miércoles, 26 de febrero de 2014

Boxeo y otros usos para el cuerpo

Choco los guantes. Primer asalto. El cuerpo es uno de los instrumentos más complejos que hay y no importa cuantos observes para conocer el tuyo porque ninguno es igual. Golpe recto de izquierda al tronco. He dedicado mi vida a moldearlo. Desplazamiento hacia atrás. Todo comenzó el día de mi octavo cumpleaños cuando mi padre me llevó por primera vez a su gimnasio y lo vi pelear sobre el ring contra aquel “hombre oso” al que ganó. Hook de derecha. También puedes hacer de él una obra de arte y decorarlo a tu gusto. Giro a la izquierda. El primer combate oficial que gané decidí hacerme el tatuaje de un tigre rugiendo en el pectoral izquierdo; muestra mi espíritu en cada combate y suele recordarme quién soy. Swing de derecha al tronco. El tigre me costó mis ahorros y dos sesiones cada una de hora y media de sufrimiento donde una mujer llena de piercings y tattoos dio vida a mi tigre dibujando sobre el charco de sangre que iba brotando poco a poco de mi piel.

Pausa. Siento las cuerdas apoyando mis brazos y me echan agua sobre la nuca. Miro al público chillando enloquecido y los flashes me ciegan. No encuentro lo que busco, sigo estando solo yo.

Segundo asalto. El sudor recorre mi frente. Parada con el antebrazo derecho. El boxeo fue como una vitamina en mi barrio de Manassa, Colorado. Dos ganchos repetidos con la mano derecha. Mientras peleo con mi pelirrojo contrincante de Filadelfia solo puedo pensar en el momento que descubrí que se estaba tirando a mi guapa y rubia (entonces) novia, una supermodelo con modelitos caros que reafirman sus curvas. Golpe recto de izquierda a la cara recibido. Debería darle las gracias por sacar de mi vida a esa zorra; lo que más le gustaba de mí era mi cartera, un poco más vacía que la suya.

Pausa. Cojo aire en la esquina mientras me dan agua y todo da vueltas a mi alrededor. Lo único que me anima a seguir es la imagen de esa mujer que tiene un concepto de cuerpo muy distinto al mío, esa profesora de yoga, amiga de mi hermana, que me dio unas clases para aprender a relajarme.


Tercer asalto. Puede que en aquel café ella me dijera algo de su extraña filosofía que me marcara, su carita de ángel o su imperfecto y sano cuerpo tan diferente al de mi ex lo que me hiciera fijarme en ella, dejando de lado aquello que siempre he tenido como prioridad. Desvío. Ese instrumento que ella me enseñó a usar para frenar en una vida donde hay que desplazarse de forma rápida y ligera dentro del ring. Encuentro de derecha a la cara y golpe recto de izquierda a la cara. La veo entrar en el pabellón justo cuando mi “buen amigo” cae al suelo sin fuerzas. Levantan mi brazo proclamándome campeón del Torneo nacional. Quizá, mi mayor premio haya sido darme que cuenta de que hay algo más importante y que, al fin y al cabo, el cuerpo solo es eso. Un instrumento. 
                                                   
                                                                                                                                           Alicia Salazar

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