pierna cuando le decía que tenía que marchar.

sábado, 15 de marzo de 2014

Vive gracias a quien lo estuvo matando

Han pasado 998 horas desde que mi vida es una pesadilla. Jaime está cada vez peor y los médicos temen decirme que pronto morirá. A veces, me basta con ver cómo me miran cuando todas las mañanas pasan consulta a mi bebé.

Siento que fue mala idea querer tener un hijo. Carlos y yo intentamos quedarnos embarazados varias veces y nunca lo conseguíamos. Nueve años de nuestra vida frustrados mes si y mes también porque nuestro sueño, ser padres, se veía cada vez más lejano.

Por fin, nos aconsejaron probar la fecundación in vitro. Mala idea. Suerte fue conseguir quedarme embarazada en el primer intento, pero poco tiempo después empezaron los disgustos. Mi bebé no crecía y por riesgo de aborto tuve que dejar de trabajar –mi otro gran sueño en la vida- y reposar desde el segundo mes de mi embarazo.

Carlos y yo éramos optimistas pues los médicos decían que era un caso como cualquier otro. Entonces, mi lado más maternal surgió de dentro de mí y me dediqué a preparar todo con ilusión.

Mes a mes los médicos continuaban optimistas y yo compartía su esperanza. Carlos y yo éramos  felices hasta que, un 5 de octubre empecé a sentir un dolor muy fuerte. Era el bebé, quería salir. Solo habían pasado 5 meses y medio desde que me quedé embarazada.  Sentí miedo.

Han pasado 1005 horas. Jaime no mejora. Los pulmones le fallan y algo dentro de mí me dice que va a morir. Carlos me pide que vaya a ver a Nacho, llevo desde el día del parto sin verle. Nadie entiende que una madre no quiera ver a su otro hijo. Nadie entiende que odio a Nacho… Ha estado 5 meses matando a su hermano dentro de mí. No puedo mirarle a la cara. Siento que me estoy volviendo loca. Le digo a Carlos que vaya él, agacha la cabeza y se va. A veces pienso que él está siendo más fuerte que yo, que me necesita para continuar adelante pero, yo ya no puedo más.

Las horas van y vienen, los días pasan. Jaime sigue en la incubadora, no hay signo de mejoría. Lloro lejos de Carlos. Por primera vez en mi vida pido a Dios que me ayude, rezo sin saber cómo hacerlo. 

Ya han pasado 2 meses desde que Jaime nació. Nacho ya está en casa con sus abuelos, sigo sin querer verle. Los médicos me quitan las pocas esperanzas que tengo, Jaime va a morir pronto. Me estremezco. Nunca antes la palabra “morir” había hecho tanto daño en mi corazón.

Desesperada busco en Internet, compro libros… necesito salvar a mi hijo. Después de horas de búsqueda sin respuesta llego a un foro donde una madre cuenta una historia parecida a la mía. Por primera vez desde hace meses siento que alguien me entiende. Pronto leo: “mi hijo sobrevivió”. Sonrío y llamo a Carlos. Carlos me escucha estupefacto, no cree que funcione. Como en los últimos meses, le ignoro. Corro en busca del doctor y le enseño el artículo del foro. Reacio al experimento que salvó al bebé de esa mujer decide no probarlo.

Hoy a mi bebé se le ha vuelto a parar el corazón pero el médico ha conseguido que vuelva a la vida. Llorando histéricamente le pido que haga lo mismo que hicieron con la mujer que salvó a su hijo. Supongo que, harto de escucharme, acepta.

Hace 7 meses que Jaime entró en la incubadora. Por fin mañana podré llevarme a mi hijo a casa. Ha sobrevivido a la muerte. El experimento funcionó. Su hermano, Nacho, quien estuvo durante 5 meses y medio matándole dentro de mí, lo ha salvado. Han bastado 4 meses juntos, en la misma incubadora para que, la fuerza y la vitalidad de Nacho haya hecho a Jaime un niño más fuerte. Después de tantos meses sin salir del hospital por fin puedo irme a casa con mis dos hijos.

Ahora, por primera vez desde que nació, voy a coger a Nacho.
Desde ahora y para siempre, nuestro héroe.

Sarasvati