Ahí estabas tú sobre mi cama, clavando tus ojos
sobre mi corazón, rogándome que no me levantase. Tu aroma era tan intenso que
podía agarrarlo, besarlo, incluso guardármelo para saborearlo más tarde.
Siempre lo hacía.
Tus brazos me atrapaban por detrás despejando mis
dudas y ahuyentando a mis miedos. Mi alma guardaba un trocito de ti para
después, para cuando te echase en falta. Te devoraba por capítulos, como al
mejor de los libros, para luego releer mis párrafos favoritos. Bajo mis dedos
se quedaban las líneas de nuestra historia que con tinta tatuabas sobre mi
piel, tan fuerte que salpicó a mi corazón.
Como el oleaje te alejabas de mí cuando te buscaba,
y estallabas en mi espalda al darte por perdida. Pero siempre vuelves a mí para
refrescar mi mente y cerrar las puertas de mi mundo solo para ti. Dejando en mí
un regusto a sal, una salada reminiscencia que bastaba para navegar a mar
abierto con los ojos cerrados, para crear un océano en el desierto bajo mis
pies, formabas parte de mi vida.
Sigo masticando tus pensamientos, tus palabras, tu
voz; sigo marcando las huellas de tu camino, que un día fue nuestro; sigo
tocando las notas que el eco trae del aire de tus llantos, que aún resuenan en
mi cabeza; pero tú, tú no estás.
Te marchaste hace más de 3 años para no volver,
decidiste que no era digno de tus labios, que no era merecedor de tu presencia.
Te fuiste sin que te suplicara que volvieses, sin que las lágrimas te hiciesen
un camino de vuelta, sin que mis rodillas se manchasen de vergüenza ante tu
imponente silueta. No creía en tu despedida pues vivías en mi memoria, me sustentaba
de las migajas que dejabas al andar, y vivo adorando tu recuerdo. Ahora eres
efímera como el dolor y etérea como el humo de mis pesadillas.
Enfermo padezco de la locura que me regaló tu amor y
mis costillas hambrientas se nutren con tu imagen reflejada en la poca luz que
dejan pasar las rejillas de mi cárcel personal. ¿Dónde estás pequeña? ¿A dónde
fueron nuestras promesas de futuro? Yo aquí sigo esperando, alimentando el
fuego para que no se extinga, esperando que atravieses la puerta de mi guarida
para que por fin sean tus besos los que sequen las noches que pasé abrazado a
tu recuerdo.
Ahí estás tú sobre mi cama, sin poder tocarte,
acunando mi eterna soledad, viviendo en mis recuerdos sin poder olvidar.
Drizzt
Beleren
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