Han pasado 15 años desde aquella
horrible despedida. Largos meses intentando entender por qué tuvo que ser él. Mi
media naranja, el que iba a ser el padre de mis hijos se fue y prometió volver.
Nunca lo hizo.
Pedro era militar y lo llamaron para
la guerra. Una guerra que no tenía nada que ver con nuestro país pero en la que
debíamos luchar. Él estaba asustado, yo lo sentía, pero siempre intentaba
parecer frío, supongo que para no asustarme.
Cinco años iban a estar fuera
nuestras tropas. La verdad, el tiempo no me importaba, yo solo deseaba que
Pedro volviese para poder continuar nuestras vidas, juntos.
Llorar y esperar eran mis únicas
armas en esta guerra. Esperar su vuelta y llorar su partida. Pasé meses frente
a la puerta esperando que el timbre sonara. Pero nunca lo hizo. Sin embargo,
recuerdo como si fuese ayer el día más triste de mi vida. Fue un 15 de julio,
años después de que Pedro partiese. Recibí una carta del ejército en la que se
me invitaba a una gala. Sin saber qué pintaba yo allí, decidí llamar primero e
informarme.
Por el teléfono una chica joven, de
unos 25 años de edad me preguntó cuál era mi duda. Le explique todo el asunto
de la carta. Se quedó callada durante unos instantes y dijo: “Ah, que no le han
dicho nada”. “No” respondí yo. “Pues nada, que su marido murió en la guerra
junto a muchos otros y hacemos esta gala para conmemorarles”.
En ese momento sentí que un cuchillo
entraba en mi pecho y cortaba mi corazón en dos partes iguales. Pedro había
muerto hacía años y nadie me había dicho nada.
Durante horas lloré, rompí cosas y
grité hasta quedarme dormida. Nunca antes había tenido tanta rabia dentro. El
amor de mi vida se había ido para siempre, mi vida estaba perdiendo todo el
sentido.
Cuando pude dejar de odiar a todos
los seres del mundo hice la maleta y desaparecí. No quería hablar con nadie,
deseaba estar sola. Diez años estuve vagando por el Mundo. De país en país, de
ciudad en ciudad. Al principio era fría pero con el paso del tiempo me fui
abriendo y conocí gente que me ayudó mucho a superar la pérdida de Pedro.
En Haití fui voluntaria en varios
colegios. Allí conocí a Carlos, un madrileño que, como yo, había perdido a su
esposa por una enfermedad y había decidido ser voluntario para encontrarse como
persona.
Carlos y yo nos hicimos buenos
amigos. Pasábamos el día juntos y juntos decidimos que era hora de volver a
España. Ambos lo habíamos dejado todo por lo que tuvimos que empezar de cero. Compartimos
un piso, gastos y sueños.
Una noche estuvimos hasta tarde
hablando y nos dimos cuenta de que, después de haber perdido a nuestras
parejas, lo que más sentíamos era no poder tener nunca un hijo. Carlos deseaba
ser padre y yo siempre había querido tener un hijo con Pedro.
Muy seriamente decidimos tener un
hijo juntos. Nosotros no nos amábamos, éramos solo amigos pero queríamos ser
padres.
A los 20 meses de decidirlo, entre
médicos y especialistas nació Álvaro, nuestro primer y único hijo. Fue en ese
momento cuando sentí exactamente la misma sensación que había tenido con mi
difunto esposo: Amaba a mi hijo.
Hoy hace 15 años que Pedro murió y
10 horas desde que Álvaro, mi hijo, nació.
Sarasvati
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