19 de Abril de 1999. El silencio abraza la fría
noche de esta extraña primavera en la que las flores no nacen, los pájaros no
cantan y las espinas se clavan en lo más hondo del pensamiento. La gris bruma
que esconde al sol de su vergüenza hace monótonos los segundos, haciendo caer
la eternidad sobre mi pecho, sin dejarme casi respirar. Mis manos, inquietas, se
aferran con resignación a la suave sábana que nos acoge, por vez última, en
esta estafa que llaman amor. Años reciclados, paisajes abandonados y lágrimas
que de nada sirvieron. En cuanto suene el despertador atravesaremos la
frontera, para ser dos fugitivos que huirán en direcciones contrarias, para que
nunca nos vuelva a encontrar aquello que nos unió; aquello que nos dio lo más
maravilloso de nuestras vidas y, a su vez, lo peor. Las paredes se pintan del
aroma de tus pupilas, grandes e infinitas, que intentan dormir en cada
parpadeo. Tu rostro mantiene los surcos que crearon lágrimas de rabia y las
heridas que causaron los cristales de los sueños rotos. El presente es ahora el
golpear del tiempo contra nuestros cimientos y, en la oscuridad de nuestra
conversación, busco una vez más tu mano para conservar por siempre tu tacto
rugoso que me impedía caer al vacío y, que ahora, me arroja desnudo desde el
infierno a un mundo frío y cruel.
Mientras, mi cerebro, no para de sonar. Llamadas
perdidas en el mar de la razón, que hoy, no responde. Está ocupada buscando en
el pasado la mirada que me hechizó, los efímeros besos bajo la lluvia y la
figura de tu cuerpo cuando dejábamos las ventanas abiertas. Y es ahí entre esa
maraña de sentimientos, cuando oigo a gritos los porqués de mis huidas a
ninguna parte, los puñetazos contra mi corazón y todas las veces que callé. Soy
el espectador del huracán que arrasó nuestras vidas, de cómo fuimos rompiendo
con rencor las imágenes de nuestro pasado, de cómo lo has sido todo y ahora
serás nada; un suave recuerdo sobre el que dormir las noches frías como esta.
Estiramos el guion de una mala comedia, fuimos el juguete roto de una novela
rosa, las palabras perdidas en la película muda que nuestras manos interpretan
ahora antes de la llamada del sol; nuestro negro final.
Tan solo te atreves, con tu tímida y cálida voz,
a decir aquella frase que tantas veces nos unió, que tantas veces nos mató;
causa de tanto bien y de tanto mal, que hace que te quiera volver a besar y, al
mismo tiempo, matar.
“Que sea cierto el jamás”
Drizzt Beleren
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