viernes, 31 de octubre de 2014

Música – Parte 5: “Diario de un poeta”

Día 1: Por fin me he comprado la guitarra acústica por la que tanto tiempo ahorré dinero. Es azul, con un brillo metálico. El reflejo que devuelve me envuelve en un aroma especial. Mis solitarios versos al fin encontrarán la melodía que dé sentido a sus andares. Por ello, he decidido que comienza mi nueva vida. A partir de hoy vivo en el Día 1 del 0 D.L (Después de Luna, obviamente, tiene nombre de mujer). Todo lo anterior escrito en este diario, forma parte del pasado.

Día 3: Guille: mi amigo, mi hermano del alma, la pequeña luz que ilumina el sendero de mis demonios cuando ando perdido entre la desolación. Hoy pasé toda la tarde con él y su eléctrica. Entre cervezas, arpegios y cannabis, buscamos en los ojos de la vida la inspiración de su calidez. Me esfuerzo por rimar mis caóticas pulsaciones, no hay suerte.

Día 11: Gussy, mi vecino de abajo, nos encontró en plena bacanal con la diosa música. ¿Lo bueno? Decidió unirse. Toca la batería desde hace un par de años y, al oírnos, no pudo resistir la melodía de Hamelín. Marca el compás de nuestro camino, el tempo de mis dedos acariciando las cuerdas, el tic-tac de la vida al pasar.

Día 30: He conocido a alguien genial, se llama Pardo. Lo trajo gussy porque según dijo le recordaba a mí. Tiene el pelo lago y un bajo descomunal. Representa lo más bohemio que hay en mí y, como un rompecabezas, sus palabras ajustan mis locuras, sus dedos dibujan mis ideas, su lienzo me permite crear. Como yo, poeta de botella, descubre el olor de los sentimientos; y lo mejor, rima mis versos inconexos.

Día 45: Hemos compuesto algo todos juntos. Es lo mejor que he visto en la vida. Parido de mis propias manos, se disuelve entre los acordes de esta sana locura. Si no fuese porque cantamos tan mal...

Día 66: Coincidencia divina o, quien sabe, el azar, esta fecha no se borrará nunca del calendario. Salimos de fiesta al bar de la esquina. Borrachos, competimos a ver quien canta peor, y si se burlan, sacamos los instrumentos y los dejamos sin aplausos para las siguientes semanas. Pero, ha aparecido alguien. Es bellísima, y canta como los ángeles. Nos hemos puesto a hablar, y nuestros ojos han sentido la chispa del contacto. Primer parte médico: no hay heridos en la sala. Aunque mi marchito corazón se queja, no le apetece hacer ejercicio. No puedo dejar de repetir su nombre...

Día 73: Ha pasado una semana y convencí a los chicos para volver al mismo garito, inventé un par de excusas para volver a verla. Guille, que no se creyó ni una, me siguió el rollo, es lo que hacen los hermanos aunque no sean de sangre. Hemos cometido la mayor de las locuras: Nos vamos de gira juntos. El hermano de Gussy tiene contactos, no es gran cosa, una gira por pueblecitos y alguna capital de provincia; todo sea por el amor (¿a la música?).

Día 87: Primeros días bajo la tutela del sol y el cuidado de las estrellas. La vieja furgo del padre de guille, nuestro hogar; los colchones y mantas de Pardo, nuestras únicas posesiones (a parte de los instrumentos, claro está); y su sonrisa, la razón para seguir adelante. El insomnio recorre mis venas al oscurecer, para ver brillar su tersa piel bajo el reflejo de Luna. Me ha preguntado por qué se llama así mi guitarra, ni yo mismo recuerdo ya el porqué. Tan solo puedo repetir las razones por las que iría al fin del mundo con ella. Y con mi guitarra, puede.

Día 93: No logro alcanzar el sueño. Lo que empezó siendo un remedio a las heridas del paso de los días, un parche de colores en nuestra gris cicatriz, ha terminado por infectar hasta el corazón. No me gustó desde el principio su cara, ni su sonrisa comprada, así como su arte. Sus bobadas empacharon su estómago, y se alimentó de basura comercial. Ahora duerme con él, tras un concerto en orgasmo menor. Las penas se acumulan en las lágrimas que no me atrevo a derramar, y la tinta vuelve a sangrar por este debilitado corazón que ya me advirtió. Ni las drogas, ni el whisky viejo, ni la mirada comprensiva de Guille consiguen convencerme de que el sol amanecerá mañana. ¿Esto es por la música o es por ella? ¿Cómo acabará este sendero de cruces e intersecciones? Tendré que exterminar mis sentimientos, supongo que será lo más sano... Pero Juan, nunca has llevado una vida sana.



Drizzt Beleren

jueves, 30 de octubre de 2014

Música - Parte 4: "Buitre"

Y allí, entre la multitud más inesperada, encontré una cara casi familiar. Y digo casi, pues a pesar de que la reconocía, nunca antes la había visto en persona. Lo que más conocía de él no era su rostro, era su música. Su voz durante tanto tiempo sirvió de apoyo para mis locuras, convirtiéndolas en lo natural. Mucho tiempo había divagado acerca de sus letras, siempre encontrándoles un significado más. Y demasiado tiempo había pasado volando entre sus melodías y acordes, dejándome llevar.

Sentado con aire despreocupado en un lateral del bar aplaudía como una persona más. No se me ocurrían los motivos que lo habían llevado hasta el pueblo en el que habíamos ido a parar, pero tampoco me importaba demasiado. En cuanto lo vi me empecé a acercar a él. Era una oportunidad que no podía dejar pasar, como si algún azar del destino quisiera que lo encontrara en ese momento y en ese lugar. Mi cabeza daba vueltas, mareada, y me impedía pensar con claridad. Quizá era el éxtasis del momento, demasiadas cosas que asimilar. Demasiado quizá para un pajarillo que se había encontrado un ave experta en volar.

Todo fue sencillo. Nos tomamos unas cervezas y empezamos a hablar. Le conté cómo habíamos llegado aquí, gracias a un bache de la comarcal, que haríamos noche y seguiríamos sin más. Nos dijo que él tenía alquilada una casa rural a las afueras del pueblo y que de vez en cuando se retiraba aquí cuando quería tranquilidad. También dijo que un día era un día, y que si no teníamos reparo había sofás y mantas para poder descansar. Casi no podía creerme que me pasara esto. Viajando sin rumbo se suele naufragar. Y si esto era naufragar, tenía que hacerlo más.

Se lo conté a mis compañeros, y a excepción de Juan, que tuvo un poco de recelo, los demás aceptaron sin dudar. Ya teníamos donde pasar la noche, pudiendo ahorrar el poco dinero que nos quedaba para cosas más importantes, como comida y alcohol. Nos acercamos en un paseo nocturno por el pueblo, con la luna iluminándonos lo que íbamos a pisar. Juan se me acercó y me dijo que no se fiaba, que no le terminaba de cuadrar. Dijo que ése tipo de cantantes no acostumbran tener esa generosidad. Que las aves que vuelan tan alto suelen dedicarse a rapiñar. Que había oído historias, y que por si acaso volara con cuidado. Me molesté y le dije que no se preocupara. Que ya estaba acostumbrada a sobrevivir. Llevaba tiempo viviendo sola y sabía que me podía cuidar. Lo dejé mirando sus pasos mientras lo dejaba atrás.

Ya en su casa nos tardamos en acostar, tocando unos y otros, parecía una fiesta de música que no tenía por qué acabar. Un concierto privado entre ambos de música desnuda, a flor de piel. El alcohol y la droga parecían abundar, y cada uno consumía lo que quería, buscando un agradable estupor. Poco a poco fuimos cayendo, y me sorprendió el amanecer escuchando una balada de él. Cuando acabó empezamos a hablar. Comentó que le gustaba mucho mi voz, y que algún día podríamos tocar algo juntos los dos. Llevaba tiempo buscando una voz femenina para un proyecto de canción y que la mía encajaba a la perfección. Dijo que la letra ya estaba medio escrita, un montón de metáforas de estas que suenan bien y parecen decir mucho, sin decir nada en realidad. Dijo que sería un éxito y que nos podríamos forrar. Creía que yo tenía futuro, al contrario de los demás. Me sugirió que tarde o temprano los tendría que dejar atrás.

Una cosa llevó a la otra, y entre el éxtasis y que no había sofá libre nos acabamos por acostar. No fue tan especial como pudiera parecer, pero estuvo bien. Uno y otro teníamos algo de experiencia y sabíamos como actuar. Recitábamos de memoria rituales tan antiguos como el respirar, la misma historia contada una vez más. Acabamos cansados y satisfechos. Él no tardó mucho en cerrar los ojos. Yo me dediqué a divagar. No me había tragado sus mentiras. Lo hice por que quería, sin más. La generosidad, los halagos, la canción, todo. Seguro que siempre lo decía cuando quería lograr algo. Al igual que cantaba para engañar.

Me levanté, me vestí y cogí mis cosas. Fui al salón y desperté a Juan. Le dije que tocaba irse y despertamos en silencio a los demás. Me disculpé por haberme molestado, pero le dije que no se tenía por qué preocupar. Una sonrisa sincera fue la mejor respuesta. Recogimos lo nuestro, dispuestos a recoger la furgoneta y volver a viajar. No los iba a abandonar. Eramos una familia que se acababa de encontrar. Le dejé a una nota antes de cerrar la puerta y marchar. Cuando salíamos el sol ya brillaba en la distancia.

"Los buitres sólo comen carroña, y yo estoy demasiado viva como para dejarme devorar."
 

MELO

miércoles, 29 de octubre de 2014

Música - Parte 3: "Ave de paso"



Los primeros días on the road son capaces de matar a cualquiera. Sin embargo, para mí han sido como una pomada, como el más fuerte de los calmantes. No tener una manta, no saber a qué hora vas a emborracharte, ni si vas a comer. Puede que esa no sea la dinámica general. Está visto que nuestro fuerte no es la organización. ¿Lo mejor? Los bolos improvisados.

Estaba ensayando en la parte trasera de la furgoneta con el bajista. La invitación, la posibilidad de ser vocalista fue tan improvisada que tenía mucho camino por delante para dar la talla bajo los focos, si es que los tenemos. Mientras vamos de una ciudad a otra, siempre procuro ensayar con alguien durante el camino. Es entonces cuando los baches de las carreteras comarcales se convierten en nuestro peor enemigo.
Hace un par de días, la comarcal no solo se las arregló para hacer malabares con mi voz, sino que tuvo tiempo de sobra para ocuparse de la furgoneta. El cretino de la grúa nos cobró la mitad de lo que llevábamos para comer durante la gira y nos acercó hasta un pueblecito donde pasaríamos la noche.

Era la hora de cenar. Nos acercamos a un bar de la plaza. Resulta que era fin de semana y, después de comer algo, se empezó a llenar. Juan utilizó su estrategia favorita: sacar la guitarra y tocar hasta que el dueño del local no nos dejase pagar la cuenta. Versionamos canciones, tocamos algunas propias y hasta improvisamos.

Creo que nunca había sido tan feliz. Ni siquiera me acordaba del nombre de aquel pueblo, aunque podía recordar con claridad el palillo que llevaba entre los dientes el señor de la grúa cuando lo pronunció. Allí no conocía a nadie. Ni siquiera a mí misma. Yo, que me proclama pajarillo libre, parecía haber encontrado un hueco en algún sitio. Gracias a Dios, no era un sitio fijo. No era el león que todo el mundo quiere ser, pero la gente a menudo olvida que los pájaros siempre migran acompañados.

Cuando el camarero nos dijo por cuarta vez que tenía que cerrar, abrí los ojos y levanté la vista. No me había dado cuenta de que había tanta gente hasta ese momento. ¿Todos me habían oído cantar? A pesar de la vergüenza, no pude evitar dejar escapar una sonrisilla de satisfacción. Miré una vez más alrededor mientras recogíamos. Quería acordarme bien de mi primera «multitud». Entonces lo vi.


Djalí.

martes, 28 de octubre de 2014

Música - Parte 2: "Un viaje hacia la libertad"

Nunca he sido una chica como las demás. Recuerdo que cuando era pequeña los profesores nos preguntaban en clase sobre los animales que podríamos ser, pero mi respuesta dependía de lo que se planteara. Si me preguntaban qué animal me gustaría ser, contestaba “el león”; así es como veía a mis compañeras de clase, leonas que pisaban fuerte hacia un destino fijo. Sin embargo, si la pregunta era con qué animal me identificaba, yo siempre respondía “un pajarillo”; yo era como aquellas aves libres que surcan el cielo. Cuando me sentía mal solo quería volar, extender mis alas y escapar de la vida que mis padres me habían planeado y que no era para mí. Mi madre solía decir que yo era como una brújula rota incapaz de encontrar el norte, pero no estaba dispuesta a seguir un camino que no llevara escrito mi nombre. Lo siento, mamá, pero nací para perderme entre rutas y viajar sin un rumbo preciso. Mi voz no es un rugido que imponga respeto y muestre seguridad, yo emito alegres armonías, un canto a la libertad que me ayude a seguir adelante y me devuelva la sonrisa cada vez que caiga al suelo. Una tipo de música diferente, supongo.

Aquellos caballeros de la noche que iban y venían, me daban el calor del hogar que había dejado hace tiempo y que no tenía. Llevo un año alternando con ellos pero sigo sintiéndome vacía. Creo que aún me obsesiono con ese tipo de libertad de las aves y que cada melodía que escucho me recuerda. Ahora solo sus notas me estabilizan y realmente lo necesito porque a veces, en esta perdida y confusa vida que llevo, me mareo.

Hace poco empecé a visitar un local de micrófono abierto y me gustó un grupo de chicos que tocan canciones que hablan sobre lo que pienso, lo que no tengo, lo que busco... Y sus ritmos, a veces fuertes y rápidos y otras más lentos y suaves, consiguen calmar la tempestad de mi alma. Días atrás hablé con ellos, son tan simpáticos... ¿Es posible que unos extraños te extiendan la mano antes que tu propia familia? Se van de gira y me han propuesto ir con ellos como vocalista, me han escuchado y dicen que valgo. Me voy con ellos y lo dejo todo atrás. Dejo mi trabajo, mi casa, mi familia, mis amantes, mis torturas, mis miedos... Mi pasado. Necesito comenzar una nueva vida en la que me sienta libre de una vez por todas, en la que persiga un sueño corriendo al lado de la música, la única que me ha mantenido de pie todo este tiempo. Voy a salir de mi jaula y volar hacia el horizonte. Es curioso lo que puede cambiarle la vida a una persona de un año para otro ¿verdad?


Subo a la furgoneta, ya nos vamos. Estos serán otros amantes, otros días, otras canciones... Pero veo en sus ojos que no albergan hacerme mal, por primera vez siento que tengo un hombro donde apoyarme. No dejaré que pase un solo día en el que no me sienta como un pájaro libre. Voy a gritar mis sueños al mundo y a confesar mis pecados y miedos en canciones. Y no me importa ser una cantante sin nombre, es mi cura personal. Sé que las jornadas de un grupo de música no siempre son días de gloria, muchos serán los momentos duros, pero estoy dispuesta a ello por seguir el camino que, por primera vez, yo misma he escogido.

Alicia Salazar

lunes, 27 de octubre de 2014

Música - Parte 1: "Hace un año"

"Si pudieras rozar, antes de prohibir, los laberintos del festín…"

Las semanas se estaban convirtiendo en un cúmulo de noches difusas, de miradas de cazadores furtivos en busca de una presa fácil que, además, lo hiciera bien y de muchos bailes en mi cama.

Mi mente, obsesiva en un punto fijo, no paraba de ir y volver, de buscar la mejor forma de disfrutar, de conseguir nuevos corderillos a los que extorsionar con unos movimientos concretos con unas manos firmes que sabían muy bien lo que buscaban. ¿O no…? Pero las preguntas daban igual, lo importante era explorar y aprender. Aprender a vivir sola, después de tanto tiempo. Pero encontrando las compañías fugaces en bares que solo han visto lenguas sucias y promesas rotas.

Y así fueron pasando los meses y los hombres sobre mi cama y sus miradas sobre mi espalda... Sin querer saber nada más de mí que cuál era  el color de mis bragas. Fueron, en fin, días en los que acoracé mi corazón de mimbre. Fueron días en los que mi mayor compañía fue… La música.

Podría enumerar todas las canciones que me definían a la perfección en ese momento y sobre las que encontraba un resquicio sin beneficio de duda, una verdad que me aplastaba contra el pecho. Escribir me ayudaba… Pero escuchar esas letras de esos cantantes que me decían que lo que estaba haciendo estaba bien era lo que me mantenía en pie mientras esos poetas de la nocturnidad me dejaban tirada contra un suelo frío y lleno de orgasmos vacíos de lucidez.

Fue y será mi más fiel compañera de batallas, la que tantas veces me ha lamido las heridas... Mi más fiel definidora de mis estados y mi gurú en los momentos decisivos.

Neko

domingo, 26 de octubre de 2014

Mensaje

Se acercó rápidamente a la cómoda y cogió el móvil. Las prisas fueron inútiles, no había nada que ver. Siempre tenía esa sensación que le obligaba a mirar el móvil cada muy poco tiempo. No fuera ser que. El "que" era no siempre era el mismo. A veces sólo eran las ganas de que alguien le hablara de algo, cualquier cosa. A veces se sentía solo.
Volvió a la cama y se echó. Eran las tres de la madrugada del sábado y no podía dormir. Se había vuelto asqueado a casa, después de llegar a la conclusión que la noche no está hecha para contentar a todo el mundo. Al menos no a él.
Hacía tiempo que le había dado vueltas a todo. Muchas más de las necesarias. Y la necesidad darle final a tales pensamientos le había agobiado. Había intentado obviarlo. Había intentado dejarlo pasar. Había intentado salir por ahí y divertirse. Pero siempre había algo que molestaba, como un runrún. Como el runrún que le hacía correr a por el móvil. Como otros tantos runrunes que habitaban su cabeza.
Suspiró. Ahora le asediaba el arrepentimiento. Quizá todavía no lo había recibido. Quizá todavía pudiera borrar tan atropellado mensaje. El corazón le palpitaba. Se armó de valor y resistió. Intentó pensar en otras cosas para no acabar dándole demasiadas vueltas otra vez.
En realidad no quería hacerlo así. Nunca quiso que pasara así. Ojalá nunca hubiera pasado nada. Ojalá pudiera desconectar ciertas cosas y vivir feliz. Pero no podía, ya lo había intentado. A veces se sentía cobarde, pero ¿quién no lo es de vez en cuando? Nos asustan las decisiones, nos agobia lo importante y a veces sólo hace falta ver una salida fácil para empezar a huir. Y eso había hecho, huir por el camino más fácil. Y eso no quería decir que no le hubiera costado. Atreverse es igual de complicado que el saber cuando parar.
Volvió a mirar el móvil con idéntico resultado. Volvió a suspirar. Decidió apagar el móvil para dificultar el repetirlo hasta la saciedad. Había tomado una decisión y tenía que hacerla respetar. Buena o mala, o quizá ninguna de las dos. Mañana miraría la respuesta, si la había, con más tranquilidad. Dicen que todo se ve diferente por la mañana. Sólo esperaba no tener que dar marcha atrás.
Tardó en dormirse. El cielo ya se aclaraba cuando el cansancio venció a la inquietud y le dejó reposar. Mientras había tratado de ocuparse de diversas maneras, procurando no divagar. La soledad le hizo buena compañía, tan buena como todas las demás. Cuando acabó por dormirse, una pequeña sonrisa apareció en su comisura labial. Pues de cierta manera al fin era libre. Libre de la culpa de arrastrar a alguien a ese mundo de falsas sonrisas que tenía por realidad.
Mientras, una luz brillaba en el móvil de una persona, ajena a todo este hilo mental.

sábado, 25 de octubre de 2014

Pesadilla constante

Como cada tarde desde hacía tiempo escribía en su cuaderno sin darse cuenta de lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Nadie hablaba con ella, habían oído rumores de que era peligrosa. No lo parecía, solo escribía y escribía; un boli y un diario le valían para pasar las horas.

Ensimismada en su pensamiento Gloria escribía historias sin sentido basadas en su vida. Se arrepentía de muchas cosas, de no haber viajado, por ejemplo. Pasaba las horas relatando su vida sobre un papel que le hacía las veces de psicólogo.

Gloria deseaba haber hecho muchas cosas en su vida como soñar más, ser menos exigente consigo misma y disfrutar de la vida. Se arrepentía de no haber estudiado historia del arte sino derecho, lo que sus padres querían. Se arrepentía de muchas cosas, más de mil cosas en sus cortos 28 años de vida pero de lo que más se arrepentía era de haber salido esa noche.

Por primera vez en 3 años, Gloria se atrevía a escribir la historia que le llevó a prisión: “Ese 31 de diciembre decidí salir con mis amigas a celebrar que empezaba un año nuevo. Por los nuevos proyectos e ilusiones, porque vamos a triunfar y porque nos queremos. Así fue nuestro primer brindis del año. Un inicio del año que no acabó bien para mí.”

Gloria se arrepentía de haber decidido salir esa noche, deseaba haber cenado tranquilamente con sus padres, ahora su vida seguiría siendo la misma. Pero no lo hizo, salió y lo que ocurrió esa noche le hizo acabar en prisión.

“La noche estaba siendo una de las mejores de mi vida pero pronto se torció. Dejé mi copa sobre la barra y le dije a mi mejor amiga que iba al baño, que no se fuesen de ahí. Cuando salí ya no estaban, me sentí sola, perdida. Salí a la calle, quizá estaban fumando, pero no, no las encontré. Entonces un grupo de hombres se acercó a mí, no los conocía de nada. Consiguieron agarrarme y me metieron en un coche. Después de eso solo recuerdo que varios de ellos me violaron. Sabía que iba a morir, mi vida se terminaba. Sin saber cómo un día conseguí  liberarme y me enfrenté a uno de ellos. Le golpeé con todas mis fuerzas, lo mate. Pude escapar… Pero ahí no acabó mi pesadilla”.

Gloria fue acusada de asesinato y fue encerrada con una pena de 20 años. Sus raptores fueron condenados a 7 años por rapto y violación.

Una lágrima recorrió su mejilla, sentía que el mundo había sido injusta con ella. Cogió el bolígrafo para escribir la última frase antes de acabar son su vida.



“Me arrepiento de muchas cosas, pero nunca me arrepentiré de haberle matado. Y volvería a hacerlo.”

Sarasvati

viernes, 24 de octubre de 2014

La respuesta



Con el sueño pegado a los talones y escalofríos besándole la nuca, salió del autobús.
 
El día anterior, cuando salió de la consulta, todavía hacía calor. Desaprovechar esos últimos días de sol le parecía un crimen. Fue a por un helado. Callejeó y le dio mil, dos mil, tres mil vueltas a aquella pregunta.

¿De qué te arrepientes? ¿Arrepentirse? No sabía. No le importaba. Sí, arrepentía de haberse cortado tanto el pelo. Se arrepentía de demasiadas cosas. De los libros que no había tenido tiempo de leer, de los detalles que había olvidado tener, de no haber comprado esos vaqueros que tan bien le quedaban. Esas canciones cuyos títulos nunca recordaba, ese sueño que se le escurría entre los dedos cuando sonaba el despertador.

Aquella noche se sirvió copas de vino hasta perder la cuenta y se encontró con la respuesta por casualidad. En realidad era sencilla. Se arrepentía de esa última copa y de la anterior. Medir sus días en pastillas tampoco era algo de lo que se sintiese orgullosa, desde luego. Entre trago y trago, se consoló. Alejar a todo el mundo llevaba mucho trabajo, al menos eso tendrían que reconocérselo.

Con niebla en los ojos y el moño deshecho, abrió la puerta.

—   Y bien, ¿has pensado en lo de ayer? ¿De qué te arrepientes?
 Dudó.
    Bueno, me arrepiento de haberme cortado el pelo.

       Djalí

jueves, 23 de octubre de 2014

Solo con mi música

Las noches se hacen largas mientras te echo de menos. Los días son mi cuesta de enero y me siento como un juguete más de tu colección. Prometiste que no lo era, que yo era especial para ti. Te hacía sentir como nadie nunca lo había hecho, eso me decías cada noche antes de acostarnos.

Estaba ciego y te amaba más que a nadie en el mundo pero yo era uno más en tu juego de niña caprichosa. Al principio creí que habías cambiado, que podía ser el primer hombre que querías, que nuestra vida juntos estaba escrita en un diario divino.

Al tiempo empecé a notar que te alejabas de mi, de nosotros. Yo no decía nada porque te amaba y no quería perderte pero sabía que no me querías. Ya no venías a mis conciertos ni te interesaban las mismas cosas que antes. Sabía que como les pasó a los que hubo antes que yo, te estaba perdiendo.

Tenía miedo de volver a estar solo con mi música pero mi objetivo era hacerte feliz, quería lo mejor para ti y eso era no estar conmigo. Yo no era el elegido. Debía hacerlo. Me arme de valor y te dije que no te amaba, que había jugado contigo, estaba mintiendo. Era la primera vez en tu vida que te dejaban y rompiste a llorar, hiciste tus maletas y nunca más volviste.

Ahora, un año después, recordándote cada noche al acostarme y cada mañana al tener que levantarme me cuesta respirar, me ahogo en mis recuerdos. Sé por nuestros amigos que te va muy bien, que eres feliz y que ya hay otro hombre en tu vida.

El Whisky es ahora mi desayuno, mi comida y mi cena. Llevo meses sin escribir una sola canción pero hoy será el día que lo haga. Escribiré tu canción, aquella que cerrará cada concierto y que me ayudará a olvidarte. Como siempre, mi amor…


… Por verte sonreír he vuelto yo a perder.

Sarasvati




miércoles, 22 de octubre de 2014

Conversando con la botella

Hoy en día ser alcohólico es peor que tener la peste. Notas como esas personas que a la cara te dedican palabras de ánimo te señalan con la mirada.

Es curioso como todos aquellos que decían ser tus amigos, que te acompañaban de bar en bar cada noche y que solían reírse contigo ahora no solo se ríen de ti, sino que además resulta que nunca han salido por ahí contigo o que no estaban esa noche en la que la pudiste liar más, que ellos nunca han probado una copa de whisky como tú y desde luego, no son tus amigos. Aquellos grises días llenos de mañanas resacosas tirado sobre un banco o llegando milagrosamente a mi casa y cada vez más envuelto en mi propia mierda, cuando las ratas y los buitres carroñeros huyeron antes de ser salpicados por ella, por fin, pude ver quien realmente merecía la pena. Pocos se quedaron a mi lado. Mi hermano pequeño, Álex, me sorprendió tratando de ayudarme dejando de lado nuestras disputas familiares, así como lo hicieron mis padres pese a sus caras llenas de decepción o mi compañero de trabajo, Miguel, por el que mantuve mi puesto algunas semanas más. Sin embargo, muchos otros me dieron la espalda y se marcharon sin mirar atrás, tal y como pasó con Laura, mi ex-mujer.

Pero hay algo peor que la humillación que llega cuando ya no quieres mirarte al espejo, cuando ves todo lo que has causado a tu alrededor y a ti mismo, cuando has perdido todo lo que tenías, cuando el único perdón que necesitas no se te concede: El tuyo. Mi arrepentimiento no es suficiente para concedérmelo. Sin embargo, sigo sintiendo que tú eres la única que me entiendes, querida botella, pero besarte solo una vez no me basta y vuelvo a despertarme con jaqueca entre tus sábanas.

Camino solo una noche más, dando una vuelta en cada farola encendida que ilumina el incierto destino de mis pasos. Esto es difícil. Por eso te hablo a ti, amiga , sé que tú me escuchas a pesar de lo que tienes que oír: ¿Sabes lo que es impotencia? Es esa bola de fuego que nace en el estómago, su calor se extiende por el cuerpo quemándote por dentro e intenta salir por la garganta mientras sabes que no puede escapar de ahí porque no debe hacerlo o porque aunque salga no va a servir de nada o solo va a empeorar las cosas. Esa tensión sobre la sienes de la frente, esa rabia en tus manos que provoca que no se paren quietas sin acabar de hacer nada ya que en realidad entiendes que no pueden hacer nada. Nada. Solo hay eso. Impotencia. Rabia. He hecho demasiadas cosas mal en mi vida y sé que son todas por tu culpa, pero me tientas con ese néctar que necesito cada día y soy incapaz de decir que no.

Llego al Puente de Piedra y miro la altura que me separa de las turbulentas aguas del Ebro mientras se congelan mis pensamientos en esta fría noche de otoño. Con la mente fría, te miro entendiendo de una vez la situación-eres tú o yo ¿verdad vieja amiga? quizás sea hora de poner el punto y final de esta relación-le doy un último beso de amor y la lanzo lejos para que se la lleve la corriente. Puede que haya sido solo un paso, pero es el primero que puede llevarme hasta mi propio perdón. Durante mucho tiempo me he arrepentido de cada cosa que he realizado, pero por una vez siento que he hecho lo correcto.


Alicia Salazar

martes, 21 de octubre de 2014

Show must go on.

Los meses se iban agolpando, y en mi ventana las lágrimas iban galopando y resbalándose mientras en mi mente se hacían mil y una imágenes sobre cómo sería mi vida sin ti, mi sonrisa sin ti, mi ansiedad sin ti.

Los meses y las horas iban pegándose a mí e iban pidiéndome más segundos para mí y menos para ti. No querían ver tu triste figura y la melancolía era un demonio del que huía a cada paso de página que daba sobre mis apuntes.

Fueron días de reflexión, idas y venidas sentada en una silla que ha sentido demasiados orgasmos vacíos, llenos de falsas pretensiones y banalidades. Idas y venidas a la velocidad de la luz, yéndome a la luna a buscar un poco de esperanza. Una esperanza que tu mirada tan terrenal no me iba a dar nunca sino que me la quería quitar a mí, consumiéndome poco a poco mientras el humo no se conseguía extinguir de mis pulmones ni de tus reproches…

Fueron, en fin, días invernales. Hielo que acabó fragmentando dos corazones de sangre caliente. Dos corazones que luchaban por latir al unísono a pesar de que el mío tuviera un soplo y el tuyo fuera de un animal. Fueron días que acabaron en el momento en el que yo intenté estirar aquello que no tenía ni un ápice de flexibilidad.

Pero… El tiempo me ayudó a comprenderte, a ganar en tu terreno y a entender que no podía pasar otra cosa que dejar de ser. Y entonces, tras meses, semanas y momentos de dudas, quebraderos de cabeza, te dejé marchar de mi vida. Y tú, como buen poeta de la tempestad, supiste que no debías volver hasta que no volviera la calma. Y así fue, como… No sentí más que bienestar, paz y tranquilidad. Tu mirada y la mía dejaron de mirarse con ojos llorosos y pasaron a mirar en otras direcciones, en otras personas, en otras metas.

Y así fue como, tras toda esa tormenta, esas peleas a fuego lento y a cuerpo descubierto, se quedó todo en un montón de nada. En un montón de tranquilidad, paz y congruencia.

Podría arrepentirme de cualquier cosa que ocurrió durante esos meses en los que tensamos tanto que acabamos relajándonos de golpe, pero no. Podría arrepentirme de cualquiera de mis palabras, pero no, fueron sinceras como mi mirada. Podría arrepentirme de haber "perdido" el tiempo en intentar descifrar tu cabeza cuando era un montón de serrín viejo, pero no, porque fue totalmente necesario para la escena final. No me arrepiento de nada de lo que pasó, ni del principio, ni del medio, ni del final. Ni de los miedos, ni de las dudas, ni de las heridas que nos hicimos. Fue todo como tuvo que ser y la calma sostenida que siento al recordar tu nombre es lo que más me reafirma actualmente.


Porque contigo aprendí, crecí y viví. Aprendí qué no quería ser ni poseer, ni compartir ni vivir, quién era yo en mis peores momentos y quién en mis mejores.  Aprendí a valorarme mientras tus palabras intentaban subestimarme a pesar de que tu corazón me mandara señales opuestas. Porque contigo, a fin de cuentas, maduré.  Aunque luego nuestros caminos se separaran. Aunque ahora ya no sea sino es sin ti. Porque nunca negaré que tú has sido un quién muy importante en mi vida.


Neko 

lunes, 20 de octubre de 2014

Diez minutos

-Su cuerpo, su cara, sus ojos, su boca; un poco más cerca, el olor de sus labios. Sus facciones fuertes y marcadas, dos brazos que la sujetan frente al vacío, pero sobre todo, esa presencia de su mirada en su interior. Esa mirada que revolotea ahogando su moral en pozos de miseria y fango, donde hace años quedó su felicidad. Un oxidado corazón volvía a intentar hacer arder todo aquello que se interponía a su paso, siendo cada latido un golpe mortal. Solo sabía que no debía, su cabeza le repetía constantemente que no se dejase llevar por la marea traicionera. Pero ella quería volar lejos de aquel infierno.

Años de cadenas desgastadas que ataban la libertad de un alma que no conocía realmente el amor. Pequeña y asustada, cerraba los ojos por miedo a que la luz que entraba en su pequeña caverna la cegase. Una luz que llegaba directa como un rayo desde el hormigueo de placer que le recorría el cuello, y bajando. En sus propias pupilas el deseo de eclosionar se entremezclaba con la inmensidad de su vida, enredándose caprichosamente. La rutina, la seguridad de ver amanecer, los besos que saben al ayer, las constantes que marcan las pautas de sus pasos; todo se iba derritiendo, cayendo al vacío, y destrozándose al golpear contra su pecho.

Cientos de miradas acusadoras desde fuera de sus mundos no entendían los versos del poeta abandonado, no comprendían como el miedo a la soledad la retuvo en la prisión de la muerte, tras una fachada impasible. Los gritos de auxilio implorado por su calendario, que marcaba en gris el tercer día de cada mes, no le dejaban escuchar los agradecimientos de su mente que se perdía junto a su boca en el río que desembocaba en el mismo paraíso.

Un empujón, dos metros de distancia, y ella petrificada ante sus sentimientos, poseída por sus miedos, esclava de su pasado. Él, confuso, con miedo a romper la débil conexión de sus cuerpos, que todavía comparten el olor a desenfreno.

Regreso a la locura, conexión total, trueno y relámpagos en el choque de las tempestades. Llovía muy fuerte, dejando sobre ellos un torrente de estrellas que alumbraron sus vidas, llevándose junto a la oscuridad todo el arrepentimiento que tan dentro de ella habitaba.


Diez minutos para romper seis años de lágrimas secas de vida, secas de felicidad, de rutina bajo la luz del pasado. Diez minutos para hacer explotar el presente. Diez minutos para comenzar un futuro dibujando una sonrisa en sus abrazos.


Drizzt Beleren

domingo, 19 de octubre de 2014

Oscuridad y silencio.

La estridente alarma suena una vez más. Un día más abro los ojos molesto y alargo el brazo hasta apagarla. Resentido, reúno fuerzas unos instantes para poder levantarme. Me quedo pensativo unos minutos sentado en la cama. Siempre cuesta empezar.

La rutina sigue su curso. Me ducho para despejarme y me toca afeitarme. La torpeza matutina hace que me haga un corte de apenas un centímetro en la cara. No me quejo, no suelo hacerlo cuando no hay nadie para oírme. Me chupo el dedo y el sabor a hierro me inunda. Más tarde, ya vestido con la ropa que te pondrías un lunes cualquiera, desayuno café y algo con lo que llenarme el estómago. El mismo sabor de siempre.

Cuando salgo por la puerta el viento frío me sorprende. Echo de menos mi cazadora, la cual espera inútilmente en el trastero. Sin embargo no tengo tiempo para recorrer la distancia que me separa de ella. Todos los días voy justo. Ya en el coche lo consigo encender a la segunda. Pongo la radio y me llegan al oído lo mismo de todas las mañanas. Intentos de animar a los oyentes de un programa cualquiera matutino. Hago el camino de todos los días peleándome con otros muertos vivientes al volante. "Algún día se matará alguien en este cruce" pienso al ver como un conductor atrevido cruza dos carriles un poco antes de que un camión pase pitando. Llego al trabajo apenas 5 minutos antes de la hora. El tiempo justo para llegar a mi puesto, que se encuentra un poco alejado. Suspiro. No me gustan las prisas, debería haber salido antes de casa.


El ajetreo enseguida me despierta. El ruido de las llamadas, las conversaciones y los teclados siendo usados es casi familiar para mí. Empiezo con un par de llamadas que se me quedaron pendientes de ayer y luego sigo con el papeleo atrasado. Siempre hay papeleo atrasado, es como una maldición. A media mañana me tomo un café y coincido con un compañero. Me cuenta con alegría la venta que había logrado esta mañana. Yo le digo que menos mal que no estoy en ventas, no sabría que decir. En parte es cierto.

Consigo avanzar bastante después del descanso y consigo salir diez minutos antes de que se acabe mi turno. Con suerte me dará tiempo a cambiarme antes de ir al restaurante. El camino hasta el coche se me hace corto, y eso que he aparcado lejos. Me fijo al llegar que alguien ha dejado una raya en mi coche y que no hay nadie aparcado a mi lado. "Algún cliente descontento" pienso mientras me digo que debería aparcado a más distancia de la línea.

Creo que ya he dicho que no me gustan las prisas, y menos conduciendo. La torpeza y el espesor de la mañana se sustituye por impaciencia y prisas al volver. Me paro en el cruce, viendo como el tráfico denso me deja pocas posibilidades. Si espero mucho más no llegaré a tiempo. Un coche con pinta de despistado parece ir a menos velocidad, lo que me hace atreverme a pasar rápidamente.

Conforme acelero veo como otro coche asoma por la izquierda del lento con intención de adelantar, ganando bastante velocidad. Me asusto. Piso y piso el acelerador intentando evitarlo pero la distancia es demasiado corta. El otro conductor apenas puede reducir la velocidad cuando se da cuenta. Veo como se acerca a gran velocidad y me protejo mientras grito, aunque no haya nadie para oírme. El coche parece que se dirige hacia mí directamente haciendo caso omiso del coche que me encierra. No veo pasar mi vida ante mis ojos, todo ocurre a cámara rápida.

Oscuridad y silencio.

sábado, 18 de octubre de 2014

Sueños cumplidos

La distancia duele, duele a matar. Eso sentía yo desde que él cogió ese avión que le llevó tan lejos, muy lejos de mí, a la India.

No podía evitar sentirme bien y mal a la vez. Miguel era médico y la persona más buena que había conocido nunca. Acabó la carrera con la mejor nota de su promoción y decidió que tenía que ayudar a los más desfavorecidos. Yo ya lo sabía desde hacía tiempo, llevábamos ya 8 años juntos y él siempre decía que quería salvar vidas, ayudar a los que no tenían recursos.

Cuando acabó medicina fui yo quien más le animó a irse aunque sabía que iba a ser mi perdición pues sin él cerca yo no era nada. No sabíamos cuánto tiempo iba a estar allí, meses, quizá años…

Me pidió que fuese con él pero no podía. Yo estudiaba derecho y allí no podía hacer nada. Estuvimos noches enteras hablándolo hasta que por fin conseguí que decidiese ir solo. Sentí pena por dentro, sabía que pronto se iría y que no iba ser fácil para nuestra relación.

Por fin, un 15 de julio tomó rumbo a la India y yo a mi triste vida sin él. Estos meses han sido duros, ha sido complicado no saber si está bien o mal, si me echa de menos o solo yo lo hago. Cada 15 días consigue un teléfono y me llama. Es feliz y está orgulloso de lo que hace. Es entonces cuando entiendo que irse allí fue la mejor decisión que pudo tomar.

Sin embargo, hoy, 17 meses después me subo al mismo avión que él cogió cuando se fue. Voy camino a la India, dispuesta a compartir sus sueños. Porque yo hace años que tengo mi sueño cumplido, compartir mi vida con él.

Sarasvati





viernes, 17 de octubre de 2014

Acortando distancias



Nos conocíamos desde hacía un par de años cuando decidí conocerte. Fue un acto de voluntad inusual en mí. Jamás he sabido qué me pasó por la cabeza aquella noche, pero me pareciste más interesante que cualquier otra persona en la habitación. Y que cualquier otra persona, en general.

Por aquel entonces, cuando alguien me llamaba la atención más de lo normal, acostumbraba a huir corriendo de mi instinto, de las ganas. No tenía motivo alguno. Sabes que nadie me había hecho daño, precisamente porque era mucho más rápida que esa curiosidad que me perseguía.

Pero aquella noche las piernas no me respondieron.

Visto esto y que yo te parecía menos interesante que una piedra, un yo orgulloso, hasta entonces desconocido para mí, me dijo que se acabó el correr. Que por sus narices que te iba a conocer, a ver si resultaba que eras tan interesante como parecías.

Con todo preparado en caso de huida, hice uso de todos mis recursos para acercarme a ti. Descubrí que eras como hacer la compra a la hora de comer, como beber solo una cerveza, y creo que fue recíproco. También descubrí que solo íbamos a ser amigos, y me pareció bien.

Ahora que no sé cuándo nos volveremos a ver, siento la necesidad de contarte esto para darte las gracias. Sin saberlo, me enseñaste a acortar la distancia. Me di cuenta de lo que me había perdido hasta entonces, de que todos los kilómetros que llevaba a la espalda eran absurdos. De que estaba cansada de tanto correr.
Ahora que la distancia va a ser real, tengo que decirte que me alegro de haber decidido conocerte.


Djalí.