viernes, 9 de mayo de 2014

La guerra



Todos se han hartado de mí, contando una y otra vez las mismas historias, evitando los mismos lugares. 

Y yo, que tengo el cariño esperando como una llave de repuesto bajo el felpudo de tu puerta, veo la nevera llena de tuppers para dos. Se me hacen un lío las caricias en los bolsillos y me siento más fuera de lugar que los hilos que guardo en la caja de galletas. Se me amontonan los besos al lado de la ropa sucia y saco más veces tus cartas que al perro.

Pero pongo minas en mis labios. Terrorismo contra tu nombre. Desando mis pasos, desdigo las palabras. Deshago todo lo que fue y, por qué no, todo lo que pudo ser. En silencio, pongo el volumen de tu voz a cero, te tiro con desdén a una fosa común en mi mente y, como la papelera se me queda pequeña, condeno tus poemas a la hoguera.

Casi veinticuatro horas al día, pero me paraliza no imaginarte otra vez, con todos los detalles. Y vuelta a empezar. Guerrilla contra el olvido. ¿Qué pasa si olvido cómo pronunciabas mi nombre por las mañanas? Así que hago una emboscada contra mí misma y pronuncio el tuyo ante el espejo antes de dormir.
Djalí

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