miércoles, 27 de abril de 2016

El perfecto Caos

Cierro los ojos y una sonrisa dibuja mi rostro. Mientras, una ligera brisa de aire fresco agita las ramas de los árboles cercanos y me acaricia con suavidad. El ligero rumor me transporta a algún lugar entre la realidad y el sueño, donde sólo existe el bienestar. Estiro mis brazos y piernas en busca del suave tacto de la verde hierba que forma el inmenso lecho en el que yazco. El sol calienta mi piel de manera oblicua, apenas intimidado por unas pasajeras nubes que recorren lentamente el cielo, haciendo un extraño contraste entre el radiante calor de sus rayos y las frías caricias de la brisa. Desearía quedarme así para toda la eternidad.

Lentamente empieza a teñirse el cielo de naranja conforme el mundo decide darle la espalda al antiguamente venerado astro, haciendo que sus rayos de luz se dispersen gradualmente en la inmensidad de la atmósfera. Lo que antes era una agradable brisa me trae de vuelta lentamente de la ensoñación. Siento como si hubiera pasado una eternidad en ese idílico paisaje, viviendo una realidad alternativa en la que los sueños y los pensamientos se funden con el mundo tangible dando lugar a una extraña mezcolanza de experiencias. Me abrigo y empiezo a preparar un pequeño fuego antes de que anochezca. El fuego, al principio tímido, va creciendo mientras el sol se pone, haciendo cambiar lentamente el paisaje cercano en un juego de luces rojizas y sombras. Me quedo hipnotizado mirando a las insinuantes y cambiantes llamas, mientras observo cómo consumen las ramas secas de abeto. Éstas, se transforman en efluvios gaseosos iridiscentes y cenizas, sustituyendo a la ya cansada estrella como fuente de luz y energía en este momento de necesidad.

Poco a poco, empiezo a divagar sobre la humanidad y esa facultad tan nuestra que nos permite en adaptarnos a cualquier situación. Creo acariciar algún vestigio del sueño previo con forma de vagos recuerdos civilizaciones perdidas en el tiempo y el espacio, maravillosas todas ellas a su manera, y tan lejanas a la nuestra como permite la imaginación. Me pregunto a dónde nos llevará el futuro, si llegaremos a otro planeta o quién sabe si a otra realidad.

Mientras mis pensamientos se elevan en el cielo, los cuerpos celestes, en forma de constelaciones imaginarias, pelean por brillar en él. Lentamente unas desplazan a otras, girando en el cielo, mientras en mi relativa quietud sé que no es así. La infinidad está ante mí. Observador privilegiado, girando a descomunales pero imperceptibles velocidades, pegado a un pequeño trozo de materia que asegura existencia y tranquilidad. Al menos durante un periodo, suficientemente dilatado como para desarrollar una consciencia, y suficientemente breve como para que el universo continúe, inmutable, en su esplendor. Ni siquiera un rasguño en la dura roca de una inmensa montaña.

Lo que antes eran fuertes llamas ahora son sólo brasas. Me quedo fascinado con la perfecta idea de un todo, rítmico y ordenado. Girando, expandiéndose y cambiando sin parar, abocado al eterno reposo algún día muy lejano, que para mi existencia se acerca a la eternidad. El más arcaico y magnífico baile que ha habido y que habrá. Baile en el que todos somos mejores o peores partícipes, incluido el más torpe bailarín. Hasta el más aislado desorden tiene una causa y sigue una pauta y... ¿no sería un caos perfecto nada sino otra manera distinta de ordenar?

La ensoñación vence mi apenas ligera resistencia a imaginar. Me transporto otra vez a esos otros universos irreales pero quién sabe si posibles, y floto entre una y otra realidad. Así, pasan poco a poco las horas hasta que me despierta el alba con suavidad. A mi lado, las cenizas de la noche ya frías me indicándome que es hora de regresar. Me espera la lenta rutina de la vida en sociedad, tan compleja como la hemos podido construir y apuntalar. Una pequeña gran distracción que nos hace estar ocupados en algo más que sobrevivir y pensar en qué habrá más allá. Detrás de mí, el sol empieza a brillar con fuerza, renovado sin ni siquiera haberse echado a descansar.

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