viernes, 24 de febrero de 2017

Este maldito frío

Poco a poco, empezó a despertar. Trató de resistirse, cerrando fuerte los ojos y haciendo un ovillo de su cuerpo, intentando combatir el frío. Todo fue en vano. Lenta e inexorablemente, como si pudiera suspenderse en su lenta caída hacia la realidad pero un peso le arrastrase, tomaba conciencia.

En aquel estado, ajena todavía a los problemas de la rutina, del día a día, del tiempo y, en fin, de la vida misma, estaba en paz. Sentía, con una certeza implacable, que mientras no abriese los ojos no existiría. Que su cuerpo y sus banalidades, desconocidas entonces e inertes en su ausencia, se perderían en el inagotable tiempo.

Tenía ante sí una gran decisión, ¿cedería al obstinado deseo de vivir, o se atrevería a postergar la serena placidez del olvido?, ¿conseguiría, mediante un inofensivo y despreocupado suicidio de la conciencia, el irreal bienestar que nos ansiamos imponer pero sólo podemos soñar?

Tal hamletiano dilema le permitió posponer la sentencia hasta que cada parte hubo desarrollado todo su discurso en aquel quimérico proceso. Mas cuando el introvertido soliloquio llegaba a su auge, extendiendo la idea de la existencia parcial en la propia vida, con porciones de ésta latentes, pero dormidos y, a objetos prácticos, inexistentes, despertó.

Con una vigorosa convulsión y una bocanada de aire, se estrelló contra la realidad. Recuerdos, sentimientos y demás cargante bagaje saturó su hasta entonces libre cerebro. Mientras lloraba lágrimas secas, intentaba rememorar y buscaba una manera de calcinar, u olvidar, ese maldito frío que no le deja.

M E L O

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