miércoles, 30 de noviembre de 2016

Cambios

Noté la característica tracción mientras el tren comenzaba a moverse perezosamente sobre las vías. Tuve que contenerme para no aplaudir, ya que había arrancado con unos cuantos minutos de retraso, como era costumbre en aquel lugar. Formaba parte de su particular encanto. A medida que el tren avanzaba, empecé a sentir la chispeante emoción que me desbordaba siempre antes de un viaje. Tenía el estómago como una pelota, el corazón a mil y las piernas flojas. Me encantaba esa sensación. La necesitaba, de vez en cuando. Para calmarme un poco, me acomodé en el asiento y apoyé la cabeza suavemente en la ventana.

Pensé en lo que dejaba atrás, cada segundo que pasaba, a una mayor velocidad. Pensé en todos vosotros, en las sonrisas, las charlas, los besos, las cervezas, las bromas.  Me acordé también de ese último relato que había escrito antes de partir.

El tren continuaba su camino, con su característico traqueteo, que para mí era casi un masaje. Un murmullo de voces era apenas audible. Era de noche y mucha gente dormía. A mí se me cerraban los párpados, pero no conseguía conciliar el sueño.

Pensé en lo que me esperaba al final del viaje, que se acercaba muy rápidamente. Pensé en las oportunidades, los viajes, los cambios, la aventura, la gente. Me acordé también de que me encaminaba sola hacia todo ello. Sin ti.

Miré por la ventana, y allí estaban. Desparramadas por el cielo como si a alguien se le hubiera caído una bolsa de pequeños diamantes. Diminutos puntos blancos destellando contra el cielo oscuro. Brillaban silenciosamente, como si me vigilaran. Como si nos vigilaran a todos. El mundo se movía rápidamente, pero ellas seguían allí, mirándonos impasibles, ancladas a la negrura, titilando. Y eso siempre me tranquilizaba. Aunque estuviera viendo el resplandor de algo que podía llevar apagado mucho tiempo, eso no importaba, lo importante era que aún ahora podía sentir su luz. Fuera a donde fuera, en todas mis múltiples idas y venidas, su brillo me llegaba. Algo inmutable en una vida siempre cambiante.

El tren se detuvo con un frenazo chirriante. Había llegado a mi destino. Me estremecí. Empecé a recoger mis cosas con parsimonia, alargando el momento de salir. Caminé tambaleándome bajo el peso de mi enorme mochila hasta la puerta, y descendí hasta el andén. Miré hacia arriba por última vez antes de que la contaminación de la ciudad lo borrara todo.


Desde el cielo, Deneb me devolvía la mirada. 

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