Una vez, y por la más enorme de las casualidades
que tiene la física sideral, se produjo un suceso de esos que, cuanto menos,
sería tachado de superchería por los más negacionistas. Puede que, el
caprichoso espacio del universo se contorsionase hasta el límite que marca la
propia flexibilidad de su infinidad, dando lugar a la más hermosa de las
anomalías al conectar dos caminos completamente, hasta ahora, paralelos. Pues
cuánto en común y similitud tienen las vidas que se trazan paralelas,
provocando víctimas de las mismas incertidumbres, de modo que, se moldean a
igual; y, a su vez, cuánta crueldad albergan en su geometría, pues jamás
llegarán ni siquiera a rozar sus pensamientos, destinados a convivir en sendos
mundos ajenos a su propio sentir.
Así fue como, conectando dos cables que hasta
ahora la teoría había prohibido, llegó a flexionar el devenir de sus destinos,
dándoles la oportunidad de elegir si caminar al borde del abismo. Fue él quien,
más dado a la curiosidad, le dio por hurgar en el límite del horizonte, justo
al caer la tarde, esperando poder arrancar unos rayos de sol para alumbrar la
triste sombra que vestía durante los últimos meses. Allí, vio como sus dedos
comenzaban a desfigurarse y temió por ello. Así que los apartó con violencia,
pero fue mayor su intriga y decidió penetrar, en aquella extraña deformación,
su mano izquierda (como mal menor); cualquiera aprende a cambiar el sentido de
su escritura alcanzado el cuarto de edad. Entonces comprendió que podía
adentrarse ahí sin ningún tipo de riesgo. Primero el brazo al completo, luego
el pie y continuó hasta tener dentro la mitad zurda de su cuerpo para, antes de
zambullirse por completo, murmurar una serie de incoherencias para
auto-convencerse de que hacía lo correcto.
Fue un gran salto. El mayor salto de su vida,
incluso contando aquella vez que alargó tanto un verso que resbaló hasta caer
por un poema inacabado. Así fue como, Poética −aunque le gustaba que le
llamasen Poe− cayó en un mundo que, aunque sabía desde el primer momento que no
era el suyo, poseía todo tipo de características similares. Apenas
un par de detalles sin importancia aparecían como
si realmente hubiese vivido allí sin haberse percatado de ellos. Ya se sabe, a
veces depende del ángulo con el que se mire; y estos habían estado a 180º toda
la vida. Así que anduvo durante un buen rato, o eso creyó él, hasta poder
encontrar un sentido a toda esa caótica sucesión de acontecimientos. Pues,
aunque nunca creyó en la brújula de un destino ya escrito, sí confiaba que de
todas sus acciones debía sacar algo en claro (vaya desperdicio de experiencia
si no…).
Tal vez fuese casualidad − ¿pero no son acaso las
casualidades las que definen nuestras propias vidas y que, con tanta ingenuidad
y osadía, desearíamos controlar? −, porque cuando justo comenzaba a saborear la
idea de borrar todas aquellas huellas que con tanta ilusión le habían
transportado hasta allí, vio brotar del camino el cuerpo de una mujer que, sin
saber por qué, lo magnetizó hasta hacer inútiles sus ganas de huir. Delirium
sonrío y, sin comprender tampoco muy bien el movimiento de sus piernas, se posó
(sí, se posó) junto a aquel extraño ser, de quien también supo que venía de
otro mundo. Aun con ello, no se asustó, ni siquiera le extrañó, a pesar de la
retahíla de preguntas que su inconsciente iba bloqueando conforme llegaban.
Simplemente ambos comenzaron a andar, y lo hicieron además en direcciones y
sentidos idénticos, al igual que lo habían hecho sus mundos hasta entonces; una
prueba quizás, de que en ocasiones todo fluye.
Anduvieron durante horas −pensó él−, hablaron durante semanas
−pensó ella−.
Y empezaron poco a poco, en esa fragilidad que
marca los límites del horizonte, a construir su propio futuro. Pero ambos se
dieron cuenta de que, si deseaban edificar un proyecto con sus corazones, ambos
debían de destruir todo lo material que poseían en ellos, pues la armadura que
vestían no era más que una defensa contra su entorno. Ella, comenzó a desmontar
poco a poco sus miedos, aunque solo en su compañía. Él, por contra, se deshacía
de forma más calmada de su pasado reservado y temeroso. Parecía que el más
profundo de sus sueños le provocaba un terrible pavor a despojarse de todo
aquello en su presencia. Quería hacerlo y surgía de manera natural, pero parecía
que sus ríos llevaban cauces distintos; pese a desembocar en el mismo mar −aun
sin ser afluentes entre sí, recordemos que todo aquí es paralelo−.
Poe no se atrevió a cazar ninguna palabra
relacionada con amor, todavía era muy pronto. Pero sabía que tras el agujero de
gusano le esperaba algo mucho más grande de lo que había conocido jamás. Algo
como un arcoíris, que temes amar porque puede que si te acercas demasiado
desaparezca su magia y ya no sea aquello que un día pareció. Sin embargo, había
algo en ella, era como el aroma del brillo que contenía en su interior,
enterrado bajo años de cautiverio, algo que le atrapaba como él lo hacía con
los vocablos que expresaban sus sentimientos las noches de letargo. Era tan
inexplicable y a la vez tan maravilloso.
Pero hubo un día en que Delirium no se presentó,
alegando un par de excusas baratas que le sirvieron a él de antídoto contra la
verdad, un antídoto que él descubrió desde el primer momento pero que cerró los
ojos al beber; repitiéndole el mismo sabor que tantas otras veces probó.
Pasaron semanas −pensó él−. Fueron años −pensó ella−.
Y fue, justo cuando él se armó del valor
suficiente para saltar, no solo a través del horizonte, sino también por encima
de los precipicios que el miedo le había creado en su interior, cuando
descubrió que el agujero se había cerrado. Aunque pudo notar al tacto, como
alguien había cosido sus bordes con los hilos del material del que están hechas
las lágrimas. Se aferró a ello hasta notar su aroma, aquel resplandor de su
brillo palpitando al otro lado. Comprobó, tras mucho repasar para encontrar un
pequeño defecto en aquel muro −pues necesitaba respuestas−, que había algo
escrito en morse sobre su superficie. Aunque, tal vez, solo lo viese él y su
incapacidad para razonar (pues no hay gente con más Fe que los creyentes y los
poetas). En él halló un mensaje que averiguó sin el mayor de los conocimientos
en la lengua para los ciegos −ya que nadie lo había estado nunca tanto como
él−.
En cuatro versos perfectamente rimados, algo que
él nunca logró, comenzaba el soneto inacabado en el que ella expresaba el mayor
de los dolores por esta partida. Relataba que, a causa de su locura de poeta,
jamás se percató que no era la noche lo que envolvía los cielos de su mundo,
sino un inmenso agujero negro. Por eso mismo, jamás percibieron el tiempo del
mismo modo. No se trataba de un simple punto de vista, sino que tras el
horizonte se consumía el doble de la inmensidad de sus días. Por eso se alejaba
para siempre, porque su inmutable alma jamás le haría percatarse a él de su
longevidad, pero podría ser que, cuando Poe terminase de leer aquellas
palabras, ella no fuese más que el recuerdo de un brillo que jamás llegó a
iluminar.
Nunca había amado tanto durante tan poco tiempo −pensó él−.
Nunca había amado tanto durante tantísimo tiempo −pensó ella−.
Drizzt Beleren
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