miércoles, 7 de mayo de 2014

Lo que dejé en el Pacífico

Dicen que deliro, que digo cosas sin sentido, que miento, que invento o que sueño demasiado, que lo que hay en mi cabeza son solo alucinaciones... Dicen que estoy loca, pero no es cierto. Yo sé lo que viví. Dicen que no es culpa mía, que es normal después de un naufragio donde tuve que subsistir sola mucho tiempo, pero Tommy estaba conmigo, mi compañero de trabajo. Era más que un amigo. Investigábamos una nueva cura con propiedades que solo podíamos encontrar en un terreno natural de Oceanía. Por supuesto, mi padre, un hombre importante, se oponía. Se suponía que íbamos a una expedición en un islote algo alejado de una isla de la Polinesia, solo haríamos un reconocimiento de la zona y recogeríamos muestras del agua, de la tierra y de la vegetación. Sin embargo, nos abandonaron. Ellos afirman que en una tormenta el barco se fue a la deriva en algún punto del Pacífico mientras yo (en realidad nosotros) estaba en tierra. Mentira. Se marcharon.

Estábamos solos, sin nada más que algunos libros y los instrumentos de estudio. Nos ayudamos con los que nos podían servir y nos organizamos de la mejor forma que supimos para sobrevivir. Puedo asegurar que el Pacífico da mucho más miedo de noche que de día. En la oscuridad el océano parecía acechar contra nosotros. No era el único. La noche era peligrosa, los días pasaban lentos y nosotros seguíamos encarcelados en aquel reloj de arena. Tras dos meses sin noticias, regresaron. Nunca podré olvidar el momento que se ha convertido en mi pesadilla. Tres hombres bajaron de una lancha motora y cuando Tommy intentó pedirles ayuda, uno sacó su pistola y le pego un tiro en la cabeza. Grité porque me desgarraba el dolor. Me cogieron y me llevaron de vuelta a casa. Para el mundo mi vuelta fue un milagro. Todo había cambiado. Ahora nuestros apuntes con los avances de la cura se han esfumado, nunca la he estudiado, mi viaje solo fue una petición de la universidad y Tommy nunca ha existido. Les vino de perlas que su única familia fuera un padre viejo y enfermo en un asilo ¿Qué hago? ¿acudo a la policía? ¿busco pruebas y testigos? No hay nada ¿Río? ¿lloro? ¿chillo? Aquí estoy más sola que en la isla.

Me han puesto medicación y tengo la “suerte” de seguir en casa por el médico privado de mi padre. Él tiene que haber tenido algo que ver, lo sé, ha debido vender la cura al mejor postor pero no tengo recursos ni medios para demostrarlo. Mientras tomo la pastilla azul de las cinco reposo mi cabeza pensando en la fórmula de la cura, en la isla, en Tommy, en esa bala... Me siento cansada y me duermo. Mi mente está inquieta. Cuando despierto me siento confusa ¿ha sido un sueño? No, intentan engañarme... ¿o no? ¿estoy loca? no... ¿o sí? Ya no distingo la fantasía de la verdad. Ya no sé qué es sueño y qué es real. Tommy no es un personaje de mi imaginación ¿verdad? Siento el dolor de su muerte en mi estómago, pero el psicólogo me contó que a veces las ilusiones de nuestro cerebro son tan fuertes que parecen ciertas de modo que, incluso, sentimos las emociones de la propia ficción. Nada de esto tiene sentido ¿Lo estoy olvidando o estoy despertando?


Toca la pastilla rosa de las nueve. La trago y dejo que me engañe o me tranquilice o me enseñe otro mundo en el que, según ellos, es realmente donde vivo... Estoy agotada. El dolor es muy intenso para seguir viviendo con él. Decido dejarlo ir, decir adiós a Tommy, olvidarle aun sabiendo que una vez que lo elimine de mi memoria su paso por el mundo quedará perdido para la eternidad. Lo olvidaré a él y a ese sueño que no sé bien si viví pero que me hace daño. Finalmente, dejo caer mis párpados suponiendo que cuando abra los ojos él ya se habrá ido para no volver. Para quedar en el olvido. Antes de perder la parte consciente de mi mente y extraviarme en el siguiente sueño, murmuro-"Hasta siempre, Tommy".
Alicia Salazar

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