martes, 25 de febrero de 2014

Anxiety

La sangre se altera, las venas comienzan a agitarse, el corazón se prepara para acelerar y... La respiración se vuelve mareo, y el mareo genera confusión, pero entre todo el lío de emociones, solo tienes una cosa clara. Huir. 

Cada día se te daba mejor. Cuando comenzabas a ahogarte y a marearte, a sentir que nada podría salir bien y que lo mejor que te podía pasar era que te quedaras inconsciente, sabías que la mejor opción era huir. Huir de las inseguridades, de los temores, de las dudas que acechaban en cada esquina de novedades. Con el tiempo aprendiste que si un cuerpo se habitúa a eso, es más difícil acabar con ello.

Pero, un día, la racionalidad y la incapacidad de disfrutar de él y de los demás te buscaron. Llamaron a tu puerta en forma de vueltas de cabeza, de neuronas tratando de averiguar la mejor fórmula para dejar de sufrir, de no ser tú, de que todo el mundo te mirara como una loca niñata que no podía ni siquiera disfrutar de una noche de respiro.

Pero, las estrategias iban cayendo como los naipes de una torre de cartas y entonces no te quedó más opción que... parar. Parar era lo que te mareaba y lo que te hacía pensar que no podrías seguir. Parar era de lo que huías y contra lo que te tenías que enfrentar. Parar y reflexionar y sacar un tiempo para escuchar esas canciones que antes te habrían dado la solución a ciertas decisiones sobre las que no te atrevías ni a sentir.

El cuerpo no es sino un pequeño sabio cabroncete que te manda, de vez en cuando, señales sobre cuál sería la mejor opción de cambio, sobre cómo deberías reorientar tus sensaciones, sentimientos o pensamientos. Se encuentra luchando entre los pulmones que te dan la vida y el corazón que te la quita. Intenta hacerlo lo mejor que puede, así que de vez en cuando está bien escucharle.

Neko





    





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