domingo, 4 de mayo de 2014

Pizza de ayer

Después de unas horas de cháchara aparentemente improvisada, pero bien seleccionada para destacarse, el alcohol había hecho su efecto. Le guiñó el ojo mientras la sonrisa ladeada hacía el resto. Las señales de ella eran tan claras que decidió atajar y saltarse unos cuantos pasos. Se acercó lentamente sin dejar de mirarla fijamente, poniendo su mejor cara de chico bueno. Puso su mano en su brazo y una leve caricia hizo el resto. Ya había ganado cercanía y confianza. Estaba en el momento clave.
Le dijo cuatro chorradas. Dichas con su mejor voz y eligiendo palabras biensonantes. Sabía que ella sólo hacía caso a medias, pues su mirada bailaba entre sus ojos, sus labios y la mano que le acariciaba. Terminaba las frases dejándolas en el aire, suspendiéndolas en una nube de tensión medida con precisión. Piropos sutiles aquí y allá, que la hacían sentir bien y contribuían al embelesamiento.
Cuando la cercanía entre sus miradas era tal que uno podía oír la respiración del otro contó hasta tres, contuvo la respiración y la besó. Un beso sencillo, apenas un par de segundos de labios acariciándose con ternura. Luego exhaló fuertemente, la respiración es clave. Ella lo sintió y ya estaba todo hecho. El juego más viejo del mundo.
Poco le costó continuar con sus jugadas. Había hecho eso un montón de oportunidades, con mejor y peor resultado. Los errores no le habían hecho aprender más que los aciertos, y, sinceramente, prefería los aciertos. Vacío de sentimientos y hambriento de sensaciones, sabía que era fácil tomar una por otra y dar la vuelta a situaciones de complejidad.
Una noche sin amor, fingiendo sentir aquello que le hacía avanzar en cada situación. Una noche entre otras, en la que pasarlo bien era el objetivo, y todo lo demás circunstancial.

Por la mañana, todo volvía a la normalidad. Palabras anodinas que enfriaban cualquier retazo del frenesí. Despedidas raras que saben a pizza de ayer.
Esa mañana al abrir la puerta e irse le sorprendió su expareja llorando. Ella le quiso todo lo que pudo, mientras que a él le resultó agradable y cómodo estar con ella hasta que decidió que le interesaba más lo que veía por la ventana que lo que le ofrecía su hogar. El amor le cegaba todavía a ella, y las locuras que había hecho no habían sido más que una consecuencia de no saber controlar aquello que sientes que está mal.
Cansado de ella y de ver como cada vez se ponía en peor posición debido a sus frustrados intentos sin intención, quiso pasar de ella. Cerró la puerta y se dispuso a pasar a su lado, con aires de superioridad. Ella no pudo controlarse y le agarró del brazo para hacerle girar. Le dijo que le quería, que no lo podía evitar, le reprochó a gritos que él nunca lo hizo de verdad, mientras él avanzaba intentándose soltar.  El odio se mezcló con el amor, mientras él seguía su pasividad.

Esa misma noche, ella estaba muerta. Y él en el hospital. Años después sería una sucia anécdota en la vida de él. La loca que quiso matarlo y al final se suicidó.
La vida no da reglas ni explicaciones, unos viven de una manera y otros de otra. Unos sienten mucho y otros menos, ¿y cuál es la mejor realidad?

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