jueves, 26 de noviembre de 2015

Balada gris

Hoy necesito una balada gris, de suave rasgar contra el olvido y de acordes pesados, que queden en mí como los posos del café; para luego poder leer en ellos la más triste historia de amor. Sus letras serán lágrimas en este desorden de ideas, pero no me importan los mensajes, ahora no. Deseo dolor en el latir de sus palabras e indiferencia en sus compases. Y volver a hundirme en la marea de hastío que maneja el rumbo de una vida que hoy no quiero amarrar.
                      
En esta tarde necesito un breve silencio que me arroje al mar de la desidia y quiebre en mil tempestades la monotonía que escupe el tiempo. Necesito la tenue oscuridad que llena mis sentidos para camuflarme con esta vida, que tan poco me importa. Pero no busques el porqué en el rumiar del viento ni en el silbar de otro cuerpo, no pido explicaciones; pido consuelo al vacío, que siempre tan bien me aconseja.

Necesito un rincón en el que esconderme del mundo, un trozo de libertad en mi propia cárcel. Necesito vomitar en el papel las lágrimas que no hallo causa de la desgana, quizás encontrar la balada gris que me comprende mucho más que cualquier ser humano sobre la insignificancia de nuestro planeta; la insignificancia de nuestras vidas.

Drizzt Beleren

martes, 24 de noviembre de 2015

Solo escucha.

“Querido universo: ¿Te han dicho alguna vez que puedes llegar a ser un poquito hijo de puta?”

Aquí estoy sentada en un taburete a su lado mientras lo observo pintar una de sus nuevas creaciones artísticas sin poder decir una sola palabra. Él de vez en cuando me mira, se ríe y sigue pintando para que podamos irnos cuanto antes. Sé que es mi orgullo el que me ha metido en esto pero no puedo dejar de culpar a mi queridísima prima por ello.

Paso cada verano en casa de mis tíos a las afueras de Londres. Hace poco he tenido la genial idea de colarme por Dylan, el guapísimo vecino de la casa de al lado que estudia Bellas Artes. Mi prima, harta de escucharme hablar de él, se empecinó en decirme que no escuchaba más a allá de mi propia voz, que no me daba cuenta de lo que pasaba a mi alrededor ¿Pero de qué va? Por supuesto, quería demostrarle que no era cierto. Así que ella, con la astucia de su mitad inglesa y el descaro de su mitad española, me apostó cinco cervezas a que no era capaz de aguantar sin hablar una semana entera. Se trataba de mi orgullo herido y, lo más importante, de cerveza. Evidentemente, acepté. Empezó el tiempo de silencio y entonces le pareció conveniente contarme que este fin de semana habíamos quedado con Dylan y el resto de amigos del barrio... Solo me consoló pensar en las cinco cervezas que me iba a pagar. Más tarde, se encargó de que fuera la única que podía ir a recoger a nuestro vecino al IMMA, el museo de arte moderno donde hace prácticas este verano.

Así que aquí me hallo en el momento más patético de mi vida ante el chico más interesante que he conocido. Gracias, prima. Además tuvo el detalle de informarles a todos de nuestra “oportuna” apuesta. Dylan rompe este incómodo silencio y comienza a hablar de perspectivas, de colores, de sombras, de luz... y yo me dejo embelesar por sus palabras, aunque algunas no las entienda. Me cuenta sus metas y ya le veo en el Moma de Nueva York. Sé que un día lo conseguirá. Le intento transmitir mis ánimos por gestos, lo cual me hace todavía más patética, pero creo que lo entiende. Cuando llega a los últimos matices del trabajo que tiene que presentar a su superior, hace mención de los recuerdos más tiernos de nuestra infancia con mi prima en el jardín de mis tíos y algunos de la adolescencia por el barrio con nuestros amigos. Lo cierto es que se acuerda de muchos más que yo. Lo que más me gusta es que en muchos de los que nombra solo estaba yo. Acaba y se va a por las carpetas de unas obras del museo que tiene que guardar en el fichero de esta habitación. Se va y decido ayudarle un poco. Recojo los primeros bocetos del trabajo que tenía tirados por el suelo ya antes de que llegara y en uno de ellos arrugado encuentro mi rostro. Una felicidad extraña me corta el aliento y al mismo tiempo serena mi alma. Lo escondo rápido en mi bolso y sigo recogiendo. Cuando vuelve y me ve, me hace parar inmediatamente y acaba de hacerlo él. Un poco tarde ya, supongo, pero hago como si no hubiera visto nada.

Después me enseña parte de su querido museo y finalmente nos vamos al pub en el que nos esperan nuestros amigos y mi prima. Todos hacen chistes sobre lo callada que estoy hoy pero acabo riéndome de mí misma en esta situación absurda. Escucho sus historias de clase, sus expectativas del año que viene en sus estudios y, sobre todo, lo mucho que mi prima habla con Tom y la risilla nerviosa que le sale con cada chiste malo que cuenta. Nunca me había dado cuenta. Creo que me merecía el castigo, el silencio me está haciendo más bien del que yo pensaba. Me hace entender más cosas de los demás.

Escribo en una servilleta a Dylan que si le parece bien que nos vayamos ya a casa. Sin escusas. Tal cual. Me mira sorprendido y asiente. Ahora son los demás los que se han quedado totalmente mudos. De vuelta a casa no se atreve a decir nada comprometido, sigue hablando de sus planes de futuro como si esto no tuviera importancia. Tampoco sabía que tenía ese lado tímido. Me acompaña hasta la puerta de casa y me dice buenas noches mirándome a los ojos a sabiendas de que no va a obtener respuesta. Pero yo le doy una, un beso.



“Querido universo: Te he escuchado.”

Alicia Salazar

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Empatía... ¿Tú?

Un día me dijiste que empatizabas, demasiado y que esa era la razón por la que no escuchabas. En tu mente sonaba de otra manera, pero en la mía este eco quedó grabado de por vida emocional.
Te concedí el beneficio de la duda porque en esto igual que en lo otro, soy experta.

Pero ya son meses o tiempos conociéndonos. Y empiezo a darme cuenta de que,
 o he caído en el error del investigador que quiere apoyar su hipótesis hasta el final.
O soy la mejor investigadora de tus tiempos,
o momentos,
o respuestas,
o miedos.

Solo sé que no quieres saber nada. Nada que imponga dolor, desesperanza o sufrimiento.

Pero es que, en esta vida, para saber disfrutar de lo que uno has de haber sufrido lo otro.

Y yo, que fui creciendo entre espinas, sí sé empatizar. Y es, precisamente esa necesidad que tengo, lo que me hace querer ayudara alguien. Porque no se trata de ser capaz, sino de querer.

Querer.

Punto de inflexión entre mi yo y el tuyo, que es tan grande que a veces cree abarcar una montaña que nadie te pidió escalar.

No.

Cuando quieres a alguien la empatía es lo que te hace querer seguir adelante. Es lo que te hace querer conocer más sobre sus miedos, para adelantarte a ellos o luchar junto con,
en contra de.
Es lo que te hace querer ver lo más profundo de alguien, aunque haya mucha mierda,
que la habrá.

Es lo que te hace querer explorar en sus esperanzas, esas que tú igual ya habías perdido al escuchar sus andanzas.

Es la más poderosa fuente de inspiración,
de escucha,
y,
sobretodo,
Compromiso.

El cual, ni se entrena ni se lucha en contra. Solo surge como necesidad.

Porque cuando alguien te importa, te importa en su totalidad.
En su bienestar,
y en su mal estar.

Y eso, en modo resumen, es todo lo que importa.


Porque amar no es no sufrir, sino hacerlo por el otro y por uno mismo, porque es así y sale solo. Porque no se planifica ni se evita. Y si a ti te duele, es por algo. Y si no quieres que te duela, es por todo lo contrario.

Neko 

sábado, 14 de noviembre de 2015

¿Y los que se inmolan?

No sé cómo escribir esto porque no sé muy bien qué quiero sentir o pensar.

Ver las imágenes me genera tantas sensaciones…

Rabia,
impotencia,
tristeza,
gris,
lluvia,
miedo no,
más tristeza,
rabia de nuevo.
Esa gente tenía hijos, padres y hasta un gato que les quería ¿Lo sabéis?

Hijos de puta.

Cabrones.

Panda de retrasados.

Pero… ¿Y los que se inmolan?

Llevo bastante rato intentando sentir lo que ellos sentían. Y solo se me ocurre...
odio,
miedo,
odio,
miedo,
odio,
miedo
y, finalmente, odio y más odio.

Tiene que ser una fuerza realmente bruta la que les lleva a hacer eso. Y que además les sale de dentro, de su cabeza... Porque me niego a pensar que del corazón salen estas cosas.

Han disparado a sangre fría a cientos de personas delante suyo. ¿Les habrán mirado a la cara?
Y si lo han hecho, ¿Qué clase de personas depravadas se encuentra detrás de su fachada?

No, no hablo de la suya en sentido literal, sino en sentido figurado. ¿Qué clase de estrategias han empleado los que les han manipulado para conseguir que el odio hacia otros sea más fuerte que su amor hacia la vida, algo que es innato y natural?

Vuelvo al intento de entenderles pero no puedo. Sé que no puedo porque no quiero.

Cientos de teorías psicológicas se agolpan en mi cabeza y puedo achaarlo a una crisis en su identidad, a un vacío emocional, a un puñado de rabia mal gestionado, a problemas de regulación emocional, a distorsiones cognitivas PERO NO.

Las emociones que les llevaron a hacer eso son tan oscuras que me niego a seguir por ese camino porque no quiero sentir lo que ellos sienten, porque me niego a encontrarle sentido. Porque es injustificable y porque, ahora sí, me está invadiendo la emoción de rabia pero en contra de ellos no a favor de. Solo podría sentir pena, mucha, hacia ellos y su cabeza vacía llena de odio imperativo. Pero tampoco. 

Hoy sigo en shock emocional aunque voy notando como la tristeza empaña mis pupilas y mis ganas de que el día acabe pronto. Sé que hoy todos hemos dejado que la empatía gane al raciocinio y solo queremos que esto acabe. Las teorías sobre si es mejor la ley de Talion o la del diálogo la dejo para los que saben. Yo sigo con mis emociones…
  

Neko

jueves, 12 de noviembre de 2015

Lluvia no cuantizada

Mis pies van clavándose en el doloroso asfalto de esta ciudad mientras, ante mi presencia, se agujerean los charcos que reflejan un cielo basto y gris; parecido al manto que cubre mis sentimientos y arropa los latidos de un desaparecido corazón. Las mismas calles, los mismos colores, las mismas palabras que se repiten una y otra vez. La lluvia salpica sobre los paraguas que resguardan las prisas y el tráfico de gente que, hoy, me resultan tan extraños; más incluso que el rostro que se observa tras el romper del agua estancada sobre un mal diseñado desagüe.
El destino de mis pasos es incierto, pero más lo es el final de esta eterna tormenta. El sol, el gran derrotado en esta batalla, se olvidó de marcar las horas y ya no sé si me toca olvidarte o gritar que no amaré a nadie como te amé; es esta lluvia, que lo hace todo tan lineal. Sin excepciones, continúa la soledad, continúa el camino, continúa la incertidumbre…

Y nos veo en las gotas que resbalan sobre los cristales de los coches. Tú, esa que hace un perfecto dibujo, y yo, esa otra que te persigue hasta acabar consumida por sí misma. Hasta que, tu gota, decide detenerse sin motivo alguno. Quieta, paralizada, ve los caminos de otras gotas pasar y observa –atenta– como apenas puede moverse.
Es entonces, cuando lo que queda de la mía te intenta empujar, dejando su último aliento. Rompe a llorar el cielo una vez más, al verte tan inmóvil en mi ignorancia.

Puede, que me esté volviendo a enamorar, de esta pesada lluvia que tan bien refracta la poca luz que aún emiten mis pupilas.
Puede, que ahora entienda que eres el miedo ante el continuo de nuestra existencia, tan inerte, tan infinita, que no sabes dónde quedó el mañana.
Puede, que empiece a comprender(te); comenzando a ver entre las sombras de mis putrefactos recuerdos, para poder abrazarte y decirte que encontré la verdad en tus palabras.
Puede, que esta lluvia duela tanto como lo hacen nuestros abrazos, que saben de qué están hechos nuestros labios.
Puede, que siempre llore el cielo esta inmensa tristeza.
                                     
Drizzt Beleren

martes, 6 de octubre de 2015

Tarde de domingo

Parece que el reloj, contagiado por el hastío de esta tarde de domingo, se olvidó de girar. La lluvia, que no contempla la opción de amainar, continúa con la húmeda monotonía, sin saber el significado del antes ni del después. Rutina de un otoñal diciembre, que no supiste cómo empezó y que parece no tener final.

Y caen las gotas sobre el cristal que separa la maldad del mundo exterior de tu morada. El refugio ante el infinito decadente permanece caliente, expectante ante los cientos de paraguas que allí abajo vagan buscando un significado a sus vidas. Mientras, tú sigues ahí sentada, esperando que aquel chico que espera sólo en la plaza desde antes de que tú llegases, no ceda y el destino le recompense. Quizás aquella sombra borrosa desde tu noveno piso lleve algo de ti. Tal vez, ese paraguas, más gris que este cielo de París, sea la señal divina que llevas buscando en el techo de tu pequeño apartamento las últimas semanas.
Y suenan las campanas de Notre Dame, ya por quinta vez desde decidiste ser la consciencia de la ciudad, a través de tu ventanal. Todas y cada una de aquellas personas enredan sus caminos sin ser conscientes de sus pasos. En su mirar estará la más maravillosa de las historias. Pero las grandes pantallas no ilustrarán sus vidas, ni los libros narrarán sus sueños más locos. En esta ciudad, en la que todo parece transcurrir en blanco y negro, observándose el cambio de fotograma, ruedan las miserias de los pobres y las pesadillas de los ricos. Y tú, que decidiste robarle los segundos a la tarde, oculta tras tu pequeño rincón, te encontraste con aquel chico inmóvil que no desistía en que, quizás ella, aparecería.
Se podría inundar toda Francia pero, con esta melodía de piano triste que parece tener este maldito país como banda sonora, él resistiría; y tú, le pedirías que lo hiciera. Porque necesitas un solo apoyo en tu locura de vida. Uno solo.
No necesitas ninguna amiga que te recuerde que tu corazón roto en París, es como un cuerdo en el mundo de los locos, para eso ya estás tú; y las tardes de domingo. Lejos de todo y todos, en un viaje que prometía ser el gran paso en tu vida, eres la abandonada en la ciudad del amor. La hoguera improvisada en la papelera arde bien con vuestros besos bajo la Torre Eiffel. Entonces, ¿qué sentido tiene continuar allí? Sé que desearías bajar corriendo, sin ni siquiera ponerte unos pantalones, y preguntárselo al paraguas inmóvil que sigue esperando en el centro de la plaza.

Tu faz impasible, esbozó una pequeña mueca en el momento en que, con la llegada de un nuevo repicar de las campanas, él inició la retirada. Sin cuento de hadas, ni perdices en la nevera, una lágrima resbaló por tu semblante hasta precipitarse al vacío. Tu primera lágrima en París que, al igual que se inició aquella tormenta, vino seguida de un mar sin fin de ellas.

 Aquella misma tarde miraste vuelos de vuelta a casa, sabiendo que la vida te había ganado el pulso.

Drizzt Beleren

miércoles, 6 de mayo de 2015

Subtítulos

Ambos habían quedado con sus respectivos amigos. Ella caminaba con los auriculares puestos escuchando el audio del whatsapp de Helena, riéndose con los comentarios que la loca de su amiga hacía sobre el nuevo chico del McDonalds del barrio cuando se lo encontró de frente y se le cortó la risa de golpe. Había pasado mucho tiempo desde que todo había acabado. Durante mucho tiempo fueron la pareja perfecta, la típica historia de chico encantador de sonrisa de anuncio conoce a la chica complicada y alocada y se enganchan el uno del otro. Realmente no era la única vez que habían roto, pero la última fue algo distinto, algo que les superó.

Él seguía paralizado. Había cometido un gran error respecto a ella, la había echado de menos, pero la cobardía y el orgullo le impidieron volver a por ella y había preferido buscarla en otras bocas. Pero ahora ambos estaban bien ¿mejor o peor que juntos? ¿quién sabe? Pero bien.

Un saludo y unas preguntas de cortesía llenaron los primeros segundos más incómodos de sus vidas.
Él no sabía si invitarle a tomar unas cervezas, ella se preguntaba si seguiría con esa chica rubia de bote que protagonizaba todos los rumores de los amigos en común. Sus ojos eran los únicos sinceros de aquella escena, era como si las miradas escribieran los subtítulos de lo que en realidad querían decirse. Las palabras que ambos se dejaron por decir quemaban en sus gargantas, pero el miedo no les dejaba hablar.

Finalmente, él la invitó a esa cerveza para no dejarla escapar de nuevo y ella aceptó. No pudo evitarlo, así que ella se lo preguntó y él le confirmó los rumores. Sus amigos les reclamaban en mensajes y llamadas así que la conversación fue breve. Antes de irse, él le confesó que solo estaba con la chica rubia porque escuchaba la Oreja de Van Gogh y le recordaba a ella. Ella sonrió, le besó en la mejilla y le susurró al oído: “Deja de buscarme en otras, yo soy única.”


Quizás esa frase no fue suficiente, quizás necesitaba más, quizás tendrían que aprender a ganarse el corazón del otro de nuevo arriesgando más, quizás no fue su momento, quizás no fuera esa persona, quizás eran muy diferentes, quizás se complementaban demasiado y eso les aterró, quizás, sus corazones aún estaban en ruinas, quizás un día volvieran a jugar con sus sentimientos entre las sábanas, quizás nunca volvieran a verse, quizás al universo le gustaba jugar con ellos como si fueran marionetas...  
Alicia Salazar

martes, 5 de mayo de 2015

Mal-trato.

Esa delgada línea… Entre tu sonrisa y la mía.

Esa delgada mancha, entre lo que está bien y lo que está mal.

¿Hasta qué punto confiar? ¿Hasta qué punto tu crítica es constructiva o destructiva? ¿En qué momento decir basta si está todo teñido de emociones? ¿Si esto es un fango del que es difícil escapar porque soy yo la que no para de vomitar sentimientos hacia ti que me nublan la mente y la racionalidad?

¿Amor incondicional? Incondicionalmente teñido de frases que rasgan, que raspan… Que hacen ver esto como un amor propio de los poetas románticos pero que, no es más que un montón de mierda enjaulada entre rosas.

Pero, como todo, acaba oliendo.

Y no. Acabas descubriendo que ese "me preocupo por ti" es solo un "me da miedo descubrir mi falta de autoestima". Y, aunque así suene muy abstracto, fue así en su conjunto. Y cualquier relación tirada por un montón de inseguridades, no iba a tener otro efecto rebote que el de generar en mí una inestabilidad de la que aun no me siento recuperada.

Y no quiero exagerar.

No.

Pero esto me hace ver lo fácil que es confiar en alguien y que ese alguien no confíe en sí mismo y necesite robar tu confianza para ser un poco más, para crecer un poco más en sus pocos centímetros de altura moral…

Y no. Es demasiado fácil no darte cuenta de la manipulación, de las preguntas a altas horas de la madrugada con alguna clase de intención vil y comprometedora. Es demasiado fácil creer que es amor cuando solo es posesión. Pura y dura.


Y solo me hace preguntarme si todas las personas que han sufrido algo así… ¿Podremos volver a amar incondicionalmente sin pedir condiciones de por medio? Cómo a ellas les hicieron…

Neko 

lunes, 4 de mayo de 2015

Corazón de tinta

La música tenue resbala por sus dedos, sirviendo de engrase a los latidos de su corazón, que no hallaba los elementos para gritar al mundo su frustración. Los colores y los sentimientos se reunían en su mente, que gastaba sus energías en volar; siempre lejos de allí. La oscura habitación no apagaba sus palabras, que poco a poco iban emborronando el folio antes blanco. No había mejor confesor que el mudo rasgar de la tinta contra sus miedos. Nunca nadie entendió sus lágrimas, pues nadie encontraba nunca en camino hacia su corazón.

Tras la jaula que él mismo construyó, se ocultaba alguien vivo, que soñaba cómo sería vivir la libertad de ser feliz. Por eso, fotografiaba la realidad y la deformaba a su placer, adaptándola a su propio dolor. Era allí, a la hoguera de su propia miseria, donde realmente él encontraba su lugar. El fuego ardía sobre las hojas de su propia historia. Ladrillos de su prisión que decoraban las paredes de su alma, un alma poco alimentada. ¿Qué otra cosa podía hacer si allí estaba su vida?

Si se prestaba atención se podía descubrir, tras mucho observar, como en los muros levantados se encontraba una viva odisea al amor, a la vida y a la eternidad compartida; una oda a la libertad desde el más profundo pozo de la soledad. Las canciones que resonaban eran sobre caminos que se juntan, sobre trenes que se cruzan, sobre cuentos imposibles, sobre cómo hacer de la vida una búsqueda infinita de la felicidad.

En ocasiones se ahogaba en un mar tranquilo que alzaba su nivel ante las llamadas de la luna. ¿Quién era él para contradecir el veredicto de un destino en el que no creía y que tantas veces le falló? Espejismos tan reales y realidades tan falsas…
Era el hombre contra a la decepción de su sino, de todas las aventuras que fracasaron, de cómo no hallaba aquello que buscaba y no sabía que era; pues como la luna, duraba tan poco la perfección. Duraba tan poco el amor.



Cuentan que una vez el amor sopló y arrasó su celda, dejándolo solo y desprotegido contra el malvado mundo del que se ocultaba; sin embargo, fue una iluminada sonrisa la que le sirvió de guía por el camino de las baldosas amarillas en busca de su felicidad…


Drizzt Beleren

jueves, 30 de abril de 2015

Bajo la máscara

Los personajes más extraños poblaban en aquella noche la ciudad de Venecia, eran representados con máscaras y majestuosos trajes que sobrepasaban la imaginación. Caminar entre los venecianos era como pasear por un sueño. Fuegos artificiales decoraban la noche del carnaval y las góndolas, todas llenas, cruzaban a esos transeúntes disfrazados de un punto a otro. Todo el mundo estaba como loco, podía escuchar esas carcajadas saliendo de las máscaras más cerradas. Demasiados antifaces, pelucas y plumas en el mismo sitio para mí ¿Quién se escondería bajo aquellos fantasmas de la opera? Cada uno de nosotros podíamos ser lo que quisiéramos solo por una vez, podíamos ser cualquier cosa menos nosotros. Era divertido salir de la rutina por una noche. Hacíamos realidad nuestra locura más secreta. De todos modos, no era real. No iba en serio. No eras tú.

Alguien pasó por mi lado empujándome y el perfume de su portador me resultó familiar. De su portadora. La música emanaba de todas partes y ella siguió haciéndose camino sin importar quien se llevara por delante. Tiró su capa y su plumoso sombrero al agua y se quitó los tacones abriendo la falda de su vestido de modo que dejaba ver sus piernas. Empezó a saltar y a dar vueltas y vueltas como si fuera una niña de cinco años, sin importar lo que los demás pensaran o dijeran de ella.

Se dirigió hacia aquella gran casa abierta de la que salía y entraba gente todo el tiempo. Y yo la seguí. Seguí a esa loca que iba sola desafiando al mundo. O borracha, muy probablemente. Pero si estaba borracha o colocada yo quería que me diera un poco de lo que había probado. Siguió subiendo peldaños ¿Es que ninguno de los pisos le parecía lo suficientemente espectacular o es que buscaba a alguien? Me quité mi antifaz porque había dejado de ser ese otro al que no conozco y había vuelto a ser mi yo curioso. Yo, el que vino a Venecia desde Tenerife solo para ir a la despedida de soltero de su mejor amigo, Carlos, en los carnavales de Venecia y a la boda que se celebraría posteriormente. La joven paró en el último piso, tampoco había más allá a donde ir, y salió al balcón extendiendo sus brazos y saludando a los de abajo como si fuera la reina de la fiesta, la reina de Venecia, la reina del mundo. Me puse a su lado sin decir nada.
-¡Por fin has llegado!-exclamó. No sé si me sorprendió más que hablara español o que me hablara como si me conociera de toda la vida. Pero no tuve mucho tiempo para pensar en ello porque justo después se lanzó a mis brazos y me besó como nunca me han vuelto a besar.
No sé si fue el misterio de no saber quien era, el perfume o su locura, pero me dejé llevar por un momento sujetándola y tocándola como si fuera mía. Al darme cuenta paré y me disculpé. A lo que ella respondió con ese acento italiano que me volvía loco:
-No te avergüences de tus instintos, son la parte más sincera del ser humano.

Después se giró y se marchó, pero antes de que se mezclara entre la gente, vi el tatuaje de la clave de sol en su muñeca y entonces lo supe. Era, Livia, la prometida de mi amigo. Ella misma me lo dijo cuando la conocí y me habló de la fiesta. En los carnavales ella desaparecía al ponerserse la máscara para ser la versión más libre de sí misma y, aunque fuera una idea que desorbitaba los límites de la razón, lo cumplía como si fuera un vacío legal en su relación con Carlos, como una cláusula que se permitía en el contrato de su vida para poder seguir siendo ella misma el resto del año.

Alicia Salazar

martes, 28 de abril de 2015

Paranoid.

Las noches encadenadas entre muchas,
visiones.
De algo sobre lo que no sabes si sí o si no. Si en algún momento ha sido cierto o si los demás son los que saben y tú eres una estúpida malnacida.

Drogarte y acallar esas ideas, aunque solo sea por unas pocas horas.
Alivio.

Correr. Huir de esto y no saber en qué cama acabas, pero saber que acabas
corriéndote. 

Y no saber frenar, que la vida te frene a base de golpes, de ingresos, de encerronas contra tu propia mente, 
sin avisar,
sin permitir que esto sea un alivio. Solo generando más dudas y más confrontaciones contra esas personas que te ponen etiquetas pero no se preguntan quién eras tú y quién querrías ser. 

Personas que solo se enfrentan a tus voces,
que tú crees que existen, 
pero que igual no.

Mientras, tu existencia pasa desapercibida e incluso ignorada entre otras personas que no son como tú, pero sí. Esas personas que crees que forman parte de un complot con sentido para ti, aunque a veces no te salgan las palabras, aunque las drogas te acallen durante horas. 

Y acabas dudando de tus convicciones, esas que forman parte de ti, que son tú. 
Y acabas dudando de tu vida, 
y de todo lo que has soñado, 
sentido,
visto,
oído,
o incluso comprendido. 

Y así, luchas contra tu mente. 
Y luego te ves dándote la vuelta y confrontando con toda esa gente de blanco, de verde o de azul pero, 
sin saber lo más importante en esta cuestión,

¿Quién eres tú? 

¿Una loca paranoide o una persona más en este mundo?

Cualquier persona en su sano juicio sabría que son compatibles, que no hay incongruencia.
Pero en este mundo, todos sabemos que los cuerdos no abundan. 

Neko

lunes, 27 de abril de 2015

Bendita Locura

Se rompía la noche en mil fragmentos cargados de sueños e ilusiones, que iban marchitándose y cobrando fuerza en un intercambio de energías, guiados por las estrellas. El caótico universo se ordenaba en patrones ajenos, para dibujar su destino sobre el firmamento. Como la tinta corre sobre las venas de un pergamino, su alma volaba entre los extremos más alejados de su cuerpo, desprendiéndose de toda consciencia de él mismo. Una huida sin billete de regreso, tratando de escapar y al fin huir de las cadenas mortales. Una bendita locura.

Subió alto, empujado por la ingravidez, sobre un suave manto acolchado; sin nada en que pensar, sin intención de despertar. El frío que ascendía hacia su nuca era agradable, como agua cayendo por su garganta bajo la mayor de las sequías. Un trago suave y liviano, que calmaba las ansias de su incansable alma.

Eran horas sin la sombra tras la esquina del tic tac del reloj, quizás días sobrevolando la arena de la que escapó. Finalmente libre, consiguió sonreír. No necesitaba mover los brazos ni las piernas, allí el pensamiento era más poderoso que el poder físico. Era un sueño eterno sin barreras, una luz tenue que ilumina toda la oscuridad de su habitación. Una estancia marchita, salpicada de los peores horrores que ningún hombre soportó.

Cuentan que su viaje no tuvo final, mientras su cuerpo quedaba con nosotros, en la cama de un hospital acompañado de un continuo pitido a causa de una droga en su suero. La felicidad en su rostro fue su mensaje de partida, informando que todo iba bien. Yo continúo en la cárcel sabiendo que, aunque tarde, fui un buen padre.



Drizzt Beleren

jueves, 23 de abril de 2015

En el laberinto a las doce

Este parque es demasiado inmenso y este laberinto demasiado retorcido. Pero tú querías hacer el reencuentro interesante, en el mismo sitio en el que nos vimos por primera vez, donde me perdí y tú me encontraste por casualidad en el lugar perdido donde sueles venir para leer los libros de poesía de tu padre. Las doce menos diez. Solo diez minutos para cambiar de año y quizás de vida. Claro, pensaste que ir a la fiesta de fin de año de esos pijos sería divertido. Niño consentido. No puedo negarte nada. Y es que te echo tanto de menos... Empiezo a pensar que lo único que me va a acompañar esta noche es esta botella de vino y la foto de carné que me diste al principio de todo. Nuestro principio. Un pedacito de ti que me guarda y que presiono contra el pecho en esas noches en las que tu ausencia se me hace demasiado dura y el dolor es tan intenso que casi no puedo respirar. Te llevaste mi aliento contigo. Contigo. Contigo siempre con idas y venidas. Idas y venidas que siempre acaban del mismo modo.

Acepté tu reto. Vine al laberinto para hacerte ver que sigo luchando por esto, que sigo creyendo en nosotros aunque tú no lo tengas tan claro. Mis pasos me llevan hasta la fuente, por fin he llegado aunque realmente no sé cómo. Estoy en medio del laberinto pero aquí no hay nadie. Ya se oyen los gritos de la cuenta atrás y me doy por vencida, por engañada y de nuevo abandonada. Al menos esta vez tengo una botella para ahogar las penas, así que pego un buen sorbo y agarro con más fuerza tu foto en el bolsillo interior del vestido dorado. Me siento en la fuente durante las últimas campanadas. Me quito los tacones y me meto dentro. Dejando que el agua revitalice mis piernas para salir corriendo cuando sea necesario. Levanto la vista y ahí estás. Parado en frente de mí con las manos metidas dentro de los bolsillos y tu cara de niño bueno. Con el dedo te digo sin palabras que te unas a mí y vienes, porque eres ese tipo de locos que te dicen que te metas en una fuente a beber vino y  tú lo haces. Y tú lo haces. Una vez dentro se agota el tiempo. Tiran los fuegos artificiales y se ilumina la noche de chispas de colores que parecen caer hacia nosotros pero que se evaporan con la oscuridad mucho antes. Nos miramos y nos felicitamos el año nuevo con un beso y doce tragos de una botella robada del catering de la sofisticada fiesta del parque en la que nos hemos colado. Porque nosotros somos ese tipo de locos. Y yo soy esa borracha que acaba en los brazos de su ex en una fiesta como la de hoy.
-¿Cuantas veces me has olvidado desde que nos conocimos?-te pregunto con una valentía que no tendría de no ser por el vino.
-Menos de las que piensas ¿y tú a mí?
-Ni una sola-y repito muy lentamente-ni una sola.
Salgo de la fuente con los restos de mi botella y te dejo ahí solo.
-¿A dónde vas? ¿Cuándo volveremos a vernos? Pensaba que esto lo arreglaba todo-dices ingenuamente.
-Tan lejos y tanto tiempo como consigas darte cuenta de que me necesitas más de lo que piensas si no logras verme o hablarme cuando tú quieres. Échame de menos. Yo lo hago todos los días y todas las noches.


Desaparezco entre las callejuelas del laberinto sabiendo que tú no vendrás detrás de mi. Al menos no hoy. Pero segura de que la siguiente vez que vuelvas, si vuelves, será la definitiva. Es una prueba que tengo que hacerte aunque me duela más que a mí que a ti.



Alicia Salazar

miércoles, 22 de abril de 2015

Sin gravedad

DIEZ. En lo que a relaciones se refiere, todos tenemos miedo de que el siguiente paso que demos acabe en la baldosa equivocada. Miedo a que entonces nos salpiquen todas las dudas que escondemos debajo de la piel cuando todavía solo estamos en periodo de prueba.
NUEVE ¿Pero qué sucede cuando descubrimos lo que hay en la cabeza del otro? ¿Qué pasa cuando se revela lo que hay en la tuya? Y aún peor... ¿A qué nos enfrentamos cuando ambos nos encontramos con la verdad a la mitad porque solo nos atrevemos a decir las cosas a medias? Siempre con ese miedo en el cuerpo cuando nos controlan los sentimientos y no la razón.
OCHO. Supongo que echarnos las culpas el uno al otro por no haber sido más valientes no sirve de nada. Sí, deberíamos haber tenido el coraje de mirarnos a los ojos y dejar mostrar lo que hay en nuestro corazón a pesar del riesgo de ser dañados ¿Pero qué más da? Iba a doler de todos modos.
SIETE. Odiaba cuanto utilizabas la palabra amor no solo porque no soportara las pasteladas, sino porque me irritaba escucharla salir de tu boca con tanta facilidad cuando ni siquiera tenías claro lo que sentías.
SEIS. Las demás siempre me decían que era frío, que era difícil de entender, que tenían que tener cuidado con lo que decían porque nunca acertaban conmigo. Pero contigo fue tan sencillo, me no tenía que esforzarme demasiado, juntos éramos nosotros mismos... Y eso me asustaba pero creo que a ti te aterró.
CINCO. Me costó reunir todos los pedazos cuando rompiste mi corazón y ahora que mantenemos una relación de cordialidad, tengo la sensación de que esto empieza a ser un “ni contigo ni sin ti”.
CUATRO ¿Sabes esa sensación de vacío? No sé si lo sabes pero eso es lo que dejaste dentro de mí.
TRES. Fuiste tan correcta, tan considerada... y te fuiste tan dolida, tan insegura de ti misma. Lo que más me duele es no poder enfadarme contigo y al mismo tiempo no poder ni oír tu nombre.
DOS. Me escapo a donde las estrellas te observan cada noche. El tiempo lo dirá todo.
UNO. No me busques en una temporada, tengo demasiadas cosas que achacarte por ahora.
CERO. Despegamos. Adiós, querida.

Veo como el mundo nos despide conforme vamos ascendiendo y las personas se hacen hormigas bajo nuestros pies. Traspasamos el muro de nubes y atravesamos el cielo. Nada mejor que una misión de la NASA para aferrarme a mi propia protección, para estar conmigo mismo y reunir la tranquilidad y la claridad que ahora no tengo. Como decía el abuelo Parker: “Si eres un chico mayor demuéstralo, los grandes no lloran”. Demasiado rudo a veces, pero nunca, en ninguna de mis duras pruebas hasta aquí, me dejó rendirme.


Se estabiliza la nave y, ya sin gravedad dentro de ella, nos desabrochamos y flotamos por todo el interior de lo que será nuestra casa en los próximos meses ¿Qué hubiera pasado si hubiera sido totalmente sincero? ¿Habría cambiado algo o sus palabras habrían sido las mismas? ¿Volveré a sentir alguna vez algo así? ¿Habrá otra persona que me llegue a entender en este u otro planeta? ¿Se acordará de mí? ¿Habrá visto el despegue por televisión? ¿Me olvidará rápido? ¿Estará ya con otro? Preguntas y más preguntas.... Quizá sea el momento para dejar flotar todo el resentimiento que le guardo para afrontar tres cosas. En primer lugar que, aunque no me suela pasar a menudo, estoy enamorado. La segunda es que tengo que seguir adelante sin ella, no importa el motivo si se ha marchado. Y la tercera, la reparación de mi alma puesto que es la única que va a estar conmigo siempre sin ninguna duda. El universo esconde ases debajo de la manga aun cuando todo va bien. Puede que porque sea demasiado inmenso y alcance a dejar sorpresas para cada uno de nosotros. Pero si somos capaces de superar todos los obstáculos, sea un meteorito o un corazón roto, estoy convencido de que cada vez será más fácil superarlos.

Alicia Salazar

martes, 21 de abril de 2015

Redefinición de la palabra, del sentimiento.

Re- sentimiento.

"Volver a, volver a, volver a" decía un gran poeta, de la Madalena. 

Podría sonar a melancólico, a repetitivo o a cansino. Pero no.  Quiero darle un giro a nuestra concepción de las cosas y decirte que, esto, el re-sentimiento, sí que mola. 

Volver a sentir las mariposas, pero en otras manos y de otra forma. Por otros encuentros, por otras filosofías de vida. 

Volver a reír, pero de otra forma, y entre otras bromas que nunca pensaste que llegarías, siquiera, a entender. Tan loco como la Teoría de la Relatividad. Tan inútil como una serie absurda a una hora, 
absurda también. 

Volver a comprometerte, con otra persona, con otra figura, con nuevas amistades. 

Volver a encontrar un resquicio en beneficio de la duda pero no dudar en lanzarte a la piscina. Ese verano,
ese olor a cerveza, 
esos labios enfrascados en emociones y miradas,
en complicidades que luego serían manías,
y manías que luego serían estudiadas.

Hoy quiero hacer ver que no todo es malo, ni siquiera lo era tu mirada, esa que no sabía por dónde salir para no encontrarte conmigo. Por donde no salir para volver a verme una noche más.

No es un porsiacaso, es un por ahora. 
No es un cansancio, es una energía renovada.

Y tú y yo, pequeño corazón, somos expertos en redefiniciones de los sentimientos. En buscar en lo negativo, el humor y en el humor, lo negro. 


Neko 

Hurtful.

Hoy me he vuelto a levantar con tus palabras entre mis sábanas y los sudores fríos recorriendo mi espalda, que aun tiembla por tus arañazos, los que hiciste en esas noches en las que te alejabas de mí y me dejabas aquí, en nuestra querida ciudad.
En nuestra ciudad querida.

Y no, no entiendo cómo hoy, aun, me dueles. Cómo hoy, aun, no he sido capaz de conocer a nadie como tú. A nadie que me hiciera sentir un deseo tan irrefrenable. Salvo por mis miedos. Esos que siempre reflejé en ti.

El daño que me hiciste no se lo voy a perdonar a este Dios en el que tú creías. Este daño que he ido esparciendo en otras discusiones y del que tú, mi querida amiga, nunca sabrás. O sí, pero no del todo. Porque creíste saber mucho de mí pero yo nunca te mostré esta cara B que solo te devolvía en forma de reproches, de venganzas, DE SILENCIOS.

No, amiga. Este dolor lo llevo por dentro como una procesión fúnebre, o como mi mirada, que a veces eran lo mismo cuando yo no sabía cómo escapar de todo lo que me provocabas.

Claro que la cagaste, y mucho. Pero también te amé tanto que aún no he podido odiarte bien del todo, bien a mi estilo, ese tan rencoroso y huidizo entre 3 o 4 canciones mal sonadas y muchas telebasuras prominentes.

Sí, claro que habrá más mujeres u hombres que pasen por mi lecho, que se quieran quedar a vivir en mi pecho pero no, nadie me conocerá tanto como tú. Nadie sabrá que mis reproches eran el reflejo de mis miedos y de mis incertidumbres.

Porque no, nadie se parará a pensar tanto en mí como yo mismo o tú. Que a veces solíamos ser lo mismo.

No te había escrito hasta hoy porque no era tú y, en cambio, amiga mía, nunca voy a poder ser yo.




Atentamente,

tu oscuridad latente.


Neko 

lunes, 20 de abril de 2015

Rosas

Julia se levantó temprano, cuando las manecillas de su reloj todavía no alcanzaban las siete de la mañana. Tras ducharse, empleó un largo tiempo en maquillarse y, como todos los inicios de septiembre, se puso su mejor vestido. Era un vestido negro y ajustado, llevaba toda la espalda abierta y tan apenas dejaba entrever sus rodillas; cada año menos tersas, a pesar de las innumerables cremas que vestían el mostrador de granito.
Una vez más, casi como una autómata, se recogió el pelo en un moño perfecto en el que intervenían siempre las mismas horquillas. Su semblante era serio, pero no triste. Sus ojos eran mudos ante el espejo que reflejaba la expresión más sincera de su alma, un alma que había vivido alimentada del resentimiento.

Como hizo por primera vez, hace ya once años, recogió las flores del jarrón, colocadas el día anterior, y calzada en unos sobrios tacones salió recibiendo las primeras notas del sol. El camino que guiaba sus pasos no lo frecuentaba  habitualmente y, sin embargo, la duda no podía ni siquiera intuirse en su figura. Fría, ella reflexionaba sobre ello. Era el orgullo y su fuerza lo que día a día la levantaba de la cama, lo que le hacía salir de la cama, lo que le hacía salir a la calle, lo que le hacía tener una vida en la que no apareciese su nombre. Pero era el resentimiento y la rabia lo que, cada vez que las hojas del calendario volaban hasta dejar aquel día coronado el presente, le hacía volver.

El ruido de los tacones anunciaba su llegada, y el crujir de la hierba fresca por el rocío hacían mudos sus sentimientos. Su nombre, sobre la áspera piedra, rezaba la fecha de aquel día pero once años atrás. Hombre de mil caras, el mejor de los amantes, su primer amor. Ella, a quien nadie le había hecho sonreír, que esperaba que el príncipe de su propio cuento la rescatase del castillo; cayó en sus maduros brazos. No importaba que doblase su edad, solo importaba el color de sus besos. Y, como si de una venganza del universo se tratase, un infarto apareció tras decirle que iba a salvar su matrimonio y debía alejarse de ella.
Y entonces fue él quien cayó en sus brazos terminando su cuento de hadas, pero sabiendo que nunca la amó. Julia se fue, sabiendo que su vida seguía girando pero también  que allí estaría el año que viene.


Drizzt Beleren

domingo, 19 de abril de 2015

Humo en la lluvia

Abrió la puerta con la intención de salir, pero estaba diluviando. Indiferente, se acercó al primer escalón y se sentó. La cornisa acababa apenas un metro delante de él y casi podía notar las salpicaduras de agua. Buscó en su chaleco su cajetilla de tabaco y la abrió. Casi llena, tuvo que elegir aleatoriamente un cigarro de entre todos ellos. El mechero estaba en su bolsillo de atrás, un Zippo que le regalaron hace ya tiempo y que encajaba perfectamente con él.

No es que le gustara fumar en sí, en realidad le daba igual. Para él lo importante era la situación, había momentos en los que tenía que fumar. Esos instantes pedían a gritos encenderse un cigarro y quedarse mirando al infinito. Entonces le gustaba fumar. Esta vez no había infinito que mirar, sólo lluvia. A veces alargaba el momento de darle fuego y sentencia al pitillo. Jugaba con el Zippo abriéndolo y cerrándolo, disfrutando del particular sonido que tanto le gustaba. Otras veces se pasaba el cigarrillo entre los dedos con mucha habilidad, algo que había aprendido hace tiempo a base de doblar y romper muchos otros. Esa imagen era él.

Las gotas caían rítmicamente alrededor, aumentando la sensación de tranquilidad. El rumor continuo del agua impactando le recordaba otros tiempos. Trozos aquí y allá de su vida, que coincidieron con una bonita tormenta. Le gustaba la lluvia. Era como un descanso obligado en su vida. Cuando llovía, le gustaba gastar su tiempo mirando las grises y vacías calles a través de la variable cortina de agua. A veces una imagen no importa, pero otras veces puede cambiar perfectamente nuestra perspectiva. Un estilo puede crear una impresión y una escena puede definir toda una vida. Un cuadro puede hacer brotar miles de sensaciones y sentimientos si se pinta bien. En el lienzo de su vida estaría lloviendo.

Observó su cigarro agonizando. Esta vez no le había dado tiempo a observar como el humo desaparecía en el aire. Estaba ocupado con la lluvia. Se percató de cómo sus pensamientos derivaban de lo que le mostraba la vida. Y entonces se dio cuenta de por qué le gustaba fumar, y de por qué le gustaba la lluvia.

Decidió acabar con su tortura y tiró la colilla hacia delante. Cayó en un charco que la fue empapando hasta hundirse. Esta vez no hacía falta ser cruel con ella y hacerla retorcer con el pie contra el suelo. Hoy se sentía menos despiadado, ya había tenido suficiente. Ahora ya sólo lloviznaba, casi imperceptiblemente.

Pensó que ya no tenía excusa para quedarse más tiempo ahí, por más que quisiera. Seguramente no vería ese paisaje nunca más, así que decidió darle un último vistazo antes de marchar. Las calles seguían grises y mojadas, como si esperaran decirle al sol que había llovido.

Se alejó lentamente y sin prisa, mezclando el sonido del chapoteo de sus pasos con el de su tos.



M E L O

sábado, 18 de abril de 2015

...Bajo la lluvia

Llueve tras mi ventana, como casi todas las noches. Todavía no me acostumbro a esta ciudad oscura y triste. Mi vida ha dado un giro de 180 grados y como siempre, a peor.

Aborrezco esta incansable sensación. Me siento incompleta desde que llegué a este maldito lugar plagado de maldad. Me siento acomplejada, nostálgica, perdida entre las sombras…

Ojala solo fuera simple nostalgia. Querer es poder decía mi madre cuando le hablé de esta fantástica oportunidad que me iba a llevar a lo más alto. Pero ella no sabía la verdad. No era consciente de que me habían despedido de mi trabajo, que no podía pagar las facturas y que mi vida se derrumbaba por momentos. Había confiado siempre en mi, sin pensárselo dos veces y siempre había dicho orgullosa que yo llegaría a lo más alto. Por eso me fui y te dije, mamá que lo que encontraría aquí sería lo mejor para mi futuro.

Me odio por esto y por muchas cosas más. Odio esta oscura ciudad que me impide sonreír. Oigo llover, un sonido que antes me gustaba pero ahora me atormenta.

Las noches son eternas y hoy no va a ser diferente. Suena el teléfono, es mamá. Como cada semana una gran mentira saldrá de mi boca. Solo que esta vez decido no responder.

La lluvia no cesa, quiero llorar. Por un momento me doy cuenta de que todo debe cambiar. Puedo ser feliz. De repente me veo saliendo por la puerta, en pijama y zapatillas y sin pensármelo dos veces corro bajo la lluvia. Hacía meses que no me sentía tan feliz. Todo en la vida se puede elegir y yo he decidido que desde hoy, voy a ser feliz. 

Sarasvati

miércoles, 15 de abril de 2015

Tormenta de emociones

Empieza a llovisnear pero entramos ya al restaurante.
-Su mesa está lista-dice el camarero-acompáñenme, por favor.
Nos sentamos y pedimos lo que vamos a tomar.
Otra cita, otros ojos saltones, otra peligrosa sonrisa encantadora... Pero esta vez no tengo miedo de salir herida. Es una de esas veces en las que mi corazón aún está en reparación y esto es solo un pasatiempo para desviar mi mente de mis paranoias y de los recuerdos. No hay ilusión ni curiosidad en como podría salir, ya sé que mal. Tengo ese don que he desarrollado con el tiempo y las caídas por el que sé como es una persona en menos de diez minutos (que no digo conocer) y saber si es o no un posible “para mí”, y este no lo es. Demasiado presuntuoso, pero es divertido e inteligente y me entretiene. Miro el reloj y veo que queda poco para que llegue la hora. Vuelvo a pensar y a sentirme culpable porque te lo prometí aunque ya no tiene sentido ir a verte tocar.

Miro al cristal y veo que ahora llueve lo suficiente como para ponerse la capucha. Nos echan el vino en las copas, él pide por los dos y mientras me sigue contando la fascinante historia sobre su viaje de negocios a Tokio, sin quererlo, vuelvo a perder mi mente en el día en que te conocí, en los largos primeros paseos llenos de todas esas preguntas curiosas que no esperaba que me hicieras, en el primer beso y en el último, en esas veces en las que decía algo pensando que te indignarías y me entendías, en las últimas conversaciones llenas de indecisiones, en el momento en el que te marchaste y yo decidí seguir mi camino sin mirar atrás, en el intenso dolor de después y las lágrimas que nunca verás caer por mis mejillas... Pero, sobre todo, en cómo seguí adelante aun extrañándote a cada segundo, porque soy más fuerte de lo que muchos creen. Yo sonrío y asiento haciéndome la impresionada. Es guapo y ha traído coche, hoy no pido mucho más. Como le río todas las gracias igual piensa que hoy va a tener premio, pero ni mucho menos, me prometí que esta vez no me demacraría con gilipollas. Miro de nuevo el reloj, casi no queda nada. Odio esas ocasiones en las que se promete hacer algo y luego nunca se hace. Siento que tengo que ir, tengo una promesa que cumplir aunque la hiciera cuando el mar todavía estaba en calma.

Ha empezado a llover a mares. Me disculpo con mi bufón y me marcho. Llueve tanto o más que la tormenta de emociones que hay dentro de mí día sí y día también, pero no me importa. Me quito los tacones y salgo corriendo hacia ti. El local donde tocas no está muy lejos aunque cuando llego ha pasado el tiempo suficiente para quedarme empapada. Para un día que me pongo elegante... Entro mezclándome con la gente. Ya ha empezado. Te veo brillar sobre el escenario sintiendo cada nota y sé que hoy no hay ni una sola gota de inseguridad en ti. Me encuentras entre tu amado público. Te guiño un ojo y sonríes. Todo está bien, sea como sea. Acabas tu actuación y me buscas pero es tarde. Yo ya me he ido.

Prácticamente ya casi no llueve. No he vuelto para arrastrarme, he ido para cumplir mi promesa, para demostrarte que me importas (aunque tú no me lo mostraras a mí) y que te rendiste demasiado pronto ante el primer obstáculo. Y tú lo sabes.


Incluso mi tormenta interior ha dejado de azotar mis sentimientos. La lluvia ha parado.

Alicia Salazar

martes, 14 de abril de 2015

Oh rainy day!

Las lluvias mojaban la tormenta de pensamientos que anoche agolpaban mi mar de indecisiones y lamentos. Y en todas esas miradas no encontraba la tuya y el "Cola-Cao" caliente no hacía más que ponerme melancólica. Y las bocas húmedas solo me ponían cachonda, pero nada más... Nada más. 

Ya han pasado unos cuantos meses desde anoche pero aun la recuerdo como si fuera hace dos, 
veranos.

Claro que la lluvia me sigue recordando a tus ojos tristes, a la melancolía y al tono gris que embadurnaba un amor que fue solo eso, oscuridad tras oscuridad. Preocupaciones entre dos niños que jugaron demasiado pronto a amarse duro. Con inmensidad. Aunque fuera una inmensidad triste.  

Claro que no espero que esto te haga bien, pero tampoco mal. Claro que no paro de olvidarme de todas las frases que entonaste con acierto a cada paso de cada trueno que fue resquebrajando la felicidad tejida entre tristezas y lloros, entre relámpagos y lluvia.

Realmente es una metáfora muy bonita.

Nos enamoraba una tormenta con lluvia de fondo pero, cuando llegaba el buen tiempo, nos poníamos mustios y ya no sabíamos cómo seguir gozando del sol y de la vitamina D, no era para nosotros, pálidos mortales del frío y de la oscuridad latente.

Y sí, mi corazón se sigue intentando calentar a cada invierno, como queriendo revivir todo eso, pero no, pero le cuesta arrancar con la misma intensidad que con la que me miraban tus sonrisas. 

Pero basta de engrisecer cada color bonito que ha pasado por mi vida desde entonces. Yo,
yo he querido cambiar. 


He querido amar la risa, la sonrisa y la ilusión. Y, aunque tiene sus tintes más marroncillos poco intensos a veces, también tiene unos verdes muy bonitos, que van a juego con mis pequeños rizos cobrizos al borde de los rayos de un sol que aun me refleja demasiado. Que aun me da migraña a veces... Pero que me está empezando a sacar algún que otro sonrojo, que no es muy normal en mí.

Neko

lunes, 13 de abril de 2015

El suave rocío de la mañana

Las gotas van cayendo una a una sobre mi rostro. Luego se deslizan suaves por mis mejillas hasta acabar saltando al infinito. Llevadas por la monotonía de su trayecto, viendo el pozo sin fondo que espera al final, deciden actuar frías y faltas de sentimiento. Sin embargo, su semblante permanece calmado pero lleno de sentimiento. No puedo verlo, pero sí puedo sentirlo.

Aquí, bajo la tormenta, es todo oscuridad. Los ruidos suenan lejos, camuflados entre los gemidos de una soledad extraña. ¿Dónde estoy? La libertad se perdió en este laberinto de derrotas y mi alma se cansó de pelear contra el olvido. Ahora, tumbada, acepto el golpear del suave rocío de esta mañana en la que el sol no se atrevió a salir. A pesar de que sé que tú estás ahí.

A lo lejos, un breve fulgor se abre paso en este mar de negras ilusiones. Es una cálida ola de esperanza que va borrando la decoración de este maldito lugar. La lluvia, en vez de amainar, arrecia. Y poco a poco, voy siendo engullida por la supernova que explota ante mi mirada.

Estás ahí. Tú y tus ojos vidriosos que me rompen el alma en los suficientes pedazos como para estallar en un solo abrazo. Sobre mi cara están las lágrimas que llovieron, y sobre mi corazón está tu pecho latiendo fuerte, diciéndome que ya pasó todo. Hoy el amanecer será contigo, tras tres años dormida sin poder verte. Tres años sufriendo la lluvia de tu soledad.


Drizzt Beleren

domingo, 12 de abril de 2015

El largo camino de la aceptación

Mírame. Con la cara mojada por algo más que la lluvia. A mí. Que en los malos momentos conseguí secar tus lágrimas con fría calma. Que aguanté en pie por los dos cuando te fallaban las fuerzas. Mírame en qué me he convertido. Mírame con pena y compasión cómo me arrastro. Mírame a los ojos si tienes algo de valor.

Vergüenza. Vergüenza de mí mismo y mi orgullo por los suelos, pisoteado. Intento andar en el barro y trastabillo cada vez que se me incrusta el clavo de tu recuerdo. Y me ahogo en el fango, más aún. Quizá si me hundo hasta el fondo esté mejor. Solo quizá. Quizá sumergiendo mi cuerpo hasta el fondo llegue a encontrar lo nuestro que acabó muerto.

Me repetiste tantas veces que era único que me lo creí. Creo que no son celos, nunca lo fueron. Es el abatimiento por la evidencia de no serlo. El dolor de ver destruido nuestro mundo juntos, ése que me pediste construir hace tiempo. Ése que cuidábamos con mimos y sonrisas y ahora es triste y gris ruina. Aquel cuyos cimientos las dudas empezaron a resquebrajar. Aquel que decidiste que se podía dejar caer al suelo. ¿A quién le toca recoger los trozos?

Suelto mis penas con ira, destrozando hasta mi propio aliento. No quiero tenerte cerca, no te vaya a hacer daño. Tampoco quiero que me recuerdes como el loco que ahora me sale ser. Me levantaré o aprenderé a arrastrarme mejor. Quizá la penitencia me pueda calmar. Quizá así me olvide de mis errores y del tormento de haberlo podido evitar.

Yo sólo quería seguir siendo feliz contigo. Y tú me prometías que también, mientras te asegurabas poco a poco de que nunca más. Pesan y duelen tus palabras, más que nada, porque se rompieron sin maldad, como si fueran de fino fieltro. Más duele y pesa, y más adentro, el tenerte tan lejos. Sin arreglo.

Yo... no sé.

sábado, 11 de abril de 2015

Confesión

Ahora que respiro sobre tu piel, puedo confesarte que siento celos del viento. Él, que siempre ha portado tu fragancia expandiéndola injustamente entre el resto de mortales, poco a poco va erizando mi piel.
Ahora que soy capaz de rozar con mis dedos tu cuerpo, sin despertar con nada más que la angustia entre mis manos, quisiera detener el tiempo y ahorcar a los dioses que nos ahogan en su vorágine eterna.
Ahora que consigo que mis palabras alcancen tus oídos, permaneces aquí callada, sin nada que poder decir, sin nada que poder sentir.

Ahora que al fin mis lágrimas brotaron sobre tu piel te despides del mundo. Siento celos de la muerte, que se te lleva entre sus garras para alejarte de mis llantos. Te vas sin saber que te amé en la distancia, lejos del horror de tu vida, ajeno a la violencia que el amor te hizo sufrir.
Ahora, déjame tener, al menos una última vez, celos de tu corazón; pues dejó de latir a la par que marchaste, como tanto desea mi alma en estos instantes.

Hasta siempre.


Drizzt Beleren