martes, 24 de febrero de 2015

Tus silencios.

Tus ojos marcaban el paso de la tristeza por nuestra historia, pero tus silencios eran los que deshacían entre susurros nuestras promesas, los que hacían que cada día fuera un poco menos gris y cada vez más negro. Y así, así fueron pasando los meses de preguntas, de evidencias, de cuestionamientos.

Pero, supongo que lo más triste de una historia no es su desenlace final, sino las muertes que van pasando entre medias. Como esos personajes de los que te encariñas y acaban cayendo desde una escoba a cien mil metros de altura. Lo dicho, eso es lo que más duele, lo que más desangra.

¿Qué muertes pasaron por nuestros corazones? Las que nos tomábamos por mano tú y yo en modo venganza, en modo reproche. Nos encantaba. Era un juego sutil pero que nos acabó quemando por dentro.

Tú te tomabas mi felicidad por tu mano en la balanza desequilibrada desde que naciste de tu justicia. Y jugabas con mis fuerzas, mis capacidades, te encantaba dejarme a la altura del betún. Y así, seguías día y noche mientras planificabas la siguiente. Tus silencios eran tu mayor venganza, y la indiferencia de quien conoce su orgullo muy herido.

Yo, estupidísima de ti, pronto caí en el juego y, aun noto algunas heridas abiertas que me hacen hacer cosas solo por miedo a ofender a alguien, a un fantasma que no es él sino tú. Estúpida de un juego en el que tú eras el dominante. Estúpida de una forma de relación que no llevaba a ninguna parte.

Pero también, yo, buenísima en el aprendizaje vicario, pronto aprendí a devolverte las venganzas. A amenazarte por lo mismo por lo que tú no me dejabas disfrutar en paz de la compañía de grandes personas. A acabar obligándote a lo mismo que tú me exigías a mí y que yo tanto odiaba.

Y así, el círculo de llamas, acabó extinguiendo nuestras verdades, nuestras promesas, nuestras alegrías. Y así, acabamos haciendo coartadas contra el otro con tal de conseguir besos, caricias o viajes. Solo por conseguir del otro algo que no quería. Solo por seguir con este sucio juego. Esta estúpida forma de amarnos. Esta infantil y enrevesada conquista del amor eterno que solo duró lo que aguantó la cuerda de la paciencia.


No me odies. Sabes que me encanta exagerar. Pero no me niegues que tus silencios no marcaron el paso de esto, de nuestra historia de tiras y aflojas, de nuestras peticiones absurdas y de exigir en el otro lo que nunca querríamos hacer por uno mismo. Hazlo por mí. Era muy sutil pero muy malévolo a la vez. Y nos gustaba demasiado. 

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