Hoy, abro los
ojos... Y me miras. Pero no estás aquí a mi lado, sino un poco bastante
demasiado no sé decir cuántos kilómetros más lejos.
Antes de despojarme
de unas sábanas que no retienen tan bien el calor como tú, soy capaz de revivir
aquella noche en la que sí estabas,
abrazándome.
Y aun soy capaz de
recordar qué tacto tenía tu piel, tu pelo y hasta tu sonrisa.
Poco a poco, consigo
desprenderme de tu cuerpo y sigo mi camino. El café no me sabe tanto a ti pero
una vez voy a peinarme, el espejo me enseña imágenes de un baño que,
hoy, también está lejos. Soy capaz de vislumbrar unos brazos que me rodean y
que juegan a ser mejor que los míos en el arte del cepillado. También está ahí
tu sonrisa.
Consigo acabar de
ordenar mi pelo yo sola, sin que nadie juegue con él como si fuera una montaña
rusa. Pero, cuando salgo a la calle, el olor a niebla recién cortada me vuelve
a llevar a otro lugar, no tan lejos como el anterior. El paisaje se difumina pero en mi nariz hay una explosión de sinsentidos donde se entremezclan la tierra mojada,
la niebla,
tu suavizante,
y ninguna colonia. No te hacía falta. Nunca te ha hecho falta.
Antes de darme
cuenta, ya estoy montada en mi nuevo mp3 y en mi mundo de canciones perfectas,
que me consiguen abstraer hasta que suena Amaral... Y entonces...
Entonces por fin
aparece tu voz intentando entonar esa canción que dice: "Rock and Roll
para ser libres, como el viento". Te daba vergüenza e intentabas hacerlo por lo bajo pero, aun así, esa entonación me llegó hasa el alma. Como lo hace ahora, en mi recuerdo.
Cuando creo que he conseguido centrarme en la voz de Eva y dejar de rememorar la tuya, mi mente ya se ha puesto a divagar de nuevo. Esta vez me lleva a un tiempo mucho más lejano, de cuando la mente era un interrogante casi cerrado. Por aquel entonces una profesora nos preguntaba: "¿Qué es la memoria? ¿Dónde se enuentra ubicada? ¿Por qué recordamos unas cosas y otras no...?"
Y entonces, solo entonces, tengo uno de esos preciosos y precisos momentos de lucidez mental. Sí, esos en los que hay mil ideas uniéndose en un conjunto de orden y lógica que, poco después, se torna difícil de verbalizar. Aun así lo intentaré.
Empiezo a entender que puedo oírte, sentirte e incluso olerte gracias a un cúmulo de sustancias que en esos días se agolpaban en determinadas regiones cerebrales y que, gracias a dormir, pudieron migrar hasta otras regiones que ahora se activan ante mis pensamientos sobre ti. Porque mi pensamiento también activa una región muy cerca de la anterior y entonces hace una conexión y me permite que yo...
- ¡Ay!
(Me he tropezado)
Mi cerebro para de pensar y solo se centra en esa situación de peligro real e inmediata.
Y entonces, ¿qué pasa? Viene la navaja de Ockham y me raja las ideas en mil pedazos.
Y es solo entonces cuando me doy cuenta de que por mucho que me vaya al grano más ínfimo de mi cerebro no voy a encontrar la respuesta a todo esto que estoy viviendo,
contigo.
Soy yo, entera y verdadera, la que hace que esos recuerdos no mueran. Porque no quiero. Porque quiero revivirlos una y otra vez, como una forma de darme calor a mí misma en un invierno inmoral y antisentimental. Como una forma de protegerme del vendaval.
Soy yo,
y nadie más,
y nada menos,
la que es capaz de evocar en tan poco tiempo un cúmulo de emociones de cuyo vértigo aun no me he podido reponer.
Y sí, dentro de mí hay sustancias. Pero por mucho que los científicos se empeñen en diseccionarme en mil sustancias, ninguna de estas tendría forma de recuerdo si yo no hubiera estado allí para crearlo.
Y, ya, finalmente, antes de abrir la puerta del trabajo viene mi último recuerdo. Soy yo, con 16 años, debatiendo con otro escritor de la vida y de la ciencia. Entonces, le inentaba convencer de esto mismo pero con unas palabras más torpes. Le intentaba tratar de explicar que la ciencia no se puede separar del hombre. Que nace dentro de nosotros y que es estúpido intentar considerarlo una entidad diferente, independiente. Todos somos ciencia, memoria, regiones cerebrales, sustancias.
Al entrar al trabajo no me olvido de todo esto, simplemente genero un nuevo recuerdo cargado de miles de sensaciones.
Me encanta el cerebro y quien lo contiene.
Neko
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