lunes, 22 de septiembre de 2014

Recuerdo.

Las imágenes se revolvían confusas en mi cabeza, como el recuerdo de un mal sueño al despertar. Todo era demasiado horrible para ser cierto y mi mente se resistía a aceptarlo. Figuras grotescas pintadas de un rojo intenso, sombras y gritos, muchos gritos, desparecían conforme me empezaba a calmar.
Tambaleándome en la oscuridad y con el cuerpo tembloroso, comencé a caminar. La certeza de la culpa me hacía moverme de manera torpe y burda. Una sensación de origen desconocido pero intensa, sostenida por aquel olor a hierro que desprendía aquel líquido que empezaba a secarse en mis manos.
Tanteando en la densa oscuridad conseguí salir de aquel edificio de aspecto abandonado, sin tener que dar cuenta a nadie del lugar. Cuando salí miré lo que dejaba atrás, una vieja mansión se erguía, casi orgullosa, sobre la maleza que en otros tiempos pudo ser un verde prado, lleno de vida y de color. En esos momentos la luz de la luna iluminaba un paisaje tétrico con un tono grisáceo: las hiedras entraban por las ventanas rotas, la madera podrida del exterior había ido partiendo y cayendo, para después ser cubiertas con el follaje y las ramas; y un viejo camino se escondía entre las hierbas altas de sombra amorfa.
Del extremo de ese camino vi aparecer con una linterna a un campesino, seguramente alarmado por los posibles gritos de horror que seguramente habían escapado de la antigua mansión. Me escabullí en la dirección contraria, con mucha rapidez, topándome con un arroyo conforme me adentraba en la vegetación. Protegido por la silenciosa arboleda, me pude limpiar a conciencia todo aquello que creía que debía desaparecer. Allí, tumbado y extenuado en la hojarasca, caí en trance. Protegido de la gente entre los arbustos, pero vulnerable a los horrores nocturnos que mi inconsciencia iba a traer.

Cuando desperté del trance, ya empezaba a caer el sol. Me sentía abrumado ante la ignorancia de mis actos y quería saber el alcance de ellos. Buscaba redención.
Me acerqué con una apariencia indigna a mi persona al pueblo en busca de un periódico que me trajera de nuevo al mundo real y me devolviera parte de mis recuerdos. Después de dar un pequeño rodeo por callejuelas encontré un sucio ejemplar en la parte de atrás de un comercio que, por el ruido, presumiblemente gozaba de bastante público. Lo hojeé frenéticamente hasta que vi una imagen que me hizo parar de golpe. Reconocer la visión hizo que me palpitaran las sienes y que el horror se apoderara de mis nervios. En la imagen, se veía una gran habitación, llena de sangre y restos hasta en las paredes. Había unos viejos e inquietantes objetos en medio de un círculo extraño pintado con algún tipo de tinte negruzco, dándole un cierto aire místico, como de un ritual antiguo y macabro. Leí la noticia, hablaba sobre el descubrimiento por un aldeano de aquella escena, a la que habría que sumar un cadáver, o al menos partes de él. Lo habían reconocido, difícilmente, como Alestor Corlic, un aristócrata rico que solía frecuentar aquella zona. Las partes que faltaban probablemente habían sido devoradas, pues se habían encontrado marcas de dentaduras, inquietantemente parecidas a las humanas. Si bien la situación me conmocionó, me impactó sobremanera el nombre. Me resultaba extrañamente familiar, pero mi débil memoria me volvía a fallar.
Decidí, pese que empezaba a anochecer, volver a la mansión. Con el paso presuroso debido a la mala sensación que me dejaba ver bajar el sol y acercarse al horizonte, abandoné el sigilo anterior. Cuando llegué nadie se había percatado de la persona que pasaba con extrañas manchas en unas ropas ajadas. No vi las marcas sangrientas de mis manos en las paredes, lo que me extrañó. Con el paso cauto debido a una incesante sensación de peligro que me erizaba la nuca, subí las escaleras a donde sabía que se encontraba mi pasado. Mientras, iba repasando en mi cabeza el nombre y los posibles motivos por los que me podía resultan tan cercano. Cuando llegué a la sala aún había una tenue luz que entraba por la ventana, filtrándose por las hojas de un árbol que se mantenía desafiante ante la inquietante mansión. La luz parecía posarse en lugares estratégicos. Un extraño sentimiento pareció dirigir mis pisadas hasta que me coloqué en el centro del círculo y entonces recordé. Me dejé caer al suelo ante el impacto de la imposible verdad. Alestor Corlic, así es como me solían llamar.
Deseé no haber ido, pero no había otro destino para un alma errática. Recordé cómo me habían llevado ahí maniatado y amordazado y como me había cansado de intentar gritar. Recordaba como me habían drogado y dejado en medio del círculo. Recordaba cada paso del ritual malévolo que habían seguido unos acólitos de forma sólo ligeramente humana. Recordé cómo habían empezado a comerme vivo mientras gritaba por dentro. Recordé como, paralizado por el horror y la droga, había visto aparecer una sombra ligeramente consistente. Ese enorme espectro multiforme se abalanzó sobre mí, mientras una grave risa surgía de dentro, con un eco digno de las más hondas profundidades, haciéndome perder la conciencia y vagar en los límites de las realidades. Y mientras recordaba vi aparecer esa sombra, surgiendo de la oscuridad creciente del final del atardecer. La misma sombra que con mi sacrificio, había ayudado a invocar.

Desperté sudando y sobresaltado, con lo ojos al borde de las órbitas.

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