Las huellas de nuestros pies que ya borraron
anoche, sin piedad, las olas, vuelan en la memoria de la nada, en el susurro de
un cielo mudo. Los besos robados se pierden entre las manos del presente, que
no logra abarcar el desierto de nuestras vidas. Los ojos cerrados desbordan una
tragedia anunciada, empapando las manecillas de una vida que avanza demasiado
deprisa. Y el corazón, que fríamente dispara a la conciencia, que pide auxilio
en el silencio más oscuro de la noche, bombardea migajas de arena que atraviesan,
sin retorno, nuestra más insignificante existencia.
Jaula de huesos, prisión vacía de sentido, cárcel de
pensamientos y amores, de tristezas y sueños, de vida y de muerte. Como un
reloj descuentas los pasos que dimos, y las sonrisas que nacieron se ahogaron
en la eternidad, en un mar de polvo y sombras donde nadie existió. Pues
nosotros, marionetas del mismo destino, títeres engullidos por nuestros
ancestros, caemos en una espiral de locura, en una caída libre donde nuestros
pulmones no alcanzan a vislumbrar un atisbo de felicidad; y junto al resto, se
van hundiendo en el ayer.
Palabras, que dibujadas en el firmamento ningún dios
leerá, que volaron más libres que nuestra alma, que escaparon del dolor, que
viven en el tiempo.
Mientras nuestros rostros son presos del día y la
noche.
Mientras nuestros cuerpos se consumen como arena de un
reloj.
Drizzt
Beleren
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