Todos se han hartado de mí, contando
una y otra vez las mismas historias, evitando los mismos lugares.
Y yo, que tengo el cariño esperando
como una llave de repuesto bajo el felpudo de tu puerta, veo la nevera llena de
tuppers para dos. Se me hacen un lío
las caricias en los bolsillos y me siento más fuera de lugar que los hilos que
guardo en la caja de galletas. Se me amontonan los besos al lado de la ropa sucia y
saco más veces tus cartas que al perro.
Pero pongo minas en mis labios. Terrorismo
contra tu nombre. Desando mis pasos, desdigo las palabras. Deshago todo lo que
fue y, por qué no, todo lo que pudo ser. En silencio, pongo el volumen de tu
voz a cero, te tiro con desdén a una fosa común en mi mente y, como la papelera
se me queda pequeña, condeno tus poemas a la hoguera.
Casi veinticuatro horas al día, pero
me paraliza no imaginarte otra vez, con todos los detalles. Y vuelta a empezar.
Guerrilla contra el olvido. ¿Qué pasa si olvido cómo pronunciabas mi nombre por
las mañanas? Así que hago una emboscada contra mí misma y pronuncio el tuyo
ante el espejo antes de dormir.
Djalí
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