El
frescor de la noche iba en aumento conforme las horas morían
ahogadas entre el silencio y la humillación. El huir de las hojas
que caían de los árboles era, metafóricamente, justicia poética.
Los ojos del mundo permanecían distraídos ante la rutina de su
rodaje, todo era tan monótono.
Acicaló
su barba, más preocupado por su rastro que por su higiene, por
tercera vez desde que el sol se ocultó a lo lejos. A escondidas dejó
su casa, y merodeó los alrededores indeciso ante sus actos. Repasó sus andares tres o cuatro veces, preguntándose si su mente no
estaría envenenada, si la demencia se había apoderado de sus
sentidos; suplicando que todavía estuviese soñando.
Al
fin llegó un carruaje tirado por dos corpulentos caballos, cuyas
crines ocultaban sus ojos de la traición, dejando la ceremonia sin
más testigos que las estrellas. Dos hombres encapuchados, con las
sonrisas agazapadas tras la vergüenza, aparecieron tras una pequeña
cortina que hasta el momento bloqueaba las intrusas visiones del
interior. Sin gesticular, sin permitir un solo gesto delator,
aquellos hombres reanudaron su marcha al anonimato, sabiendo que la
llama había comenzado a prender los primeros hilos de la cuerda que
llevaba a su objetivo.
Allí
continuaba él con el semblante impasible, perdido en su propio
laberinto de locuras. Caóticos juicios sin sentencia llovían sobre
su cabeza, atormentando su respiración. De pronto, fue consciente de
que tras los misteriosos viajeros había una pequeña bolsa, la tomó
en la mano y leyó la nota que la acompañaba: “Tan solo un
beso”. Junto a aquella nota, unas treinta monedas de plata
cotizaban su amistad.
Dos
días después, tumbado en el tronco de un árbol, bajo el abrigo de
la luna, miraba a los ojos distraídos de su amigo, intentando buscar
la verdad de sus palabras. Tras mucho tiempo de oscuridad interior
había logrado comprender el significado de la amistad, sintiéndose
incapaz de realizar la misión que el destino le había otorgado. Se
perdió entre el olor de sus sueños y, víctima del cansancio, se
hundió dormido en su confusión.
Como
la primera vez, se le volvió a aparecer en visiones. Él imploró
clemencia, pidió perdón por sus pecados, suplicó no tener que
hacerlo, una vez más.
“Parece
que no vislumbres entre la maraña de tus sentimientos la realidad de
los hechos. Eres la llave que abre los ojos de la humanidad, la
compuerta que desbordará los mares que inunden las almas perdidas
sin dirección. Escucha, Judas, permanece atento. Libramos la batalla
más dura a la que jamás nos enfrentaremos, batalla que requiere de
sacrificios. Nos encontramos en los últimos latigazos de una guerra
sin cuartel, una lucha basada en la estrategia y la inteligencia,
donde los más cautelosos son los vencedores. Satán se cree con todo
ganado, cree que se apoderará de este mundo, confía fielmente en su
venganza. Pero tú, Judas, entregarás a los hombres lo que es de los
hombres. Darás vida al hijo de Dios. El ser humano debe pagar el
pecado original que cometió, y este será el sacrificio. Con su
muerte, tendremos el mártir que representará nuestros valores.
Debemos sacrificar nuestra pieza más preciada para dar muerte final
al enemigo. Tú eres el elegido. Serás reclutado para el Ejército
Celestial, que salvaguardará el orden del más allá. Debes ser el
héroe que será convertido en villano, pero tu corazón pertenecerá
al Reino de los Cielos.”
Judas despertó
de su retiro, se levantó buscando la comprensión en los ojos de su
maestro, y dio el mayor beso de amor en la historia de la humanidad.
Drizzt
Beleren
No hay comentarios:
Publicar un comentario