La suerte es como el póquer,
nunca sabes qué cartas te van a tocar ni cuáles son las de tus
contrincantes, pero de ti depende arriesgarlo todo o retirarte antes
de quedarte en quiebra. Además, puede ser tu mejor arma o un
navajazo. Llega sin avisar y se desconoce de donde viene o a donde
va, pero nunca se queda. Yo podría haber nacido en China o en el
Congo, ser dotada en las letras o arte y llamarme Samira, Colette o
Alma... Sin embargo, mi nombre es Diana Nunez, nací en Lugo, España,
y soy un as de los números. En mi vida solo tengo una norma: Ser la
más lista de la sala.
- ¡Muy buenas noches a todos! Ha llegado el momento que todos estaban esperando. Es el final de esta temporada del programa y, por supuesto, no iba a ser un final cualquiera. Siéntense en sus asientos y pónganse cómodos. Quizás sea el día en el que cambien sus vidas para siempre, porque hoy puede que la suerte juegue...
- ¡A nuestro favor!-corea el público emocionado.
El show
televisivo “La suerte a nuestro favor” de las Vegas es un timo.
El juego estrella del programa son las partidas de póquer que se
emiten en directo. El vencedor puede quedarse con lo que ha ganado o
apostarlo contra el jugador experto y desconocido del programa, ante
el que, en cinco años, solo le han vencido ocho personas. Todo o
nada. Muchos se arriesgan seguros de su destreza y pierden mucho más
que el dinero. Es un juego de fanfarrones.
Esta noche, el programa
va a hacer el juego más tentador. El
jugador sin rostro se juega su puesto en el programa. Quien cobraba cantidades desproporcionales de dinero por desplumar a
cientos de personas arruinando sus vidas sin remordimientos, se juega
la suya propia. En el caso de perder, debería revelar su identidad.
Interesante ya que muchos querrían ajustar cuentas con “él”. En
las emisiones anteriores se hicieron competiciones para protagonizar
la partida contra el jugador sin nombre y los resultados ya habían
puesto en la silla al jugador definitivo. Me dirijo a mi sitio
entusiasmada, orgullosa de mis logros hasta aquí y esperando ganar
la partida.
No puedo verle, solo oigo
su voz pero es suficiente para reconocerle. Es Karen, mi hermana.
Llevamos un tiempo sin hablarnos por una tontería del pasado pero sé
que ella necesita esto. Es madre soltera y perdió el trabajo el mes
pasado. Debería haber visto estos días las partidas y comprobar con
quién me enfrentaba, pero no. Yo, el llamado “jugador
fantasma”, era demasiado buena y no lo necesitaba. Ya es
tarde. Solo me queda jugar mi vida y la de mi hermana en el tablero.
Empieza la partida. Es
dura de roer, parece que lo llevamos en la sangre. Desde mi ordenador
dudo de mis movimientos, aunque finalmente juego como en cualquier
programa. Tras un rato, acabo con una escalera real,
la mano más valiosa del póquer: Una combinación de las cinco
cartas de mayor valor consecutivas, un AS, una Q, una J y un 10 del
mismo palo, en mi caso, de tréboles ¿Qué debo hacer? ¿Destruyo la
vida mi hermana o la mía? Llevo tanto tiempo dando golpes en la
sombra que ha llegado el momento de cobrar la penitencia. Me
retiro. Karen gana. El público se levanta enloquecido. El
presentador felicita a mi hermana y le entrega su fortuna. Calma al
público y, por fin, pide un redoble de tambores para que salga el
jugador fantasma... No sale nadie. Me ha sido difícil pero he
despistado a los guardias y he salido del edificio. Desde fuera, veo
en una pantalla que desvelan mi identidad y enfocan la partida desde
mi ordenador. Mi hermana se echa las manos a la cara, no se lo
esperaba. Siento que por una vez en mi vida he hecho lo correcto y
aunque deba huir, esconderme y comenzar una nueva vida, es lo que
merezco. He decido dejar de jugar con el azar y crear mi propia
suerte. He tenido que aprender que el que
juega con fuego se quema, pero estoy dispuesta a indemnizar, en lo
posible, el daño causado.
El póquer hizo
creerme más lista de lo que era en un show de
fanfarrones demasiado
tentador para un jugador fantasma como yo. Solo espero
que mi siguiente escalera real mejore mi suerte.
Alicia Salazar
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