Vuelven las noches de insomnio, en las que la luz
de una humanidad temerosa de sus propios fantasmas crea los sueños más bellos.
Regresan los días de eclipses, de retorcidos acertijos que ocultan los miedos
de la razón tras esa luna que esconde las vergüenzas de un caprichoso sol.
Cae la lluvia en este desierto, que es mi mente,
en donde tiendo las ideas para que, empapadas, caigan al suelo y aprendan solas
a caminar; y allí estaré yo, rezando a ningún dios para abrazarlas y enseñarles
a volar. Ideas de caos simétrico perfectamente organizado, teorías que miden
las vidas que perdura un beso, ecuaciones que despejan las dudas que recorren
ese reloj que no para de correr.
Y volverán mis demonios a acechar la puerta de un
corazón que, ajeno a la termodinámica, se va deshaciendo poco a poco en este
invierno de sinsentidos que congela todo para hacerlo más frío; para alejarlo
cada vez más de mí. Yo, mientras, seguiré buscándole a esta vida el significado
que no hallé entre las entrañas de mis propios temores, que diseccioné durante
años oculto en mi propio universo.
Tal vez me sobraron los versos camuflados en una
prosa represiva, ante el foco de los que nunca se atrevieron a saltar. Por eso
remuevo los hilos que cruzan el vacío, para poder alterar esta realidad a
placer, y vivir allí donde huele al aroma de tinta sobre el silencio.
Ahora enhebro las fibras de los sueños que jamás
llegaron a despertar, pero que crecieron fuertes al cuidado de la soledad. Voy
tejiendo las constantes que gobiernan sobre el absurdo de mi conciencia, que
vuela un poco más alto que las fronteras de los estados (de ánimo).
Drizzt Beleren
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