jueves, 12 de mayo de 2016

La chica del espejo

Me atreví, por fin, a mirar a esos ojos que me observaban y realmente me intimidaron. Esa chica que había en el espejo cada vez que pasaba por delante parecía que me esperaba, como para decirme algo, como si quisiera darme una llamada de atención. Ella tenía los ojos tristes pero, sobre todo, esos ojos tenían miedo. Miedo a tener que tomar esas decisiones difíciles, miedo a un futuro incierto, miedo a volar sola, miedo así misma.

Dicen que los ojos son el espejo del alma. Realmente no tengo ni idea, lo único que sé es que cada vez que miro a esos pequeños ojos oscuros es como cuando mi padre me dice todo lo que no quiero oír, la verdad. No es fácil enfrentarse a una misma. No es sencillo encontrarse con los propios miedos.

Sin saber si quiera por qué, me di cuenta de que los tenía llorosos y me retiré esa sensación de humedad en la mirada convertida en lágrimas con la mano. Acto después, como si una fuerza se apoderara de mi, sentí la necesidad de acariciar a ese ser inconsciente de mi que se esconde en el espejo. Cuando toqué el cristal, instantáneamente ella me succionó hacia dentro y salió de su prisión. Dio el cambiazo en menos tiempo de lo que me cuesta pestañear.

Recuerdo haber estado atrapada entre aquellos milímetros por los que se componía el cristal. Recuerdo gritar sin ser escuchada, patalear hasta que casi romper mis nudillos sin obtener ninguna atención de afuera y, sobre todo, esa sensación claustrofóbica de estar ahogándome. Pero ella no volvió y sin ella delante de mi nadie era capaz de verme.

Así que allí estaba, yo sola en el universo que había reservado para enterrar mis temores. Vi muchas cosas mientras ella no estaba. Vi todas esas posibilidades que había pensado en las que podría estar viviendo dentro de cinco años, vi ese fracaso de los proyectos actuales con los que tengo convivir mientras estoy luchando para lograr mis metas (las cercanas y las probabilidades del mañana), vi el rechazo de los ojos que me hipnotizan sin mi permiso y las miradas de decepción de mis más queridos, me vi a mi sin sueños ni magia ni chispa. Y no me gustó. Pero también encontré otras cosas que siempre me han impulsado a seguir adelante y que me animan ahora para salir de esta cárcel de mis pesadillas. Encontré esperanza y me encontré a mi misma. A esa persona imperfecta que junto a sus defectos también tenía sus virtudes, aquellos recuerdos y acciones que me habían hecho tal y como soy y fortaleza, aquella que siempre me ha sacado del apuro. Y me aferré a ello.

Me di cuenta que no solo podía ver a la usurpadora a través del espejo. También la veía cuando me reflejaba en cristales de escaparates o ventanas, en las gotas o charcos de la lluvia. Pensé que si ella pudo salir y encerrarme aquí yo también podría hacer lo mismo, aunque no fuera mediante al vía del espejo puesto que ella ya sabía bien que no debía tocarlo.


Un día mi otro yo oscuro fue a la playa con mi familia. Conociéndome bien sería la primera en pisar la playa y así fue. Cuando el agua le llegó a las rodillas y yo, mi verdadero yo, quedó reflejado en el agua. Ahora que me sentía fuerte, más fuerte incluso que ella, concienciada de que podía hacerlo y sin inseguridades, le agarré de las piernas zambulléndola y tras una pelea confusa dentro del mar, la que volvió a salir agua fui yo. La gané sabiendo que no se atrevería a volver a tocarme un pelo, sabiendo que no se atrevería de nuevo a enfrentarse a mí o intentar escapar de nuevo. No al menos mientras me mantuviera así. Segura de mí misma. Invulnerable.

Alicia Salazar

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