jueves, 19 de febrero de 2015

1999

19 de Abril de 1999. El silencio abraza la fría noche de esta extraña primavera en la que las flores no nacen, los pájaros no cantan y las espinas se clavan en lo más hondo del pensamiento. La gris bruma que esconde al sol de su vergüenza hace monótonos los segundos, haciendo caer la eternidad sobre mi pecho, sin dejarme casi respirar. Mis manos, inquietas, se aferran con resignación a la suave sábana que nos acoge, por vez última, en esta estafa que llaman amor. Años reciclados, paisajes abandonados y lágrimas que de nada sirvieron. En cuanto suene el despertador atravesaremos la frontera, para ser dos fugitivos que huirán en direcciones contrarias, para que nunca nos vuelva a encontrar aquello que nos unió; aquello que nos dio lo más maravilloso de nuestras vidas y, a su vez, lo peor. Las paredes se pintan del aroma de tus pupilas, grandes e infinitas, que intentan dormir en cada parpadeo. Tu rostro mantiene los surcos que crearon lágrimas de rabia y las heridas que causaron los cristales de los sueños rotos. El presente es ahora el golpear del tiempo contra nuestros cimientos y, en la oscuridad de nuestra conversación, busco una vez más tu mano para conservar por siempre tu tacto rugoso que me impedía caer al vacío y, que ahora, me arroja desnudo desde el infierno a un mundo frío y cruel.

Mientras, mi cerebro, no para de sonar. Llamadas perdidas en el mar de la razón, que hoy, no responde. Está ocupada buscando en el pasado la mirada que me hechizó, los efímeros besos bajo la lluvia y la figura de tu cuerpo cuando dejábamos las ventanas abiertas. Y es ahí entre esa maraña de sentimientos, cuando oigo a gritos los porqués de mis huidas a ninguna parte, los puñetazos contra mi corazón y todas las veces que callé. Soy el espectador del huracán que arrasó nuestras vidas, de cómo fuimos rompiendo con rencor las imágenes de nuestro pasado, de cómo lo has sido todo y ahora serás nada; un suave recuerdo sobre el que dormir las noches frías como esta. Estiramos el guion de una mala comedia, fuimos el juguete roto de una novela rosa, las palabras perdidas en la película muda que nuestras manos interpretan ahora antes de la llamada del sol; nuestro negro final.

Tan solo te atreves, con tu tímida y cálida voz, a decir aquella frase que tantas veces nos unió, que tantas veces nos mató; causa de tanto bien y de tanto mal, que hace que te quiera volver a besar y, al mismo tiempo, matar.

“Que sea cierto el jamás”



Drizzt Beleren

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