martes, 23 de septiembre de 2014

1999.

Supongo que no fue algo intenso, vívido ni convulso. No fue algo que palpitara muy fuerte y al día siguiente dejara de latir. Supongo que no dejó de ser de golpe sino que fue, poco a poco, a menos…

Solía pensar que el desamor ocurre en esas personas que de la noche a la mañana están sin nadie a su lado, se ven solas ante el mundo y son incapaces de seguir y se ven obligadas a refugiarse en un montón de comida, de música o de películas pastelosas y no se relacionan. Supongo que esas personas sufren un dolor intenso, que les raja el corazón y lo resquebraja en pedacitos tan pequeños que solo grandes personas son capaces de curar o de solapar…

Supongo y sé que lo nuestro no fue así. Lo nuestro fue un dolor sostenido aunque poco intenso, en standby, durante meses. Mientras intentábamos darnos contra una pared pensando que solo era una valla que saltar, que sortear para seguir. Mientras íbamos viendo como ese mundo que habíamos creado en base a palabras prometidas se difuminaba y se convertía en una fina línea sobre la que ya no sabíamos si seguir creyendo...

Supongo que yo, como buena racionalista innata que soy, no tuve mucho problema en entender que mi futuro sería mío y no contigo. No me dolió tanto como lo que fui descubriendo poco a poco de tu mirada, de tus gestos, de tus pensamientos. Eso sí me dolió más. Entenderte y darme cuenta de que tu visión de la vida, tus ideas y tus aspiraciones se quedaban en nada por el simple hecho de que tenías miedo a ser tú, sin nadie a tu alrededor. Darme cuenta de eso sí me hizo sufrir. Sufrí pero intenté seguir rebatiéndome a mí misma, intentando comprender el por qué habías llegado hasta aquí así y no de otra forma, por qué no te enfrentabas a tus fantasmas pero hacías que los míos me acecharan más fuerte, por qué no podías huir de mí cuando sabías que yo estaba en otro mundo…

Siempre consigo darle la vuelta a las situaciones, justificar y racionalizar acciones… Pero creo que, cuando comencé a racionalizarte fue cuando comencé a darme cuenta de que ya no te podía seguir amando. No como antes. No de una manera tan inocente. Y cuando la inocencia se pierde… Se gana en desconfianza.

Y entonces llegamos a un punto en el que no sabíamos si éramos, o intentábamos no ser. "Me buscas las cosquillas" me dijiste… Y así fue. Intentaba desmenuzar hasta el último de tus defectos solo para estar más segura de que lo que ya no sentía estaba justificado.

Pasé de justificarte a justificarme… Y así. Así… Con el paso del tiempo y unas cuantas cervezas confidenciales con personas que me sabían leer… Me di cuenta de que ya no te amaba. De que lo que habíamos tenido ya no era y no volvería a ser. Y eso, entonces, ya no me dolió. No sentí punzadas ni tristeza, simplemente tranquilidad. Porque, por fin, había finalizado la batalla. No había ganadores ni perdedores (a pesar de que sé lo que estarás pensando si lees esto). No. No los hubo. Simplemente fue una batalla en empate, en la que los dos combatientes se cansaron de ver cómo sus armaduras perdían brillo y firmeza. Simplemente fue un punto de inflexión, el punto y final.


Lo que aprendí contigo es que el desamor más cruel y doloroso de todos es aquel que se va consumiendo poco a poco, aquel que se deshilacha con tranquilidad, con paciencia, sin hacer un corte limpio sino dejando muchas heridas abiertas alrededor. Aquel que desnuda al alma y la hace vulnerable, aquel que no tiene piedad y aquel que, en definitiva, deja su estigma para siempre. 

Neko

No hay comentarios: