domingo, 28 de septiembre de 2014

En aquella parada.

Se giró, ausente, al oír sus pisadas. Sentado en la parada del autobús fue cuando la vio acercarse. Una chica con aire alegre y despreocupado que le devolvió la mirada a través de unos ojos vivaces. Su rutina se rompió en mil pedazos y su imaginación quiso volar.

Ella se sentó a su lado y le sonrío. Una sonrisa de esas que contagian felicidad. Le preguntó que si llevaba mucho tiempo esperando. Respondió que no mucho y quiso saber que qué bus esperaba. Resultó que esperaba el mismo que él y aún quedaban quince minutos para ese autobús. Lo cogía todos los días y lo sabía muy bien, le aseguró. Ella se echó a reír y le preguntó que por qué iba con tanta antelación si sabía exactamente cuando pasaba. Le dijo que le gustaba ser previsor y que nunca se sabía. "Pues hagamos de esta espera un rato agradable, ¿te parece?" respondió ella. Sonrió y le dijo que había hecho bien en venir antes, y que quizá mañana lo alargaría cinco minutos más.

Sucedió el tiempo y las sonrisas. Charlas agradables como nueva rutina. Complicidad que fue más allá de las charlas en aquella parada del autobús. Parecía natural pasar el tiempo juntos, planeando una cosa u otra, y sus aficiones encajaban a la perfección. Un día se dieron cuenta de lo que en el fondo ya temían y se besaron. Al principio tímidamente y luego ya se fueron soltando. Se amaban desde hace tiempo y tanto que hasta se les escapaba de las manos.

Hubo dudas y no siempre fue perfecto, pero intentaron que lo fuera. Las vallas que parecen trabar los caminos se vuelven ridículas si nos ayudamos a hacer pie. Y ellos se ayudaban, y mucho. Pasaron los años y no se cansaron, pues la vida que ellos compartieron fue tan rica como quisieron. Le supieron dar sentido y objetivo en cada recodo del camino sin obcecarse en dar vueltas en círculos o en no salirse de él.

Decidieron que querían educar hijos, y pudieron estar orgullosos de cómo lo hicieron. No perdieron la pasión en esas miradas, ni las ganas de amarse en ése tiempo; sólo repartían el cariño entre unas pequeñas personas que miraban con los grandes ojos de la curiosidad. Cuando el tiempo hizo mella, ellos ya no eran jóvenes y sus hijos ya no eran niños. Sobrevivieron al peso de la nostalgia y la melancolía con tranquilidad. El futuro que habían construido para sus hijos y la conciencia de una vida bien vivida era suficiente para los dos.

Doce minutos dan para pensar mucho. Y es cuando las puertas del sueño se abren cuando la creatividad es más prolífica. A todo esto daba imagen él mientras el tiempo pasaba, imparable. La amó brevemente, en un pequeño hueco de su cabeza, mientras la embadurnaba en su idealidad. Buscó a ratos la sonrisa cómplice de ella, la cual, absorta en un libro, ignoraba la vida que acababa de vivir. Vio como se subía apresuradamente en un autobús de la linea tres. Desapareció entre los abrigos de la gente, con todo a medio recoger. "Qué pena" pensó, y nunca más la volvió a ver.

Días después la cara de la chica era otra, pues su cara nunca importó en realidad. Se había enamorado de sus ideas, y no quería despertar. Allí, en sus pensamientos, perdería aquello que le ofrece la realidad. Contento en sus sueños de vidas por vivir, se frustraba con la luz que se filtraba por cada oquedad. Dicen que un clavo saca a otro clavo. Él se había enamorado de lo perfecto al desenamorarse de la vida imperfecta que le ofrecía una hipotética divinidad.

MELO

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