jueves, 26 de noviembre de 2015

Balada gris

Hoy necesito una balada gris, de suave rasgar contra el olvido y de acordes pesados, que queden en mí como los posos del café; para luego poder leer en ellos la más triste historia de amor. Sus letras serán lágrimas en este desorden de ideas, pero no me importan los mensajes, ahora no. Deseo dolor en el latir de sus palabras e indiferencia en sus compases. Y volver a hundirme en la marea de hastío que maneja el rumbo de una vida que hoy no quiero amarrar.
                      
En esta tarde necesito un breve silencio que me arroje al mar de la desidia y quiebre en mil tempestades la monotonía que escupe el tiempo. Necesito la tenue oscuridad que llena mis sentidos para camuflarme con esta vida, que tan poco me importa. Pero no busques el porqué en el rumiar del viento ni en el silbar de otro cuerpo, no pido explicaciones; pido consuelo al vacío, que siempre tan bien me aconseja.

Necesito un rincón en el que esconderme del mundo, un trozo de libertad en mi propia cárcel. Necesito vomitar en el papel las lágrimas que no hallo causa de la desgana, quizás encontrar la balada gris que me comprende mucho más que cualquier ser humano sobre la insignificancia de nuestro planeta; la insignificancia de nuestras vidas.

Drizzt Beleren

martes, 24 de noviembre de 2015

Solo escucha.

“Querido universo: ¿Te han dicho alguna vez que puedes llegar a ser un poquito hijo de puta?”

Aquí estoy sentada en un taburete a su lado mientras lo observo pintar una de sus nuevas creaciones artísticas sin poder decir una sola palabra. Él de vez en cuando me mira, se ríe y sigue pintando para que podamos irnos cuanto antes. Sé que es mi orgullo el que me ha metido en esto pero no puedo dejar de culpar a mi queridísima prima por ello.

Paso cada verano en casa de mis tíos a las afueras de Londres. Hace poco he tenido la genial idea de colarme por Dylan, el guapísimo vecino de la casa de al lado que estudia Bellas Artes. Mi prima, harta de escucharme hablar de él, se empecinó en decirme que no escuchaba más a allá de mi propia voz, que no me daba cuenta de lo que pasaba a mi alrededor ¿Pero de qué va? Por supuesto, quería demostrarle que no era cierto. Así que ella, con la astucia de su mitad inglesa y el descaro de su mitad española, me apostó cinco cervezas a que no era capaz de aguantar sin hablar una semana entera. Se trataba de mi orgullo herido y, lo más importante, de cerveza. Evidentemente, acepté. Empezó el tiempo de silencio y entonces le pareció conveniente contarme que este fin de semana habíamos quedado con Dylan y el resto de amigos del barrio... Solo me consoló pensar en las cinco cervezas que me iba a pagar. Más tarde, se encargó de que fuera la única que podía ir a recoger a nuestro vecino al IMMA, el museo de arte moderno donde hace prácticas este verano.

Así que aquí me hallo en el momento más patético de mi vida ante el chico más interesante que he conocido. Gracias, prima. Además tuvo el detalle de informarles a todos de nuestra “oportuna” apuesta. Dylan rompe este incómodo silencio y comienza a hablar de perspectivas, de colores, de sombras, de luz... y yo me dejo embelesar por sus palabras, aunque algunas no las entienda. Me cuenta sus metas y ya le veo en el Moma de Nueva York. Sé que un día lo conseguirá. Le intento transmitir mis ánimos por gestos, lo cual me hace todavía más patética, pero creo que lo entiende. Cuando llega a los últimos matices del trabajo que tiene que presentar a su superior, hace mención de los recuerdos más tiernos de nuestra infancia con mi prima en el jardín de mis tíos y algunos de la adolescencia por el barrio con nuestros amigos. Lo cierto es que se acuerda de muchos más que yo. Lo que más me gusta es que en muchos de los que nombra solo estaba yo. Acaba y se va a por las carpetas de unas obras del museo que tiene que guardar en el fichero de esta habitación. Se va y decido ayudarle un poco. Recojo los primeros bocetos del trabajo que tenía tirados por el suelo ya antes de que llegara y en uno de ellos arrugado encuentro mi rostro. Una felicidad extraña me corta el aliento y al mismo tiempo serena mi alma. Lo escondo rápido en mi bolso y sigo recogiendo. Cuando vuelve y me ve, me hace parar inmediatamente y acaba de hacerlo él. Un poco tarde ya, supongo, pero hago como si no hubiera visto nada.

Después me enseña parte de su querido museo y finalmente nos vamos al pub en el que nos esperan nuestros amigos y mi prima. Todos hacen chistes sobre lo callada que estoy hoy pero acabo riéndome de mí misma en esta situación absurda. Escucho sus historias de clase, sus expectativas del año que viene en sus estudios y, sobre todo, lo mucho que mi prima habla con Tom y la risilla nerviosa que le sale con cada chiste malo que cuenta. Nunca me había dado cuenta. Creo que me merecía el castigo, el silencio me está haciendo más bien del que yo pensaba. Me hace entender más cosas de los demás.

Escribo en una servilleta a Dylan que si le parece bien que nos vayamos ya a casa. Sin escusas. Tal cual. Me mira sorprendido y asiente. Ahora son los demás los que se han quedado totalmente mudos. De vuelta a casa no se atreve a decir nada comprometido, sigue hablando de sus planes de futuro como si esto no tuviera importancia. Tampoco sabía que tenía ese lado tímido. Me acompaña hasta la puerta de casa y me dice buenas noches mirándome a los ojos a sabiendas de que no va a obtener respuesta. Pero yo le doy una, un beso.



“Querido universo: Te he escuchado.”

Alicia Salazar

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Empatía... ¿Tú?

Un día me dijiste que empatizabas, demasiado y que esa era la razón por la que no escuchabas. En tu mente sonaba de otra manera, pero en la mía este eco quedó grabado de por vida emocional.
Te concedí el beneficio de la duda porque en esto igual que en lo otro, soy experta.

Pero ya son meses o tiempos conociéndonos. Y empiezo a darme cuenta de que,
 o he caído en el error del investigador que quiere apoyar su hipótesis hasta el final.
O soy la mejor investigadora de tus tiempos,
o momentos,
o respuestas,
o miedos.

Solo sé que no quieres saber nada. Nada que imponga dolor, desesperanza o sufrimiento.

Pero es que, en esta vida, para saber disfrutar de lo que uno has de haber sufrido lo otro.

Y yo, que fui creciendo entre espinas, sí sé empatizar. Y es, precisamente esa necesidad que tengo, lo que me hace querer ayudara alguien. Porque no se trata de ser capaz, sino de querer.

Querer.

Punto de inflexión entre mi yo y el tuyo, que es tan grande que a veces cree abarcar una montaña que nadie te pidió escalar.

No.

Cuando quieres a alguien la empatía es lo que te hace querer seguir adelante. Es lo que te hace querer conocer más sobre sus miedos, para adelantarte a ellos o luchar junto con,
en contra de.
Es lo que te hace querer ver lo más profundo de alguien, aunque haya mucha mierda,
que la habrá.

Es lo que te hace querer explorar en sus esperanzas, esas que tú igual ya habías perdido al escuchar sus andanzas.

Es la más poderosa fuente de inspiración,
de escucha,
y,
sobretodo,
Compromiso.

El cual, ni se entrena ni se lucha en contra. Solo surge como necesidad.

Porque cuando alguien te importa, te importa en su totalidad.
En su bienestar,
y en su mal estar.

Y eso, en modo resumen, es todo lo que importa.


Porque amar no es no sufrir, sino hacerlo por el otro y por uno mismo, porque es así y sale solo. Porque no se planifica ni se evita. Y si a ti te duele, es por algo. Y si no quieres que te duela, es por todo lo contrario.

Neko 

sábado, 14 de noviembre de 2015

¿Y los que se inmolan?

No sé cómo escribir esto porque no sé muy bien qué quiero sentir o pensar.

Ver las imágenes me genera tantas sensaciones…

Rabia,
impotencia,
tristeza,
gris,
lluvia,
miedo no,
más tristeza,
rabia de nuevo.
Esa gente tenía hijos, padres y hasta un gato que les quería ¿Lo sabéis?

Hijos de puta.

Cabrones.

Panda de retrasados.

Pero… ¿Y los que se inmolan?

Llevo bastante rato intentando sentir lo que ellos sentían. Y solo se me ocurre...
odio,
miedo,
odio,
miedo,
odio,
miedo
y, finalmente, odio y más odio.

Tiene que ser una fuerza realmente bruta la que les lleva a hacer eso. Y que además les sale de dentro, de su cabeza... Porque me niego a pensar que del corazón salen estas cosas.

Han disparado a sangre fría a cientos de personas delante suyo. ¿Les habrán mirado a la cara?
Y si lo han hecho, ¿Qué clase de personas depravadas se encuentra detrás de su fachada?

No, no hablo de la suya en sentido literal, sino en sentido figurado. ¿Qué clase de estrategias han empleado los que les han manipulado para conseguir que el odio hacia otros sea más fuerte que su amor hacia la vida, algo que es innato y natural?

Vuelvo al intento de entenderles pero no puedo. Sé que no puedo porque no quiero.

Cientos de teorías psicológicas se agolpan en mi cabeza y puedo achaarlo a una crisis en su identidad, a un vacío emocional, a un puñado de rabia mal gestionado, a problemas de regulación emocional, a distorsiones cognitivas PERO NO.

Las emociones que les llevaron a hacer eso son tan oscuras que me niego a seguir por ese camino porque no quiero sentir lo que ellos sienten, porque me niego a encontrarle sentido. Porque es injustificable y porque, ahora sí, me está invadiendo la emoción de rabia pero en contra de ellos no a favor de. Solo podría sentir pena, mucha, hacia ellos y su cabeza vacía llena de odio imperativo. Pero tampoco. 

Hoy sigo en shock emocional aunque voy notando como la tristeza empaña mis pupilas y mis ganas de que el día acabe pronto. Sé que hoy todos hemos dejado que la empatía gane al raciocinio y solo queremos que esto acabe. Las teorías sobre si es mejor la ley de Talion o la del diálogo la dejo para los que saben. Yo sigo con mis emociones…
  

Neko

jueves, 12 de noviembre de 2015

Lluvia no cuantizada

Mis pies van clavándose en el doloroso asfalto de esta ciudad mientras, ante mi presencia, se agujerean los charcos que reflejan un cielo basto y gris; parecido al manto que cubre mis sentimientos y arropa los latidos de un desaparecido corazón. Las mismas calles, los mismos colores, las mismas palabras que se repiten una y otra vez. La lluvia salpica sobre los paraguas que resguardan las prisas y el tráfico de gente que, hoy, me resultan tan extraños; más incluso que el rostro que se observa tras el romper del agua estancada sobre un mal diseñado desagüe.
El destino de mis pasos es incierto, pero más lo es el final de esta eterna tormenta. El sol, el gran derrotado en esta batalla, se olvidó de marcar las horas y ya no sé si me toca olvidarte o gritar que no amaré a nadie como te amé; es esta lluvia, que lo hace todo tan lineal. Sin excepciones, continúa la soledad, continúa el camino, continúa la incertidumbre…

Y nos veo en las gotas que resbalan sobre los cristales de los coches. Tú, esa que hace un perfecto dibujo, y yo, esa otra que te persigue hasta acabar consumida por sí misma. Hasta que, tu gota, decide detenerse sin motivo alguno. Quieta, paralizada, ve los caminos de otras gotas pasar y observa –atenta– como apenas puede moverse.
Es entonces, cuando lo que queda de la mía te intenta empujar, dejando su último aliento. Rompe a llorar el cielo una vez más, al verte tan inmóvil en mi ignorancia.

Puede, que me esté volviendo a enamorar, de esta pesada lluvia que tan bien refracta la poca luz que aún emiten mis pupilas.
Puede, que ahora entienda que eres el miedo ante el continuo de nuestra existencia, tan inerte, tan infinita, que no sabes dónde quedó el mañana.
Puede, que empiece a comprender(te); comenzando a ver entre las sombras de mis putrefactos recuerdos, para poder abrazarte y decirte que encontré la verdad en tus palabras.
Puede, que esta lluvia duela tanto como lo hacen nuestros abrazos, que saben de qué están hechos nuestros labios.
Puede, que siempre llore el cielo esta inmensa tristeza.
                                     
Drizzt Beleren