Supongo que no fue
algo intenso, vívido ni convulso. No fue algo que palpitara muy fuerte y al día
siguiente dejara de latir. Supongo que no dejó de ser de golpe sino que fue,
poco a poco, a menos…
Solía pensar que el
desamor ocurre en esas personas que de la noche a la mañana están sin nadie a
su lado, se ven solas ante el mundo y son incapaces de seguir y se ven obligadas a refugiarse en un
montón de comida, de música o de películas pastelosas y no se relacionan. Supongo
que esas personas sufren un dolor intenso, que les raja el corazón y lo
resquebraja en pedacitos tan pequeños que solo grandes personas son capaces de
curar o de solapar…
Supongo y sé que lo
nuestro no fue así. Lo nuestro fue un dolor sostenido aunque poco intenso, en
standby, durante meses. Mientras intentábamos darnos contra una pared pensando
que solo era una valla que saltar, que sortear para seguir. Mientras íbamos viendo
como ese mundo que habíamos creado en base a palabras prometidas se difuminaba y se convertía en una fina línea sobre la que ya no sabíamos si seguir creyendo...
Supongo que yo, como
buena racionalista innata que soy, no tuve mucho problema en entender que mi
futuro sería mío y no contigo. No me dolió tanto como lo que fui descubriendo
poco a poco de tu mirada, de tus gestos, de tus pensamientos. Eso sí me dolió más.
Entenderte y darme cuenta de que tu visión de la vida, tus ideas y tus
aspiraciones se quedaban en nada por el simple hecho de que tenías
miedo a ser tú, sin nadie a tu alrededor. Darme cuenta de eso sí me hizo
sufrir. Sufrí pero intenté seguir rebatiéndome a mí misma, intentando
comprender el por qué habías llegado hasta aquí así y no de otra forma, por qué
no te enfrentabas a tus fantasmas pero hacías que los míos me acecharan más
fuerte, por qué no podías huir de mí cuando sabías que yo estaba en otro mundo…
Siempre consigo
darle la vuelta a las situaciones, justificar y racionalizar acciones… Pero
creo que, cuando comencé a racionalizarte fue cuando comencé a darme cuenta de
que ya no te podía seguir amando. No como antes. No de una manera tan inocente.
Y cuando la inocencia se pierde… Se gana en desconfianza.
Y entonces llegamos
a un punto en el que no sabíamos si éramos, o intentábamos no ser. "Me
buscas las cosquillas" me dijiste… Y así fue. Intentaba desmenuzar hasta
el último de tus defectos solo para estar más segura de que lo que ya no sentía
estaba justificado.
Pasé de justificarte
a justificarme… Y así. Así… Con el paso del tiempo y unas cuantas cervezas
confidenciales con personas que me sabían leer… Me di cuenta de que ya no te
amaba. De que lo que habíamos tenido ya no era y no volvería a ser. Y eso,
entonces, ya no me dolió. No sentí punzadas ni tristeza, simplemente
tranquilidad. Porque, por fin, había finalizado la batalla. No había ganadores
ni perdedores (a pesar de que sé lo que estarás pensando si lees esto). No. No
los hubo. Simplemente fue una batalla en empate, en la que los dos combatientes
se cansaron de ver cómo sus armaduras perdían brillo y firmeza. Simplemente fue
un punto de inflexión, el punto y final.
Lo que aprendí
contigo es que el desamor más cruel y doloroso de todos es aquel que se va
consumiendo poco a poco, aquel que se deshilacha con tranquilidad, con
paciencia, sin hacer un corte limpio sino dejando muchas heridas abiertas
alrededor. Aquel que desnuda al alma y la hace vulnerable, aquel que no tiene
piedad y aquel que, en definitiva, deja su estigma para siempre.
Neko
No hay comentarios:
Publicar un comentario