Los buitres llegaron hace casi diez años, aunque
parece que hubiesen estado allí toda la vida. En realidad, creo que realmente
es así como pasó; pero que no fuimos capaces de darnos cuenta hasta que
realmente las evidencias cayeron por su propio peso. Y, con ellas, cayeron
también normas morales y pilares fundamentales de nuestra educación.
Sería difícil explicar si, desde que los buitres
se instalaron en lo más alto, las cosas han mejorado o empeorado; ellos se
limitan a expresar que, éstos, son solo comparaciones. Y no existe la
objetividad comparativa. Lo que sí sabemos con toda certeza es que los buitres
son destructivos, jamás construirán nada de las ruinas, aunque sí nos permitan
hacerlo a nosotros. La pregunta es, ¿alguien querría hacerlo tras ver de quién
serán pasto los sueños?
Ellos solo exigen sus diezmos.
Con ellos cayeron los dioses, los igualaron uno a
uno hasta hacerlos tan banales que se deshicieron con un simple soplo de la
cordura. Tras ellos, hubo terremotos sobre toda la superficie, agrietando lo
más profundos dogmas establecidos, dejando entrever las raíces de una sociedad
corrompida. De allí abajo surgieron monstruos: fantasmas de un pasado que ya
creímos vencido, demonios hasta ahora invisibles a nuestros ojos y dragones que
avecinan futuros inciertos. Con ellos, hidras de cien cabezas inmortales se
enroscaron a nosotros, susurrándonos si la verdad merecía tanto la pena. Los
buitres no protegen todo aquello, simplemente es la consecuencia natural de los
desastres provocados, al fin y al cabo, nunca defendieron un ideal; solo
quisieron destruir cuantos teníamos.
Finalmente, la brújula del bien y del mal se
volvió loca. A partir de entonces, la flecha siempre nos señaló a nosotros,
recordando que no existe juicio supremo que determine una ética global. Ahora
los buitres lo son todo y, lo peor, es que ellos no son nada. Los buitres tan
solo me regalaron dos ojos. Uno con el que desaparecieron los cuentos que nos
engañaron y otro con el que ver las verjas que no nos hacen ser libres.
Los buitres aniquilaron la ignorancia que nos
hacía felices. Nos quitaron las perdices en los finales, las mitades a nuestras
naranjas, las palabras a nuestros rezos, los cimientos a nuestra azotea, por la
que ahora nos vemos caer; sabiendo que, al final, acabaremos siendo alimento
para los buitres, porque decidieron desvelarnos que nada escapa a su voraz
apetito carroñero.
Drizzt Beleren
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