jueves, 2 de febrero de 2017

Párate.

Aún recuerdo ese día como si estuviera pasando ahora. Lo peor es que fue hace mucho mucho tiempo, pero mi mente aún no ha logrado borrarlo de la superficie y meterlo en un saco de situaciones que no duelen,
 no tanto como podrían.

Recuerdo que esa noche estaba teniendo sueños muy confusos, de esos en los que se entremezclan un montón de personas, situaciones y lugares que sabes que en la vida real sería físicamente imposible. Recuerdo como la noche anterior me acosté pensando en las mil y una cosas que me quedaban por hacer en la vida o al día siguiente, 
que a veces son lo mismo.
Pero todo esto daba igual. Lo peor vino cuando me desperté.

Tenía todo el cuerpo inmóvil.

Pero mi mente estaba a mil por hora.

En lo que fueron segundos u horas, no lo sé, vi cómo mi vida estaba pasando en un tren que yo no alcanzaba a subir. Y aunque me metiera en los vagones, tampoco podía acceder a los mandos. Todo lo que había vivido hasta entonces estaba a manos de un montón de personas, desde mis padres hasta economistas americanos pasando por psicólogos freudianos y escritores de sangre. Nadie era yo. Yo solo podía mirarles, gritarles o insinuarles, 
pero nada iba a cambiar.

Esto me recordó a cuando, de pequeña, soñaba que me perseguía un fantasma que no podía ver.

¿Qué había cambiado? Que ahora sí sabía quién estaba detrás de todas las decisiones que yo no pude tomar por mi propio pie. 
Detrás de todas las acciones que no pude hacer con mis propias manos, o sí, pero no con la libertad del ser humano. Esa que aún cuestionamos. Es que yo defiendo fervientemente.

Así, fueron pasando por mi mente todas aquellas cosas de las que aún me arrepentía con creces. Que no había podido reparar. Esa sí era una lista de cosas importantes y no acabar los trabajos o intentar sacar mejor nota en el siguiente examen.

Lo importante era que yo podía saber que no había sido libre y, sirivera o no de justificante, ahora ya podía estar mucho más atenta a mis siguientes pasos. 

Pasos... 

Mis pies ya podían moverse en ese momento. Bueno, en realidad todo mi cuerpo.

Ahora entiendo por qué mi cuerpo decidió pararse en ese momento, quería escuchar lo que mi conciencia llevaba muchos meses diciéndome en forma de desasosiegos y preocupaciones excesivas,
manías,
lloros a deshora,
risas a desmano...


Quería escuchar lo que mi conciencia tenía para contarme y quería que yo también lo oyera. 

(Sí, sería más bonito hablar del subconsciente, pero si sale a flote ya no está por debajo.)


Neko

No hay comentarios: