jueves, 12 de noviembre de 2015

Lluvia no cuantizada

Mis pies van clavándose en el doloroso asfalto de esta ciudad mientras, ante mi presencia, se agujerean los charcos que reflejan un cielo basto y gris; parecido al manto que cubre mis sentimientos y arropa los latidos de un desaparecido corazón. Las mismas calles, los mismos colores, las mismas palabras que se repiten una y otra vez. La lluvia salpica sobre los paraguas que resguardan las prisas y el tráfico de gente que, hoy, me resultan tan extraños; más incluso que el rostro que se observa tras el romper del agua estancada sobre un mal diseñado desagüe.
El destino de mis pasos es incierto, pero más lo es el final de esta eterna tormenta. El sol, el gran derrotado en esta batalla, se olvidó de marcar las horas y ya no sé si me toca olvidarte o gritar que no amaré a nadie como te amé; es esta lluvia, que lo hace todo tan lineal. Sin excepciones, continúa la soledad, continúa el camino, continúa la incertidumbre…

Y nos veo en las gotas que resbalan sobre los cristales de los coches. Tú, esa que hace un perfecto dibujo, y yo, esa otra que te persigue hasta acabar consumida por sí misma. Hasta que, tu gota, decide detenerse sin motivo alguno. Quieta, paralizada, ve los caminos de otras gotas pasar y observa –atenta– como apenas puede moverse.
Es entonces, cuando lo que queda de la mía te intenta empujar, dejando su último aliento. Rompe a llorar el cielo una vez más, al verte tan inmóvil en mi ignorancia.

Puede, que me esté volviendo a enamorar, de esta pesada lluvia que tan bien refracta la poca luz que aún emiten mis pupilas.
Puede, que ahora entienda que eres el miedo ante el continuo de nuestra existencia, tan inerte, tan infinita, que no sabes dónde quedó el mañana.
Puede, que empiece a comprender(te); comenzando a ver entre las sombras de mis putrefactos recuerdos, para poder abrazarte y decirte que encontré la verdad en tus palabras.
Puede, que esta lluvia duela tanto como lo hacen nuestros abrazos, que saben de qué están hechos nuestros labios.
Puede, que siempre llore el cielo esta inmensa tristeza.
                                     
Drizzt Beleren

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