miércoles, 30 de abril de 2014

El ferry de Brooklyn

Temblar. Tiritaba de frío en la cubierta del ferry. Se avecinaba tormenta. Éramos veinticinco pasajeros cogiendo el ferry de Brooklyn a Manhattan para ir al trabajo. Ella siempre viajaba a mi lado. Comenzamos a hablar hacía una semana, May me contaba que soñaba con unas vacaciones en Viena. Temblaba de nervios. Aquel día iba a pedirle una cita, pero el destino nos aguardaba otro suceso. El agua de la bahía estaba picada, la lluvia sacudía el barco y un relámpago azul crujió el cielo. De repente, el ferry se volcó a la derecha. Todo ocurrió muy deprisa. Recuerdo sentir el tacto de su mano con la mía y al segundo siguiente desaparecer. Había agua por todas partes. Gritos. Golpes. No podía respirar. Me recogieron del agua vivo, pero ya no era el mismo.

Encontrar. Yo sobreviví, sin embargo, algunos no tuvieron tanta suerte. Encontré una May en la lista de supervivientes y otra en la de los fallecidos. Nunca me atreví a averiguar cuál era. De aquello hace hoy un año. Ahora solo cojo el metro, pero he decidido enfrentarme a mis temores y visitar el foco de mis pesadillas. Subo al ferry agarrándome bien fuerte a todo lo que alcanza mi mano y, aunque intento disfrutar de las maravillosas vistas de Mahattan, no lo consigo. Estoy orgulloso de mi mismo, no está siendo tan terrible... esta vez. Conforme llegamos, veo a una chica apoyada la barandilla del puerto observando el atardecer ¿Es ella o solo me lo parece? La joven se vuelve y se aleja. Cuando llego ya ha desaparecido... otra vez.

Querer. Quiero saber si es ella. He huido de esto durante demasiado tiempo. Sé que sería muy doloroso descubrir que ella es la de la “lista negra” pero ha llegado la hora de dar la cara al miedo. Tres días más tarde, consigo la dirección de May Tomson, la May viva, y voy a su casa.

Unir. Uno las piezas del rompecabezas más aterrado que en el ferry. Llamo al timbre. Nada. Llamo de nuevo. Nada. Una señora mayor del piso de enfrente sale y me lo cuenta-”Hijo, se fue ayer de viaje”-yo pregunto-”¿a dónde?”-y ella responde con las palabras clave-”a Viena”.

Idealizar. No lo dudo. Llamo al jefe y le pido esos días de vacaciones que me debe, compro un billete de avión y cojo el siguiente vuelo a Viena con solo una mochila a mi espalda. No sé si lo hago por mí mismo, por ella o por idealizar otra demencia creada por el accidente.

Enamorarse. Un vuelo transatlántico no es lo mejor para una persona con fobia al agua, pero evito pensar en ello. Recorro cada hotel de esta ciudad en busca de May Tomson... y, por fin, en el último me dicen que está allí registrada. Volverá a la hora de cenar porque está haciendo turismo. Estoy nervioso ¿Me he enamorado de una ilusión, de un fantasma o de alguien que a penas conocía?

Reaccionar. Tras esperarla varias horas intentando reconocer a alguien, salgo a la puerta del hotel para fumar un cigarrillo. Entonces, veo a una chica reclinada en el puente con la misma manía del ferry: se apoya sobre una pierna y da con el otro pié tres toques al suelo, pausa y otros tres toques. Reacciono, me acerco a ella lentamente y le toco el hombro.

Ofrecer. La chica gira la cabeza y observo el rostro de May. Mi May. No digo nada, solo la miro. Le cuesta pero finalmente me reconoce, lo noto en su sonrisa. Le ofrezco mi mano y digo-”Creo que nunca nos presentamos en condiciones, soy Dylan Collins, nos conocimos en un ferry”-estrecha mi mano y contesta-”May Tomson, encantada de volver a verte”.


Todos mis actos fueron una forma de enunciar lo que debí decirle en el ferry antes del accidente que unió nuestras vidas para siempre y, aunque yo no suela expresar lo que siento, ella lo sabe.

Alicia Salazar

martes, 29 de abril de 2014

Melancolía.

Podría escribir mil y una historias que han ido sangrando mis esperanzas este último año. Soy una ilusionista de palabras, una soñadora de versos en manos ajenas y me encanta. Pero me mata también.
La autodestrucción a través de mis propias fantasías no está siendo el mejor camino, pero no me conozco otro sendero. Perder el orgullo conforme gano grados de alcohol y acabar suspirándote todo lo que esa noche no me dejaste decirte se ha convertido en una mala costumbre.
Mi vida está siendo una colección de fracasos estúpidos… Pero he de admitir que mi introspección y racionalidad están actuando bien y ahora sé que lo que en verdad he sufrido solo ha sido encaprichamiento estúpido. He querido jugar en ligas que no me interesaban, solo por tener la mente ocupada en estos días, solo porque pensaba que la llegada de la primavera no me pondría tierna pero me ha acabado poniendo incluso melancólica.
Igual era cierto y tus brazos estaban excesivamente cerca de mis emociones y pensamientos. Quizá resquebrajaron esto en tantos añicos que aun no me he recuperado. Quizá toqué la felicidad con tanto deseo que esta se convirtió en polvo. Ahora me dedico a recoger granito a granito, buscando entre esos resquicios el beneficio de la duda.
O quizá es solo mi ego, que quiere a alguien tan alto que pueda llegar a amar mi amor propio y generarme deseos altruistas, ajenos, cuando sabe perfectamente de mi egoísmo innato.
O quizá es que LA persona no está, no existe o no me conoce. O me conoce pero no sabe quién soy yo.
Teorías muchas pero sensaciones pocas. Admito que es una calma no generar más ajetreo en este pobre corazón. Admito que me da paz. Un poco de rabia también pero, por ahora, no hay prisa.  
Me conformo con acorazarme para la siguiente batalla en cama ajena, sobre un cuerpo frío que me caliente un poco el alma esta noche aunque mi corazón siga inerte, regenerándose, aprendiendo a echar de más lo que un día creyó echar de menos.

Neko

lunes, 28 de abril de 2014

Prosa poética

“La prosa poética es la narrativa elevada al máximo grado de belleza existente, la poesía errante que no encuentra rima que guíe su camino.”

Otro folio, otro papel en blanco, otra aventura... Otra desilusión. Lo que durante muchos años fue su medicina, lo que alimentaba su alma cuando la luna asomaba cruelmente por el firmamento, ahora se había convertido en una tortura. Cientos de bellas declaraciones de amor, miles de temores ante el paso inevitable de tiempo, y millones de secretos que tan solo el insomnio del aire conocía, se agolpaban en su recuerdo. Él, que siempre decoró la vida con el aroma de sus pasiones, que escribía para poder completar el trocito que su corazón perdía con cada nuevo amor, fracasaba.
Gritó, arrugó el papel entre sus manos y arrojó la frustración a un mar de fallidos intentos. Una nueva hoja, una nueva derrota.

Miraba sus manos y observaba como sobre ellas había caído el mejor de los castigos, el que siempre era el último de sus ruegos. Años diseccionando su interior entre grabados quedaban presos en el tiempo, ocultos a sus ojos, disidentes de su vida. Rey absoluto de la prosa poética, jamás supo escribir narrativa.
Sabía que era un caso especial, sabía que sus escritos eran canciones de otro mundo, y que solo él comprendía su significado. Eran un reflejo de su ser, en el que la sonrisa ajena ante sus actos valía para continuar su viaje aunque verdaderamente solo él se entendiese. Ahora no era así. Ni los más perfectos acordes podían reactivar su creatividad.

Se levantó frustrado, sabiendo la causa de su agobiante malestar. La miró, ella dormía tranquila. El crepúsculo se posaba en el inmenso mar de vida, iluminando la felicidad que le arrebataba las palabras. Quizás ella no entendía los engranajes de su alma, pero su cerebro dejaba de funcionar si sus ojos se clavaban en lo más profundo de su ser. Suspiró. Afortunadamente sufría la maldición más venerada de todas. Su enamorada alma jamás podría volver a escribir y ser la más famosa pluma sobre la existencia. Pero su vida había hallado un sentido, y su corazón no necesitaba de ningún parche de tinta para funcionar. Encontró el amor.



Drizzt Beleren

Explícito

La respiración acelerada, la mirada encendida. Calor en el cuerpo que agobia y no deja pensar. Sus ojos se buscan, intensos, en cada inhalación y exhalación, haciendo rebosar la tensión entre los dos. Los besos, alocados y suaves a la vez; los labios, la saliva y sus lenguas se acarician y se mezclan en un baile infinito y desenfrenado que busca el éxtasis y no lo llega a encontrar.
Se olvida el mundo. Sólo existen ellos, las ganas y el placer que se quieren dar. Las caricias se vuelven más húmedas conforme el frenesí lo apremia y ellos, ellos no lo quieren parar.
Comienza a desnudarle, los mordiscos y besos en la carne recién descubierta mantienen la lujuria en algo tan natural. Descubre sus pechos, hermosos y generosos en sensualidad. Los cubre de saliva mientras una mano le baja las bragas y la otra le acaricia de manera viva los húmedos labios de abajo, que parecen esperar las caricias, y se estremecen cuando el placer no se puede controlar.
Ella, nota sus fuertes brazos, que mezclando pasión y delicadeza hacen que no se pueda dominar. Se gira y le tumba, le quita la camiseta, y bajando poco a poco los besos y mordiscos por las zonas más sensibles llega al pantalón, y lo desabrocha sin más.
Le agarra el miembro, ya erecto y en posición desafiante, nota su dureza y se lo lleva a los labios, mezclándose los fluidos mientras empieza a libar. Pasa la lengua por el glande y la zona del orificio, lentamente, haciendo caricias que a él le hacen jadear. Rodea el glande con sus labios y baja y sube, y vuelve a bajar. Cada vez acelerando y succionando un poco más. él le agarra el pelo, sin hacer daño, y le acaricia con fuerza contenida, esa que no puede todavía soltar. Cuando el arrebato se hace imposible de impedir la levanta con los brazos por las piernas, se la sube a los hombros y deja soltar su lengua entre sus labios, fuera y dentro, y usando los labios para acompañar. El clítoris se pone duro cuando insiste con la lengua y los gemidos de ella se hacen notar. Todo está a punto y ellos, ellos no lo quieren parar.
Ella baja sus piernas hasta las suyas con su ayuda. Ella apreta sus piernas en su culo, y apenas tiene que dirigir su polla hacia su coño, y ya empieza a entrar sin más. Ella nota como le penetra suavemente mientras palpita, rozando en las paredes y dándole placer, él nota el calor húmedo de su interior rodeando su virilidad. Así y allí, ella encima de él comienzan el movimiento sinuoso que se acelerará y se acelerará. Al principio silencioso, luego cada vez más ruidoso hasta que el sonido es insultantemente audible, mostrando soezmente como se follan con tantas ganas que les sobran y les desborda en aquella locura hecha diversión.
Ella bota encima de él, que le ayuda en el movimiento mientras le sostiene con vigor. Sus pechos, botan en un movimiento armónico, con los pezones desafiando al cielo y él desearía tener otra mano para poderlos acariciar.
Cuándo el éxtasis es tal que a él le cuesta concentrarse en algo más se dejan caer hacia atrás y él se tumba, sin darle tiempo a parar. Ella comienza a hacer movimientos hacia adelante y atrás mientras él agarra lo que puede y pone cara de que no va a poder aguantar mucho más. Ella acelera y acelera, notando como poco a poco le gusta más.
El éxtasis, ansiado y buscado, no tarda en llegar. Él se corre y se corre a espasmos dentro de ella, que no para pese a chorrear y chorrear. Se alarga el éxtasis unos momentos en los que nadie quiere que se vaya a acabar.
Ella se tumba encima de él. Él todavía dentro de ella, ¿dónde más cómodo va a estar?. Ella nota como todavía palpita dentro de ella y él todavía no lo quiere sacar.
Se miran sonriendo y satisfechos. La mirada todavía es pícara y no se dejan de desear. No tienen prisa ni nada que les impida volver a empezar. Vuelven las caricias y los besos y ellos, ellos no lo quieren parar.

sábado, 26 de abril de 2014

Cambio radical

Leticia ha sido la cuarta desde que empecé a salir con chicas. Otro desastre amoroso más a mi vida.  Me llamo Raúl y tengo 30 años. Desde los 17, como casi todos los chicos, empecé a salir con las chicas de mi edad.

Rosa, Marta, Esther y Leticia. Cuatro mujeres en 13 años. Cuatro relaciones desastrosas. Perdí la virginidad con Marta, llevábamos 1 año y 3 meses juntos y desde esa noche no volví a saber de ella. La verdad, no me importó que se vistiese, se marchase y se fuera porque mi comportamiento no fue el mejor. Cuando acabamos solo pude decirle: “pues no es para tanto esto del sexo”. Vi como su enfado aumentaba por momentos pero no pude evitarlo, mi filosofía de vida siempre había sido decir la verdad pese a todo.

Con Marta era feliz. Nunca pidió sexo así que yo tampoco lo hice. La verdad, yo podía vivir sin él. Pero Marta acabó por dejarme, por aquel entonces yo tenía 21 años. Marta se fue porque sabía, ambos sabíamos, que no la quería. Antes de irse me dijo: “Raúl, háztelo mirar pero sinceramente, creo que eres homosexual”. Yo me reí a carcajadas. ¿Cómo podía ser yo uno de esos que se acuestan con tíos? La cosa quedó ahí. Marta se cambió de ciudad, a veces nos escribimos y siempre me pregunta si ya he cambiado de acera. Creo que somos buenos amigos.

Con Esther duré muy poco, creo que 9 meses. Nuestra vida sexual era activa, a ella le encantaba follar, así lo llamaba ella. Siempre que teníamos oportunidad lo pedía y a mi no me importaba dárselo. Sin embargo, durante los meses que estuvimos juntos no disfruté del sexo ni una vez. Siempre me sentía incómodo, sucio, infeliz así que, para que no pasara lo mismo que con Rosa, tuve que cambiar mi filosofía de vida y empezar a mentir. A Esther siempre le decía que me encantaba que me hiciera el amor, que disfrutaba con su cuerpo. Mentira, siempre era mentira...


A Esther la dejé yo. Ya me había cansado de oír a mis amigos que el sexo era lo mejor que hay en la vida, que era una forma de huir de todo y de no sentir eso. Así que, creyendo que no disfrutaba por culpa de ella, decidí dejarla. Esther no se enfadó, estuvo de acuerdo. Parecía que nunca nos hubiésemos querido, por aquel entonces yo tenía 23 años. 

Hasta los 29 estuve solo, siempre por decisión propia hasta que conocí a Leti. Al principio, ella era diferente al resto, creo que llegué a amar a alguien por primera vez hasta que hicimos el amor. Fue una noche romántica a la luz de las velas y con música de Verdi pero otra vez no disfruté. Ella sí lo hizo porque lo sentí en sus manos apretándome sobre las mías. Por primera vez en años, sentí pena.

Decidí afrontar mi problema y hablarlo con Leti. Me entendió y decidimos darnos un tiempo. Según ella, si la echaba de menos significaría que la quería pero si no volvía a pensar en ella lo mejor sería dejarlo para siempre.

Al principio sí pensé en ella hasta el día de mi 30 cumpleaños. Mis amigos y yo salimos de fiesta. Creo que bebí demasiado porque casi no recuerdo nada de aquella noche. Solo sé que disfruté por primera vez en mi vida del sexo. Me desperté en casa con la sensación que siempre habían descrito mis amigos: “el sexo es lo mejor que hay en la vida”. Pero entonces intenté recordar el nombre de quien me acompañaba en la cama y no lo logré. ¿Carmen, María, Luz? No, decía mi cabeza. Hasta que, de repente, lo recordé, me había acostado con un amigo de mi mejor amigo. Se llamaba Marcos. Sentí asco de mi mismo. Tenía miedo a aceptar mi tendencia sexual.

Al principio no lo acepté. Estuve tres semanas evitando a Marcos. Mi cabeza repetía y repetía que yo no era uno de esos homosexuales. Me acordé de Marta y decidí llamarla. Tenía mucho miedo. Sin embargo, ella fue amable y me hizo ver que no era raro sentir placer con alguien del mismo sexo.

Esa misma noche quedé con Marcos. Cenando en su casa me di cuenta de que me había enamorado de él. Era mi media naranja. Esa noche me hizo el amor y por segunda vez en mi vida sentí placer, deseo y amor por alguien pero a la vez sentí pena por haber tardado 13 años a darme cuenta de lo que soy. 

Sarasvati

viernes, 25 de abril de 2014

Bulevar



Hace un día precioso para dar un paseo, pero había olvidado el esguince que me hice hace unos días. Resignado, he cogido la bolsa y me he ido a coger el cercanías. La verdad es que quería ir andando para no tener que sostener la mirada de nadie durante más de dos segundos. Mi único consuelo es que, al parecer, el Destino cree que hoy me he portado bien (por extraño que parezca) y me ha recompensado con un vagón vacío. Hoy no me apetecía abrir ningún libro, la perspectiva de lo que me espera ha guiado mis ojos hacia la ventanilla.  El bulevar de la Revolución contrasta con mi estado de ánimo, está más bonito que nunca. Miro mi muñeca y el reloj incrustado me indica que ya es junio. Quizá eso explique toda esta luz. Sí, las flores encajan.

Al llegar a la plaza de la Novedad, dos hombres se suben a mi compartimento y toman asiento. Ambos son altos y morenos. Se mueven gráciles, uno se quita la americana con una feminidad muy alejada de mis piernas abiertas y mi postura relajada. Parecen no haber dedicado ni medio segundo a mirarme y eso me tranquiliza. Se dan la mano, se sonríen y se besan. Por fin, mi mirada intrusiva y llena de envidia llama su atención. Parece que algo les hace percatarse de mi condición y mis celos rebotan en sus facciones, mutando y devolviéndome un rayo de desprecio. No hago mención de moverme. Los labios del grácil, retorciéndose con asco, dan luz a una sola palabra: vámonos.

Hace algunos años este tipo de reacción habría tenido algún efecto sobre mí. Habría pedido perdón, habría salido corriendo, les habría dado un puñetazo. La vida me ha enseñado…me ha obligado a permanecer inmóvil. Desde el instituto, desde que mis madres me decían «por favor, cariño, no mires así a las chicas. Les haces sentir incómodas». He soportado tantos insultos, tantos golpes, he perdido a tantas personas al confesar lo que soy. Intenté esconderlo, cambiarlo, convencerme de que es cuestión de elección. Hasta que la conocí. Fue por casualidad. Iba a entregar unos papeles a la universidad y me ayudó a rellenarlos. Hubo una conexión casi inmediata. Pasaron meses hasta que me enteré de que no trabajaba en la secretaría, sino que era profesora de Historia. Por supuesto, no éramos más que amigos, buenos amigos. Me gustaba tanto estar con ella que fingí como jamás lo había hecho. Qué cara debió de quedárseme cuando, durante aquella cena, sacó un libro de su bolso, lo puso con dulzura sobre la mesa y, sin mirarme, lo empujó hacia mí. Antes de que pudiese abrirlo, me dijo que esperase. «Sabes que las cosas antes no eran así, pero tampoco sabes mucho más. Espero verte la semana que viene». Después, se levantó y se fue.

Aquella misma noche devoré el libro. Las páginas se me escurrían entre los dedos, las letras bailaban ante mis ojos perplejos. Contaba una historia de amor narrada por un hombre. Un amor puro y natural, que fluía entre dos almas. Un amor entre ese hombre y una mujer. Un amor, para mi sorpresa, aceptado y celebrado. Un amor normal. Devoré el libro con demasiada rapidez, no pude digerirlo inmediatamente. Las ideas se me agolpaban, querían salir de mi cabeza. Aquel libro debía de ser antiquísimo y, además, una aberración. ¿Cuántos ejemplares habría? Claro, este debía de ser propiedad del departamento de Historia.

En el colegio nos habían explicado, como si de algo vergonzoso se tratase, que antes los hombres y las mujeres mantenían relaciones sexuales para concebir hijos. Por supuesto, nuestros profesores se sacudían esa parte de la punta de la lengua en cuanto podían, como si la simple idea ardiese. Pasaban rápidamente a contarnos cómo, gracias al Destino, la ciencia nos había proporcionado la inseminación artificial y había hecho posible abolir y prohibir aquellas relaciones antinaturales, enfermizas… Sin embargo, lo que acababa de leer no parecía cuadrar. Aquellas páginas no describían una relación tortuosa, forzada, encaminada solamente a la supervivencia de la especie humana. Durante el resto de la semana busqué entre las comas algún signo que evidenciase la presencia de otro hombre en la sombra, haciendo posible que el autor tolerase una vida tan miserable… No lo encontré. Confuso, me preguntaba cómo habría descubierto mi secreto y por qué no me había denunciado.

A la semana siguiente, acudí a nuestra cita de siempre con el libro bajo el brazo, seguro de que ella no aparecería. Pero apareció, con una sonrisa trémula que no supe interpretar. Entramos al restaurante. Me dijo que lo había sabido desde la primera vez que nos vimos, que a ella —bajó la voz— no le gustaban las mujeres, que quería enseñarme algo. Pagamos la cuenta y fuimos a su casa. Abrió una habitación que resultó ser una biblioteca enorme, llena de libros antiguos. Me dijo que cogiese cualquiera de ellos. Pasamos la noche leyendo. Poemas de hombres que querían hacer el amor a una mujer, relatos de mujeres que declaraban su amor incondicional a un joven. Historias de pasiones, de relaciones tortuosas, de cariño, de celos… hombres y mujeres, mujeres y hombres, mujeres y mujeres, hombres y hombres… ¿En qué momento había cambiado todo aquello? ¿Por qué llevo toda la vida sufriendo por algo que soy? Nos besamos e hicimos el amor.

Hoy hace más o menos quince años de aquello. Hemos estado quince años juntos, en secreto. Me presentó a personas que encuentran nuestros gustos naturales, los compartiesen o no. Hace un mes, planeando una de nuestras reuniones clandestinas, la detuvieron. Ayer la ejecutaron.
 
Por fin llega mi parada. Me están esperando los demás, cada uno con una bolsa en la mano. Creo que el bulevar se va a llenar de humo esta noche y siento pena por las flores.
Djalí

miércoles, 23 de abril de 2014

Depredadores

En un mundo de acero existe otro paralelo, frío y crudo con un ritmo distinto. Mi mundo. Algunos me llaman Shasha, otros Colette, otros Lyla... Soy una ladrona. Robo porque es lo único que sé hacer. Robo por y con placer. Escojo uno que aparente tener recursos, sin importar la edad o si lleva alianza, y una vez captada su atención, les susurro al oído: “Esta es tu noche de suerte”. Lo demás viene solo... Es rápido: No hay necesidad de hablar, no me importa de dónde vengan y no necesitan una clave porque estoy desbloqueada. Cuando se dan cuenta están solos y con los bolsillos vacíos ¿Remordimientos? ¿Qué es eso?

Pero un día cambió todo. Buscaba una nueva presa cuando él apreció por la puerta, pidió su cóctel y me atacó antes de que yo pudiera hacerlo. Era atractivo, llevaba anillo, traje, rolex y de edad aceptable ¿qué podía perder? Él tenía un pisito solo para estas ocasiones. Sus labios sabían a cereza por el cóctel. Cada vez que abría los ojos solo veía esas sábanas negras luchando contra nuestros cuerpos. Nunca nadie me había hecho temblar como él. Me atravesó entera. Sus garras recorrían mi cuerpo mientras me mordía el cuello devorándome. Porque él no me acariciaba, me exprimía. No me sujetaba, me ataba. No me acompañaba en la carrera, me dominaba. Y eso me gustaba. Mi corazón suspiraba, rugía, chillaba, se estremecía, vivía, moría, resucitaba... Había encontrado un depredador más veloz y feroz que yo. Era demasiado avariciosa, quería más. Antes de salir, dijo: “Hasta la próxima”. Iba a haber una próxima. Por primera vez, alguien se me adelantó en la huida y regresó a casa con la cartera llena.

Al día siguiente, el mismo procedimiento. El mismo local sofisticado. El mismo cóctel. El mismo piso. Con otro traje. Otro rolex. Otras sábanas negras, siempre negras. Otros mordiscos. Otra carrera... Se convirtió en una adicción. Le acompañé a muchos viajes de negocios y adoraba ser su nuevo rolex. Yo era tan perfecta en ese ambiente de puros y peces gordos, tan deliciosa para sus colegas. Una manzana prohibida, porque yo era suya. De nuevo, me hacía crujir, sudar. Corríamos sin salir de la cama. Y al acabar, siempre antes del portazo murmuraba: “Hasta la próxima”. Aunque la próxima fuera al día siguiente. Nunca dormíamos juntos. Competíamos en un juego de depredadores en el que ambos éramos expertos, tanto en la habitación como en los negocios. Él era tan ladrón y embustero como yo. Me llenaba de regalos caros que me mantenían siempre a la sombra. Sin darme cuenta, había pasado de lobo a conejo. De utilizar a ser utilizada. Sí, yo era solo suya, pero él al volver a casa no era solo mío. Ayer la trajo al local. Era una realidad a la que yo no tenía acceso. Parecía buena, tan diferente a nosotros. Era buena.

Mismo procedimiento. Mismo hombre. Misma ladrona. Le preparo un coñac con un regalito dentro. Me dejo hacer y lo disfruto sabiendo que, por mi salud, esta es la última vez. Se duerme nada más acabar. Cojo la cámara escondida que nos ha gravado, su tarjeta bancaria y el portátil. Hago las transmisiones. Mitad y mitad de su gran fortuna. Junto a la mitad de su mujer le envío quince segundos del vídeo donde no se me reconoce. Elimino las pruebas. Supongo que al final un ladrón siempre es un ladrón. Es un pena que no pueda quedarme para ver su cara.

Antes de irme le dejo una nota en el interior de la cartera vacía que pone: “Hasta la próxima”.

Alicia Salazar

martes, 22 de abril de 2014

Lover of the night.

- “Esto no va a ser una historia bonita” me dijo en silencio, mientras su mirada me deshojaba, mientras lento se acercaba a mi mente y me leía hasta la etiqueta de las bragas.
- “Aráñame el alma, pero no me desarmes el corazón”, le intenté susurrar entre mordiscos y sueños rotos por sus pantalones.
Es curiosa tu mirada que me pregunta con miedo e incertidumbre qué es lo que estoy buscando de ti. “No lo sé.” Y por eso sonrío. Y por eso me temes más.
El miedo te acelera, lo noto. Tus brazos, tensos, agarran mis ilusiones y mis pretensiones, al mismo tiempo. Flojean un momento, eso es que estoy llegando donde querías y me miras, sonríes y eso me hace confiar en ti. 
Nos seguimos buscando los puntos débiles y los arañazos nos dan indicaciones sobre lo que el otro está deseando, un poco más, solo un poco más. Paramos. Cambiamos. Volvemos. Dormimos. Me despiertas entre besos en el cuello y caricias. Me encuentras. Sonrío. Sigo sin saber qué haré contigo en unas horas. Volvemos. Sudamos. Me  temes aun más. Te excito aun más.
Apagamos la noche mientras el día se despierta con dos poetas de la tempestad abrazando la tormenta de sensaciones que vivieron en silencio hace unas horas.
Todo funcionó a la perfección… Pero ya sabes lo que dice el dicho, lo bueno si lento dos veces breve.
Así que… Días, horas, meses, minutos… No sé cuánto tiempo pasé esperándote y fantaseando con tu dedo en mi cintura. Yo quería beber más de ti pero tú, como buen vividor de la nocturnidad y de los bares de encuentros inesperados en noches azules, o verdes, o grises… sabías cómo huir.
Podría decir que te fuiste sin dejar huella, sin dejar marca, pero mi espalda no decía lo mismo y mis piernas, aun temblorosas, tampoco. Es muy fácil hablar de sexo, lo difícil es vivirlo a pelo y no salir herido de él.
Podría mentir y afirmar que se me dio bien lo de no encapricharme de ese ligue de una noche, pero hoy estoy rabiosamente sincera. No pensaba que esas tonterías por las que tanto me metía con él acabarían metiéndose en mi corazón, me quitarían un pequeño pedazo y me lo devolvieran en forma de rabia.
Cuando notaba sensaciones extrañas de vacío se lo comenté a mi poetisa de la enfermedad sexual particular. Ella me sentenció con un simple “bienvenida a los rollos de una noche”.
No me gustó. ¿O sí?
Mientras me planteaba si llamarte o no, he probado otras bocas, he bebido de otras fragancias, de otras mentes, de otras vidas. Y, gracias a ellos, o a mí, he caído en la cuenta de que no soy de acurrucarme entre piernas y alucinaciones de poetas, yo tengo que delirar con ellos, al mismo ritmo, de la mano o de los pensamientos, pero unidos.
Pero, aunque podría decir que he aprendido la lección, como he dicho, o me dijeron, esta no es una historia bonita. Sé perfectamente que, como cualquier otra droga, esto tiene sus pros y sus contras. Y que, con otras drogas, los pros se acentúan mientras tu sonrisa se clava en mi clavícula y me pide un poco más esta noche.
Ahora, como buena estúpida humana que soy, creo que lo que viene es muy distinto o que, por lo menos, lo soy yo. Y quizá, por eso, ahora ya no hablo. Solo actúo.
Cuanto más en silencio bailes conmigo esta noche, más posibilidades tienes de tenerme derrotada en unas horas. Cuanto menos quieras demostrarme lo que te importa que me importes, más me importará que vuelvas a encontrarte conmigo. En unas horas o en meses. Pero encuéntrate conmigo.

Neko

lunes, 21 de abril de 2014

Con nombre de guerra

Duerme la ciudad bajo la íntima luz de una luna que hoy parece perderse en el difuminado dibujo del firmamento. La oscuridad se esconde en el alma de una vela que resiste a apagarse, en una vieja melodía que recorre las paredes de la habitación; que recorre las paredes de su corazón. Las estrellas arden allí a lo lejos, demasiado dolor ensucia sus sentidos como para ser testigo de la maraña celestial.

Su piel, el frío roce de las mentiras, el cálido sudor que alimenta la rabia; su piel. Dos crudas manos imponen el ritmo del reloj, el tictac suena a delicia de un solo corazón en un juego de dos. Sus labios niegan la verdad, maldicen las miradas de unos ojos malditos que se pierden entre la frontera del goce y el remordimiento. Y su mente vuela, escapa de la prisión de su rutina, lejos, muy lejos.

Sobrevive en la trinchera de la vida, adeudando su juventud para poder permitirse el tan solo respirar. En este mundo de locos y enfermos, su cuerpo es la víctima del tráfico de sentimientos, de una esclavitud silenciada. Y su silencio, lleno de gemidos ajenos, de repulsiva lujuria y de abominable pasión, le acoge en las mañanas tristes donde el sol no transforma en rosas el pan prostituido de la encimera.

Ahora ella recuerda, entre lágrimas de papel y la tristeza del placer, el aroma del fracaso que le hizo perder la inocencia que alimentaba las noches de verano, aquellas en las que mirando al cielo soñaba con el amor de su vida.


Drizzt Beleren

domingo, 20 de abril de 2014

Ocaso en el mar

El sol bajaba lentamente, casi de manera imperceptible. El ruido de las olas se sumaba a la tenue luz que iluminaba el paisaje, tranquilizando la escena. La armonía del paisaje, su simetría, era un degradado de colores anaranjados sobre el agua brillante, ya en calma, y la clara arena, besada por el mar.
Conforme se acercaba la noche, ese limbo entre días que parece suspendido en la intemporalidad, el día iba durmiéndose en los recuerdos de su propia existencia. El día siguiente todavía estaba lejos, pero una vez que empezaba la caída de la luz ya nada iba a pararlo.
Esto no era triste. Había sido un día difuso, de unos pocos claros entre muchas nubes, de una leve luz tenue que no llegaba a alumbrar y orientar. El ocaso era la promesa de que aquello iba a acabar. De que mañana sería otro día, y que después de ese habría otro más. Nada acaba sin dejar algo nacer, y eso era por lo que había que sonreír.
Casi sin quererlo, desapareció el sol en el horizonte. Lentamente, el anochecer acababa con todo rayo de luz que recordara al día que acababa de despedir, mientras la marea subía y bajaba. La luna sonreía a medio cielo, sonrisa que se hacía más amplia conforme aumentaba la oscuridad.
Con la calma de empezar a sentirse alguien nuevo, alguien que no tenía miedos ni ligaduras porque las había dejado atrás, disfrutó de la noche y su incerteza. Se perdió en los recovecos de la realidad, allí donde nada es seguro y todo es confuso, y se puede moldear a voluntad.
El amanecer, todavía lejano, le sorprenderá durmiendo y ya soñando posibles luces a la oscuridad. Le llegará sonriendo, y con todo a medio preparar. Los días y las noches son largos, pero a veces parecen cortos si uno no sabe cuando va a acabar.  Las olas, mientras tanto, van y vienen acariciando tierra y mar, sin decidirse, sin saber dónde se van a quedar.
Todo acaba pareciéndose, en otro tiempo y a veces en otro lugar, mientras el mundo avanza entre ocasos y amaneceres, todos diferentes, y nos deja volver a empezar.

sábado, 19 de abril de 2014

Doble atardecer


Era martes. Creo que un 15 de abril. Marta y yo seguíamos juntos a pesar de todo. Nuestras vidas habían cambiado mucho en los últimos años. Marta, mi amor desde los 15 años había vencido a la leucemia y yo… ¿qué decir de mi?, había estado a su lado, siempre, en las buenas y en las malas.

Estuvimos cinco años en una habitación de un hospital. Cinco largos años que prometí que nunca volverían a repetirse. Por ello, cuando Marta venció esa enfermedad que estuvo años intentando matarla lo vendimos todo, dejamos nuestra ciudad y compramos un pequeño apartamento en la playa.

A Marta siempre le había gustado la playa y eso la hizo muy feliz. Todas las tardes, hiciese frío, calor, lloviese o incluso nevase paseábamos por la orilla, rozando el agua y sintiendo la libertad del mar. Se convirtió en una costumbre. 

Siempre. A la caída del sol Marta y yo estábamos descalzos en la playa. Alguna vez, cuando el paisaje era merecedor de una fotografía de álbum de novios Marta me besaba y me recordaba lo feliz que era por haber vencido la enfermedad.

Pero un día, dos meses después de haber cumplido 76 años empecé a sentirme mal. No quise preocupar a Marta así que la dejé en casa y fui al médico. Fui porque ya sabía que me pasaba algo y así fue. El cáncer estaba venciéndome, matándome desde dentro.

Los doctores me dijeron que ya era tarde para luchar. Dos o tres meses decían. Mi vida se vino abajo. Le había prometido a Marta que nunca más le haría pasar por más noches encerrada en un hospital, que nunca volveríamos a sufrir de esta manera…

Decidí llamar a nuestra hija. Mantener en secreto mi enfermedad y pasar mis últimos días con Marta. Después ella se iría a vivir con Rosa. Los días fueron pasando y me mantuve fuerte. Seguíamos yendo todas las tardes a ver la puesta de sol a la playa.

Cada día me encontraba peor. Sentía que mi último aliento llegaba. El final de mi vida se precipitaba sobre nosotros.

Era martes. Creo que un 15 de abril. Marta y yo fuimos a la playa, juntos, como todas las tardes. Decidí que lo mejor sería sentarnos para ver como se ponía el sol. Sabía que esa iba a ser nuestra última tarde juntos. Mi cuerpo no podía más.


Con el último rayo de sol mi vida se apagó, en el mar, junto a la playa, con Marta. 

Sarasvati

viernes, 18 de abril de 2014

La coartada



Para ella, los meses de invierno eran el infierno. Un infierno llevadero y escogido, donde las llamas que la devoraban tenían forma de noche repentina y de rutina marital. Al llegar la primavera, el cambio de hora traía un regalo en la mochila. ¿Nunca os ha dado la sensación de que atardece más lentamente? Como si al sol también le diese pereza irse a casa, como si tuviese que dejar esa cerveza a medio beber en una terraza porque mañana hay clase.

Para ella, el cambio de hora era la excusa. Una excusa fácil y lógica, donde entraban en juego el buen tiempo y la celebérrima operación bikini. Al llegar la primavera, cuando empezaba a anochecer se iba a correr. ¿Acaso no sospechaba su marido de la sonrisa que anudaba su coleta? Como si no se diese cuenta de que el resto del año no hacía absolutamente nada, como si pensase que a ella le importaba algo el bikini.

A estas alturas resulta demasiado fácil atar cabos, ¿verdad? Para ella, el ocaso era la coartada.

El primer día de ese año, caminó por el paseo marítimo con toda la naturalidad de la que fue capaz. Maldijo su costumbre de no llevar gafas de sol hasta bien entrado el verano y se preguntó si a él le molestaría tanto ese resol mientras conducía. Antes de girar la última esquina, hizo una reverencia ante el retrovisor de un coche para soltarse la coleta. Se dedicó una última sonrisa coqueta y continuó su camino.

Él solía esperarla con el coche aparcado en una calita de piedras. En realidad odiaba ese lugar que apestaba a humedad, pero era discreto y, a fuerza de acudir ahí durante casi tres años, se había medio acostumbrado. La mayor parte de las veces, lo encontraba leyendo un libro cualquiera para no cuestionarse los motivos que lo llevaban ahí, para evitar meter primera y huir de ahí. Para no intentar comprender por qué hacía aquello.

Solía encontrarlo leyendo un libro cualquiera hasta que, al atardecer de aquel primer día de ese año, solo encontró el coche vacío y su ropa, cuidadosamente plegada sobre el asiento del copiloto.
Djalí

miércoles, 16 de abril de 2014

Filosofía de carretera

Deja caer los últimos rayos de sol, deja que la luz se consuma con los últimos minutos del día, deja que la Tierra siga girando y girando como solía hacer contigo en las olas de esta playa, déjame arriesgarlo todo una noche más, déjame creer que soy eterno... Después de todo, el final del día es el comienzo de un sueño.

La velocidad es nuestra forma de vida. La carretera nuestra filosofía. Cada día al anochecer nos probamos a nosotros mismos. A veces, solo apostamos. Otras, competimos y nos jugamos la vida fundiendo el motor de la moto mientras corremos hacia el atardecer. En ese momento me siento vivo, atravieso el viento, toco el sol que se esconde bajo el agua del mar, la adrenalina se apodera de mi cuerpo salvaje y soy libre. En otras ocasiones, no hay nada que perder, nada que ganar. Cuando ella vuelve a mi mente, sin poder controlarlo, viajo. Viajo y el viaje me devuelve la calma. Pero es inevitable pensar en esa carrera donde la policía descubrió nuestra droga y nos capturaron de este mundo irreal. No lo entendían, nos llamaron locos. Ella dijo que nunca se acostumbraría a esto y se alejó.

Hoy no hay carreras. Las hogueras parecen prender en llamas el cielo. La gente invade la playa para preparar la Noche de San Juan. Escupo el humo del cigarro y acepto la cerveza de Quique. Un coche aparca cerca y lo veo. Es Nacho, el imbécil que dio mi nombre y el de mi hermano por una vieja deuda ¿Qué hace aquí? ¿Cree que va a salir vivo? Quique y mi hermano se levantan pero yo les paro al ver que va acompañado. Ana ¿Está con él?

Mientras Nacho habla con otros, ella se acerca a mi. Su tímido “hola” no me anima, solo sé que ya no es mía y que la quiero. La saludo y caminamos hasta la orilla en silencio. Allí le pregunto-¿sabes que la Noche de San Juan es mágica? mi abuelo me contó que simboliza el culto al sol-burlona, me dice-¿en serio?-yo asiento y sigo-los griegos llamaban a los solsticios puertas, la de invierno era la de los dioses y esta, la de verano, era la de los hombres-me mira como si estuviera loco-¿una puerta a dónde?-pregunta-a rutas sin descubrir ¿A dónde crees que nos llevará esta puerta?-niega con la cabeza sin saber qué decir.

Nacho viene y presume de sus nuevos negocios. Mi hermano no puede contenerse más y se lía a guantazos. Separo a mi hermano antes de que lo mate-lárgate de una vez, porque como vuelvas no le contendré-él asiente. Coge la mano de Ana pero esta se suelta rechazándolo y finalmente se retira. El día se esfuma-ya sé a dónde nos lleva la puerta-afirma Ana-yo sonrío diciendo-¿a dónde?-y responde-al mismo punto de inicio donde ambos queremos volver, a nosotros.


En realidad, Ana se parece a mí más de lo que ella piensa. Otra amante de la libertad. En los caminos abiertos que descubrió sobre mi moto se había hecho tan adicta a mí como yo de ella. Esa puesta de sol, ese solsticio de verano había sido para ella nuestro reinicio, para mi un regalo. No nos juzguen por vivir esta fantasía. Después de todo, el final del día es el comienzo de un sueño.

Alicia Salazar