Sólo
el viento mecía aquel columpio olvidado.
Se
acercó al banco y se sentó en la parte en la que la madera parecía
más estable. Observó alrededor, y todo parecía diferente. El
tobogán, oxidado, parecía una broma macabra más que un juego para
niños, y el balancín no tenía mejor pinta. El columpio, sin
embargo, aún parecía que podía soportar un uso más en su ya larga
existencia.
Miró
sus pies y los zapatos de piel que los cubrían. Le habían costado
un dinero que mucha gente no se podía permitir, y menos para unos
zapatos. Tampoco le importaba mucho, no había nadie para verle y
tenía más zapatos elegantes en casa.
Se
levantó y andó torpemente sobre la arena, mirando al viejo
columpio. Se sentía extrañamente nervioso, pero ya no le esperaban
niños mayores que él, dispuestos a impedírselo. Lentamente se
sentó en el columpio. Notaba que no estaba hecho a su medida y eso
le hizo sentir algo ridículo. No obstante, cuando sacó los pies de
la arena y se dejó llevar por el inerte vaivén, desapareció la
incomodidad.
Volvía
a ser un niño, un niño crecido y hasta envejecido, que disfrutaba
los momentos de inocente alegría de su niñez, limpios de maldad y
preocupaciones. Pasados unos minutos no pudo evitar cavilar sobre su
infancia. Recordó con extraña nostalgia aquella más agria que
dulce etapa, llena de recuerdos dolorosos que tuvo que superar y
dejar a un lado para seguir hacia delante.
Ahora,
él había logrado éxito en la vida, y no pensaba abandonarlo. Sus
frustrados intentos anteriores de olvidar el pasado se convirtieron
en intentos de borrarlo. Y si encima podía hacerlo ganando dinero,
¿por qué no? Dentro de unos días las excavadoras y otras máquinas
harían escombros ese hueco del mundo que le vio crecer. Ya no habría
nada que le hiciera recordar, ya no habría nada que le hiciera
sentir de aquella manera, tan raro.
Decidió
que era hora de bajarse y fue frenándose en la arena, llenando de
granos su ropa y zapatos,. Los ojos vidriosos le impedían hacerlo de
una manera elegante y estilizada, propia de su apariencia. Cuando se
alejaba, vio un niño con las zapatillas rotas y la camiseta manchada
que se acercaba al parque. Aceleró el paso y volvió la mirada hacia
el infinito. El infinito no devuelve la mirada.
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