domingo, 11 de mayo de 2014

El viejo columpio

Sólo el viento mecía aquel columpio olvidado.
Se acercó al banco y se sentó en la parte en la que la madera parecía más estable. Observó alrededor, y todo parecía diferente. El tobogán, oxidado, parecía una broma macabra más que un juego para niños, y el balancín no tenía mejor pinta. El columpio, sin embargo, aún parecía que podía soportar un uso más en su ya larga existencia.
Miró sus pies y los zapatos de piel que los cubrían. Le habían costado un dinero que mucha gente no se podía permitir, y menos para unos zapatos. Tampoco le importaba mucho, no había nadie para verle y tenía más zapatos elegantes en casa.
Se levantó y andó torpemente sobre la arena, mirando al viejo columpio. Se sentía extrañamente nervioso, pero ya no le esperaban niños mayores que él, dispuestos a impedírselo. Lentamente se sentó en el columpio. Notaba que no estaba hecho a su medida y eso le hizo sentir algo ridículo. No obstante, cuando sacó los pies de la arena y se dejó llevar por el inerte vaivén, desapareció la incomodidad. 
Volvía a ser un niño, un niño crecido y hasta envejecido, que disfrutaba los momentos de inocente alegría de su niñez, limpios de maldad y preocupaciones. Pasados unos minutos no pudo evitar cavilar sobre su infancia. Recordó con extraña nostalgia aquella más agria que dulce etapa, llena de recuerdos dolorosos que tuvo que superar y dejar a un lado para seguir hacia delante.
Ahora, él había logrado éxito en la vida, y no pensaba abandonarlo. Sus frustrados intentos anteriores de olvidar el pasado se convirtieron en intentos de borrarlo. Y si encima podía hacerlo ganando dinero, ¿por qué no? Dentro de unos días las excavadoras y otras máquinas harían escombros ese hueco del mundo que le vio crecer. Ya no habría nada que le hiciera recordar, ya no habría nada que le hiciera sentir de aquella manera, tan raro.
Decidió que era hora de bajarse y fue frenándose en la arena, llenando de granos su ropa y zapatos,. Los ojos vidriosos le impedían hacerlo de una manera elegante y estilizada, propia de su apariencia. Cuando se alejaba, vio un niño con las zapatillas rotas y la camiseta manchada que se acercaba al parque. Aceleró el paso y volvió la mirada hacia el infinito. El infinito no devuelve la mirada.



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