El golpe de las manecillas del tiempo comprime
los segundos frente a tus ojos y se escapa de mis dedos el olor de tus
pensamientos. En la armonía de tu sonrisa encuentro la lluvia de latidos que
acosan a mi corazón. Y son tus labios, que finamente dibujan el color del amor
a trazo suave, los que difuminan el ayer y el mañana en el mismo lienzo. Lienzo
blanco de tierno rubor iluminado por tu mirada fugitiva en lo eterno de la
noche, con las estrellas guiando nuestros ciegos pasos que tropiezan en la
mejor de las caídas, haciendo rodar nuestros cuerpos encontrando el sentido de
nuestras vidas. Y es ahí, en el sudor que escapa de tu espalda, en el placer de
tus caricias, en la tormenta incansable de tus besos, cuando realmente
comprendo dónde se encuentra el arte del amor.
Tu rostro dormido, cubierto por el primero de
los soles del día, es el retrato de mis amaneceres; tus besos improvisados, dispersos
como corcheas tendidas, son la sonata de mis andares y tus “te quieros”
dibujados con inocencia, son el poema que jamás llegué a completar y que ahora
desdibujo aquí para expresar el áureo dibujo que se perfila en mi destino.
Drizzt Beleren
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