lunes, 19 de diciembre de 2016

Apoptosis

Miro los aparatos que me mantienen torpemente aferrado a lo poco que me queda de vida. Tubos que proporcionan el aire, el sustento y la calma a mi cuerpo, como extrañas raíces de un extravagante árbol de piel pálida. Intento ayudar, reuniendo la fuerza necesaria para seguir consciente, pero apenas eso consigo.

Mi conciencia se diluye entre ensoñaciones en las que caras conocidas y desconocidas bailan una extraña danza a mi alrededor. Sé que están mis hijos, aceptando mejor o peor que me voy a morir dentro de poco. También mis nietos, que entienden peor todavía esta situación que empaña de oscuro su despreocupada infancia. Me gustaría decirles tantas cosas, pero el tiempo se desvanece en una vorágine que mezcla salvajemente realidad, recuerdos y sueños. Hay momentos que consigo salir a la superficie de este espeso y violento mar, para dar una señal de que todavía existo más clara que apretar la mano que sujeta la mía. Pero mis palabras salen a flote ya náufragas de toda coherencia con el mundo real, perdiéndose en una nube de funesto ruido que sólo yo llego a oír.

Palabras cargadas de arrepentimiento, pues al fin y al cabo la vida es todo lo que acabamos viviendo, y no lo que nos hubiera gustado vivir. Errores mezclados con aciertos, dependiendo de la perspectiva, y ese sabor agridulce de saber que hiciste lo que creías mejor entonces, pese a la equivocación. Me adentro aleatoriamente en recuerdos como si de sueños vívidos se tratasen. Veo nuevamente personas que creí ya olvidadas con una sorprendente nitidez, recordándome esas partes de mi vida que el tiempo enterró bajo capas de polvo.

Intento cambiar esos recuerdos paralelos a la existencia, pero al final acabo siendo obligado a tomar las mismas decisiones. Hasta los más felices recuerdos se tornan amargos cuando el tiempo me recuerda que los abandoné hace mucho ya. Maldigo el día que me dejé seducir por la idílica idea de hacer progresar la humanidad a través del conocimiento. Idea que se transformó en la vocación de mi vida, que absorbió todo lo que yo podía ofrecer y que consiguió alejar la mejor compañía que habría podido soñar. O quizá al final fui yo en mi obsesión. Décadas después, cansado, solo, y con las manos más ligeras de lo que me prometí a mí mismo, era demasiado tarde.

Sacrifiqué lo bueno que me ofrecía la vida por una ciencia que ahora intenta salvarme. Pero sé que la ciencia no hace milagros. Miro alrededor y comprendo que ya no va a aparecer. Me hubiera gustado verla, aunque fuera con una mirada triste cargada de rencor. La indiferencia es peor. Mi mirada se detiene sobre unos ojos extraños que no reconozco, vidriosos detrás de mi cama. Intento hablar pero me fallan las fuerzas. Mi tiempo se acaba, pero habrá otros que vivan un poco más y algo mejor. Quizá al final sirvió para algo. Quizá mis n

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M E L O

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