domingo, 22 de febrero de 2015

Arte, artista y caos

Se despierta en la oscuridad del estudio y busca a tientas el interruptor que le saque de las tinieblas. Sus manos van tocando objetos que podrían contar historias, unos papeles de contenido inexpugnable arrugados por el orgullo, una funda de condón destrozada por el ansia, un lapiz quemado por el hastío... hasta que hacen tambalear y caer una pequeña botella de vidrio anaranjado que quizá había sobrevivido más de lo que cualquiera esperaría. Restos de cerveza, colillas y cristales se mezclan con la caótica suciedad del suelo. Acciona el interruptor varias veces sin éxito, hasta que el toque ligeramente aromático del olor del aire le saca de su espeso despertar y le recuerda que había tenido que usar una de esas velas baratas con olor a frutas del bosque para poder ver algo la noche anterior. Nunca había tenido bombillas de repuesto, y la que había en la pequeña lámpara había sido la última dejar de brillar.
Las manos le tiemblan y son las 5 de la mañana. No sabe qué le ha despertado pero tampoco le importa mucho. Cuando vives en una vorágine constante lo que menos te importa es la hora que es. Busca en varios pantalones vaqueros que descansan en posicion grotesca en el suelo su mechero, antes de darse cuenta que todavía lleva puesto el de ayer (y anteayer). El último inquilino de su bolsillo de atrás es un mechero simple sin dibujo. No sabe dónde lo consiguió ni dónde perdió el anterior, cuyo dibujo medio psicodélico se podía pasar mirando horas. No importa.
Abre el cajón de su mesilla de "cosas que puede que alguna vez necesite" y consigue encontrar otra vela entre cachivaches diversos. No sabe quién se las daría, pero piensa que ojalá le regalara unas cuantas más. El mechero se enciende a la segunda y consigue encender la vela. Ella la coloca al lado de su compañera, que ya derretida parece dedicar una mueca de burla a la nueva. "Esto te pasará a ti" parece decirle, pero no se inmuta.
La luz tenue parece darle un aire todavía más siniestro a la habitación. La luz y la sombra parecen bailar lentamente conforme la llama duda de su existencia. Mientras, ella se lia un cigarro conforme al ritual ya tantas veces ejecutado. Es un rezo al Caos como Dios de su vida. Cada parte de su vida parece honrarle de manera peculiar. Hasta con el Arte. El Arte es Caos por encima de todo.
Intenta encender la obra de sus manos (irrepetible, como todas), pero el mechero ha decidido dejar de funcionar. Se le ocurre que quizá no sería mala idea usar más velas mientras enciende el cigarro con ella, haciendo temblar a toda la parte iluminada de la habitación. Una calada y el humo se pierde en el aire y su oscuridad. Relajado, comienza a dejarse llevar por su mundo interior. Mientras, sus manos se entretienen con la vela y el lapiz. Le gusta la mezcla de olores que dejan las 3 cosas al quemar. Cuando acaba, deja la colilla tirada en la cera, a falta de su cenicero peculiar. Se levanta con la desmejorada vela en la mano y con cuidado de no pisar nada que le pueda doler (o se pueda romper) se acerca a su escritorio. Allí descansa una hoja a medio dibujar y escribir. La arruga y la tira hacia atrás. Al caer, el papel se empapa con los restos de cerveza. Ella, agarra el lápiz por donde no quema, y empieza a dibujar.

M E L O

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