domingo, 4 de diciembre de 2016

El principio de mis incertidumbres


Te lo digo de verdad, soy luz. Te estás riendo, sé que no me crees. Pero me gustaría que parases el tiempo para detenernos en este compás, que baila al son de la marcha fúnebre en honor a alguna estrella, y me digas qué es lo que buscaste en mí.

Querías un príncipe que ocupase el trono vacío que mantienes intacto. Un trovador que inventase un universo paralelo a la desidia que crea esta grisácea realidad, cuyo constante caer es el continuo que mantiene nuestra existencia, para arroparnos con un cielo centelleante en el que el tiempo no vacíe nuestros pulmones de oxígeno. ¿Te acuerdas? Yo era el maniático del orden que alumbraba tus primeros parpadeos porque, insisto, soy luz. El que tenía una hipótesis para hilar las acciones y consecuencias de nuestros días que, casi siempre, conseguía que tuvieran un final feliz.

Y ahora, en un ejercicio más de tu viaje temporal por aquello que distorsionamos a placer para poder dormir, te invito a que leas los latidos que te hicieron diseñar los algoritmos que tejiste para que llegase hasta ti. ¿No fui acaso tu producto a medida? Aquello que satisfizo todos los huecos vacíos de tu encuesta a rellenar, de esas que van a gusto del consumidor. Un experimento mal diseñado del que, ahora, puedo iluminar sus errores; porque te lo he dicho, soy luz.

 Yo soy luz y tú, la observadora ingenua que creyó ver en mí la respuesta que su mente programó con anterioridad. Sí, soy el poeta que quisiste en tu colección de sueños por cumplir. Acertaste, enhorabuena. Pero se te olvidó mirar debajo de la cama antes de creer que podrías tacharme de tu lista tan fácilmente. Y es que también, si lo hubieses buscado, habrías encontrado en mí al portador de mis propios demonios, que por la noche me desvelan recordándome constantemente las incoherencias de los segundos que no dejan de desprenderse de ese retrato que cada día va a peor. Soy al que encontraste donde esperabas que estuviese, porque el miedo siempre me ganó y pasé toda mi vida acobardado en el mismo rincón, creyendo que tan solo molestaría (por eso de que soy luz).

Y creíste encontrar en mí la onda con la longitud exacta, esa que excitase tus estados fundamentales hasta allí de donde no es posible regresar. Por ello hiciste todo lo posible para demostrar que me propagaba solamente en movimiento ondulatorio, lo que tanto ansiabas encontrar, olvidándote de que soy luz; olvidándote de que también soy partícula. Porque sí hubieras querido habrías podido encontrar en mí esa partícula que tanto tendías a evitar. La que se hunde entre lo mundano de los días y se pierde en la inmensidad del universo. La que marca el límite de lo que puedes correr, porque es imposible huir más que yo. La golpeada por todos, la evitada por el resto.

El secreto es que depende del ojo que guiñes para apuntar hacia mi corazón. A veces onda, a veces partícula. Pero te lo diré por última vez: Soy luz. Por lo que, hasta que no abras ambos ojos y te atrevas a mirarme, a asumir mi dualidad, no comprenderás que no soy ni onda ni corpúsculo, sino luz, y que no me comporto bajo las leyes de tus deseos.

¿Lo has comprendido? ¿En serio?

Ahora el problema va a ser, cómo explicarte que mi yo-partícula se ha enamorado de ti y de cada una de tus imperfecciones.

Drizzt Beleren

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