martes, 27 de diciembre de 2016

Química

¿Qué es la química? Dices mientras clavas en mí tu pupila marrón.

Me gusta pensar que cada uno de nosotros somos un pequeño universo, que estamos formados de polvo de estrellas. Y, la verdad, es que sí que somos polvo de estrella. Los átomos que nos constituyen tienen miles de millones de años, han viajado por el tiempo y el espacio hasta acabar formándonos. Cada uno de nosotros somos una improbable casualidad.
Somos química en estado puro, todo nuestro ser es una reacción encadenada tras otra. Todo lo que sentimos, pensamos, imaginamos es química. Por eso me enamoré, me volví loca, cuando conocí la química.
Puedo explicar cada una de las sensaciones y sentimientos por medio de la química. Química es cuando te tengo cerca, tan cerca que mi piel se eriza cuando sin querer me rozas. Es cuando me hablas mirándome a los ojos y no puedo aguantar la mirada. Cuando te veo aparecer, sonríes y mi cuerpo se ve sacudido por una corriente eléctrica. La química es eso que siento cuando me besas, cuando tus labios rozan mi mejilla.
Supongo que química será lo que sienta cuando por fin te decidas a besarme. Cuando me cojas por la cintura, me mires a los ojos y tus labios rocen los míos.
No sé porque aún no te has decidido a besarme, quizás piensas lo mismo que yo, que cuando nuestros labios choquen, torpes, en un primer beso, la química que hay entre nosotros nos atrapará tan fuerte que seremos incapaces de soltarnos.
Si algo hay entre nosotros es química. Pero también hay dudas, indecisión y miedo. Miedo a perder nuestra libertad, a perder nuestra individualidad. Pero recuerda, somos polvo de estrellas, somos una improbable casualidad, dejemos los miedos a un lado y reaccionemos tú y yo.

¿Qué es química? ¿Y tú me lo preguntas?
Química… eres tú.

Halley

jueves, 22 de diciembre de 2016

Tú y otras paradojas de Fermi


  Recuerdo haberte hablado de Fermi y su paradoja una noche de primavera. Lo hice como respuesta a una de tus preguntas mientras intentabas cazar las estrellas con las manos. Querías saber si alguien allí afuera querría saber de nosotros, o acaso no éramos lo suficientemente significantes como para suscitar la mínima atención. Te conté que Fermi se preguntaba por qué no habíamos logrado contactar con otros seres que habitan más allá del umbral del cielo si, años antes, Drake había propuesto una ecuación por la cual el número de éstos debía ser inmenso. Una de sus respuestas era que el resto de civilizaciones habían conseguido desarrollarse tanto que habían acabado aniquilándose a sí mismas. Entonces tú te mostraste intranquila y en voz baja, como todas esas veces que decías en alto un pensamiento del que te avergonzabas, susurraste que quizás los seres humanos éramos como galaxias, que cubiertos por sus propios miedos viven a años luz y, tal vez, jamás llegásemos a contactar de verdad entre nosotros; que jamás existiría un amor lo suficientemente fuerte como para durar toda la vida, porque acabaríamos aniquilándonos entre nosotros, para que todos nuestros recuerdos no fuesen más que pólvora estelar en el infinito.
Entonces te besé y te dije que no perdieses la esperanza, que quizás la ecuación de Drake estaba errada; que, quizás si reajustábamos los parámetros, nosotros podríamos llegar a ser lo que convierte las paradojas en simple matemática.

Hoy, tras una llamada a deshora y la posterior reunión entre caos y las lágrimas, acabamos llegando a esa conclusión que sabríamos que un día nos acabaría engullendo como castigo por jugar a ser dioses. Recuerdo habernos mirado a los ojos a través de la borrosa lluvia que tan solo percibían nuestras pupilas, ajenas a la mañana de agosto que había amanecido para el resto de la ciudad. Tú no parabas de repetir que ya lo habías previsto. Que el fracaso estaba destinado desde el momento en que empezamos a formar parte de esto. Pero yo, que creí en nosotros, te animé a pensar que todos los parámetros, esta vez sí, encajaban. Ahora tan solo podemos recoger los fragmentos que restan de los cuadernos de bitácoras, en los que aún quedan los versos que violaron las leyes de la física.

El experimento ha fallado. La hipótesis era incorrecta.

Drizzt Beleren

martes, 20 de diciembre de 2016

Conjunción equivocada.

"1+1 son 2" me decías cuando querías explicarme tu compleja mente, "aunque Fran Perea se empeñara en cambiar el rumbo de la historia". Luego te atrevías a comparar nuestra relación con esa suma simple, creyendo que por jugar en el eje gravitacional de mi cuerpo podrías conseguir ese resultado tan positivo.

No te querías dar cuenta de que en la vida real las ciencias son inexactas, igual que las relaciones interpersonales, que para mí son lo mismo. 

Yo trataba de encontrar las palabras exactas pero por aquellos días mi cerebro estaba en otra onda vital y obviaba los debates hasta las mil y una noches porque sabía que solo eran un consumo de glucosa exacerbado e innecesario.

Pero hoy puedo definir con más claridad lo que mi corazón se callaba entre el suspiro de sus latidos. En concreto, puedo entender con mayor acierto que las relaciones son ecuaciones complejas donde abundan muchos números. 

Abundan los ceros absolutos, esos que no aportan nada a nuestra vida pero que son fundamentales para que un puñado de cifras,
complejas,
reales,
racionales,
enteras,
naturales
y primas sean los que nos den un resultado estadísticamente significativo.

Son estas últimas las que puedes intuir que tienen algo de especial porque cuando han chocado contigo habéis empezado a generar multiplicaciones de sensaciones, emociones y experiencias. 

Es verdad que, de vez en cuando, alguno de estos números se acaba transformando en imaginario. Y, claro que otro puñado de ellos también te raja un poquito con la punta de sus restas, pero sabes que son así, que todos tenemos una herida en nuestra vida que puede alterar el orden de los acontecimientos, aunque no de los resultados. Porque son esa clase de cifras que, por mucho que puedan estar más o menos lejos de ti en esta ecuación de la vida, siempre van a darte más alegrías que tristezas. Porque, además, entiendes que en sus tristezas están las tuyas propias. Y existe ahí una especie de colaboración mutua donde, al final, siempre se consigue algo que, en valor absoluto, es precioso.

¿Y los dividendos? Bueno, claro que están. Siempre hay gente acechando tras tu espalda para cortarte en 2 o en 3 o en 4 o ... En muchos otros horrocruxes para hacer de tu vida un fragmento un poco más débil. Pero el camino de la vida también nos enseña a cubrirnos las espaldas para conseguir que el crujir de sus palabras no sea sino una forma de reafirmación de las nuestras. Además, todos tenemos claro que a veces dividir nuestra alma en varios pedazos o lugares es también una buena inversión a largo plazo.

Sí. Hay infinidad de números que nos acechan, nos marcan, nos recortan o nos amplían. Pero no quería acabar mi diálogo interno sino con una pequeña reflexión. Dentro de toda esta amalgama de cuentas y barullos operacionales, siempre hay algún número phi. Que parece que tiene una proporción casi perfecta con la naturaleza. Y no me refiero solo por su físico sino por su mente. Son esa clase de personas que sabes que no quieres dejar escapar,
o que te aterra que lo hagan.

Son esas cifras casi exactas, con todos los números que la preceden que marcan todas y cada una de sus cicatrices que les han hecho, les están haciendo y les van a hacer pero que no tienen miedo de ocultar. Porque saben que son esas otras cifras acopladas a su representación física las que les hacen más bellas, las que les hacen ser lo que son, las que les han construido hasta ahora. 

Las persona phi pueden parecer otra cifra más en la suma de la vida pero si algún día has tenido la suerte de encontrarte con alguna de ellas, sabes que esto es una falacia. Sabes que son números que solo hacen que elevar a la máxima potencia tus conocimientos, tus virtudes y tus defectos. 
Que saben leerte, 
recorrerte la mente y las dudas, 
aclararte las emociones, 
curarte las heridas, 
sangrarte la alegría 
y acompañarte en tus inquietudes. 

Que son capaces de ver en ti lo que nadie hizo antes. Y que, además, les gusta. Les encanta. Solo buscan eso: leer a otras personas y ayudarles. Pero no porque tengan un afán terapéutico-económico, sino porque lo necesitan para seguir sumando cifras a su puñado de experiencias.

Pero, de vez en cuando, ellos también sienten que alguna de esas cifras aparentemente simples son otro phi y deciden ir a por él porque saben lo valioso que es. Y cuando dos números así de preciosos se juntan, surgen cosas maravillosas que no puedo expresar con palabras porque cobra más sentido hablar de sentimientos. Y porque, además, la lógica dice que hasta que un hecho no es comprobado empíricamente, la teoría no es válida en ninguna de sus vertientes. 

Neko




lunes, 19 de diciembre de 2016

Apoptosis

Miro los aparatos que me mantienen torpemente aferrado a lo poco que me queda de vida. Tubos que proporcionan el aire, el sustento y la calma a mi cuerpo, como extrañas raíces de un extravagante árbol de piel pálida. Intento ayudar, reuniendo la fuerza necesaria para seguir consciente, pero apenas eso consigo.

Mi conciencia se diluye entre ensoñaciones en las que caras conocidas y desconocidas bailan una extraña danza a mi alrededor. Sé que están mis hijos, aceptando mejor o peor que me voy a morir dentro de poco. También mis nietos, que entienden peor todavía esta situación que empaña de oscuro su despreocupada infancia. Me gustaría decirles tantas cosas, pero el tiempo se desvanece en una vorágine que mezcla salvajemente realidad, recuerdos y sueños. Hay momentos que consigo salir a la superficie de este espeso y violento mar, para dar una señal de que todavía existo más clara que apretar la mano que sujeta la mía. Pero mis palabras salen a flote ya náufragas de toda coherencia con el mundo real, perdiéndose en una nube de funesto ruido que sólo yo llego a oír.

Palabras cargadas de arrepentimiento, pues al fin y al cabo la vida es todo lo que acabamos viviendo, y no lo que nos hubiera gustado vivir. Errores mezclados con aciertos, dependiendo de la perspectiva, y ese sabor agridulce de saber que hiciste lo que creías mejor entonces, pese a la equivocación. Me adentro aleatoriamente en recuerdos como si de sueños vívidos se tratasen. Veo nuevamente personas que creí ya olvidadas con una sorprendente nitidez, recordándome esas partes de mi vida que el tiempo enterró bajo capas de polvo.

Intento cambiar esos recuerdos paralelos a la existencia, pero al final acabo siendo obligado a tomar las mismas decisiones. Hasta los más felices recuerdos se tornan amargos cuando el tiempo me recuerda que los abandoné hace mucho ya. Maldigo el día que me dejé seducir por la idílica idea de hacer progresar la humanidad a través del conocimiento. Idea que se transformó en la vocación de mi vida, que absorbió todo lo que yo podía ofrecer y que consiguió alejar la mejor compañía que habría podido soñar. O quizá al final fui yo en mi obsesión. Décadas después, cansado, solo, y con las manos más ligeras de lo que me prometí a mí mismo, era demasiado tarde.

Sacrifiqué lo bueno que me ofrecía la vida por una ciencia que ahora intenta salvarme. Pero sé que la ciencia no hace milagros. Miro alrededor y comprendo que ya no va a aparecer. Me hubiera gustado verla, aunque fuera con una mirada triste cargada de rencor. La indiferencia es peor. Mi mirada se detiene sobre unos ojos extraños que no reconozco, vidriosos detrás de mi cama. Intento hablar pero me fallan las fuerzas. Mi tiempo se acaba, pero habrá otros que vivan un poco más y algo mejor. Quizá al final sirvió para algo. Quizá mis n

...
 

M E L O

miércoles, 14 de diciembre de 2016

El gato.


Permíteme que te diga que mi respuesta es y será el Gato de Schrödinger. Es todo, no hay más. Me miras como si no supieses de qué te estoy hablando, pero te he nombrado otras veces a este dichoso gato. Voy a intentar explicártelo, no quiero que creas que soy condescendiente. Pero creo que es la mejor respuesta que puedo darte a esa pregunta que cruza tu mente de vez en cuando, pero que nunca te atreverás a decir en voz alta.

Cuando todo acabó, cuando estallamos como si fuéramos una supernova, cerraste todas la puertas, quemaste todos los puentes. Me borraste de tu vida, para ti era más fácil negarme que aceptar lo que sentías. Nunca fuiste mucho de aceptar tus errores. Ahora, de repente abres puertas. Esta apertura tan poco probable ha causado un aumento de entropía en mi pequeño mundo. Has vuelto a desordenar todo aquello que soy.

No te voy a mentir, me gusta la idea de que te hayas arrepentido, de que aún queden trazas de lo que fuimos. Me gusta la idea de que aún quede esperanza para nosotros. Sin embargo, no me gusta la idea de que todo lo que fuimos se haya esfumado, que solo fuera un espejismo. Que fuéramos efímeros.

¿Aún no lo entiendes? Tu cara de asombro me dice que no. Estás intentando hilarlo todo, mis sentimientos contradictorios con ese tal Schrödinger y su gato, ¿qué pintara el gato? Sé que si haces un esfuerzo te acordarás del gato, haz memoria. ¿No? Bien te voy a recordar la historia.

Cuando Schrödinger quiso explicar el principio de incertidumbre usó esta metáfora “si metemos un gato en una caja con una ampolla de un gas tóxico no sabremos si el gato está vivo o muerto. Mientras la caja siga cerrada las dos situaciones son posibles hasta que abramos la caja.”

Así que no he dado señales de vida, no he cruzado esas puertas que has entreabierto, no he puesto un pie en los puentes reconstruidos por miedo. Por miedo a la situación en la que se encuentre el gato. Puede que el gato este vivo, puede que aún queden restos de nosotros, que podamos reconstruirnos. Puede que no quede más que vacio y oscuridad, que solo quede la nada más absoluta. Sin embargo, en este caso, creo que podríamos incluir una tercera variable. El gato se está haciendo el muerto. ¿Has abierto esas puertas para que yo de el paso? Pero, ¿por qué debería? Ya lo intenté. El gato no debería tener miedo, no de mí. 

Por ahora no quiero abrir esa caja, no quiero desatar lo que hay dentro, no voy a ser Pandora.

Permíteme que te diga que te toca a ti, es tu turno, mis puentes nunca fueron quemados, yo nunca me fui, aunque debí irme. Si tú abres mi caja el gato estará vivo. Si abro tu caja ¿qué encontrare? No lo sé. Y, a pesar de que soy científica, de que anhelo conocer todo aquello que me rodea, no voy a hacerlo, no quiero saber la respuesta. No esta vez.

Así que a tu pregunta “¿por qué no has venido a buscarme?”, mi respuesta es, y será, el gato de Schrödinger.

 

 Halley

martes, 13 de diciembre de 2016

Mary

Nunca pudo olvidar la fascinación que sintió la primera vez que encontró uno. Su padre se había dedicado a ello desde siempre, ya que con su trabajo de ebanista no podía dar de comer a la familia, y por ello les venían bien unos ingresos extra. Muchas veces se llevaba a ella y a su hermano con él para que le ayudaran. Su hermano se quejaba continuamente de esa humedad que calaba hasta los huesos, pero a ella no le importaba. Por eso, cuando su padre murió, y las deudas los asfixiaron más que nunca, ella decidió continuar su labor.

Todos los días, lloviese, nevase, o hiciese una niebla que no le permitiera ver dos palmos más allá de sus narices, ella recorría el camino hacia los acantilados. El tiempo nunca acompañaba. En Inglaterra no luce mucho el Sol. A veces, cuando la lluvia arreciaba, había deslizamientos de tierras. En uno de ellos, a duras penas logró evitar morir. Su perro, que la había acompañado durante años en sus búsquedas, no tuvo tanta suerte.

A pesar del peligro que corría, ella iba cada marea a extraer fósiles de los acantilados. Lo hacía con la mayor delicadeza del mundo, sin dañarlos. Necesitaba arrebatarle a la historia aquellos pequeños pedacitos, recuerdos de un mundo que había muerto hace mucho tiempo, y describirlos, etiquetarlos, saber qué eran y qué hacían allí. Decían que lo que hacía se llamaba ciencia, pero para ella era mucho más que eso. Para ella, eso era lo que hacían en las universidades, y a ella ni le estaba permitido acceder a una. Ella había aprendido de artículos prestados y, más que nada, de lo que ella veía. Y no tenía rival.

Al principio su hermano la acompañaba, pero tras unos años se convirtió en aprendiz de tapicero. Prefería trabajar en un lugar cubierto y seco. Ella siguió, año tras año, día tras día. Consiguió ahorrar para comprar una casa con un gran ventanal donde exponía y vendía sus descubrimientos. No la hacía del todo feliz venderlos, pero de alguna manera había que comer. Sus fósiles viajarían por todo el mundo, a casas, a museos e incluso a palacios. Y allí, más gente los vería, y quizá los apreciarían como ella lo hacía. Eso la consolaba un poco.


Todos los demás científicos admiraban su perseverancia y su talento. Sabían que era la mejor en su campo y, a pesar de ello, muchos utilizaron sus descubrimientos sin ni siquiera mencionarla. Por ser mujer. Por ser pobre. Doblemente discriminada, sentía que el mundo se había aprovechado de ella, ya que sabía perfectamente que sus descubrimientos valían tanto como los de cualquier otro. Aún así, ella continúo buscando vestigios de la historia por los acantilados, sin ayuda ni reconocimiento alguno. Y todo, por eso que llaman ciencia. 

domingo, 4 de diciembre de 2016

El principio de mis incertidumbres


Te lo digo de verdad, soy luz. Te estás riendo, sé que no me crees. Pero me gustaría que parases el tiempo para detenernos en este compás, que baila al son de la marcha fúnebre en honor a alguna estrella, y me digas qué es lo que buscaste en mí.

Querías un príncipe que ocupase el trono vacío que mantienes intacto. Un trovador que inventase un universo paralelo a la desidia que crea esta grisácea realidad, cuyo constante caer es el continuo que mantiene nuestra existencia, para arroparnos con un cielo centelleante en el que el tiempo no vacíe nuestros pulmones de oxígeno. ¿Te acuerdas? Yo era el maniático del orden que alumbraba tus primeros parpadeos porque, insisto, soy luz. El que tenía una hipótesis para hilar las acciones y consecuencias de nuestros días que, casi siempre, conseguía que tuvieran un final feliz.

Y ahora, en un ejercicio más de tu viaje temporal por aquello que distorsionamos a placer para poder dormir, te invito a que leas los latidos que te hicieron diseñar los algoritmos que tejiste para que llegase hasta ti. ¿No fui acaso tu producto a medida? Aquello que satisfizo todos los huecos vacíos de tu encuesta a rellenar, de esas que van a gusto del consumidor. Un experimento mal diseñado del que, ahora, puedo iluminar sus errores; porque te lo he dicho, soy luz.

 Yo soy luz y tú, la observadora ingenua que creyó ver en mí la respuesta que su mente programó con anterioridad. Sí, soy el poeta que quisiste en tu colección de sueños por cumplir. Acertaste, enhorabuena. Pero se te olvidó mirar debajo de la cama antes de creer que podrías tacharme de tu lista tan fácilmente. Y es que también, si lo hubieses buscado, habrías encontrado en mí al portador de mis propios demonios, que por la noche me desvelan recordándome constantemente las incoherencias de los segundos que no dejan de desprenderse de ese retrato que cada día va a peor. Soy al que encontraste donde esperabas que estuviese, porque el miedo siempre me ganó y pasé toda mi vida acobardado en el mismo rincón, creyendo que tan solo molestaría (por eso de que soy luz).

Y creíste encontrar en mí la onda con la longitud exacta, esa que excitase tus estados fundamentales hasta allí de donde no es posible regresar. Por ello hiciste todo lo posible para demostrar que me propagaba solamente en movimiento ondulatorio, lo que tanto ansiabas encontrar, olvidándote de que soy luz; olvidándote de que también soy partícula. Porque sí hubieras querido habrías podido encontrar en mí esa partícula que tanto tendías a evitar. La que se hunde entre lo mundano de los días y se pierde en la inmensidad del universo. La que marca el límite de lo que puedes correr, porque es imposible huir más que yo. La golpeada por todos, la evitada por el resto.

El secreto es que depende del ojo que guiñes para apuntar hacia mi corazón. A veces onda, a veces partícula. Pero te lo diré por última vez: Soy luz. Por lo que, hasta que no abras ambos ojos y te atrevas a mirarme, a asumir mi dualidad, no comprenderás que no soy ni onda ni corpúsculo, sino luz, y que no me comporto bajo las leyes de tus deseos.

¿Lo has comprendido? ¿En serio?

Ahora el problema va a ser, cómo explicarte que mi yo-partícula se ha enamorado de ti y de cada una de tus imperfecciones.

Drizzt Beleren