Cuando las
expectativas fallaban, las miradas no se encontraban y los recuerdos no eran
más que un cúmulo de insostenidas insensibilidades y catastrofías que solo unas
pocas locas podían llegar a entender, aunque no preferir… Apareció un rayo de
luz.
Sí. Era la lucecita
esa verde que ponen en los bares, sí. Pero también influyó tu sonrisa, supongo.
Y tu forma de cogerme o de hablarme. Aunque tú pensaras que no y yo tampoco
supiera qué (qué estaba ocurriendo entre nosotros). Pero, de repente, me veía creyendo
en la humanidad. O, mejor dicho, en los hombres. Bueno, no exageremos, en los hombres a los que no les importa hablar 8 horas seguidas.
Pero sí. Tu sonrisa, tu forma de tontear conmigo y de demostrarme que te daba igual ser como eras... Me hizo creer que aun había alguien en la faz de la tierra capaz de interesarse por mí con la misma curiosidad científica con la que yo quiero entender a los demás. Y no solo me hizo sentir necesidades de saber quién era y quién se escondía tras su mirada de niño ensimismado en sus pensamiento. Sino también empecé a sentir la necesidad de invertir tiempo en él. El tiempo de verdad, no el que se genera por aburrimiento o necesidad fisiológica.
Y así, así fue como
tu mirada, tu forma de tenerme en cuenta en tu vida, me dio un atisbo de
esperanza en mi mundo de imbéciles, de poetas de bragueta, de conquistadores en
noches azules o grises. Así fue como me hiciste recuperar la fe en algo de lo
que aun dudo. Sobre lo que no sé si existe, es una invención o algo pasajero.
Pero, por lo menos, ahora sé que tú has provocado ciertos latidos de más en mi día a día.
Y eso, te guste o no, es bonito.
Neko
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