Dos letras eran. Flotaban en el
limbo de las historias no contadas, los pecados inconfesados y las verdades a
medio decir. Allí donde no pasaba nada, probaron suerte en alguna que otra página,
pero nunca le encontraron el sentido. Rodeadas de trazos insulsos, esperaban
encontrar la salida.
Dos letras eran y, de repente, el
Big Bang. Un libro que empieza. Al principio, se encontraron en un par de
frases rebosantes de curiosidad. Se volvieron a cruzar, como por casualidad, en
vocativos que hablaban de dejarse llevar. Se empezaron a encontrar tan a menudo
que crearon expresiones desconocidas para ellas y hablaban de amor a todo aquel
que quisiera escucharlas. Formas, colores, emociones… juntas podían vencer
cualquier barrera, lo podían todo.
Dos letras eran y, sin embargo, no
siempre tenían cabida en las mismas palabras. Así comenzaron las
interjecciones. Una arañaba con interrogantes; la otra arrojaba exclamaciones. Las
que habían bailado y brillado convirtieron los títulos en notas al pie. Ellas,
que creían dominar el arte de la conjunción.
Dos letras eran y, sin esperarlo, un
punto.
Djalí.
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