Choco los guantes. Primer
asalto. El cuerpo es uno de los instrumentos más complejos que hay y
no importa cuantos observes para conocer el tuyo porque ninguno es
igual. Golpe recto de izquierda al tronco. He dedicado mi vida a
moldearlo. Desplazamiento hacia atrás. Todo comenzó el día de mi
octavo cumpleaños cuando mi padre me llevó por primera vez a su
gimnasio y lo vi pelear sobre el ring contra aquel “hombre oso”
al que ganó. Hook de derecha. También puedes hacer de él una obra
de arte y decorarlo a tu gusto. Giro a la izquierda. El primer
combate oficial que gané decidí hacerme el tatuaje de un tigre
rugiendo en el pectoral izquierdo; muestra mi espíritu en cada
combate y suele recordarme quién soy. Swing de derecha al tronco. El
tigre me costó mis ahorros y dos sesiones cada una de hora y media
de sufrimiento donde una mujer llena de piercings y tattoos dio vida
a mi tigre dibujando sobre el charco de sangre que iba brotando poco
a poco de mi piel.
Pausa. Siento las cuerdas
apoyando mis brazos y me echan agua sobre la nuca. Miro al público
chillando enloquecido y los flashes me ciegan. No encuentro lo que
busco, sigo estando solo yo.
Segundo asalto. El sudor
recorre mi frente. Parada con el antebrazo derecho. El boxeo fue como
una vitamina en mi barrio de Manassa, Colorado. Dos ganchos repetidos
con la mano derecha. Mientras peleo con mi pelirrojo contrincante de
Filadelfia solo puedo pensar en el momento que descubrí que se
estaba tirando a mi guapa y rubia (entonces) novia, una supermodelo
con modelitos caros que reafirman sus curvas. Golpe recto de
izquierda a la cara recibido. Debería darle las gracias por sacar de
mi vida a esa zorra; lo que más le gustaba de mí era mi cartera, un
poco más vacía que la suya.
Pausa. Cojo aire en la
esquina mientras me dan agua y todo da vueltas a mi alrededor. Lo
único que me anima a seguir es la imagen de esa mujer que tiene un
concepto de cuerpo muy distinto al mío, esa profesora de yoga, amiga
de mi hermana, que me dio unas clases para aprender a relajarme.
Tercer asalto. Puede que
en aquel café ella me dijera algo de su extraña filosofía que me
marcara, su carita de ángel o su imperfecto y sano cuerpo tan
diferente al de mi ex lo que me hiciera fijarme en ella, dejando de
lado aquello que siempre he tenido como prioridad. Desvío. Ese
instrumento que ella me enseñó a usar para frenar en una vida donde
hay que desplazarse de forma rápida y ligera dentro del ring.
Encuentro de derecha a la cara y golpe recto de izquierda a la cara.
La veo entrar en el pabellón justo cuando mi “buen amigo” cae al
suelo sin fuerzas. Levantan mi brazo proclamándome campeón del
Torneo nacional. Quizá, mi mayor premio haya sido darme que cuenta
de que hay algo más importante y que, al fin y al cabo, el cuerpo
solo es eso. Un instrumento.
Alicia Salazar
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