Recuerdo haberte hablado de Fermi y su paradoja
una noche de primavera. Lo hice como respuesta a una de tus preguntas mientras
intentabas cazar las estrellas con las manos. Querías saber si alguien allí
afuera querría saber de nosotros, o acaso no éramos lo suficientemente
significantes como para suscitar la mínima atención. Te conté que Fermi se
preguntaba por qué no habíamos logrado contactar con otros seres que habitan
más allá del umbral del cielo si, años antes, Drake había propuesto una
ecuación por la cual el número de éstos debía ser inmenso. Una de sus
respuestas era que el resto de civilizaciones habían conseguido desarrollarse
tanto que habían acabado aniquilándose a sí mismas. Entonces tú te mostraste
intranquila y en voz baja, como todas esas veces que decías en alto un
pensamiento del que te avergonzabas, susurraste que quizás los seres humanos
éramos como galaxias, que cubiertos por sus propios miedos viven a años luz y,
tal vez, jamás llegásemos a contactar de verdad entre nosotros; que jamás existiría
un amor lo suficientemente fuerte como para durar toda la vida, porque
acabaríamos aniquilándonos entre nosotros, para que todos nuestros recuerdos no
fuesen más que pólvora estelar en el infinito.
Entonces te besé y te dije que no perdieses la
esperanza, que quizás la ecuación de Drake estaba errada; que, quizás si
reajustábamos los parámetros, nosotros podríamos llegar a ser lo que convierte
las paradojas en simple matemática.
Hoy, tras una llamada a deshora y la posterior
reunión entre caos y las lágrimas, acabamos llegando a esa conclusión que
sabríamos que un día nos acabaría engullendo como castigo por jugar a ser
dioses. Recuerdo habernos mirado a los ojos a través de la borrosa lluvia que tan
solo percibían nuestras pupilas, ajenas a la mañana de agosto que había
amanecido para el resto de la ciudad. Tú no parabas de repetir que ya lo habías
previsto. Que el fracaso estaba destinado desde el momento en que empezamos a
formar parte de esto. Pero yo, que creí en nosotros, te animé a pensar que
todos los parámetros, esta vez sí, encajaban. Ahora tan solo podemos recoger
los fragmentos que restan de los cuadernos de bitácoras, en los que aún quedan
los versos que violaron las leyes de la física.
El experimento ha fallado. La hipótesis era incorrecta.
Drizzt Beleren
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