Marta miró una vez más la fotografía
de su boda, esa que tantas veces había arrugado, tirado y vuelto colocar en su
marco. Por un momento deseó ser más fuerte y no sentir dolor cada vez que recordaba
a su marido.
Le había perdonado durante años.
Cerca de cincuenta palizas había contado desde que se casaron. Él llegaba de
trabajar harto y tenía que desahogarse, se decía Marta a sí misma. Ocho años
aguantó, enamorada, las humillaciones de su marido.
Sin embargo, la tarde que se enteró
de que estaba embarazada decidió que era hora de huir pues no podía
permitir que su hijo viviese lo que ella había tenido que sufrir.
Ese día él llevaba turno de noche y Marta
decidió hacer las maletas e irse. Sin embargo, el miedo volvió a paralizarle,
del mismo modo que lo había hecho siempre. Cuando ya tenía el equipaje preparado
recordó que, aunque de vez en cuando él le hacía daño, ella estaba enamorada y
sentía que no podía irse.
Y, efectivamente, no se fue. Esperó
despierta con una sonrisa en la boca hasta que llegó su esposo y le dio la
noticia. Marta estaba locamente enamorada de él. Pero a él no le importó que ella
fuese a darle un hijo. Es más, le pidió que lo abortase.
Ese fue el no retorno de la futura
madre. Marta se dio cuenta de que su hijo iba a ser lo más importante de su
vida y ella como madre se veía en la obligación de darle un buen hogar.
Esa misma tarde, cogió sus ahorros,
alquiló un coche y viajó lejos, muy lejos. Por primera vez en años, había sido
valiente. En poco tiempo encontró trabajo y una bonita casa donde vivir. Conforme
el bebé crecía en su útero, Marta comprendía que el amor que sentía por su
marido iba desapareciendo mientras crecía el que sentía por su bebé. Por fin entendió que el amor no solo puede sentirse por una pareja, que incluso
puedes amar a un bebé no nato mucho más de lo que amarás a nadie jamás.
Finalmente, el día que Iván nació Marta entendió que ya no había amor entre ella y su esposo. Por
última vez en 9 meses cogió la fotografía de su boda, la sacó del marco, la
arrugó y la tiró. Instantes después, tomó la primera foto de Iván, aquella que
ocuparía el marco que años antes portó la foto de un matrimonio maldito.
Saravati
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