Hoy me
atrevo a fantasear, a huir de este mundo serio y a soñar con tus manos. Esas
que no eran serias si no que se reían de la vida y de mis curvas, que le hacían
gracia mis pecas y que se atrevían a trazar entre sus pinceles restos de
orgasmos llenos de vida y de complicidad, mucha complicidad.
Tus manos… Esas
manos de artista, un tanto desgastadas y siempre llenas de marcas, de algún
resto de alguna puta que te intentaba vender fantasías. Pero tú no te dejabas.
Tú solo te permitías el lujo de soñar entre mis miradas, entre mis preguntas de
niña inocente que te retrataba al milímetro. Fui la única capaz de definirte y
de no dejarte sin un duro, porque de ti no buscaba tu materialidad sino tu
alma, no buscaba tus obras de arte sino que me hicieras a mí una de ellas.
Quería desangrar de ti cada uno de los ápices de tinta entramada entre mis
risueñas marcas y que mis nervios no fueran si no destellos rojos y azules de
un mapa que tú querías descurbrir.
Nunca te
dejé. Y tú, pobre tonto, solo pensaste que era porque no te quería. Si no te
quería… No sabes lo que en la distancia te amé. Pero yo, entonces, solo buscaba
un poco de protección mental. Solo buscaba no encontrar en nadie nada que se
pareciera a mí. Y tú, loco de la vida, artista, tan diferente de mis
perfecciones, mis costumbres cuadriculadas que me hacían evadirme de mis
costumbres eras las vía de escape más fácil sobre la que protegerme. Pero no
solo acabé herida de ti, sino de mí contigo, de los dos, de lo que fuimos entre
noches fugaces, de lo que compartimos entre restos de flashes, alcohol y sal.
Mucha sal. Y mucha ficción.
Neko
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