jueves, 24 de noviembre de 2016

Trasfondo y Antecedentes

Al contrario que la mayoría de los entes que pueden llegar a poblar el cosmos, yo no germiné de golpe. Nací poco a poco, como el sosegado amanecer de una fría mañana sin sol. A veces creía tener forma y me desperezaba, pero poco después volvía a mi liviano letargo. Esos periodos de existencia se asemejaban a ensoñaciones, irreales y efímeras. Estas ilusiones llegaban a ser frecuentemente idílicas e incluso gratamente absorbentes.

Y cuando soñaba, escribía. Como cualquier bestia que no sabe vivir sin respirar. Pronto, vulgares desdichas comenzaron a ahogar mis visiones. Y cuando empecé a tener consciencia de ello, empezó a costarme. Es sorprendente el esfuerzo que necesita hacer algo a propósito que naturalmente haces sin pensar. Pero poseer consciencia también me encaminó a un mayor dominio. Lo que expresaba tenía más profundidad, y más matices. Podía dirigirlo hacia donde yo deseaba para reflejar algo que comenzaba a surgir dentro de mí. Estaba iniciando mi despertar.


El cielo que acogió mi nacimiento se volvía plomizo gris. Conforme empezaba a tantear las pequeñas realidades que componen el firmamento, éstas perdían la fascinante magia de la ideal fantasía. Como bofetadas sentía las frías gotas de realidad que salpicaron mi nonato rostro años ha. Comenzó a tronar y a tronar, y no cesó
en mucho, mucho tiempo. Pensé que no lo resistiría o que no habría fin, pero me equivoqué. Y una vez despierto, helado y empapado, comencé a darme cuenta. Ahora tenía todo sentido, un lúgubre y abismal sentido. Me di cuenta de que la explicación a todo era una reformulación de la propia incógnita. Mis sueños murieron en aquella tempestad y yo, de pie frente al gélido universo, empecé a vivir. Y a escribir de verdad.
M E L O

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