jueves, 27 de febrero de 2014

Diálogos fingidos

Se sentó un segundo después, respirando agitado, con los ojos húmedos y los labios entreabiertos. Él lo miró un instante, distraído en aparentar menos interés del que sentía, suficientemente distante como para resultar irresistible. Jugó un instante con el pequeño busto que decoraba la mesa de la salita antes de hablarle.

-         ¿Eso es todo?-. Suspiró, los dedos rozando un imaginario velo, silueteando la piel alrededor de sus brazos.

-         ¿Todo? ¡Todo! ¡Todo he perdido!- gimió. –Ella se ha ido.

-         Querido amigo, siento decirte que no has perdido nada. No, no tuerzas la boca, solo consigues afearte. No vale la pena, muchacho: Solo es amor, quizá ni eso.

-         ¿Cómo puedes decir algo así? ¿Cómo puedes reírte? ¿No ves cuanto sufro? Mal amigo. Sabes que hubiera dado cualquier cosa por ella.

Dicho esto, se recostó lo bastante como para hundir el rostro en uno de los brazos del sillón. Él se sentó a su lado.

-         ¿Cualquier cosa, dices? Desvarías. ¿Asientes? Necio. ¿Darías tu belleza? ¿El negro de tu pelo, el rojo de tus labios, el blanco de tu tez y el tacto de tus manos? Dime, ¿Lo darías? ¿Por qué?

Pasaron lo que parecieron cinco eternos segundos antes de que contestase.

-         Ella me amaba. Lo sé. Y me hubiera amado sin dientes, sin pelo o sin color. Me amaría cuando mis manos raspasen su piel y mis ojos no vieran su rostro. Ella misma me lo juró, no hace tanto.

-         Amigo mío, lo siento. Lamento tu perdida, pero más lamento que pienses así.  ¿De verdad lo crees? Bah. El juramento de una mujer enamorada tiene el mismo valor que el recuerdo de sus besos: Son deliciosos al recibirlos, pero suelen ser tantos que acaban por negarse unos a otros. Otra mujer te los dará, igual o mejor, pero no farfulles sobre amor eterno. El amor, si es cierto que eso es lo que sientes, no caduca después de la belleza. Se marchita más rápido que el cuerpo y, como la fresa jugosa de tu juventud, jamás vuelve. Puedes volver a buscarlo, claro está, pero viene atado por un lazo a tu cuerpo-. Sus manos sujetaron el brazo del joven en una caricia. –Con tu piel, el lazo pierde su lozanía. Ahora lloras, ¿No ves que aun estás a tiempo? Sigue sollozando y lo sentirás. Eres joven, eres hermoso ¡Vive! Ya tendrán tiempos los vientos del otoño de cubrir tu cuerpo de arrugas y manchas. Para entonces, procura haber amado hasta saciarte.

-         No dices esto en serio, ¿verdad?- murmuró mientras levantaba hacia él sus ojos enrojecidos. –No puedes hablar así: ¡Ha muerto!

-         Y te prometo que volverá a pasar. La gente suele morirse, es una afición curiosa. Pero no te lamentes por ella. Ha muerto enamorada, ese es un punto a su favor, un privilegio de los pobres y los locos. Nosotros llegaremos a un punto de no retorno, créeme, vivirás lo suficiente como para darte cuenta. Dentro de poco, desearás su destino. Sí, sí, suena horriblemente mal, pero piensa que ella sabía que la amabas, sentía en cada fibra de su cuerpo el fuego incansable del orgullo que nos produce sentirnos correspondidos. Eso le ha reservado un sitio en el cielo. Allí no hay cuerpos-. Encendió perezosamente la pipa que llevaba en el bolsillo.

-         Pero… si volviese a amar…-. Levantando la cabeza del mullido brocal de seda, lo miró, dudando si pensaba o solo hablaba. – ¿Ella no sentirá como la traiciono, allá en su nube en el paraíso? ¿No perdería mi sitio a su lado cuando todo acabe al fin?

-         Querido, querido muchacho… - negó con la cabeza. –Hay un cielo para cada uno de nosotros. Lo único que tienes que procurar es disfrutar de la tierra, que es única para todos, y esta noche volverá a rendirse ante ti.


Dorian



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