martes, 30 de septiembre de 2014

Monstruitos.

Una de las penúltimas batallas había acabado, y yo ya estaba demasiado desorientada como para pensar con claridad... Los días que pasaban, las noches teñidas por luces y dolores de cabeza, los días sin intensidad y con demasiadas tonalidades grises...

Los pequeños monstruos vitales me estaban comiendo por dentro y me gastaban las ganas, las alegrías y los objetivos. Poco a poco, fui dejando que mis miedos fueran restando mi yo mientras ellos sumaban puntos en mi nueva personalidad. Pequeña, asustadiza, llorica e incapaz de enfrentarme a nada por miedo a sufrir, a que doliera, a que dejara huella... Así fueron esos días en los que dejé que la batalla la ganaran esas malas pécoras, esas aproximaciones a un futuro incierto sin ningún punto de seguridad... Esos días en los que me anticipaba a todo solo por miedo a no controlar nada.

Gracias a un hombre de verde y unas cuantas personas más conseguí que la tormenta finalizara y la calma sostenida apaciguara esos monstruos, esos acechantes en mis noches turbias.

Aprendí que doler, va a doler siempre y que cuando lo esperas de frente el dolor es menos amargo. Aprendí que la vida da muchas vueltas y que intentar huir en dirección opuesta acaba mareando en exceso. Aprendí que los días grises se pueden compensar con sonrisas cálidas. Aprendí que no hay que tener miedo a lo que va a pasar sino a lo que uno está haciendo porque no pase... No voy a decir que pasé sin tropezar aunque conseguí con más o menos acierto que mi camino no se frenara en seco.

Hoy el día es mas claro, la lluvia me pone tierna y los pequeños monstruitos o villanos o como se les quiera llamar van de mi mano, siendo parte de lo que quiero ser pero sin dejar mi muchedad a un lado, sin que definan toda mi personalidad, sin que solo sea eso sino solo en parte...


Lo mas importante es aprender a caminar con nuestros miedos, sin dejar que se nos coman a nosotros por el camino, aprendiendo a quererles como se "quiere" a los enemigos, porque en el fondo nos complementan...

Neko


lunes, 29 de septiembre de 2014

30 monedas de plata

El frescor de la noche iba en aumento conforme las horas morían ahogadas entre el silencio y la humillación. El huir de las hojas que caían de los árboles era, metafóricamente, justicia poética. Los ojos del mundo permanecían distraídos ante la rutina de su rodaje, todo era tan monótono.
Acicaló su barba, más preocupado por su rastro que por su higiene, por tercera vez desde que el sol se ocultó a lo lejos. A escondidas dejó su casa, y merodeó los alrededores indeciso ante sus actos. Repasó sus andares tres o cuatro veces, preguntándose si su mente no estaría envenenada, si la demencia se había apoderado de sus sentidos; suplicando que todavía estuviese soñando.
Al fin llegó un carruaje tirado por dos corpulentos caballos, cuyas crines ocultaban sus ojos de la traición, dejando la ceremonia sin más testigos que las estrellas. Dos hombres encapuchados, con las sonrisas agazapadas tras la vergüenza, aparecieron tras una pequeña cortina que hasta el momento bloqueaba las intrusas visiones del interior. Sin gesticular, sin permitir un solo gesto delator, aquellos hombres reanudaron su marcha al anonimato, sabiendo que la llama había comenzado a prender los primeros hilos de la cuerda que llevaba a su objetivo.
Allí continuaba él con el semblante impasible, perdido en su propio laberinto de locuras. Caóticos juicios sin sentencia llovían sobre su cabeza, atormentando su respiración. De pronto, fue consciente de que tras los misteriosos viajeros había una pequeña bolsa, la tomó en la mano y leyó la nota que la acompañaba: “Tan solo un beso”. Junto a aquella nota, unas treinta monedas de plata cotizaban su amistad.

Dos días después, tumbado en el tronco de un árbol, bajo el abrigo de la luna, miraba a los ojos distraídos de su amigo, intentando buscar la verdad de sus palabras. Tras mucho tiempo de oscuridad interior había logrado comprender el significado de la amistad, sintiéndose incapaz de realizar la misión que el destino le había otorgado. Se perdió entre el olor de sus sueños y, víctima del cansancio, se hundió dormido en su confusión.
Como la primera vez, se le volvió a aparecer en visiones. Él imploró clemencia, pidió perdón por sus pecados, suplicó no tener que hacerlo, una vez más.

Parece que no vislumbres entre la maraña de tus sentimientos la realidad de los hechos. Eres la llave que abre los ojos de la humanidad, la compuerta que desbordará los mares que inunden las almas perdidas sin dirección. Escucha, Judas, permanece atento. Libramos la batalla más dura a la que jamás nos enfrentaremos, batalla que requiere de sacrificios. Nos encontramos en los últimos latigazos de una guerra sin cuartel, una lucha basada en la estrategia y la inteligencia, donde los más cautelosos son los vencedores. Satán se cree con todo ganado, cree que se apoderará de este mundo, confía fielmente en su venganza. Pero tú, Judas, entregarás a los hombres lo que es de los hombres. Darás vida al hijo de Dios. El ser humano debe pagar el pecado original que cometió, y este será el sacrificio. Con su muerte, tendremos el mártir que representará nuestros valores. Debemos sacrificar nuestra pieza más preciada para dar muerte final al enemigo. Tú eres el elegido. Serás reclutado para el Ejército Celestial, que salvaguardará el orden del más allá. Debes ser el héroe que será convertido en villano, pero tu corazón pertenecerá al Reino de los Cielos.”

Judas despertó de su retiro, se levantó buscando la comprensión en los ojos de su maestro, y dio el mayor beso de amor en la historia de la humanidad.



Drizzt Beleren

domingo, 28 de septiembre de 2014

En aquella parada.

Se giró, ausente, al oír sus pisadas. Sentado en la parada del autobús fue cuando la vio acercarse. Una chica con aire alegre y despreocupado que le devolvió la mirada a través de unos ojos vivaces. Su rutina se rompió en mil pedazos y su imaginación quiso volar.

Ella se sentó a su lado y le sonrío. Una sonrisa de esas que contagian felicidad. Le preguntó que si llevaba mucho tiempo esperando. Respondió que no mucho y quiso saber que qué bus esperaba. Resultó que esperaba el mismo que él y aún quedaban quince minutos para ese autobús. Lo cogía todos los días y lo sabía muy bien, le aseguró. Ella se echó a reír y le preguntó que por qué iba con tanta antelación si sabía exactamente cuando pasaba. Le dijo que le gustaba ser previsor y que nunca se sabía. "Pues hagamos de esta espera un rato agradable, ¿te parece?" respondió ella. Sonrió y le dijo que había hecho bien en venir antes, y que quizá mañana lo alargaría cinco minutos más.

Sucedió el tiempo y las sonrisas. Charlas agradables como nueva rutina. Complicidad que fue más allá de las charlas en aquella parada del autobús. Parecía natural pasar el tiempo juntos, planeando una cosa u otra, y sus aficiones encajaban a la perfección. Un día se dieron cuenta de lo que en el fondo ya temían y se besaron. Al principio tímidamente y luego ya se fueron soltando. Se amaban desde hace tiempo y tanto que hasta se les escapaba de las manos.

Hubo dudas y no siempre fue perfecto, pero intentaron que lo fuera. Las vallas que parecen trabar los caminos se vuelven ridículas si nos ayudamos a hacer pie. Y ellos se ayudaban, y mucho. Pasaron los años y no se cansaron, pues la vida que ellos compartieron fue tan rica como quisieron. Le supieron dar sentido y objetivo en cada recodo del camino sin obcecarse en dar vueltas en círculos o en no salirse de él.

Decidieron que querían educar hijos, y pudieron estar orgullosos de cómo lo hicieron. No perdieron la pasión en esas miradas, ni las ganas de amarse en ése tiempo; sólo repartían el cariño entre unas pequeñas personas que miraban con los grandes ojos de la curiosidad. Cuando el tiempo hizo mella, ellos ya no eran jóvenes y sus hijos ya no eran niños. Sobrevivieron al peso de la nostalgia y la melancolía con tranquilidad. El futuro que habían construido para sus hijos y la conciencia de una vida bien vivida era suficiente para los dos.

Doce minutos dan para pensar mucho. Y es cuando las puertas del sueño se abren cuando la creatividad es más prolífica. A todo esto daba imagen él mientras el tiempo pasaba, imparable. La amó brevemente, en un pequeño hueco de su cabeza, mientras la embadurnaba en su idealidad. Buscó a ratos la sonrisa cómplice de ella, la cual, absorta en un libro, ignoraba la vida que acababa de vivir. Vio como se subía apresuradamente en un autobús de la linea tres. Desapareció entre los abrigos de la gente, con todo a medio recoger. "Qué pena" pensó, y nunca más la volvió a ver.

Días después la cara de la chica era otra, pues su cara nunca importó en realidad. Se había enamorado de sus ideas, y no quería despertar. Allí, en sus pensamientos, perdería aquello que le ofrece la realidad. Contento en sus sueños de vidas por vivir, se frustraba con la luz que se filtraba por cada oquedad. Dicen que un clavo saca a otro clavo. Él se había enamorado de lo perfecto al desenamorarse de la vida imperfecta que le ofrecía una hipotética divinidad.

MELO

sábado, 27 de septiembre de 2014

Valiente

Marta miró una vez más la fotografía de su boda, esa que tantas veces había arrugado, tirado y vuelto colocar en su marco. Por un momento deseó ser más fuerte y no sentir dolor cada vez que recordaba a su marido.

Le había perdonado durante años. Cerca de cincuenta palizas había contado desde que se casaron. Él llegaba de trabajar harto y tenía que desahogarse, se decía Marta a sí misma. Ocho años aguantó, enamorada, las humillaciones de su marido.

Sin embargo, la tarde que se enteró de que estaba embarazada decidió que era hora de huir pues no podía permitir que su hijo viviese lo que ella había tenido que sufrir.

Ese día él llevaba turno de noche y Marta decidió hacer las maletas e irse. Sin embargo, el miedo volvió a paralizarle, del mismo modo que lo había hecho siempre. Cuando ya tenía el equipaje preparado recordó que, aunque de vez en cuando él le hacía daño, ella estaba enamorada y sentía que no podía irse.

Y, efectivamente, no se fue. Esperó despierta con una sonrisa en la boca hasta que llegó su esposo y le dio la noticia. Marta estaba locamente enamorada de él. Pero a él no le importó que ella fuese a darle un hijo. Es más, le pidió que lo abortase.

Ese fue el no retorno de la futura madre. Marta se dio cuenta de que su hijo iba a ser lo más importante de su vida y ella como madre se veía en la obligación de darle un buen hogar.

Esa misma tarde, cogió sus ahorros, alquiló un coche y viajó lejos, muy lejos. Por primera vez en años, había sido valiente. En poco tiempo encontró trabajo y una bonita casa donde vivir. Conforme el bebé crecía en su útero, Marta comprendía que el amor que sentía por su marido iba desapareciendo mientras crecía el que sentía por su bebé. Por fin entendió que el amor no solo puede sentirse por una pareja, que incluso puedes amar a un bebé no nato mucho más de lo que amarás a nadie jamás.

Finalmente, el día que Iván nació Marta entendió que ya no había amor entre ella y su esposo. Por última vez en 9 meses cogió la fotografía de su boda, la sacó del marco, la arrugó y la tiró. Instantes después, tomó la primera foto de Iván, aquella que ocuparía el marco que años antes portó la foto de un matrimonio maldito.


 Saravati

viernes, 26 de septiembre de 2014

La despedida



Laura se levantó a las siete, como todos los días desde hacía veinticinco años. Se consideraba una buena clienta. En sus charlas con el espejo se atrevía a definirse como una buena amiga de Alma, como su confidente íntima, Dios la librase de decirlo delante de cualquier otra vecina del bloque. Compraba  en su panadería desde que su marido y ella se mudaron, hacía ya diez años.
Consideró ponerse una chaqueta, allá por octubre solía refrescar por las mañanas, pero, llevada por la pereza, bajó directamente.

Alma había abierto temprano aquel día. Temprano dentro de sus parámetros, claro. Pongamos que a las cuatro de la mañana. Tan temprano que tuvo que palpar a tientas para encontrar la cerradura. El ayuntamiento nunca se había preocupado demasiado por aquel barrio o por su alumbrado.
Se regaló un momento, sacó una silla a la calle y se encendió un cigarro. Sabiéndose protegida por la oscuridad, esbozó una sonrisa. Cuando el verano venía a morir a Madrid, se permitía recordar aquella noche, antes de que él se fuera y tuviese que abrir la panadería.

De repente, los grillos escondidos guardaron silencio y Alma escuchó una risa ahogada. Casi pudo sentir un beso. Cuál fue su sorpresa cuando, bajo la luz de la única farola de la calle, vio a don Alfonso con una mujer que, sin lugar a dudas, no era su mujer.

Antes del segundo beso, el cigarro delator se había apagado.

Hoy, sentada a la puerta de la iglesia, Alma piensa en aquel día y en la admiración que le despertó aquella mujer, entrada en carnes y con los ojos perpetuamente llorosos, cuando entró a comprar y se encontró con una infidelidad como desayuno. Ya lo sabía, naturalmente. Le contó que Alfonso llevaba más de un año viéndose con ese cóctel de ansiolíticos que él llamaba Julia, pero Laura aguantaba.

Le explicó que, a pesar de lo que se veía en las películas o en las novelas, el desamor no es un amor no correspondido, ni una ruptura. El desamor es la ausencia de un amor que antes estaba presente y nos puede hacer sentir mucho más miserables que una combinación de lo anterior. Así le explicó que sí, su marido ya no la deseaba, o al menos no como antes, pero la quería. Quizá ella también había dejado de quererlo de esa manera. Pero seguían disfrutando de otro tipo amor alimentado por los años porque les aterraba la idea del desamor. Por eso seguía levantándose cada mañana para comprar pan y hacer tostadas para los dos.

Esbozando una sonrisa como la de aquella noche, Alma entró a la iglesia.
Djalí

jueves, 25 de septiembre de 2014

Me había parecido que te reías.



Medio dormido, notó un hueco en el lado de la cama. La escuchó hacer café, siguiendo la misma rutina de siempre. Portazo, cucharilla, azucarero. Era como haber visto la misma película millones de veces, como cuando vocalizas los diálogos. Y esta era su favorita.
Se levantó, fue a la cocina lo más silenciosamente que pudo y la cogió por la cintura. Se la comió a besos. La llevó de vuelta a la cama, pero a mitad de camino ella le chilló. ¡La cafetera! Que le den a la cafetera. No, no, no… esto no es una película, amor… nuestra casa se puede quemar de verdad. Solo un momento. Te lo compenso.
Apenas se había tumbado en la cama a esperarla cuando escuchó la explosión.
Ella lo despertó. Has gritado en sueños. ¿Estás bien? Sí, sí… Solo ha sido un sueño. Sin embargo, no se podía dormir. Sí, había sido una pesadilla., pero había empezado tan bien. La notaba diferente desde hacía un tiempo… ¿sería culpa suya? Intentaría sacarla de la rutina.
Estaba soñando contigo, con que te reías. ¿Qué te parece? Déjame, mañana me levanto a las seis.
Medio despierto, se dio la vuelta e intentó volver a dormirse.

 Djalí


miércoles, 24 de septiembre de 2014

Colillas, pañuelos y helado de chocolate

Un cenicero lleno de colillas, pañuelos, helado de chocolate, una película antigua y tu amiga al otro lado del teléfono. Esta podría ser otra de las muchas decepciones que acaban con un: “Todos son unos cabrones”. Pero, aunque parezca increíble, no siempre es así.

¿Sabes cuando encuentras esas fotos o esas grabaciones en el móvil? ¿las gafas de sol o la bufanda que se dejó en tu casa? Yo sí. Me deshice de todo sin mirar a atrás. El dolor no se iría con aquella basura pero no sería tan intenso. Tenía esos días postrelación después de Éric. Él fue mi mejor amigo, con el que pasé dos de los meses más románticos de mi vida y al final la verdadera realidad se estrelló en mi cara junto al resto de mis sentimientos. Tuve que comprender que a ella la quería más o de un modo distinto al que me quería a mí. Nunca quiso hacerme daño. Es algo que no importa demasiado porque el amor, al fin y al cabo, duele esté bien o mal.
En lo que a mi respecta solo hay dos formas de afrontar el desamor: La primera es con una botella de vodka y otro clavo que saque al anterior. La segunda se trata de seguir con tu vida, rodearte de la gente que te quiere y dejar que el tiempo te calme y te de las respuestas que necesitas. Lo divertido llega cuando pensamos que ya lo hemos superado mediante la segunda opción y de repente, por lo que sea, caemos en la primera patéticamente. Es lo que llamaríamos una “recaída”. Algo así me pasó hace un par de sábados cuando salí con mis amigas a un bar del que ni siquiera me acuerdo bien con alguien que preferiría no recordar. No sé si su sonrisa me recordaba a la suya, si fue esa canción que cantaba o el puñetero alcohol... pero caí con cada vez más balas en mi espalda, cada vez con más frío. Creo que el verme así me sirvió para escribir el punto y final de ese periodo de olvido que dura, como mínimo, el triple que el enamoramiento.

Es curioso ver que lo que pensabas que no te afectaba ya, resulta que te hace vulnerable ¿Es que nos gusta ser masocas? ¿ciegos? ¿sordos? ¿gilipollas? ¿es que hemos perdido la fe? ¿o es que hemos abierto por fin los ojos y nos hemos dado cuenta de que el príncipe azul no existe? En ese caso la dama encarcelada en lo alto de la torre dejaría de esperar y descendería por las piedras que componen su prisión, se pondría a trabajar, contrataría un buen abogado contra su opresor y le mandaría un selfie al príncipe azul donde salga con sus amigas y cuatro maromos más. La realidad es muy distinta a los cuentos de hadas ¡Qué mal nos hizo Disney!

Así le volví a olvidar, pero un mes más tarde, cuando llevé a mi sobrina Lidia de seis años al circo, les encontré juntos dos filas más a bajo de la nuestra comprando palomitas al payaso de la flor azul. Aunque ya no dolía tanto, todavía noté ese punzón que me presionaba en el pecho ¿Qué pasó? Me vio... Fue cuando Lidia me estiró de la chaqueta y gritó señalando:
-Mira, tita Ana ¿ese no es tu amigo Éric?
Sus ojos se encontraron con los míos y juro que en aquella mirada no hubo rencor, ni dolor, ni tristeza... solo hubo un “no sabes lo que te he echado de menos”. Nos levantamos, nos dimos un fuerte abrazo y me la presentó. Era encantadora y le hacía feliz. No necesitaba saber nada más. Se quedaron con nosotras para ver a los elefantes, a los asiáticos que se suben por palos haciendo acrobacias y a esa mujer tan elástica como un chicle. Lo pasamos bien. Me enteré por terceros que siempre había estado pendiente de mi. Tuve la suerte de tener un amigo de verdad y por eso, a pesar del tiempo, nunca lo llegué a perder del todo.

A veces un adiós acaba por ser un hasta luego, por eso hay que esperar y dejar que pase. Incluso cuando todo parece perdido, la vida puede sorprenderte para bien. Solo hay que creer para verlo.


Alicia Salazar

martes, 23 de septiembre de 2014

1999.

Supongo que no fue algo intenso, vívido ni convulso. No fue algo que palpitara muy fuerte y al día siguiente dejara de latir. Supongo que no dejó de ser de golpe sino que fue, poco a poco, a menos…

Solía pensar que el desamor ocurre en esas personas que de la noche a la mañana están sin nadie a su lado, se ven solas ante el mundo y son incapaces de seguir y se ven obligadas a refugiarse en un montón de comida, de música o de películas pastelosas y no se relacionan. Supongo que esas personas sufren un dolor intenso, que les raja el corazón y lo resquebraja en pedacitos tan pequeños que solo grandes personas son capaces de curar o de solapar…

Supongo y sé que lo nuestro no fue así. Lo nuestro fue un dolor sostenido aunque poco intenso, en standby, durante meses. Mientras intentábamos darnos contra una pared pensando que solo era una valla que saltar, que sortear para seguir. Mientras íbamos viendo como ese mundo que habíamos creado en base a palabras prometidas se difuminaba y se convertía en una fina línea sobre la que ya no sabíamos si seguir creyendo...

Supongo que yo, como buena racionalista innata que soy, no tuve mucho problema en entender que mi futuro sería mío y no contigo. No me dolió tanto como lo que fui descubriendo poco a poco de tu mirada, de tus gestos, de tus pensamientos. Eso sí me dolió más. Entenderte y darme cuenta de que tu visión de la vida, tus ideas y tus aspiraciones se quedaban en nada por el simple hecho de que tenías miedo a ser tú, sin nadie a tu alrededor. Darme cuenta de eso sí me hizo sufrir. Sufrí pero intenté seguir rebatiéndome a mí misma, intentando comprender el por qué habías llegado hasta aquí así y no de otra forma, por qué no te enfrentabas a tus fantasmas pero hacías que los míos me acecharan más fuerte, por qué no podías huir de mí cuando sabías que yo estaba en otro mundo…

Siempre consigo darle la vuelta a las situaciones, justificar y racionalizar acciones… Pero creo que, cuando comencé a racionalizarte fue cuando comencé a darme cuenta de que ya no te podía seguir amando. No como antes. No de una manera tan inocente. Y cuando la inocencia se pierde… Se gana en desconfianza.

Y entonces llegamos a un punto en el que no sabíamos si éramos, o intentábamos no ser. "Me buscas las cosquillas" me dijiste… Y así fue. Intentaba desmenuzar hasta el último de tus defectos solo para estar más segura de que lo que ya no sentía estaba justificado.

Pasé de justificarte a justificarme… Y así. Así… Con el paso del tiempo y unas cuantas cervezas confidenciales con personas que me sabían leer… Me di cuenta de que ya no te amaba. De que lo que habíamos tenido ya no era y no volvería a ser. Y eso, entonces, ya no me dolió. No sentí punzadas ni tristeza, simplemente tranquilidad. Porque, por fin, había finalizado la batalla. No había ganadores ni perdedores (a pesar de que sé lo que estarás pensando si lees esto). No. No los hubo. Simplemente fue una batalla en empate, en la que los dos combatientes se cansaron de ver cómo sus armaduras perdían brillo y firmeza. Simplemente fue un punto de inflexión, el punto y final.


Lo que aprendí contigo es que el desamor más cruel y doloroso de todos es aquel que se va consumiendo poco a poco, aquel que se deshilacha con tranquilidad, con paciencia, sin hacer un corte limpio sino dejando muchas heridas abiertas alrededor. Aquel que desnuda al alma y la hace vulnerable, aquel que no tiene piedad y aquel que, en definitiva, deja su estigma para siempre. 

Neko

lunes, 22 de septiembre de 2014

Lejos de las campanas



La suave brisa que el mar resacoso traía aquella noche de luna llena portaba consigo las lágrimas de un pasado demasiado lejano. El horizonte parecía querer sumergirse en su alma, mientras él tan solo gritaba auxilio en el silencio de sus palabras. El presente parecía difuso, inexistente, como si hubiese desaparecido el tiempo. Poco a poco una lluvia de cristales comenzó a licuar sus ojos clavándose en su alma, para que la arena sobre la que se posaba su cuerpo desdibujase su naturaleza y emborronase sus sentimientos. Sobre el agua, la lluvia estropeaba la bella silueta de la luna; sobre su piel, las gotas corroían su aparente corazón de acero; y sobre sus recuerdos, el cielo decidió reavivar la llama hasta convertirla en realidad.

Su fuego interior quemaba pero no ardía, vivía pero no destruía; tanto, que él dejó de luchar. Sus ropajes, ya manchados de barro, eran la mayor mentira en la que se había camuflado. Trataba de vivir, pero llevaba muerto mucho tiempo ya. Atrás quedaron los truenos de la conciencia, lejos están ya las campanas de la vergüenza, en silencio permanecen las vidas a las que hirió. La rabia, mansa fiera castrada de valor, duerme el letargo en el largo invierno que conquistó su felicidad, a la espera del renacer primaveral que murió como lo hacen las sonrisas. 

Tiró lejos, muy lejos, un poco más allá de la línea que delimita el espejo de la noche, el anillo que portaba el mayor de los engaños, y el más falso de los compromisos. Él había caído mucho antes en la red del amor, había sido preso de los ojos de otra mujer; y a su vez, había sido vejado, despellejado de todo lo que creyó verdad cuando ella se marchó.

Permaneció frente al infinito, con los zapatos sucios. Intentando buscar la forma de ahogar sus besos, su olor y su mirada después de tantas lunas. Tan solo desea que no vuelva a amanecer. Que el sol no se pose acusatorio en lo alto del firmamento, para que pueda ocultarse de las miradas de odio; estúpidas miradas de incomprensión. 

Se levantó, siendo todavía un esclavo de su corazón, y echó a andar; su destino, la luna. No podía permitir ver inmolarse a la más fiel confidente que la vida le otorgó, no consentiría que las heridas que jamás llegaron a cicatrizar causaran más víctimas. El amor que infectó su alma había podrido su razón. Atrás quedaron los llantos que sobre el altar fueron la banda sonora de su huida hacia su pasado. Un pasado demasiado superficial que quiso creer olvidado.

Drizzt Beleren

Recuerdo.

Las imágenes se revolvían confusas en mi cabeza, como el recuerdo de un mal sueño al despertar. Todo era demasiado horrible para ser cierto y mi mente se resistía a aceptarlo. Figuras grotescas pintadas de un rojo intenso, sombras y gritos, muchos gritos, desparecían conforme me empezaba a calmar.
Tambaleándome en la oscuridad y con el cuerpo tembloroso, comencé a caminar. La certeza de la culpa me hacía moverme de manera torpe y burda. Una sensación de origen desconocido pero intensa, sostenida por aquel olor a hierro que desprendía aquel líquido que empezaba a secarse en mis manos.
Tanteando en la densa oscuridad conseguí salir de aquel edificio de aspecto abandonado, sin tener que dar cuenta a nadie del lugar. Cuando salí miré lo que dejaba atrás, una vieja mansión se erguía, casi orgullosa, sobre la maleza que en otros tiempos pudo ser un verde prado, lleno de vida y de color. En esos momentos la luz de la luna iluminaba un paisaje tétrico con un tono grisáceo: las hiedras entraban por las ventanas rotas, la madera podrida del exterior había ido partiendo y cayendo, para después ser cubiertas con el follaje y las ramas; y un viejo camino se escondía entre las hierbas altas de sombra amorfa.
Del extremo de ese camino vi aparecer con una linterna a un campesino, seguramente alarmado por los posibles gritos de horror que seguramente habían escapado de la antigua mansión. Me escabullí en la dirección contraria, con mucha rapidez, topándome con un arroyo conforme me adentraba en la vegetación. Protegido por la silenciosa arboleda, me pude limpiar a conciencia todo aquello que creía que debía desaparecer. Allí, tumbado y extenuado en la hojarasca, caí en trance. Protegido de la gente entre los arbustos, pero vulnerable a los horrores nocturnos que mi inconsciencia iba a traer.

Cuando desperté del trance, ya empezaba a caer el sol. Me sentía abrumado ante la ignorancia de mis actos y quería saber el alcance de ellos. Buscaba redención.
Me acerqué con una apariencia indigna a mi persona al pueblo en busca de un periódico que me trajera de nuevo al mundo real y me devolviera parte de mis recuerdos. Después de dar un pequeño rodeo por callejuelas encontré un sucio ejemplar en la parte de atrás de un comercio que, por el ruido, presumiblemente gozaba de bastante público. Lo hojeé frenéticamente hasta que vi una imagen que me hizo parar de golpe. Reconocer la visión hizo que me palpitaran las sienes y que el horror se apoderara de mis nervios. En la imagen, se veía una gran habitación, llena de sangre y restos hasta en las paredes. Había unos viejos e inquietantes objetos en medio de un círculo extraño pintado con algún tipo de tinte negruzco, dándole un cierto aire místico, como de un ritual antiguo y macabro. Leí la noticia, hablaba sobre el descubrimiento por un aldeano de aquella escena, a la que habría que sumar un cadáver, o al menos partes de él. Lo habían reconocido, difícilmente, como Alestor Corlic, un aristócrata rico que solía frecuentar aquella zona. Las partes que faltaban probablemente habían sido devoradas, pues se habían encontrado marcas de dentaduras, inquietantemente parecidas a las humanas. Si bien la situación me conmocionó, me impactó sobremanera el nombre. Me resultaba extrañamente familiar, pero mi débil memoria me volvía a fallar.
Decidí, pese que empezaba a anochecer, volver a la mansión. Con el paso presuroso debido a la mala sensación que me dejaba ver bajar el sol y acercarse al horizonte, abandoné el sigilo anterior. Cuando llegué nadie se había percatado de la persona que pasaba con extrañas manchas en unas ropas ajadas. No vi las marcas sangrientas de mis manos en las paredes, lo que me extrañó. Con el paso cauto debido a una incesante sensación de peligro que me erizaba la nuca, subí las escaleras a donde sabía que se encontraba mi pasado. Mientras, iba repasando en mi cabeza el nombre y los posibles motivos por los que me podía resultan tan cercano. Cuando llegué a la sala aún había una tenue luz que entraba por la ventana, filtrándose por las hojas de un árbol que se mantenía desafiante ante la inquietante mansión. La luz parecía posarse en lugares estratégicos. Un extraño sentimiento pareció dirigir mis pisadas hasta que me coloqué en el centro del círculo y entonces recordé. Me dejé caer al suelo ante el impacto de la imposible verdad. Alestor Corlic, así es como me solían llamar.
Deseé no haber ido, pero no había otro destino para un alma errática. Recordé cómo me habían llevado ahí maniatado y amordazado y como me había cansado de intentar gritar. Recordaba como me habían drogado y dejado en medio del círculo. Recordaba cada paso del ritual malévolo que habían seguido unos acólitos de forma sólo ligeramente humana. Recordé cómo habían empezado a comerme vivo mientras gritaba por dentro. Recordé como, paralizado por el horror y la droga, había visto aparecer una sombra ligeramente consistente. Ese enorme espectro multiforme se abalanzó sobre mí, mientras una grave risa surgía de dentro, con un eco digno de las más hondas profundidades, haciéndome perder la conciencia y vagar en los límites de las realidades. Y mientras recordaba vi aparecer esa sombra, surgiendo de la oscuridad creciente del final del atardecer. La misma sombra que con mi sacrificio, había ayudado a invocar.

Desperté sudando y sobresaltado, con lo ojos al borde de las órbitas.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Miedo a vivir, pánico a dormir

Una noche más me despierto a la misma hora. Sudores fríos recorren mi espalda mientras tiemblo desesperada. Como cada noche, un grito agudo sale de mi boca pidiendo ayuda. Nadie viene a socorrerme, solo es una noche más.  La misma historia desde hace años. Miedo a vivir, a estar despierta, pánico a dormir.

Desde aquel día en el que lo perdí todo las jornadas se me antojan eternas, mis noches nunca son felices y la angustia recorre mi alma. Como cada noche apunto en mi diario la razón de mis miedos, siempre la misma, nada cambia, mi subconsciente recuerda cada detalle. ¿Para qué? Solo consigue atormentarme.

Sigo escribiendo en este viejo cuaderno que él me regaló la noche que empezó todo. Suspiro entre frase y frase. Después de 10 años con la misma historia me sigue costando contar sobre papel lo que me hizo perderlo todo. Tiemblo. Tengo sueño, pero como cada noche no volveré a dormir. Asustada recuerdo que cuando amanezca será el aniversario de sus asesinatos. Hará 10 años que estoy sola. Decido que la de esta noche será mi última pesadilla.

Dos horas después sale el sol. Último día de mí atormentada vida. No tengo trabajo, ya no tengo familia, ellos me la arrebataron. Como cada mañana, con una taza de café en la mano miro por la ventana pero algo es diferente. Por primera vez siento cerca al amor de mi vida, sé que viene a buscarme. Busco en el cajón de mi mesita aquella pistola que hace 10 años nos hubiera ayudado a sobrevivir y que tuve que comprar ilegalmente por miedo.

Por primera vez me siento valiente, apoyo el arma sobre mi sien y espero. Cuento en alto hasta 10, respiro y cuando comprendo que nadie vendrá a salvarme introduzco el dedo en el gatillo. Siento que mi vida no acaba sino que empieza algo mejor, junto a ellos.


Sarasvati